—¿Penryn?
Todos voltean a ver a la recién llegada.
Uno de los bultos tirados en el callejón se incorpora y sale de las sombras.
Mi madre abre los brazos de par en par mientras camina hacia mí. Su picana cuelga de su muñeca como un enorme brazalete para locos. Mi corazón se cae hasta mi estómago. Tiene una enorme sonrisa en el rostro, completamente inconsciente del peligro que enfrenta.
Un alegre suéter amarillo ondea con el viento alrededor de sus hombros, como una capa. Pasa a un lado de los hombres como si ni siquiera los hubiera visto. Quizá no los ve. Me abraza fuerte y me da vueltas y vueltas.
—¡Estaba tan preocupada! —acaricia mi cabello y me revisa para ver si tengo heridas. Parece muy contenta de verme.
Me muevo para zafarme de ella, mientras me pregunto cómo la voy a proteger.
Estoy a punto de sacar la espada cuando me doy cuenta de que los hombres retrocedieron, ampliando el círculo a nuestro alrededor. De repente han pasado de amenazadores a nerviosos. La cadena que hace unos momentos formaba un lazo ahora es como un rosario mientras el tipo juega ansiosamente con los eslabones.
—Lo siento, lo siento —dice el primer tipo a mi madre. Levanta las manos en señal de rendición—. No sabíamos.
—Sí —dice el de la cadena—. No quisimos causar ningún daño. En verdad —retrocede nerviosamente hacia las sombras.
Se escabullen en medio de la noche, y nos dejan a mí y a Dee-Dum contemplando la escena, perplejos.
—Veo que hiciste algunos amigos, Mamá.
Frunce el ceño cuando mira a Dee-Dum.
—Lárgate —toma su picana y la apunta hacia él.
—Él está bien. Es un amigo.
Me da un fuerte golpe en la cabeza que me deja aturdida.
—¡Estaba preocupada por ti! ¿Dónde has estado? ¿Cuántas veces te he dicho que no confíes en nadie?
Odio cuando hace eso. No hay nada más humillante que ser golpeada por tu madre loca enfrente de tus amigos.
Dee-Dum nos mira, atónito. A pesar de su actitud intensa y sus habilidades para robar bolsillos, claramente no proviene de un mundo donde las madres golpean a sus hijos.
Estiro mi mano hacia él.
—Está bien. No te preocupes por esto —volteo a ver a mi madre—. Él nos ayuda a encontrar a Paige.
—Él te miente. Sólo tienes que verlo —los ojos de mi madre se llenan de lágrimas. Sabe que no escucharé sus advertencias—. Él te engañará y te llevará a un hoyo sucio en el infierno y no te soltará. Te encadenará a una pared y dejará que las ratas te coman viva. ¿No puedes ver eso?
Dee-Dum no hace más que ver primero a mi madre, luego a mí, luego a mi madre, sorprendido. Parece un niño más que nunca antes.
—Suficiente, Mamá —camino de vuelta a la puerta de metal a un lado de la entrada cercada—. O guardas silencio o te dejo aquí y encontraré a Paige yo sola.
Corre hacia mí y me toma del brazo en señal de súplica.
—No me dejes aquí sola —veo en sus ojos salvajes el resto de su enunciado: «sola con los demonios».
Yo no hago notar que ella parece ser la cosa más aterradora en estas calles.
—Entonces, guarda silencio, ¿de acuerdo?
Ella asiente. Su rostro está lleno de angustia y miedo.
Hago un gesto a Dee-Dum para que dirija el camino. Nos mira a las dos, probablemente trata de encontrarle sentido a todo esto. Después de una pausa, saca su llavero, mirando a mi madre con temor. Intenta con varias llaves hasta que una funciona. La puerta se abre con un rechinido que me hace estremecer.
—Hasta el final de la cochera a la derecha hay una puerta. Intenta ahí.
—¿Y qué encontraré ahí?
—No tengo idea. Todo lo que puedo decirte es que hay rumores entre los sirvientes de… de que podría haber algo como niños ahí. Pero quién sabe. Quizá sólo sean unos enanos.
Respiro profundamente, con la intención de calmarme. Mi corazón revolotea en mi pecho como un pájaro moribundo. Espero, contra toda posibilidad, que Dee-Dum se ofrezca a acompañarme.
—Sabes que es una misión suicida —dice. Eso descarta por completo que ofrezca su ayuda.
—¿Ese era tu plan desde el principio? ¿Indicarme a dónde ir, luego convencerme de que no hay nada que pueda hacer para salvar a mi hermana?
—En realidad, mi plan era convertirme en estrella de rock, viajar por todo el mundo, coleccionar fans, ponerme muy gordo y pasar el resto de mi vida jugando videojuegos mientras las chicas siguen acercándose pensando que me sigo viendo igual que en mis videos musicales —se encoge de hombros, como si dijera «¿Quién iba a saber que el mundo resultaría tan distinto?».
—¿No puedes ayudarme?
—Lo siento, chica. Si voy a cometer suicidio, será mucho más vistoso que siendo cortado en pedacitos en un sótano mientras intentaba rescatar a la hermanita de alguien más —sonríe bajo la luz tenue, restándole peso a sus palabras—. Además, tengo un par de cosas sumamente importantes que debo hacer.
—Gracias por traerme aquí —asiento.
Mi madre me aprieta el brazo, recordándome silenciosamente que ella piensa que todo lo que él dice es mentira. Me doy cuenta de que le digo adiós como si yo también creyera que es una misión suicida.
Guardo todas mis dudas donde no pueda sentirlas. Es muy parecido a saltar a un abismo. Si no crees que puedes hacerlo, no lo podrás hacer.
