25

—¿Qué piensas que estaban haciendo? —pregunto.

Raffe se encoge de hombros.

—¿Crees que estaban alimentando a los demonios?

—Puede ser.

—¿Por qué harían eso?

—Yo me he dado por vencido en tratar de entender a los humanos.

—No todos somos así —le digo. No sé por qué tengo que justificar nuestro comportamiento ante un ángel.

Él sólo me mira con superioridad y sigue caminando.

—Si nos hubieras visto antes de los ataques, lo sabrías —digo testarudamente.

—Lo sé —dice sin voltear a verme.

—¿Cómo lo sabes?

—Veía la televisión.

Suelto una carcajada. Luego, me doy cuenta de que no lo dijo en broma.

—¿Es en serio?

—¿No es lo que hacen todos?

Supongo que sí. Estaba en el aire, gratis. Todo lo que tenían que hacer era sintonizar la señal para saber todo sobre nosotros. Aunque la televisión no era exactamente un manifiesto de la realidad, por lo menos reflejaba nuestras más grandes esperanzas y nuestros más grandes temores. Me pregunto qué pensarán de nosotros los ángeles, si es que acaso piensan en nosotros.

Me pregunto qué hace Raffe en su tiempo libre, más allá de ver la televisión. Es difícil imaginarlo sentado en su sillón después de un duro día de guerra, viendo programas de televisión sobre seres humanos para relajarse. ¿Cómo es su vida diaria?

—¿Estás casado? —Inmediatamente me arrepiento de haber hecho esa pregunta, ya que me hace construir una imagen de él con una esposa ángel dolorosamente bella, con pequeños querubines revoloteando en una finca con pilares griegos.

Detiene su caminata y me mira como si hubiera dicho algo completamente inapropiado.

—No dejes que mi apariencia te engañe, Penryn. No soy humano. Las Hijas del Hombre están prohibidas para los ángeles.

—¿Y qué hay de las Hijas de la Mujer? —Intento una sonrisa burlona pero es inútil.

—Esto es algo serio. ¿Qué no sabes nada sobre historia de las religiones?

Lo poco que sé sobre religión lo aprendí de mi madre. Pienso en todas las veces que parecía poseída y hablaba en idiomas raros a la mitad de la noche en mi habitación. Entró tantas veces mientras dormía que adquirí el hábito de dormir con la espalda hacia la pared para poder verla venir sin que ella supiera que yo estaba despierta.

Se sentaba en el suelo junto a mi cama, meciéndose en una especie de estado de trance, aferrándose a su Biblia y hablando en idiomas incomprensibles durante horas. Los sonidos guturales y sin sentido tenían la cadencia de un cántico furioso. O de una maldición.

Cosas que son realmente espeluznantes mientras estás acostada en la oscuridad, casi dormida. Hasta ahí llega mi educación religiosa.

—Eh, no —le respondo—. No creo saber mucho sobre historia de las religiones.

—Un grupo de ángeles llamados los Vigilantes estuvieron instalados en la Tierra para observar a los humanos —comienza a caminar nuevamente—. Con el paso del tiempo, comenzaron a sentirse solos y tomaron a mujeres como esposas, aun cuando sabían que no debían hacerlo. Sus hijos fueron llamados Nephilim. Eran abominables. Se alimentaban de seres humanos, bebían su sangre y aterrorizaban la Tierra. Por eso, los Vigilantes fueron condenados a la Fosa hasta el Día del Juicio Final.

Da varios pasos en silencio, como si se preguntara si debiera contarme más. Yo no digo nada, esperando escuchar un poco más. Me interesa todo acerca del mundo de los ángeles, aunque se trate de historia antigua.

El silencio es pesado como una cortina. Percibo que hay algo más de lo que me está contando.

—¿Y entonces? —lo incito—. En pocas palabras, ¿los ángeles no tienen permitido juntarse con los humanos? De lo contrario ¿están condenados?

—Exacto.

—Qué fuerte —me sorprende que puedo sentir compasión por los ángeles, aunque sólo sea de los que formaron parte de la historia antigua.

—Si piensas que eso es fuerte, deberías haber visto el castigo que recibieron las esposas.

Es casi como si me invitara a preguntar. Es mi oportunidad para averiguar más. Pero no quiero saber cuál es el castigo para una mujer que se enamorara de un ángel. En vez de eso, me concentro en ver la hierba seca crujir bajo mis pies mientras caminamos.

El Boulevard Skyline termina abruptamente en la carretera 92 y seguimos por la autopista 280 hacia el norte, hacia la antes sobrepoblada zona al sur de San Francisco. Esta es una arteria principal hacia el interior de la ciudad, de modo que no debería ser extraordinario escuchar un vehículo cruzar por el camino debajo de nosotros. Pero lo es.

Ha pasado casi un mes desde que escuché un vehículo en movimiento. Hay bastantes coches que funcionan, bastante combustible, pero no sabía que todavía existían caminos libres para transitar. Nos escondemos entre los matorrales y revisamos el camino. El viento atraviesa mi abrigo y algunos mechones de cabello se desprenden de mi peinado.

Debajo de nosotros, una camioneta Hummer color negro serpentea, siguiendo un sendero que ha sido liberado de coches atascados. Se detiene por unos momentos. Si apagara el motor, no sería muy distinto de los otros miles de coches abandonados en las calles. Cuando se estaba moviendo, podía ver el camino de coches desplazados que parecía seguir. Pero ahora, puedo ver que el sendero está astutamente trazado para ocultar el hecho de que se trata de un camino.

