12

Una familia tendida sobre un charco de sangre.

Un hombre, una mujer, una niña como de diez años. La niña está a la orilla del bosque mientras los padres están en medio del camino. Quizá la niña salió corriendo cuando los padres fueron atacados, o se había escondido durante el ataque y la atraparon cuando salió.

No llevan mucho tiempo muertos. Lo sé porque la sangre en sus ropas rasgadas sigue siendo de un rojo brillante. Trago saliva con dificultad y me esfuerzo por mantener la comida de gato en mi estómago.

Sus cabezas están intactas. Afortunadamente, el cabello de la niña le cubre el rostro. Sus cuerpos, sin embargo, están en mal estado. Partes de sus torsos han sido devorados y todavía hay pedazos de carne pegados a sus huesos. Faltan algunas piernas y brazos. No tengo las agallas de acercarme, pero Raffe sí lo hace.

—Marcas de dientes —dice, mientras se arrodilla en el asfalto enfrente del cuerpo del hombre.

—¿De qué tipo de animal estamos hablando?

Se sienta de cuclillas, cerca de los cuerpos, y pondera mi pregunta.

—Del tipo que camina en dos pies y tiene los dientes planos.

Mi estómago se revuelve.

—¿Qué estás diciendo? ¿Que son dientes humanos?

—Es probable. Inusualmente afilados, pero tienen forma humana.

—No puede ser —pero yo sé que sí. Los seres humanos harían cualquier cosa por sobrevivir—. Pero es demasiado desperdicio. Si estás lo suficientemente desesperado como para comer carne humana, no das unas cuantas mordidas y luego te vas —estos cuerpos tienen más de unas cuantas mordidas. Ahora que me obligo a verlos con más detenimiento, puedo ver que fueron comidos casi a medias. De todos modos, ¿por qué dejar la otra mitad?

Raffe mira detenidamente el lugar donde debería estar la pierna de la niña.

—Las extremidades parecen haber sido arrancadas de tajo.

—Basta —digo, mientras doy dos pasos hacia atrás. Reviso nuestros alrededores. Estamos en un campo abierto y me siento más nerviosa que un ratón de campo que mira un cielo lleno de halcones.

—Bueno —dice mientras se pone de pie y repasa los árboles con su mirada—, esperemos que quien haya sido siga en control de esta área.

—¿Por qué?

—Porque eso quiere decir que no tendrán hambre.

Eso no me hace sentir mejor.

—Estás bastante enfermo, ¿sabes?

—¿Yo? Los míos no hicieron esto.

—¿Cómo lo sabes? Ustedes tienen los mismos tipos de dientes que nosotros.

—Pero los míos no están desesperados —lo dice como si los ángeles no tuvieran nada que ver con el hecho de que nosotros estemos desesperados—. Ni tampoco están locos.

En ese momento veo el huevo roto.

Yace al lado del camino, cerca de donde está la niña, con la yema café y la clara cuajada. La peste del azufre golpea mi nariz. Es el hedor conocido que impregnó mi ropa, mi almohada y mi cabello durante los dos últimos años, desde que mi madre empezó su obsesión con los huevos podridos. A un lado del huevo hay un pequeño manojo de ramitas silvestres. Romero y salvia. Tal vez mi madre pensó que eran bonitas. Eso, o su locura la ha llevado a engendrar un sentido del humor muy oscuro.

Pero esto sólo quiere decir que estuvo aquí. Eso es todo. Ella no podría atacar a una familia entera.

Pero sí podría atacar a una niña que regresa de su escondite después de que sus padres fueron asesinados.

Ella estuvo aquí y caminó al lado de los cuerpos, justo como nosotros lo estamos haciendo. Eso es todo.

En verdad. Eso es todo.

—¿Penryn?

Tardo en percatarme de que Raffe me habla.

—¿Qué?

—¿Podrían ser niños?

—¿Quiénes podrían ser niños?

—Los atacantes —dice, lentamente. Obviamente, me falta un pedazo de la conversación—. Como te dije, las marcas de dientes me parecen demasiado pequeñas para ser de adultos.

—Deben ser animales.

—¿Animales con dientes planos?

—Sí —digo, con más convicción de la que realmente siento—. Eso tiene mucho más sentido que un niño capaz de atacar a una familia entera.

—Pero no más sentido que una pandilla de niños feroces atacándolos —trato de arrojarle una mirada que sugiera que está loco, pero creo que sólo logro demostrar que tengo miedo. Mi cerebro está repleto de imágenes de lo que pudo haber sucedido aquí.

Raffe dice algo sobre evitar la carretera y dirigirnos cuesta arriba a través del bosque. Asiento con la cabeza, sin escuchar los detalles, y lo sigo entre los árboles.