—No puedo dejar que cortes eso —dice una voz profunda detrás de la linterna—. Tenemos muy pocas reservas de cuerda.
Alguien me arrebata el cuchillo de la mano y me empuja agresivamente a una silla. La linterna se apaga y tengo que parpadear varias veces antes de que mis ojos se ajusten nuevamente a la oscuridad. Para cuando puedo ver otra vez, alguien ata mis manos detrás de mi espalda.
Son tres. Uno revisa las cuerdas de Raffe mientras que el otro está recargado en el marco de la entrada, como si sólo estuviera haciendo una visita casual. Tenso mis músculos para hacer que la cuerda quede lo más floja posible mientras el tipo me amarra. Mi captor aprieta mis muñecas tan fuertemente que siento que se van a romper en dos.
—Tendrán que disculpar la falta de luz —dice el tipo recargado en la orilla de la puerta—. Tratamos de evitar visitas indeseables —todo en él, desde su voz imponente hasta su postura casual, me da a entender que se trata del líder.
—¿En verdad soy tan torpe? —pregunto.
El líder se acerca a mí y se agacha de modo que quedamos frente a frente.
—En realidad, no. Nuestros guardias no te vieron y tenían órdenes de buscarte. En términos generales, no estuviste nada mal —escucho una nota de aprobación en su voz.
Raffe hace un sonido bajo con su garganta que me recuerda al gruñido de un perro.
—Entonces ¿sabían que estaba aquí?
El tipo se endereza. La luz de la luna no es suficiente para mostrarme los detalles de su rostro, pero es alto y de hombros amplios. Su cabello es corto, estilo militar, y hace que el cabello de Raffe se vea desaliñado y poco presentable. Su perfil es limpio, las líneas de su cara son marcadas y definidas.
Asiente con la cabeza.
—No estábamos seguros, pero las provisiones en su mochila parecían ser la mitad de lo que cargaría un par de personas. Tiene una estufa de campamento pero no porta cerillos, ni sartenes ni ollas. Tiene dos tazones, dos cucharas. Cosas así. Concluimos que alguien más traía la otra mitad de las provisiones. Aunque para ser franco… no esperaba un intento de rescate. Ciertamente no de una chica. Sin ofender. Yo siempre he sido un tipo moderno —se encoge de hombros—. Pero los tiempos han cambiado. Y nosotros somos un campamento lleno de hombres —se encoge de hombros nuevamente—. Eso requiere agallas. O desesperación.
—Olvidaste falta de cerebro —gruñe Raffe—. Yo soy tu premio aquí, no ella.
—¿Ah, sí? —pregunta el líder.
—Necesitan hombres como yo para ser soldados —dice Raffe—. No una niña flacucha como ella.
El líder se hace para atrás y cruza los brazos.
—¿Qué te hace pensar que estamos en busca de soldados?
—Usaste a cinco hombres y una jauría de perros para atrapar a un solo tipo —dice Raffe—. A ese paso, vas a necesitar tres ejércitos para lograr lo que sea que quieran lograr.
El líder asiente con la cabeza.
—Obviamente tienes experiencia militar —arqueo una ceja al escuchar esto y me pregunto qué habrá sucedido cuando lo atraparon—. No parpadeaste ni una vez cuando te apuntamos con las armas —dice el líder.
—Si lo han capturado antes, tal vez no es tan bueno como cree —dice el guardia de Raffe, quien no reacciona ante esta provocación.
—O quizás sea de operativos especiales, entrenado para las peores situaciones —dice el líder. Hace una pausa, esperando que Raffe lo confirme o lo niegue. Los rayos de luna que se filtran por la ventana son lo suficientemente brillantes como para mostrar al líder que observa a Raffe con la intensidad de un lobo que vigila a un conejo. Quizás sea un conejo vigilando al lobo. Pero Raffe no dice nada.
El líder se dirige a mí.
—¿Hambre?
Mi estómago elige ese preciso momento para gruñir desesperado. Hubiera sido gracioso en cualquier otra circunstancia.
—Vamos a darle a estos chicos algo de cenar.
Los tres hombres se retiran. Pruebo las cuerdas que amarran mis muñecas.
