17

—¿Qué tanto daño podrían causarles? —pregunta Raffe. Mi corazón se detiene al reconocer que soy el único ser humano en el cuarto que sabe que Raffe es uno de los enemigos.

—Suficiente como para que entiendan el mensaje —dice el líder de la resistencia—. Pero el mensaje no va dirigido a los ángeles. No nos importa qué piensen ellos. Va dirigido a las personas. Para que sepan que estamos aquí, que existimos y que juntos no nos vamos a dejar aniquilar.

—¿Van a atacarlos como una campaña de reclutamiento?

—Ellos piensan que ya ganaron. Pero lo más importante es que nuestra misma gente piensa lo mismo. Necesitamos comunicarles que la guerra apenas ha comenzado. Este es nuestro hogar. Nuestra tierra. Nadie tiene derecho a llegar como si nada para tomarla.

Mi mente revolotea con emociones encontradas. ¿Quién es el enemigo en este cuarto? ¿De qué lado estoy? Dirijo mi mirada contemplativa al suelo, trato desesperadamente de no ver ni a Raffe ni a Obi.

Si Obi llega a presentir algo, podría sospechar de Raffe. Si Raffe llega a sentir algo, entonces no puedo esperar que confíe en mí. Si hago enojar a Raffe, podría no cumplir su promesa de llevarme al nido con él.

—Me duele la cabeza —lloriqueo.

Hay una larga pausa en la que estoy convencida de que Obi está a punto de descubrirnos. Estoy segura de que en cualquier momento gritará «¡Dios mío, es un ángel!».

Pero no lo hace. En cambio, se pone de pie y coloca mi tazón con el guisado sobre su silla.

—Hablaremos más por la mañana —dice. Me levanta y me conduce a un catre que se encuentra a unos pasos, que no había notado antes. El guardia de Raffe hace lo mismo al otro lado del cuarto.

Me recuesto incómodamente de lado con las muñecas atadas a mis espaldas. Obi se sienta en el catre y me ata los tobillos. Estoy tentada a decirle en broma que normalmente pido una cena y una salida al cine antes de colocarme en una posición semejante, pero no lo hago. Lo último que necesito es hacer bromas sexuales mientras soy prisionera en un campamento lleno de hombres armados en un mundo donde no hay leyes.

Coloca una almohada debajo de mi cabeza. Mientras hace esto, quita el cabello de mi rostro y lo coloca detrás de mi oreja. Su tacto es cálido y suave. Debería tener miedo, pero no es así.

—Vas a estar bien —dice—. Los hombres tendrán órdenes estrictas de ser caballerosos contigo.

Supongo que no se necesita leer mi mente para saber que eso me preocupa.

—Gracias —contesto.

Obi y el otro hombre toman los tazones con el guisado y se retiran. El candado de la puerta hace clic al cerrarse.

—¿Gracias? —pregunta Raffe.

—Cállate. Estoy exhausta. Necesito dormir un poco.

—Lo que necesitas es decidir quién está de tu lado y quién no.

—¿Tú les dirás? —no quiero ponerme específica, en caso de que alguien nos escuche. Espero que entienda lo que quiero decir. Si Raffe y yo logramos llegar al nido, él tendrá información sobre el movimiento de resistencia. Si le dice a los otros ángeles y estos aplastan el movimiento, yo seré la Judas de mi especie.

Hay una larga pausa.

Y si él no les dice, ¿será el Judas de su especie?

—¿Por qué viniste aquí? —me pregunta, cambiando el tema abruptamente—. ¿Por qué no huiste como ambos sabemos que debiste haber hecho?

—Fue estúpido de mi parte.

—Bastante.

—Sólo… no pude.

Quiero preguntarle por qué arriesgó su vida para salvar la mía. Su gente nos mata todos los días. Pero no puedo. No aquí, no ahora. No mientras alguien pueda estar escuchando.

Nos mantenemos recostados en silencio. Se escucha el canto de los grillos.

Después de un largo tiempo, mientras me deslizo al mundo de los sueños, él susurra en la oscuridad.

—Todos están dormidos, excepto los guardias.

Instantáneamente me pongo alerta.

—¿Tienes un plan?

—Claro. ¿Tú no? Eres la rescatista.

La luna se ha movido y la luz que atraviesa la ventana es mucho más tenue. Pero sigue siendo suficiente como para ver las sombras más oscuras de su forma levantándose del catre. Se acerca a mí y comienza a desatarme.

—¿Cómo demonios hiciste eso?

—Cuando asaltes el nido, recuerda que las cuerdas no sujetan a los ángeles —la última palabra la dice en un susurro.

Había olvidado que es mucho más fuerte que cualquier ser humano.

—¿Entonces pudiste haberte liberado desde el principio? Ni siquiera me necesitas. ¿Por qué no lo hiciste antes?

—¿Y perderme toda la diversión de confundir sus pequeños cerebros cuando se pregunten qué pasó? —rápidamente me desata y me pone en pie.

