31

Después de una breve conversación, el Político se aleja del reservado de los guerreros. Para mi alivio, atraviesa por el centro del club en vez de ir en mi dirección. Parece haberse olvidado de mí. Se abre paso por el club, se detiene aquí y allá saludando gente.

Todos miran cómo se conduce por los alrededores. Durante unos momentos nadie habla. Luego, la conversación comienza, tentativamente, como si no estuvieran seguros de que ya podían hablar. Los guerreros beben con seriedad y en silencio. Lo que sea que les haya dicho el Político, no les gustó.

Espero hasta que la conversación sube de volumen otra vez, antes de intentar acercarme al albino. Ahora que sé que la resistencia está en el nido, siento una oleada adicional de premura.

Aun así, me detengo a orillas de donde se encuentra el río de hembras. Hay una zona libre de mujeres alrededor del albino. Una vez que entre en ella, será difícil que no adviertan mi presencia.

Los ángeles parecen más interesados en socializar entre ellos que con las mujeres. A pesar de sus mejores esfuerzos, son tratadas como accesorios para los disfraces de los ángeles.

Cuando el albino voltea hacia donde estoy, logro identificar lo que mantiene a las mujeres alejadas. No es su absoluta falta de pigmentación, aunque estoy segura de que eso inquietaría a algunas personas. Pero estas mujeres no parecen rechazar a los hombres con plumas en sus espaldas, y quién sabe dónde más. ¿Cuál es el problema con no tener color alguno en la piel? Son sus ojos. Un vistazo y entiendo por qué los seres humanos prefieren mantenerse lejos.

Son de un color rojo sangre. Nunca había visto algo así. El iris es tan grande que abarca casi todo el ojo. Son como bolas carmesí inyectadas de blanco, como dos rayos en miniatura fulminados por la sangre. Unas largas pestañas de marfil enmarcan los ojos, como si no fueran lo suficientemente llamativos.

No puedo más que quedarme viendo. Aparto la mirada, avergonzada, y me doy cuenta de que hay otros humanos que también lo miran nerviosamente. Los otros ángeles, a pesar de su terrible agresión, parecen creados en el cielo. Este, en cambio, parece haber salido directamente de las pesadillas de mi madre.

He tenido bastantes oportunidades de estar alrededor de personas cuya apariencia física es inquietante para los demás. Paige era una niña muy popular entre la comunidad de discapacitados. Su amiga Judith nació con brazos cortos y unas pequeñas manos mal formadas. Alex se tambaleaba al caminar y tenía que contorsionar la cara dolorosamente para formar palabras coherentes, lo cual muchas veces lo obligaba a chorrear una cantidad vergonzosa de baba; Will era un cuadripléjico que necesitaba una bomba para respirar.

Las personas se les quedaban viendo y los rodeaban al pasar de la misma forma en que los seres humanos se comportan alrededor de este albino. Cada vez que algún incidente particularmente malo le ocurría a un miembro de su grupo de amigos, Paige los reunía para celebrar una fiesta temática. Una fiesta de piratas, una fiesta de zombis, una fiesta donde tenías que llegar como estuvieras vestido en ese momento, en la que un chico llegó en pijama y con un cepillo de dientes en la boca.

Bromeaban y reían y reconocían en sus almas que eran más fuertes unidos. Paige era su animadora, su consejera y su mejor amiga, todo en una.

Me queda claro que el albino necesita a alguien como Paige en su vida. Tiene las señales de alguien tremendamente consciente de que las personas lo miran y lo juzgan por su apariencia. Sus brazos y hombros se mantienen pegados a su cuerpo, su cabeza está inclinada hacia abajo, sus ojos rara vez miran hacia delante. Se mantiene del lado del grupo donde la luz es más tenue, donde es más probable que las miradas curiosas pudieran confundir el rojo de sus ojos con un color café oscuro.

Supongo que si hay algo que pudiera perturbar los prejuicios de un ángel, es alguien que parece salido de las llamas de infierno.