Ahora que la Hummer se detuvo, el sendero está bloqueado y sería muy difícil ver el camino a menos que lo conocieras. Ahora es sólo uno entre un mar de coches vacíos, y el sendero sólo un patrón azaroso de brechas en medio de un laberinto infinito. Desde el suelo, seguramente podrías ver al conductor y los pasajeros, pero desde el aire, jamás podrías notarlo. Estos tipos se están escondiendo de los ángeles.

—Los hombres de Obi —dice Raffe, llegando a la misma conclusión a la que yo he llegado—. Astuto —dice, con algo de respeto en la voz.

Sí es astuto. Los caminos son la manera más directa de llegar a cualquier parte. La Hummer apaga el motor y desaparece de la escena. Un momento después, Raffe apunta hacia arriba. Unas pequeñas motas marcan el cielo antes completamente azul. Las motas se mueven con rapidez y pronto se convierten en un escuadrón de ángeles que vuelan en forma de V. Se mueven al ras de la autopista como si estuvieran al acecho de alguna presa.

Sostengo la respiración y me escondo lo más posible en el matorral, preguntándome si Raffe llamará su atención. Otra vez me doy cuenta de lo poco que sé sobre los ángeles. Ni siquiera puedo adivinar si Raffe es amigo de este nuevo grupo. ¿Cómo podría distinguir si son hostiles o no?

Si acaso logro infiltrarme en la madriguera de los ángeles pronto, ¿cómo encontraré a los que se llevaron a Paige? Si supiera algo acerca de ellos, sus nombres o la identificación de su unidad, tendría algo con qué comenzar. Sin saberlo, supuse que los ángeles son una comunidad pequeña, quizá un poco más grande que el campamento de Obi. Vagamente imaginé que, siempre y cuando pudiera encontrar el nido, podría espiarlo y deducir qué hacer desde ahí.

Por primera vez se me ocurre que podría ser mucho más grande que eso. Lo suficiente como para que Raffe no fuera capaz de identificar si estos ángeles son amigos o enemigos. Lo suficientemente grande como para que hubieran formado facciones asesinas dentro de sus filas. Si caminara en un campamento del tamaño de un ejército romano, ¿podría descubrir dónde tienen a Paige y salir con ella de ese lugar?

A mi lado, los músculos de Raffe se relajan y se aplasta contra el suelo. Ha decidido no llamar la atención de los ángeles. No sé si esto significa que los ha identificado como ángeles hostiles o si simplemente no pudo identificarlos.

Sea lo que sea, me indica que sus enemigos son peores que los riesgos que toma en tierra. Si pudiera encontrarse con ángeles amistosos, podrían llevarlo a donde fuera que necesitara ir, y recibiría atención médica mucho más pronto. La amenaza debe ser muy grande como para desaprovechar esta oportunidad.

Los ángeles giran y pasan por encima del mar de coches, como si husmearan el aire en busca de sus presas.

Apenas puedo encontrar la Hummer nuevamente, aunque vi dónde se había detenido. Los hombres de Obi saben camuflarse.

Me pregunto qué misión los hace arriesgarse a ser atrapados en el camino. No podemos ser nosotros. No vale la pena el riesgo, por lo menos, no que ellos sepan. Entonces deben pensar que hay algo importante cerca o en la ciudad. ¿Están en una misión de reconocimiento?

Lo que fuera que los ángeles buscaban, no lo encuentran. Ascienden de nuevo y desaparecen en el horizonte. El aire debe afectar su sentido del oído. Tal vez por eso es tan fino en un principio.

Dejo escapar un suspiro de alivio. La Hummer se enciende y recomienza su serpenteo hacia el norte de la ciudad.

—¿Cómo supieron que los ángeles los estaban buscando? —pregunta Raffe en voz baja.

Yo me encojo de hombros. Podría lanzar algunas conjeturas, pero no quiero compartirlas con él. Somos monos inteligentes, especialmente cuando se trata de supervivencia. Y Silicon Valley tiene a algunos de los monos más inteligentes e innovadores en el mundo. Incluso si tuve que escapar del campamento de Obi, siento un espasmo de orgullo por lo que nuestro lado está haciendo.

Raffe me mira detenidamente y me pregunto qué tanto de lo que pienso se nota en mi cara.

—¿Por qué no los llamaste? —le pregunto.

Ahora es su turno de encogerse de hombros.

—Podrías haber recibido atención médica antes de que caiga la tarde —le digo.

Se empuja para levantarse del suelo y se sacude el cuerpo.

—Sí. O podría entregarme de vuelta a mis enemigos.

Comienza a caminar en la misma dirección que el sendero. Sigo sus pasos.

—¿Los reconociste? —trato de mantener mi tono casual. Cómo desearía preguntarle directamente cuántos son, pero esa no es una pregunta que él pudiera responder sin traicionar secretos militares.

Sacude la cabeza sin decir nada.

—¿No, no reconociste quiénes eran? ¿O no, no los viste lo suficientemente bien como para reconocerlos?

Hace una pausa para tomar el resto de la comida de gato de su bolso.

—Toma. Por favor, métete eso en la boca. Puedes quedarte con mi parte.

A eso llegó mi búsqueda de información. Supongo que jamás seré un maestro espía como Tweedledee y Tweedledum.