No puedo evitar mirar hacia atrás para asegurarme de que no hay necesidad de preocuparme por algo que me ataque por la espalda. No es que un monstruo capaz de despedazar a un grupo de hombres armados se tomaría la molestia de atacarme con sigilo. Me pregunto por qué no hemos evolucionado para tener ojos detrás de la cabeza…
Mientras más adentro camino en el bosque, más me envuelve la oscuridad. Me digo a mí misma que esto no es un suicidio. Los bosques están llenos de criaturas vivas —ardillas, pájaros, venados, conejos— y el monstruo no puede matarlos a todos. De modo que mis posibilidades de estar dentro dela mayoría de los seres vivos en el bosque que sobrevivirán a la noche son bastante buenas. ¿Verdad?
Me muevo por instinto en este negro bosque, con la esperanza de dirigirme hacia el norte. Tras un lapso corto comienzo a tener serias dudas sobre la dirección que estoy tomando. Leí en alguna parte que cuando están perdidas sin remedio, las personas tienden a caminar en círculos grandes. ¿Qué pasaría si camino por el rumbo equivocado?
Las dudas erosionan mi razón y puedo sentir el pánico elevarse en mi pecho otra vez.
Me doy a mí misma una cachetada mental. Este no es momento para perder los estribos. Me prometo a mí misma que me dejaré entrar en pánico cuando esté sana y salva, escondida en una casa bonita con una cocina bien abastecida con Paige y mi Madre.
Sí, cómo no. La idea casi me hace sonreír. Es posible que esté perdiendo la razón.
Siento amenazas en cada crujido y en cada sombra cambiante, detrás de cada pájaro que emprende el vuelo y en cada ardilla que salta de rama en rama.
Después de lo que parecen horas de caminar por los senderos del bosque en la oscuridad, una de las sombras se mueve desde un árbol, como muchas ramas movidas por el viento. Sólo que esta vez, se sigue moviendo, alejándose del árbol. Se separa de la masa mayor de sombras, luego se funde en otras.
Me detengo.
Pudo haber sido un venado. Pero las patas de la sombra no se movían como las de un venado. Parece algo que camina en dos pies. O más precisamente, varios «algos» que caminan en dos pies.
Mi corazonada resulta cierta cuando las sombras se dispersan, rodeándome. Odio tener la razón todo el tiempo.
Entonces ¿qué se para en dos patas, mide un metro de altura y gruñe como una jauría de perros? Es difícil pensar en algo más que los cuerpos esparcidos en el suelo del bosque.
Una sombra se arroja hacia mí tan rápidamente que sólo veo una imagen borrosa en la oscuridad. Algo me golpea el brazo. Doy un paso atrás, pero lo que haya sido ya no está ahí.
Las otras sombras se mueven. Algunas se desplazan hacia delante y hacia atrás, parecen en ebullición. Algo me golpea en el otro brazo antes de que pueda registrar que otra sombra se ha lanzado hacia mí.
Me tambaleo mientras doy un paso atrás.
Nuestro vecino Justin solía tener una colección de dentaduras de piraña, tan afiladas como agujas, colocadas sobre la repisa de la chimenea. Nos dijo una vez que estos peces, carnívoros y en ocasiones incluso caníbales, en realidad son muy tímidos y normalmente golpean a su presa antes de atacarla, ganando confianza mientras los otros miembros del grupo hacen lo mismo. Esto me resulta terroríficamente parecido.
El coro de gruñidos crece. Suena como una mezcla de gruñidos animales y quejidos humanos bastante perturbadores.
Otro golpe. Esta vez, un dolor agudo se encaja en mi muslo, como si hubiera sido rebanada con una navaja. Me estremezco mientras la sangre escurre alrededor del dolor.
Luego soy golpeada dos veces, en rápida sucesión. ¿Acaso es la sangre la que los está volviendo locos?
Otro golpea mi muñeca. Esta vez suelto un grito.
Esto no fue sólo un rápido navajazo. Es prolongado, si acaso se puede decir que una sombra que te ataca se prolonga. El ardor me azota un segundo después de que me doy cuenta de que he sido… ¿mordida? Seguramente tendría menos miedo si tan sólo pudiera ver qué son. Hay algo particularmente terrorífico en no ser capaz de ver lo que te está atacando.
Respiro tan fuerte que podría estar gritando.