A pesar de su postura y de su sutil vulnerabilidad, es indiscutiblemente un guerrero. Todo en él es impositivo, desde sus hombros amplios y su altura excepcional hasta sus músculos protuberantes y sus enormes alas. Justo como los ángeles en el reservado. Justo como Raffe.

Cada uno de los miembros de este grupo parece haber sido creado para pelear y conquistar. Sus movimientos seguros y sus manifestaciones de autoridad lo confirman. Nunca hubiera notado que el albino está incómodo si no conociera ese tipo de incomodidad.

En cuanto ingreso a la zona libre de humanos alrededor del albino, este voltea hacia mí. Lo miro directamente a los ojos como lo haría con cualquier otra persona. Una vez que paso por el estado de shock de ver un par de ojos tan extraños, percibo en él una leve curiosidad. Me contoneo un poco, al mismo tiempo que le lanzo una sonrisa brillante.

—Qué bonitas pestañas tienes —le digo, arrastrando un poco las palabras. Trato de no exagerar.

Él parpadea con cierto asombro con sus pestañas de marfil. Camino hacia él, tropezando justo lo suficiente como para derramar algo de mi bebida en su impecable traje blanco.

—¡No! ¡Cuánto lo siento! ¡No puedo creer que acabo de hacer eso! —tomo un pañuelo de la mesa y embarro un poco la mancha—. Te ayudo a limpiarlo.

Agradezco que mis manos no tiemblen. No soy ajena a la vibra peligrosa a mi alrededor. Estos ángeles han matado más seres humanos que cualquier guerra en la historia. Y aquí estoy yo, salpicando a uno de ellos con mi bebida. No es la treta más original, pero es lo mejor que puedo hacer en el impulso del momento.

—Estoy segura de que se va a quitar —estoy parloteando como la chica medio borracha que se supone debo ser. El área alrededor del reservado se queda callada y todos nos observan.

No había contado con eso. Si a él le incomoda ser observado subrepticiamente, probablemente odie ser el centro de atención en un escenario tan estúpido como este.

Toma mi muñeca y la aleja de su traje. Su apretón es firme pero no como para causar dolor. Sin duda alguna podría partir en dos mi muñeca con el más mínimo capricho.

—Yo lo arreglo —noto un poco de irritación en su voz. La irritación está bien. Eso puedo controlarlo. Pensaría que es un buen tipo, si dejara de lado el hecho de que forma parte del equipo que trajo fuego y azufre a la Tierra.

Camina suavemente hacia el baño, ignorando las miradas de ángeles y humanos por igual. Lo sigo en silencio. Considero seguir con la actuación de la chica borracha, pero decido no hacerlo a menos que alguien lo distraiga en su camino al baño.

Nadie lo detiene, ni siquiera para saludarlo. Echo una mirada para ver dónde se encuentra Raffe, pero no lo veo en ninguna parte. Espero que no cuente conmigo para mantener al albino ahí dentro hasta que sienta que puede hacer su aparición.

En cuanto el albino se abre paso para ingresar al baño, Raffe surge de las sombras con un cono rojo y un letrero doblado de mantenimiento que dice «Temporalmente Fuera de Servicio». Coloca el cono y el letrero enfrente de la puerta y se mete después del albino.

No estoy segura de qué se supone que debo hacer ahora. ¿Me quedo aquí afuera y vigilo? Si confiara completamente en Raffe, eso es exactamente lo que haría.

Entro al baño de hombres. Paso a un lado de tres tipos que salen de prisa. Uno de ellos se sube apresuradamente la cremallera. Son humanos y probablemente no se cuestionarán por qué un ángel los está corriendo del baño.

Raffe está parado en la puerta y mira al albino, quien a su vez lo mira a través del espejo encima del lavabo. El albino se muestra precavido y cauteloso.

—Hola, Josiah —dice Raffe.

Los ojos sangrientos de Josiah se entrecierran, observan con atención a Raffe.

Luego, los ojos se abren del asombro al reconocerlo.