—Alto, moreno y amigable. ¿Qué más puede pedir una chica?
Raffe suelta una carcajada.
—Se volvieron más amigables cuando llegaste. No me han ofrecido comida en todo el día.
—¿Crees que son paranoicos o realmente son tipos malos?
—Cualquier tipo que te amarra a una silla mientras te apunta con su arma es malo. ¿En verdad tengo que explicarte eso?
Me siento como una niña que hizo algo estúpido.
—Entonces ¿qué estás haciendo aquí? —pregunta—. Me arriesgo a ser despedazado a mordidas por una jauría de perros para que puedas escapar, ¿y vienes aquí? Tu juicio podría beneficiarse de un poco de sentido común.
—Lo siento, me aseguraré de no volverlo a hacer —comienzo a desear que nos hubieran amordazado.
—Eso es lo más inteligente que te he escuchado decir.
—Y entonces ¿quiénes son estos tipos? —el supersentido auditivo de Raffe seguramente le ha ayudado a recabar bastante información sobre sus planes.
—¿Por qué? ¿Tienes planes de enlistarte?
—No soy del tipo que se une a cosas.
A pesar de sus rasgos bellos, parece un poco grotesco bajo la luz de la luna, con esas marcas de sangre seca que corren por su rostro. Por unos breves segundos, lo visualizo como el clásico ángel caído que viene a condenar tu alma.
Pero luego me pregunta:
—¿Estás bien? —su voz es sorprendentemente delicada.
—Estoy bien. Sabes que tenemos que salir de aquí lo más pronto posible, ¿cierto? Se podrán dar cuenta de todo cuando llegue la mañana —toda esa sangre y ni una herida. No hay un ser humano que pueda sanar así de rápido.
La puerta se abre y el aroma de un guisado casi me vuelve loca. No me he muerto de hambre desde los ataques, pero tampoco he estado subiendo de peso.
El líder jala una silla junto a mí y levanta el tazón para ponerlo en mi nariz. Mi estómago empieza a rugir en cuanto me pega el aroma de carne y verduras.
Toma una cucharada generosa y la detiene a medio camino entre el tazón y mi boca. Tengo que suprimir un gruñido de placer al anticipar el sabor por puro decoro. Un soldado con granos en la cara pone una silla enseguida de Raffe y hace lo mismo con su plato de guisado.
—¿Cómo te llamas? —pregunta el líder. Hay algo íntimo en la manera en que me hace esta pregunta mientras está a punto de alimentarme.
—Mis amigos me dicen Ira —dice Raffe—. Mis enemigos me dicen Por Favor Ten Piedad. ¿Cuál es tu nombre, soldadillo? —el tono burlón de Raffe me ruboriza, aunque no entiendo por qué.
Pero el líder no se inmuta.
—Obadiah West. Me puedes llamar Obi —la cuchara se aleja una fracción de mí.
—Obadiah. Qué bíblico —dice Raffe—. Obadiah escondió a los profetas cuando fueron perseguidos. —Raffe mira su propia cuchara suspendida con el guisado.
—Experto en la Biblia —dice Obi—. Qué mal que ya tenemos a uno —luego me mira a mí—. Y ¿cuál es tu nombre?
—Penryn —digo rápidamente, para evitar que Raffe diga algo sarcástico—. Penryn Young —prefiero no antagonizar con mis captores, especialmente si están a punto de darnos de comer.
—Penryn —susurra el nombre, como si quisiera hacerlo suyo. Siento un poco de vergüenza de que Raffe sea testigo de este momento, aunque, de nuevo, no estoy segura de por qué.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste una comida de verdad, Penryn? —pregunta Obi. Sostiene la cuchara justo enfrente de mi boca. Trago saliva antes de responder.
—Ha pasado algún tiempo —le ofrezco una sonrisa amistosa y me pregunto si va a dejarme tomar ese bocado. Mueve la cucharada a su propia boca y veo cómo se la come. Mi estómago ruge en señal de protesta.
—Dime, Obi —dice Raffe—. ¿De qué tipo de comida estamos hablando aquí?
