Adentro, el techo abovedado de doble altura y los toques art déco dan la impresión de que el vestíbulo pretendía darle la bienvenida a personas de muchos recursos. Una escalera curva y dorada domina el lugar, creando un escenario perfecto para parejas de vestidos largos y smokings, acento británico y pedigrí. Irónicamente, un grupo de querubines regordetes nos miran desde el fresco en el techo.
A un lado se encuentra un largo mostrador de mármol que debería tener a varios recepcionistas detrás, preguntándonos cuánto tiempo pensamos quedarnos. Ahora es sólo un vacío recordatorio de que este edificio solía ser un hotel de categoría hace unos meses. Bueno, no está completamente vacío. Hay un recepcionista, que parece muy pequeño y humano entre todo ese mármol y gracia angelical.
El recibidor se encuentra salpicado de grupos pequeños que platican y ríen, todos con vestidos de noche. La mayoría de las mujeres son humanas, sólo veo una mujer ángel que circula por el vestíbulo de vez en cuando. Los hombres son una mezcla de humano y de ángel. Los humanos son sirvientes que llevan tragos, recogen vasos vacíos y guardan los abrigos de las pocas mujeres afortunadas que los tienen.
Raffe se detiene un momento, sólo para revisar la escena. Nos desplazamos junto a la pared hacia un corredor amplio con pisos de mármol y tapizado de terciopelo. La iluminación en el vestíbulo y el pasillo es más decorativa que práctica. Esto permite que se dibujen sombras suaves en las paredes, un hecho que seguramente no se le escapó a Raffe. No puedo decir que nos estamos escabullendo a través del edificio, no exactamente, pero no estamos llamando la atención de nadie.
Un flujo constante de personas entra y sale de un par de enormes puertas de cuero con acentos de metal. Vamos hacia a esa dirección, cuando tres ángeles entran por ahí. Son amplios y sólidos. Cada movimiento grácil, cada músculo abultado, los declara como atletas. No, atletas no. «Guerreros» es la palabra que me viene a la cabeza.
Dos de ellos sacan por lo menos una cabeza a los demás. El tercero es más compacto, más ligero, como un guepardo en comparación con el par de osos. Todos portan espadas que cuelgan de sus muslos mientras caminan. Me doy cuenta de que, con la excepción de Raffe y los guardias, estos son los primeros ángeles con espadas que hemos visto.
Raffe inclina la cabeza como para aproximarse a mí y sonríe como si yo acabara de decir algo gracioso. Acerca su cabeza lo suficiente como para que yo piense que está a punto de besarme. En vez de eso, simplemente pega su frente a la mía.
Para los hombres que pasaron a nuestro lado, Raffe parecería un hombre siendo afectuoso. Pero no pueden ver sus ojos. A pesar de la sonrisa, la expresión de Raffe es de dolor, del tipo de dolor que no puedes detener con aspirinas. Mientras los ángeles caminan junto a nosotros, Raffe voltea sutilmente su cuerpo de modo que siempre les da la espalda. Se ríen por algo que dijo el guepardo, y Raffe cierra los ojos, sumergiéndose en un sentimiento agridulce que no logro comprender.
Su cara está tan cerca de la mía que nuestros alientos se mezclan. No obstante, él está lejos, en un lugar donde es golpeado por emociones profundas y amargas. Lo que esté sintiendo, es muy humano. Siento una fuerte compulsión por tratar de sacarlo de ese estado de ánimo, de distraerlo.
Pongo mi mano en su mejilla. Es cálida y placentera. Quizá demasiado. Cuando sus ojos no se abren, tentativamente toco sus labios con los míos.
Al principio, no obtengo respuesta y considero retroceder.
Luego, su beso se vuelve hambriento.
No es el beso delicado de una pareja en su primera cita, ni el beso de un hombre impulsado por simple lujuria. Me besa con la desesperación de un hombre moribundo que cree que la magia de la vida eterna se encuentra en este beso. La manera feroz en que me toma de la cintura y de los hombros, la fuerte presión de sus labios, me sacan de equilibrio hasta que mis pensamientos pierden el control.