Da un giro para estar frente a Raffe. La incredulidad se pelea con la confusión, la dicha y la alarma. No tenía idea de que una persona pudiera sentir todas esas cosas simultáneamente, mucho menos mostrarlas en su cara.

Contiene su expresión hasta regresarla a un estado normal y en control. Parece que le cuesta un poco de trabajo.

—¿Te conozco? —pregunta Josiah.

—Soy yo, Josiah —dice Raffe, mientras da un paso para acercarse a él.

Josiah retrocede hasta chocar con la cubierta de mármol.

—No —sacude la cabeza, sus ojos rojos enormes y llenos de reconocimiento—. No creo conocerte.

Raffe parece confundido.

—¿Qué te ocurre, Josiah? Sé que ha pasado mucho tiempo pero…

—¿Mucho tiempo? —Josiah da un respiro mientras suelta una risa incómoda, aún se hace para atrás como si Raffe tuviera la plaga—. Sí, podría decirse —estira los labios para formar una sonrisa torcida, blanco con blanco—. Mucho tiempo, eso es gracioso. Sí.

Raffe se le queda viendo. Inclina de lado la cabeza.

—Escucha —dice Josiah—. Me tengo que ir. No… no me sigas, ¿entendido? Por favor, por favor, no puedo arriesgarme a ser visto con… extraños —inhala un suspiro tembloroso y da un paso determinado hacia la puerta.

Raffe lo detiene, colocándole la palma de su mano en el pecho.

—No hemos sido extraños desde que te saqué del barrio de los esclavos para entrenarte como soldado.

El albino se estremece al sentir el tacto de Raffe, como si lo hubiera quemado.

—Eso fue en otra vida, en otro mundo —da otro suspiro tembloroso. Baja la voz hasta convertirla en un susurro apenas audible—. No deberías estar aquí. Es demasiado peligroso para ti.

—¿En serio? —Raffe suena aburrido.

Josiah se voltea y se coloca otra vez en la cubierta del lavabo.

—Muchas cosas han cambiado. Las cosas se han vuelto complicadas —aunque su voz está perdiendo el nerviosismo, no puedo más que notar que Josiah se aleja lo más posible de Raffe.

—¿Tan complicada que mis propios hombres se han olvidado de mí?

Josiah entra en uno de los cubículos y jala la perilla del escusado.

—Nadie te ha olvidado —apenas puedo escuchar sus palabras por el ruido del agua, así que estoy segura de que nadie afuera del baño puede oírlo—. Todo lo contrario. Te has convertido en el tema de conversación en el nido —camina a otro cubículo y jala la perilla—. Prácticamente hay una campaña anti Rafael.

¿Rafael? ¿Quiere decir Raffe?

—¿Por qué? ¿A quién le importaría?

El albino se encoge de hombros.

—Yo sólo soy un soldado. Las maquinaciones de los arcángeles están muy por encima de mí. Pero si estuviera obligado a adivinar… ahora que Gabriel fue derribado…

—Hay un vacío de poder. ¿Quién es el Mensajero ahora?

Josiah jala la perilla de otro escusado.

—Nadie. Hay un empate. Todos estuvimos de acuerdo en que fuera Miguel, pero no lo desea. Le gusta ser general y no abandonaría el ámbito militar. Uriel, por otro lado, lo desea tanto que está prácticamente peinando nuestras plumas con sus propias manos, para poder obtener el apoyo que necesita.

—Eso explica la fiesta interminable y las mujeres. Está tomando un camino muy peligroso.

—Entre tanto, ninguno de nosotros sabe qué está sucediendo o por qué demonios estamos aquí. Como es habitual, Gabriel no nos dijo nada. Sabes cómo le gustaba ser dramático. Todo se revelaba sólo en caso de que fuera necesario, e incluso en esa instancia, corrías con suerte si le sacabas algo que de todos modos era transmitido de manera críptica.

Raffe asiente con la cabeza.

—Entonces ¿qué detiene a Uriel de obtener el apoyo que necesita?

El albino jala otra perilla. Y aunque el estruendo del agua opacaría cualquier sonido, él sólo señala con el dedo a Raffe y se dibuja en su boca la palabra «tú».