Miro a todos los soldados. De pronto, ya no tengo tanta hambre.
—Tendrías que atrapar a muchos animales para alimentar a esta cantidad de gente —dice Raffe.
—Estaba a punto de preguntarte qué tipo de animales has estado cazando tú —dice Obi—. Un tipo de tu tamaño debe necesitar mucha proteína para mantener esa masa muscular.
—¿Qué insinúas? —pregunto—. Nosotros no somos los que están atacando a las personas allá afuera, si eso es a lo que quieres llegar.
Obi me mira fijamente.
—¿Cómo sabes acerca de eso? Yo no dije nada sobre ataques a personas.
—Ay, no me mires así —le ofrezco mi mejor expresión de adolescente asqueada—. No puedes pensar que yo querría comerme a una persona, ¿o sí? Eso es realmente asqueroso.
—Vimos a una familia —dice Raffe—. Estaba comida a medias y tirada en el camino.
—¿Dónde? —pregunta Obi. Parece sorprendido.
—No muy lejos de aquí. ¿Estás seguro de que no fuiste tú o alguno de tus hombres? —Raffe se mueve ansiosamente en su silla, como si quisiera recordar a Obi que él y sus hombres no son exactamente los tipos más amigables.
—Ninguno de los míos lo haría. No necesitan hacerlo. Tenemos suficientes provisiones y armamento como para mantener a todos los que están aquí. Además, tomaron a dos de nuestros hombres la semana pasada. Hombres entrenados con rifles. ¿Por qué crees que los cazamos a ustedes? Normalmente no andamos detrás de extraños. Queremos saber quién lo hizo.
—No fuimos nosotros —digo yo.
—No, estoy seguro de que no fuiste tú.
—Él tampoco lo hizo, Obi —le digo. Su nombre suena ajeno en mi boca. Diferente, pero no mal.
—¿Y eso cómo lo sé?
—¿Ahora tenemos que probar nuestra inocencia?
—Es un nuevo mundo.
—¿Y quién eres tú, el alguacil del Nuevo Orden? ¿Arrestas primero y luego investigas? —le pregunto.
—¿Qué harías si los atraparas? —pregunta Raffe.
—Podríamos usar a personas que son, digamos, un poco menos civilizadas que nosotros. Aunque tendríamos que tomar precauciones, claro está. —Obi suspira. Queda claro que no le gusta la idea, pero parece estar resignado a hacer lo que sea necesario.
—No entiendo —digo—. ¿Qué harías con un grupo de caníbales salvajes?
—Enviarlos con los ángeles, por supuesto.
—Eso es una locura —agrego.
—En caso de que no lo hayas notado, el mundo se ha vuelto loco. Es hora de adaptarse o morir.
—¿Atacando la locura con locura?
—Atacando con lo que sea que tengamos y que pueda confundir o distraerlos, incluso repelerlos, si es que eso es posible. Cualquier cosa con tal de distraer su atención de nosotros mientras nos organizamos —dice Obi.
—¿Organizarse para qué? —pregunta Raffe.
—Para formar un ejército lo suficientemente grande como para sacarlos de este mundo.
Todo el calor abandona mi cuerpo.
—¿Están formando un ejército de resistencia? —trato desesperadamente de no ver a Raffe. He estado intentado recolectar toda la información posible sobre los ángeles, en caso de que pudiera ser de utilidad. Sin embargo, la esperanza de una resistencia organizada se hizo humo, junto con Washington y Nueva York.
Y aquí está Raffe, en medio de un cuartel de rebeldes que intenta desesperadamente mantenerse en secreto de los ángeles. Si los ángeles supieran de esto, lo aplastarían en un santiamén, y quién sabe cuánto tiempo tomaría organizar otra resistencia.
—Preferimos considerarnos un ejército de humanos, pero sí, supongo que somos la resistencia, ya que somos en muchos sentidos los más débiles. Justo ahora estamos reuniendo fuerzas, reclutando gente y organizándonos. Pero tenemos planes para algo grande. Algo que los ángeles no olvidarán.
—¿Van a contraatacar? —no lo puedo creer.
—Vamos a contraatacar.