No sé qué hacer excepto caminar de un lado a otro de la habitación.
Estoy demasiado alterada como para pensar bien. Mi mente revolotea con imágenes de lo que le podría estar sucediendo a Paige, a mi madre, a Raffe y a los luchadores de la libertad.
¿Cuánto tiempo puedo comer y dormir y relajarme rodeada de lujos mientras que Paige está sufriendo en algún lugar cercano? A este ritmo, podrían pasar semanas antes de que podamos dar con ella. Sólo deseo que hubiera algo que yo pudiera hacer en vez de esperar aquí, indefensa hasta que Raffe salga de la cirugía.
Por lo que he visto hasta ahora, los humanos no están autorizados a acercarse al nido sin la compañía de un ángel.
A menos que sean sirvientes…
Descarto una media docena de ideas enloquecidas, que involucran cosas como asaltar a una sirviente de mi tamaño y robarme su ropa. Eso puede funcionar en las películas, pero probablemente condenaría a la chica a morir de hambre si es despedida del nido. Puede que no apruebe que los humanos trabajen para los ángeles, pero ¿quién soy yo para juzgar las maneras que otras personas tienen de sobrevivir esta crisis y alimentar a su familia?
Tomo el teléfono y ordeno una botella de champán de su menú de servicio a la habitación. Considero preguntar por Dee-Dum pero decido dejárselo al azar.
En el Mundo de Antes, ni siquiera podría beber alcohol legalmente, mucho menos ordenar una botella de champán a una suite de mil dólares la noche. Camino de un lado a otro, pienso en todos los escenarios posibles. Justo cuando estoy convencida de que voy a hacer un hoyo circular en la alfombra, alguien toca a la puerta.
Por favor, por favor, que sea Dee-Dum.
Abro la puerta y encuentro a una mujer tímida. Sus ojos oscuros miran por debajo de una melena de cabello castaño rizado. Me decepciono tanto que hasta puedo sentir el sabor metálico en mi boca. Estoy tan frustrada de que no sea Dee-Dum que considero seriamente asaltarla para robarle su uniforme blanco y negro. Viste una falda negra, larga, con una blusa blanca debajo de un saco negro que le llega hasta la cintura y que parece ser la versión femenina de un smoking. Es un poco más grande que yo pero no por mucho.
Abro la puerta y le indico que puede entrar. Ella entra, se dirige a la mesa y pone la charola encima.
—¿Tienes familia? —le pregunto.
Voltea y me mira como conejo asustado. Asiente y hace que su melena le tape los ojos.
—¿Y este trabajo los mantiene alimentados?
Asiente otra vez, sus ojos se tornan cautelosos. Quizá era inocente hace un par de meses, pero ha pasado toda una vida desde entonces. La inocencia en sus ojos se desvanece demasiado rápido. Esta chica tuvo que pelear por obtener este trabajo y, por la apariencia de su sombría expresión, ha tenido que pelear para mantenerlo.
—¿Cuántos de ustedes hacen entregas a las habitaciones?
—¿Por qué?
—Por curiosidad —considero decirle que busco a Dee-Dum, pero no quiero ponerlo en peligro. Hay demasiadas cosas que no entiendo sobre la sociedad de los ángeles y las políticas de los sirvientes como para empezar a decir nombres.
—Hay como media docena de nosotros —se encoge de un hombro y mantiene sus ojos cautelosos dirigidos a mí, mientras se acerca de nuevo a la puerta.
—¿Toman turnos haciendo las entregas?
Ella asiente. Sus ojos ven rápidamente la puerta de la habitación, como si se preguntara dónde está mi ángel.
—¿Te estoy asustando? —lo digo con un tono deliberadamente terrorífico. Sus ojos vuelven rápidamente hacia mí. Me acerco a ella con pasos pausados, como una vampiresa, con una expresión de hambre en mi rostro. Estoy improvisando a cada paso, pero puedo notar que ella está asustada. Supongo que eso es mejor a que se rían de ti por actuar extraño.