Entro por la puerta.
—¿Realmente vas a hacerlo? —pregunta Dee-Dum.
—Si fuera tu hermano el que está ahí dentro, ¿qué harías?
Titubea un poco, luego mira a su alrededor para asegurarse de que nadie pueda escucharnos:
—Escúchame muy bien. Tienes que salir de la zona en menos de una hora. Aléjate lo más que puedas.
Antes de que pueda preguntarle qué sucederá, se desvanece entre las sombras.
¿Una hora?
¿La resistencia piensa atacar tan pronto?
El hecho de que me haya advertido me pone bajo presión. Él no se arriesgaría a que alguien filtre información, lo que significa que no hay tiempo suficiente como para que yo pueda causar mucho daño si me atrapan e interrogan.
Mientras tanto, no puedo quitarme la imagen de Raffe acostado e indefenso en la mesa de operación. Ni siquiera sé dónde está.
Respiro profundamente.
Me encamino a la oscura caverna que solía ser una cochera.
Después de unos cuantos pasos, trago un poco de saliva amarga por el pánico mientras me detengo en completa oscuridad. Mi madre me aprieta el brazo con la suficiente fuerza como para dejarme un moretón.
—Es una trampa —me susurra al oído. Puedo sentir cómo tiembla. Le doy un firme apretón a su mano para reconfortarla.
No hay nada que pueda hacer hasta que mis ojos se ajusten a la negrura, suponiendo que haya algo a lo que ajustarse. Mi primera impresión es que es un espacio completamente negro, cavernoso. Me mantengo estática mientras espero a mis ojos. Todo lo que escucho es la respiración nerviosa de mi madre.
Pasa poco tiempo, pero siento como si hubieran sido horas. Mi cerebro grita «apúrate, apúrate, apúrate».
Conforme mis ojos se ajustan, me siento menos como un blanco ciego debajo de un foco.
Estamos paradas en medio de la cochera subterránea, rodeadas de coches abandonados que se vislumbran entre las sombras. El techo se siente al mismo tiempo altísimo y demasiado bajo. Al principio, parecía haber un grupo de gigantes parados frente a mí, pero resultan ser pilares de concreto. La cochera es un laberinto de vehículos y pilares que se desvanecen en la oscuridad.
Sostengo la espada de ángel frente a mí como un bastón de adivino. Odio tener que entrar en los espacios más oscuros de la cochera, lejos de la poca luz que entra por las barras de la puerta, pero allá es a donde debo ir si es que quiero encontrar a Paige. El lugar se siente tan desierto que estoy tentada a decir su nombre en voz alta.
Entro cautelosamente en la casi total oscuridad, esquivando los escombros en el suelo. Me tropiezo con algo que parece ser un bolso con su contenido esparcido a su alrededor. Estoy a punto de perder el equilibrio, pero mi madre me agarra tan fuerte del brazo que me estabilizo sin problema.
Mis pasos hacen eco en la negrura. Revelan nuestra ubicación e interfieren con mi habilidad para escuchar a alguien acercarse para tomarme por sorpresa. Mi madre, por otro lado, es igual de silenciosa que un gato. Incluso su respiración es callada. Ha practicado mucho, siempre ocultándose en la oscuridad, siempre intentando evitar esas cosas que la persiguen.
Me topo con un coche y camino a tientas a lo largo de una larga curva de autos, en lo que supongo es un patrón zigzagueante común, estacionados unos frente a otros en hileras de cajones. Uso la espada más como un bastón de invidente que como un arma.
Casi me tropiezo con una maleta. Algún viajante debió estar jalándola cuando se dio cuenta de que no había nada en su interior que valiera la pena cargar. Debí haberme tropezado con ella. Estoy tan adentro en las entrañas de la cochera que ya debería estar completamente oscuro, pero alcanzo a ver la forma rectangular del equipaje. En alguna parte hay una muy leve fuente de luz.
Comienzo a buscarla, trato de ubicar un sitio donde las sombras sean menos densas. Podríamos pasar toda la noche moviéndonos alrededor de estas hileras de coches abandonados sin encontrar nada.
Giramos dos veces más, en cada movimiento las sombras se aligeran casi imperceptiblemente. Si no estuviera buscando esa luz, jamás me hubiera percatado de ella.
Cuando la encuentro, es tan tenue que probablemente no la hubiera visto si el edificio no estuviera tan oscuro. Es una delgada ranura de luz que esboza la forma de una puerta. Pongo mi oído sobre esta pero no escucho nada.
Abro la puerta muy lentamente. Da paso al descanso de unos escalones. Una luz se asoma abajo.
Cierro la puerta detrás de nosotras y comienzo a bajar las escaleras. Agradezco que sean de cemento y no de metal, ya que evita que hagan un ruido hueco.
Al final de las escaleras hay otra puerta cerrada. Esta puerta está delineada por unas tajadas de luz brillante, la única luz en la escalera. Pego mi oreja a la puerta. Alguien está hablando.
No puedo escuchar lo que dicen, pero sí puedo detectar que son por lo menos dos personas. Esperamos, de cuclillas en la oscuridad y con nuestros oídos contra la puerta, con la esperanza de que haya otra puerta por la que estas personas puedan salir.
Las voces se desvanecen. Después de escuchar silencio por unos momentos, abro la puerta con el mayor cuidado posible, estremeciéndome en anticipación por el ruido. La puerta se abre silenciosamente.
Es un espacio de concreto, del tamaño de un almacén. Lo primero que veo son hileras y más hileras de columnas de cristal, cada una lo suficientemente grande como para alojar a un hombre adulto.
En cada uno de los cilindros flota una especie de ángel escorpión.