Raffe arquea una ceja.

—Claro —dice Josiah—. Hay algunos a quienes no les gusta la idea de que Uriel se convierta en el Mensajero, porque tiene un vínculo demasiado cercano con el infierno. No deja de decirnos que visitar la Fosa es parte de su trabajo, pero ¿cómo saber lo que realmente sucede allá abajo? ¿Sabes a qué me refiero?

Josiah camina de vuelta al primer cubículo para llenar el lugar con otra ruidosa descarga de agua.

—Pero el problema más grande de Uriel son tus hombres. Todos son unos brutos testarudos. Están tan enojados por el hecho de que los abandonaste, que ellos mismos te despedazarían, pero no van a permitir que alguien más lo haga. Dicen que todos los arcángeles sobrevivientes deberían contender para ser Mensajeros, incluyéndote a ti. Uriel no ha logrado ganárselos a ellos. Todavía no.

—¿A ellos?

Josiah cierra sus ojos de sangre.

—Sabes que yo no puedo asumir una postura, Rafael. Nunca he podido hacerlo. Nunca podré. Correré con suerte si no termino lavando platos al final de todo esto. Apenas puedo mantenerme unido al grupo así como está —escupe esto último con un enorme sentimiento de frustración.

—¿Qué dicen ellos de mí?

La voz de Josiah se vuelve gentil, como si no quisiera ser la persona que carga esa clase de mala noticia:

—Que ningún ángel puede soportar estar solo durante tanto tiempo. Que si no has regresado significa que estás muerto. O que te has unido al otro lado.

—¿Qué he caído? —pregunta Raffe. Un músculo en su quijada se tensa mientras aprieta los dientes.

—Se escuchan rumores de que cometiste el mismo pecado que los Vigilantes. Que no has regresado porque no se te permite regresar. Que escapaste astutamente de la humillación y la tortura eterna construyendo una historia sobre cómo tú les evitaste la pena a tus Vigilantes de cazar a sus propios hijos. Que todos los Nephilim que circulan alrededor de la Tierra son prueba suficiente de que ni siquiera lo intentaste.

—¿Qué Nephilim?

—¿Es en serio? —Josiah mira a Raffe como si estuviera viendo a alguien fuera de sus casillas—. Están en todas partes. Los humanos mueren de miedo de salir por la noche. Todos los sirvientes han contado historias de cómo se encontraron cuerpos comidos a medias o de cuando su grupo fue atacado por los Nephilim.

Raffe parpadea, se toma unos momentos para asimilar lo que acaba de escuchar.

—No son Nephilim. No se parecen en nada a los Nephilim.

—Suenan como Nephilim. Comen como Nephilim. Aterrorizan como Nephilim. Tú y los Vigilantes son los únicos vivos que saben qué apariencia tienen. Y ustedes no son testigos muy creíbles que digamos.

—He visto a estas cosas y no son Nephilim.

—Sean lo que sean, juro que será más fácil cazar a cada uno de ellos que convencer a las masas de que no lo son. Porque ¿qué otra cosa podrían ser?

Raffe me mira rápidamente. Mira el piso encerado mientras responde.

—No tengo idea. Los hemos estado llamando «pequeños demonios».

—¿Hemos? —Josiah voltea a verme mientras yo trato de ser invisible, parada en la puerta del baño—. ¿Tú y tu Hija del Hombre? —su tono es parte acusación, parte decepción.

—No es como lo piensas, Josiah, por Dios. Tú sabes que yo sería el último que tomaría ese camino, después de lo que le pasó a mis Vigilantes, por no decir a sus esposas. —Raffe camina pausadamente, en señal de frustración—. Además, este es el último lugar donde puedes arrojarme esa acusación.

—Hasta donde yo sé, nadie ha cruzado la barrera —dice Josiah—. Algunos de los muchachos dicen que sí, pero son los mismos que dicen que solían pelear con dragones en el pasado, con las alas y las manos atadas, para que la contienda fuera justa.

