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Casi tiro a Paige al dar la vuelta a toda velocidad para cambiar de dirección. Frenamos de golpe detrás de un camión de mudanzas estacionado. No puedo controlar la curiosidad y echo un vistazo desde nuestro escondite.

Cinco ángeles más descienden y rodean al de alas blancas. A juzgar por sus posturas agresivas se trata de una pelea de cinco contra uno. Está demasiado oscuro para observarlos con detalle, pero uno de ellos llama más la atención. Es un gigante, su estatura es muy por encima de la de los demás. Algo en la forma de sus alas me parece distinto, pero las doblan demasiado rápido al aterrizar y no logro observarlas bien como para disipar la duda de si en realidad había algo diferente en él.

Nos agachamos y mis músculos se contraen, negándose a moverse de la relativa seguridad de atrás del neumático del camión. Hasta ahora, parece que no se percatan de nuestra existencia.

De repente, una luz empieza a titilar y se enciende por encima del coche híbrido aplastado. Volvió la electricidad y ese farol es uno de los pocos que no se ha roto todavía. Ese solitario pozo de luz es demasiado brillante y tenebroso, resaltando los contrastes más que iluminar en sí. Unas cuantas ventanas vacías se iluminan también a lo largo de la calle, ofreciendo la suficiente luz como para mostrarme a los ángeles un poco mejor.

Tienen alas de colores distintos. El que se estrelló contra el coche tiene las alas blancas como la nieve. El gigante tiene alas del color de la noche. Las de los otros son azules, verdes, naranja quemado y con rayas de tigre.

Todos andan sin camisa, sus formas musculosas exhibiéndose con cada movimiento. Lo mismo que con sus alas, el tono de piel varía. El ángel de las alas blancas tiene una piel ligeramente acaramelada. El de las alas de noche tiene la piel tan pálida como la de un cascarón de huevo. El resto varía entre dorados y café oscuro. Estos ángeles parecen de los que han sobrevivido varias batallas. Sin embargo, su piel intacta es tan perfecta que las reinas de los bailes de graduación matarían a sus parejas con tal de tener una igual.

El ángel de las alas nevadas rueda dolorosamente y cae del coche aplastado. A pesar de sus heridas, cae en posición de guardia, listo para atacar. Su gracia atlética me recuerda a la de un puma que una vez vi en televisión.

Me doy cuenta que es un contrincante formidable por la manera cautelosa en que los otros se aproximan a él, a pesar de que está herido y de que ellos son más. Los otros son musculosos, pero parecen brutos y torpes comparados con él. Tiene el cuerpo de un nadador olímpico, firme y tonificado. Parece listo para pelear con ellos sin un arma, aunque todos sus contrincantes están armados con espadas.

Su espada está a unos metros del coche, donde acabó después de su caída. Como las espadas de ángel, es corta, con una navaja de medio metro, de doble filo y lista para cortar yugulares.

El ángel ve su espada y abalanza hacia ella, pero el ángel Quemado la patea. La espada se aleja de su dueño dando vueltas por el asfalto, pero la distancia a la que se desplaza es sorprendentemente corta. Debe ser pesada como el plomo. De todos modos, está lo suficientemente lejos como para que el ángel Nevado no tenga la más mínima oportunidad de recuperarla.

Me acomodo para ver la ejecución del ángel. No me queda ninguna duda de lo que está por suceder. Aun así, el Nevado da una muy buena pelea. Patea al ángel de las alas rayadas y logra mantenerse firme contra otros dos. Pero no puede pelear con los cinco al mismo tiempo.

Al final, entre cuatro logran derribarlo prácticamente sentándose encima de él. El gigante de las alas de noche se acerca. Lo acecha como el Ángel Exterminador, quien supongo que podría ser él mismo. Me da la impresión que esta es la culminación de varias batallas entre ellos. Presiento una historia entre ellos, por la manera en como se miran el uno al otro, por la forma como el gigante extiende de un tirón una de sus alas blancas como la nieve. Le lanza una mirada a Rayado, quien levanta su espada por encima de Nevado.

Quiero cerrar los ojos para no ver este último golpe, pero no puedo. Mis ojos están pegados a la escena.

—Debiste aceptar nuestra invitación cuando tuviste oportunidad —dice el Nocturno, levantando el ala para alejarla del cuerpo de Nevado—. Aunque ni siquiera yo hubiera predicho este final para ti.

Asiente nuevamente en dirección del Rayado. La espada desciende con fuerza y corta el ala.

El Nevado suelta un alarido de furia. Las calles se llenan con los ecos de su rabia y agonía.

La sangre brota por todos lados, salpicando a los demás. Luchan por sostenerlo, pues la sangre hace que su cuerpo resbale. El Nevado gira y patea a dos de los bravucones con la rapidez de un rayo. Terminan rodando en el asfalto, doblados por la mitad. Por un breve instante, mientras los otros dos ángeles luchan por mantenerlo en el suelo, pienso que logrará liberarse.

Pero el Nocturno aplasta su bota sobre la espalda del Nevado, justo en la herida recién infligida.

El Nevado suelta un suspiro ahogado de dolor, pero no grita. Los otros aprovechan la oportunidad para afianzarlo de nuevo en el suelo.

El Nocturno suelta el ala cortada. Cae en el asfalto con el ruido seco de un animal muerto.

La expresión del Nevado es de absoluta furia. Todavía tiene un poco de fuerza, pero se está desvaneciendo rápidamente, conforme pierde sangre. La sangre mancha su piel, cubre mechones de su cabello.

El Nocturno toma la otra ala y la extiende.

—Si fuera por mí, te dejaría ir —dice el Nocturno. Hay suficiente admiración en su voz como para hacerme sospechar que lo está diciendo en serio—. Pero todos tenemos nuestras órdenes —a pesar de la admiración, no muestra arrepentimiento.

La espada del Rayado, colocada en la coyuntura del ala del Nevado, atrapa el reflejo de la luna.

Me estremezco a la espera de otro golpe sangriento. Detrás de mí, un diminuto gemido de aflicción se escapa del aliento de Paige.

El Quemado inclina su cabeza a un lado, detrás del Nocturno. Mira justo en dirección a nosotras.

Me congelo, agachada detrás del camión de mudanzas. Mi corazón se detiene durante un segundo, para luego triplicar su ritmo.

El Quemado se levanta y se aleja de la matanza.

En dirección a nosotras.