Sus ojos se abren mientras me aproximo. Abre la puerta y prácticamente sale corriendo.
Con un poco de suerte, eso la descarta para la próxima vez que pida servicio al cuarto. En el mejor de los casos, sólo necesito hacer cinco pedidos más.
Resulta que sólo necesito ordenar dos cosas más antes de que Dee-Dum llegue a mi puerta con una enorme rebanada de pastel de queso. Cierro la puerta detrás de él y me recargo en ella como si esto lo obligara a ayudarme.
Lo primero que quiero preguntarle es cuándo ocurrirá el ataque. Pero él me ha visto en compañía de ángeles y temo que pensará que soy una amenaza si comienzo a hacerle preguntas sobre sus planes de ataque. De modo que me apego a las dudas básicas.
—¿Sabes dónde guardan a los niños? —no creo que mi voz sea muy alta, pero de todos modos agita su mano para pedirme que me calle. Sus ojos se dirigen a la habitación.
—Se fueron —susurro—. Por favor ayúdame. Necesito encontrar a mi hermana.
Se me queda viendo lo suficiente como para que comience a inquietarme. Luego saca una pluma y una libreta, de las que usan los meseros cuando toman un pedido. Escribe algo y me lo pasa. La nota dice «Vete ahora, mientras puedas».
Levanto la mano para que me pase la pluma y escribo en el mismo trozo de papel. Hace unos meses, hubiera sido natural usar un nuevo trozo para anotar otra cosa, pero ahora, el papel que tenemos podría ser el último. «No puedo. Debo rescatar a hermana».
Escribe «Entonces, morirás».
«Te puedo decir cosas acerca de ellos que probablemente no sepas».
Eleva su ceja en señal de interrogante.
¿Qué podría decir que le interese? «Atraviesan problemas políticos. No saben por qué están aquí».
Escribe «¿Cuántos?».
«No lo sé».
«¿Armas?».
«No lo sé».
«¿Plan de ataque?».
Me muerdo el labio. No sé nada que sea inmediatamente relevante en términos de estrategia militar, lo cual es obviamente lo que busca.
—Por favor, ayúdame —le susurro.
Me mira durante un largo tiempo. Sus ojos son calculadores, desprovistos de emoción, lo cual combina extrañamente con su rostro rosado y pecoso. No necesito a este maestro espía de corazón frío. Lo que necesito es al chico inocente, al Dee-Dum que bromea y entretiene.
Escribo «Tú me debes algo, ¿recuerdas?». Le ofrezco una sonrisa a medias, intento persuadirlo para que vuelva a ser ese gemelo juguetón que conocí en el campamento. Funciona, más o menos. Su rostro se relaja un poco; probablemente recordó la pelea con Anita. Me pregunto qué tan mal estuvo después de que escapamos. ¿Los habrán dejado en paz los demonios?
Escribe «Te llevaré a donde podría haber niños. Pero de ahí en adelante estás por tu cuenta».
Me emociono tanto que lo abrazo.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted, señorita? —asiente vigorosamente, indicándome que debo ordenar algo nuevo.
—Ah, sí. ¿Qué tal… una barra de chocolate? —los chocolates de Paige siguen en el fondo de mi mochila, en el coche. Daría lo que fuera por darle unos chocolates en cuanto la vea.
—Por supuesto —dice, mientras saca un encendedor y enciende el papel en el que habíamos escrito—. Puedo conseguirle eso inmediatamente, señorita —las llamas rápidamente consumen la nota, dejando atrás los restos enroscándose y el aroma de papel quemado.
Abre la llave del lavabo en la barra y arroja la nota quemada hasta que todo rastro de cenizas desaparece. Luego, toma el tenedor de la charola, clava una porción enorme del pastel de queso y se la mete en la boca. Con un guiño, se retira, y me muestra su palma en señal de que me quede.
Gasto un poco más la alfombra caminando en círculos hasta que regresa. Pienso en su temor a que digamos las cosas en voz alta y lo que está haciendo en este lugar.