—Ah, ya entiendo. Puedes escapar de noche, pero no de día. No puedes correr más rápido que las balas de una ametralladora, ¿verdad?

Como la mayoría de la gente, mi primera introducción a los ángeles fue a través de las imágenes que circularon sin parar hace unas semanas, en las que vimos al Arcángel Gabriel derribado por una nube de balas. No puedo evitar preguntarme si los ángeles hubieran sido menos hostiles si no hubiéramos matado inmediatamente a su líder. Por lo menos, creemos que está muerto. Nadie lo sabe con seguridad, porque nunca se recuperó el cuerpo, hasta donde sé. La legión de hombres alados volando detrás de él se dispersó con las multitudes en pánico y desapareció en el cielo cubierto de humo. Me pregunto si Raffe formó parte de esa legión.

Arquea una ceja, negándose a discutir los efectos de las balas en los ángeles.

Le arrojo una sonrisa petulante. «No eres tan perfecto como pareces».

Camino hacia la puerta y escucho.

—¿Hay alguien más en el edificio?

—No.

Trato de girar la perilla, pero está cerrada con llave.

—Esperaba no tener que usar fuerza excesiva para no levantar sospechas —suspira Raffe. Alcanza la perilla, pero lo detengo.

—Qué suerte que vienes conmigo —saco una delgada ganzúa y una horquilla de mi bolsillo trasero. El soldado que me revisó antes de amarrarme hizo el trabajo demasiado rápido. Buscaba pistolas o cuchillos, no pequeñas horquillas.

—¿Qué es eso?

Comienzo a trabajar con la cerradura. Se siente bien sorprenderlo con un talento que los ángeles no tienen.

Clic.

Voilà.

—Parlanchina, pero diestra. ¿Quién lo hubiera dicho?

Abro la boca para responderle algo astuto, pero me doy cuenta de que eso solamente probaría su punto, así que me quedo callada para probar que puedo hacerlo.

Nos escabullimos por el pasillo y nos detenemos en la puerta trasera.

—¿Puedes escuchar a los guardias?

Escucha durante unos momentos. Apunta a las once y a las cinco. Esperamos.

—¿Qué habrá aquí? —pregunto, apuntando hacia las puertas cerradas.

—No lo sé. ¿Provisiones, quizás?

Me dirijo a una de las puertas. Pienso en carne de venado o en armas.

Me toma de la mano y sacude la cabeza.

—No seas codiciosa. Si les robamos es menos probable que ellos simplemente nos olviden. No queremos problemas, si podemos evitarlos.

Tiene razón. Además, ¿quién sería lo suficientemente estúpido como para almacenar armas en el mismo lugar donde tienen a sus prisioneros? Pero la idea de la carne de venado hace que mi boca se llene de saliva. Debí haber negociado para tener un poco de ese guisado cuando tuve oportunidad de hacerlo.

Después de un minuto, Raffe asiente con la cabeza y nos escabullimos en medio de la noche.

Raffe y yo echamos a correr. Mi corazón rebota en mi pecho mientras impulso mis piernas lo más rápido que puedo. El aire se congela en mi boca. El olor a tierra y árboles nos llama hacia el bosque. El crujido de los árboles en el viento oculta el sonido de nuestros pasos.

Raffe podría correr mucho más rápido, pero se mantiene cerca.

La luna desaparece detrás de las nubes y el bosque se torna oscuro. Disminuyo mi paso hasta caminar una vez que estamos dentro del follaje, pues no quiero estamparme contra un árbol.

Mi respiración es tan fuerte que temo que los guardias la escuchen. El vigor de la adrenalina se acaba cuando me encuentro a salvo de nuevo, y vuelvo a sentir cansancio y miedo. Hago una pausa, doblándome para recuperar el aliento. Raffe pone su mano en mi espalda, pidiéndome que siga con un poco de presión. Él ni siquiera se quedó sin aliento.

Apunta hacia el interior del bosque. Sacudo la cabeza y apunto hacia el otro lado del campamento. Necesitamos volver para recuperar sus alas. Mi mochila es reemplazable; las alas y la espada no lo son. Él hace una pausa, luego asiente con la cabeza. No sé si sabe lo que quiero recuperar, pero sé que sus alas nunca están muy lejos de sus pensamientos, del mismo modo que la pequeña Paige nunca está lejos de los míos.

Nos desplazamos alrededor del campamento, internándonos lo más posible en el bosque sin perderlo de vista. Esto se vuelve un poco complicado en varias ocasiones, ya que la luz de la luna es tenue y el campamento está rodeado de follaje. Tengo que depender más de la vista nocturna de Raffe de lo que me hubiera gustado.

Aun cuando sé que él puede ver, yo no puedo avanzar mucho sin toparme con alguna rama o tropezar. Me toma mucho tiempo navegar el bosque en la oscuridad, e incluso más tiempo encontrar mis provisiones.

Justo cuando veo al árbol que oculta nuestras cosas, escucho el clic distintivo del seguro de un gatillo detrás de mí.

Mis manos están en el aire antes de que el sujeto diga «Alto».