El albino jala la perilla del siguiente retrete.

—Por el otro lado, tú sí que tendrás serios problemas para convencer a la gente de que… tú sabes —voltea a verme nuevamente—. Necesitarás contrarrestar la propaganda en tu contra con tu propia campaña, antes de que intentes cualquier tipo de regreso triunfal. De lo contrario, podrías enfrentarte a un linchamiento. De modo que sugiero que huyas por la salida más cercana.

—No puedo. Necesito un cirujano.

—¿Para qué? —Josiah levanta las cejas en señal de sorpresa.

Raffe mira fijamente los ojos ensangrentados de Josiah. No quiere decirlo. Vamos, Raffe. No tenemos tiempo para momentos psicológicos delicados. Sé que es un poco frío de mi parte, pero alguien podría entrar por esa puerta en cualquier instante y ni siquiera hemos llegado al tema de Paige. Estoy a punto de abrir la boca para decir algo cuando Raffe habla.

—Me han cortado las alas.

Ahora es el turno de Josiah de ver fijamente a Raffe.

—¿Cortado? ¿Cómo?

—Cortado.

El rostro del albino se transforma, cubierto de shock y terror. Es extraño ver un par de ojos de apariencia tan maligna llenarse de lástima. No obtendrías una respuesta más compasiva si Raffe le hubiera dicho que lo habían castrado. Josiah abre la boca para decir algo, luego la cierra, como si hubiera decidido que era estúpido decirlo. Mira el saco de Raffe, con las alas asomándose, luego regresa a su rostro.

—Necesito a alguien que pueda coserlas de nuevo. Alguien lo suficientemente bueno como para que vuelvan a ser funcionales.

Josiah le da la espalda y se recarga en un lavabo.

—No puedo ayudarte —hay duda en su voz.

—Todo lo que tienes que hacer es preguntar, hacer la introducción.

—Rafael, sólo el jefe de los cirujanos puede hacer cirugía aquí.

—Perfecto. Eso hace que tu tarea sea mucho más sencilla.

—La jefa de cirujanos es Laylah.

Raffe mira a Josiah como si esperara no haberlo escuchado bien.

—¿Es la única que puede hacerlo? —hay temor en su voz.

—Sí.

Raffe se pasa las manos por el cabello, parece como si quisiera arrancárselo.

—¿Ustedes siguen…?

—Sí —dice Josiah a regañadientes, casi avergonzado.

—¿Podrías convencerla?

—Sabes que no me puedo dar el lujo de arriesgar el pescuezo —el albino comienza a moverse, obviamente agitado.

—No te lo pediría si tuviera otra opción.

—Sí tienes otra opción. Ellos tienen médicos.

—Esa no es una opción, Josiah. ¿Lo harías?

Josiah suspira pesadamente, arrepintiéndose de lo que está a punto de decir:

—Veré qué puedo hacer. Escóndete en un cuarto. Te buscaré en un par de horas.

Raffe asiente con la cabeza. Josiah se voltea para retirarse. Abro la boca para decir algo, preocupada de que Raffe haya olvidado a mi hermana.

—Josiah —dice Raffe antes de que yo pueda preguntarle algo—. ¿Qué sabes acerca de los niños que han sido robados?

Josiah se detiene en su camino a la puerta. Su perfil está muy quieto. Demasiado quieto.

—¿Qué niños?

—Creo que sabes bien qué niños. No necesitas decirme lo que está pasando. Sólo quiero saber dónde los resguardan.

—No sé nada acerca de eso —sigue sin vernos a nosotros; se mantiene congelado de perfil, hablándole a la puerta.

El jazz de afuera se filtra al baño. El espesor de la fiesta se rompe en pedazos de conversación mientras un par de hombres se aproximan al baño, luego se desvanecen en el ruido de fondo conforme se alejan del área. El letrero de mantenimiento debe estar funcionando.

—Muy bien —dice Raffe—. Te veré en un par de horas.

Josiah abre la puerta y sale como un alma que lleva el diablo.