A mí me parece que escribirnos notas es demasiado cauteloso, si consideramos el grosor de las paredes y el ruido en el nido. Creo que Raffe me hubiera advertido si las conversaciones pudieran escucharse. Pero supongo que la gente de Obi no tiene a un ángel avisándoles que están hablando muy alto. A pesar de todos los contactos y espías de Obi, es posible que yo sepa más acerca de los ángeles que cualquiera de ellos.
Cuando Dee-Dum regresa, me trae un uniforme de sirviente y una barra grande de chocolate con avellanas. Me visto con el uniforme blanco y negro lo más rápido que puedo. Agradezco que los zapatos son prácticos, sin tacones y de suela blanda, hechos para meseras que están de pie todo el día. Zapatos con los que puedo correr. Las cosas pintan bien.
Cuando Dee-Dum saca su libreta, le digo que los ángeles no pueden escucharnos. Me lanza una mirada escéptica, incluso después de que se lo aseguro. Finalmente lo sorprendo cuando le muestro la espada de Raffe.
—¿Qué demonios es eso? —su voz es baja pero por lo menos está hablando. Dee-Dum mira la espada mientras coloco la funda en mi espalda.
—Son tiempos peligrosos, Dee-Dum. Toda chica debe tener una espada consigo —tengo que colgármela inclinada para que se acomode en mi espalda sin que la empuñadura se asome por entre mi cabello.
—Esa parece una espada de ángel.
—Obviamente no, de lo contrario no podría levantarla, ¿o sí?
—Cierto —asiente con la cabeza.
Hay demasiada convicción en su voz como para un hombre que nunca ha intentado levantar una. Adivino que ha intentado hacerlo varias veces.
Pruebo el sujetador de piel alrededor de la empuñadura para asegurarme de que puedo abrirlo fácilmente para sacar la espada con una mano.
Él sigue viéndome con un poco de sospecha, como si supiera que miento acerca de algo pero no adivina qué es.
—Bueno, supongo que es más silenciosa que una pistola. Pero ¿dónde encontraste algo así?
—En una casa. El dueño era un coleccionista.
Me pongo encima el saco corto que acompaña al uniforme. Es un poco grande para mí, de modo que resguarda muy bien la espada. No cubre muy bien la punta del mango, pero pasaría una inspección casual. Mi espalda no se ve totalmente natural, pero es suficiente. Mi cabello largo oculta un poco el bulto en mi espalda.
Claramente, Dee-Dum quiere interrogarme acerca de la espada, pero no puede pensar en las preguntas indicadas. Le pido que dirija el camino.
Lo más difícil de recordar mientras camino entre la multitud de la fiesta en el vestíbulo es comportarme como si nada. Pienso en el mango de la espada rebotando delicadamente en mi cadera al caminar. Sigo con el deseo de internarme en las sombras y desaparecer. Pero con los uniformes de sirvientes, somos invisibles siempre y cuando nos comportemos como se espera de nosotros.
Los únicos que parecen notarnos vagamente son los otros sirvientes. Afortunadamente, no tienen ni el tiempo ni la energía para tomar nota de nosotros. La fiesta está en su esplendor en estos momentos y lo sirvientes están casi corriendo para mantenerse a la par con el trabajo.
La única persona que me mira cuidadosamente es el recepcionista que nos registró. Paso por un mal rato cuando sus ojos se enganchan en los míos y detecto una luz de reconocimiento. Voltea hacia Dee-Dum. Intercambian miradas. Luego el recepcionista vuelve a su papeleo, como si no hubiera visto nada peculiar.
—Espera aquí —dice Dee-Dum y me deja en las sombras mientras camina hacia el mostrador de la recepción.
Me pregunto cuántos miembros de la resistencia se habrán infiltrado en el nido.
Dee-Dum habla brevemente con el recepcionista, luego se dirige a la entrada, llamándome para que lo siga. Ha apresurado su paso, es más urgente que antes.