La presión se relaja y el beso se vuelve sensual.
Una suave calidez brota desde el toque sedoso de sus labios y su lengua, y llega hasta el centro de mi ser. Mi cuerpo se derrite en el suyo y estoy hiperconsciente de los duros músculos de su pecho contra el mío, el calor de sus manos en mi cintura y mis hombros, la humedad de su boca sobre la mía.
Y luego, se termina.
Raffe retrocede, toma una bocanada de aire como si emergiera de aguas turbulentas. Sus ojos son como dos remolinos de emoción.
Cierra sus ojos para no ver los míos. Relaja su respiración con una exhalación controlada.
Cuando abre nuevamente los ojos, son más negros que azules y completamente ilegibles. Lo que esté sucediendo detrás de esos ojos abarrotados es ahora impenetrable.
Lo que vi ahí hace un momento ahora está enterrado tan adentro que me pregunto si lo imaginé. Lo único que me indica que él sintió algo es que su respiración sigue siendo más rápida de lo normal.
—Deberías saber —me dice. Su susurro es tan bajo que ni siquiera los ángeles serían capaces de escucharlo más allá del barullo en el corredor—. Ni siquiera me gustas.
Me tenso en sus brazos. No sé qué es lo que esperaba que me dijera, pero ciertamente no eso.
A diferencia de él, yo estoy muy segura de que mis emociones se comunican muy claramente en mi rostro. Puedo sentir una de esas emociones encendiendo mis mejillas a causa de la humillación.
Da unos pasos hacia atrás, casualmente, se voltea y se abre paso por las puertas dobles.
Me quedo parada en el corredor, viendo cómo las puertas se mecen hasta detenerse por completo.
Una pareja empuja las puertas desde el otro lado. El ángel tiene su brazo alrededor de la mujer. Ella trae un largo vestido plateado de lentejuelas que abraza su cuerpo y se contonea a su paso. Él viste un traje color púrpura con una camisa color rosa neón que envuelve su amplio cuello en sus hombros. Ambos me miran al pasar.
Cuando un hombre vestido de púrpura y rosado fluorescente se te queda viendo, sabes que es momento de cambiar tu apariencia. Aunque mi vestido color carmesí es corto y ajustado, no está fuera de lugar aquí. Debe haberles llamado la atención mi expresión de asombro y humillación.
Le pido a mi rostro que regrese a una expresión neutral y obligo a mis hombros a relajarse, o por lo menos que parezcan relajados.
He besado a chicos antes. A veces llegó a ser incómodo después, pero nunca así. Siempre me pareció que besar era placentero, como el aroma de las rosas o las risas en el verano. Lo que experimenté con Raffe fue otra cosa. Fue un verdadero desastre nuclear, de los que derriten las rodillas, retuercen las entrañas y adelgazan las venas, si lo comparamos con los otros besos que he recibido.
Respiro muy profundo. Lo dejo ir lentamente.
«Ni siquiera le gusto».
Dejo que la idea dé vueltas en mi cabeza. Todo lo que siento en ese momento queda guardado en una bóveda, con la puerta de dos metros de grosor cerrándose de golpe al entrar, en caso de que cualquier cosa ahí dentro tenga intenciones de salir.
Incluso si me quisiera, ¿qué importa? El resultado sería el mismo. Un camino sin salida. Nuestra alianza está a punto de disolverse. En cuanto encuentre a Paige, necesito salir de aquí lo más rápido posible. Y él necesita que le vuelvan a coser las alas para lidiar con esos enemigos que le están causando problemas. Luego, él regresará con sus amigos a destruir mi mundo y yo a tratar de sobrevivir con mi familia. Así son las cosas. No hay lugar para fantasías de colegiala.
Respiro profundo otra vez y dejo salir el aire, asegurándome de que cualquier sentimiento residual esté bajo control. Lo que importa es encontrar a Paige. Para hacer eso, necesito trabajar con Raffe por lo menos un poco más.
Entro por las puertas dobles y me abro paso entre la gente para encontrarlo.