Me sorprende un poco cuando Dee-Dum nos saca del edificio. Mucha más gente espera afuera y los guardias están demasiado ocupados como para notar nuestra presencia.
Me sorprendo aún más cuando nos dirige a la vuelta del edificio, hacia un callejón oscuro. Casi estoy corriendo para mantener el paso.
—¿Qué está pasando? —susurro.
—Han cambiado los planes. No tenemos tiempo. Te mostraré hacia dónde debes ir y luego hay algunas cosas que necesito hacer.
«No hay tiempo».
Troto tras él en silencio, tratando de mantener la calma.
Por primera vez, soy incapaz de controlar las dudas que me comen el cerebro. ¿Podré encontrar a Paige a tiempo? ¿Cómo lograré sacarla del nido por mi cuenta sin una silla de ruedas? Puedo cargarla a mis espaldas, pero no podré correr ni pelear así. Seremos un blanco grande y torpe en una galería de tiros.
¿Y qué pasará con Raffe?
A nuestra derecha hay una entrada para coches cercada que conduce a la cochera subterránea del nido. Dee-Dum me dirige hacia ella.
Estoy agudamente consciente de que somos humanos desarmados en la calle y de noche. Me siento aún más vulnerable cuando logro ver unos ojos que vigilan a través del callejón, cerca de donde unos bultos oscuros de personas se encuentran aglomeradas para protegerse del viento. No hay nada en esos ojos que me resulte sobrenatural, pero tampoco soy experta.
—¿Por qué no entramos desde el vestíbulo? —pregunto.
—Alguien siempre vigila esas escaleras. Tienes más posibilidades de entrar por la parte trasera.
A un lado de la entrada cercada hay una puerta de metal que lleva hacia la cochera. Dee-Dum saca una cantidad impresionante de llaves, las mueve rápida y apresuradamente e intenta abrir con algunas.
—¿No sabes cuál llave es? Y yo que pensaba que tú eras el que estaba preparado.
—Lo estoy —me dice con una sonrisa traviesa—. Pero estas no son mis llaves.
—Me tienes que enseñar ese truco de carterista un día de estos.
Levanta la mirada para responder, pero su cara se transforma en una expresión de preocupación. Volteo para ver lo que él ve.
Unas sombras se desplazan por el callejón, acercándose a nosotros.
Dee-Dum se mueve de su rincón y asume una posición de pelea, como un luchador que se prepara para un impacto. Yo sigo tratando de decidir si correr o pelear cuando cuatro hombres nos rodean.
Mientras la luna sale de entre las nubes de una tormenta, detecto unos cuerpos amargos y sin bañar, con ropas deshilachadas y ojos feroces. Me pregunto cómo llegaron al área restringida del nido. También podría preguntarme cómo es que las ratas entran a cualquier lugar. Simplemente lo hacen.
—Gentuza del hotel —dice uno. Sus ojos observan nuestras ropas limpias, nuestros cuerpos recién bañados—. ¿Tienen algo de comer?
—Sí —dice otro. Este carga con unas cadenas pesadas, de las que se ven colgando en los talleres mecánicos—. ¿Qué tal uno de esos bocadillos tan sofisticados?
—Oigan, todos estamos en el mismo equipo aquí —dice Dee-Dum. Su voz es tranquila, reconfortante—. Todos peleamos por lo mismo.
—Oye, imbécil —dice el primer tipo, mientras cierra el círculo que nos rodea—, ¿cuándo fue la última vez que tuviste hambre, eh? Mismo equipo, mi trasero.
El tipo de las cadenas comienza a ondearlas como si fueran un lazo. Estoy casi segura de que está presumiendo, pero no sé si eso es todo lo que planea hacer con ellas.
Mis músculos se preparan para una pelea. Cómo desearía haber tenido oportunidad de practicar con la espada antes de usarla, pero es mi mejor apuesta para detener las cadenas.
Abro el sujetador y desenvaino la espada.