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Fort Contino, todos claustrofóbicos.

Leigh y Chris practicaban el lanzamiento de cuchillo. La nota de «Quiero joderte hasta la muerte» clavada a un tablero de corcho les servía de diana. Nancy Ankrum tenía la nariz metida en el Herald: el Azote de Hollywood Oeste había actuado de nuevo. Kay van Obst se dedicaba al mantenimiento: engrasaba pistolas y escopetas.

Las chicas habían pasado la noche: «Cuartel Contino.» Bob Yeakel había enviado suministros de alimentos, media docena de pizzas de Pizza De Luxe. Las acompañaba una nota: «Chrissy, querida, sé fuerte. Mi colega de Vehículos a Motor regresa al trabajo dentro de una semana y entonces empezará a rastrear la matrícula. ¿Cenamos juntos un día? ¿En Romanoff o en Perino's?»

Leigh me tenía vigilado con ojo de pez. La noche anterior, yo había llegado a casa con los pantalones destrozados y el coche abollado. Mi excusa: unos majaras intentaron confiscarme el acordeón. Leigh se mostró escéptica. Yo seguía oliendo el champú de Jane, quizás Alberto V05, quizá Breck.

Hablé a solas con Kay.

—¿Podrías llamar a Pete y transmitirle una especie de mensaje críptico? Ya te lo contaré después.

—Bueno… Claro que sí.

—Dile que hable con el agente asignado al Colectivo Popular de Westwood. Dile que le diga que sé seguro que Sol Slotnick no va a rodar ¡Espaldas mojadas! Dile a Pete que Slotnick no es rojo. Sólo es un desgraciado de la industria del cine que intenta hacer dinero y acostarse con mujeres.

Kay lo entendió todo perfectamente y descolgó el teléfono del vestíbulo. La cubrí para que Leigh no la oyera. Susurros, susurros; un golpecito en la espalda.

—Pete dice que transmitirá el aviso y ha dicho que tienes cierta credibilidad. Dice que si esta noche el agente no acude a la reunión, sabrás que se ha creído tu historia.

Bien, parte de la intriga se resolvía a mi favor. Sonó el timbre de la puerta. Nancy echó un vistazo por la mirilla y abrió sonriente.

Pizza De Luxe con tres pizzas humeantes. Queso que sisea y anchoas: inconfundible.

Buon apetito! —gorjeó Ramón, de «Ramón y Johnny».

Me perdí. Almorcé solo, fui a la playa, cené solo. Cavilé, me inquieté, el chantajista Danny Getchell, el coche hecho polvo. Dave DePugh y Janie, Sol Slotnick, el secuestro; apuestas a cuatro o cinco o seis caballos como bombas volantes contra mi cerebro. Los cables se cruzaron, chisporrotearon y finalmente hicieron contacto. Conduje derecho al Colectivo de Westwood y aparqué con un ojo puesto en la puerta.

19.58: entró Sol Slotnick.

20.01 a 20.06: entraron beatniks diversos.

20.09: entró Jane DePugh.

20.09 a 21.02: ningún federal a la vista. Pete van Obst probablemente había arreglado las cosas.

21.04: me aposté junto a esa puerta.

Jane y Sol salieron primero. Los recibí a los dos con un mismo y gran abrazo.

—Nada de ¡Espaldas mojadas! Ahora toca ¡Patrulla fronteriza! Tienes los coches y puedes contratar a unos no ilegales para que hagan de ilegales. Los protagonistas, Janie y yo, y podemos empezar a trabajar en el guión esta misma noche. Sol, he conseguido que los federales te dejen en paz, así que ahora podemos trabajar en esto libremente y sin despertar sospechas.

—Voy a llamar a mi papá para decirle que llegaré tarde a casa —dijo Jane.

¡Patrulla fronteriza!—exclamó Sol—. ¡Exaaacto!

Me acerqué a Googie's y le pillé unas cuantas benzedrinas a Gene la Reina, el travestí que las vende en el lavabo de hombres. ¡¡¡Va va voom!!! Tragué un puñado de pastillas con café y llegué al almacén de Sol colocado coma un colibrí.

Sol y Jane llenaron sus depósitos de gasolina: Maxwell House, benzedrina doble X, lápices, libretas, el guión de ¡Espaldas mojadas! a partir del cual trabajar, adelante…

Cambiamos al heroico bracero Pedro por el Gran Pete, policía de fronteras/acordeonista ansioso por desarticular una banda de comunistas que exporta espaldas mojadas a un campo de esclavos secreto en las colinas de

Hollywood. El Gran Pete está enamorado de la cantante melódica Maggie Martell, antes María Martínez, matrona izquierdista. A Maggie la persigue el doctor Bob Kruschev, un científico perverso que hace lavados de cerebro a los espaldas mojadas y les implanta un dispositivo con lemas en la cabeza. El Gran Pete/Maggie/Kruschev, un tórrido triángulo amoroso. El Gran Pete da serenatas a los ilegales desde la parte trasera de un camión: su acordeón los atrae con engaños a la rendición y la deportación. Kruschev envía sus robots recitadores de lemas a la comunidad de los braceros, donde se corean consignas comunistas y se corrompe a un grupo de jóvenes a los que Pete ha estado adoctrinando en el americanismo. Los robots y los jóvenes contaminados avanzan hacia un puesto de la patrulla fronteriza. El Gran Pete pronuncia un apasionado discurso anticomunista que descontamina de inmediato a los jóvenes pachucos y los inspira a atacar a sus corruptores. Los robots son destruidos; el doctor Bob Kruschev hace un último esfuerzo para corromper a Maggie con una pócima del amor rojilla que vuelve irresistibles a todos los comunistas y sus compinches. Maggie, sin saberlo, bebe el malvado brebaje y joden en una habitación llena de espías soviéticos que están de visita. El Gran Pete llega a la escena, atrae a los espías a la calle con la música de su acordeón y se los carga a todos a balazos. La película concluye con un acto de juramento de ciudadanía: ¡a todos los espaldas mojadas que han luchado contra los rojos se les concede el permiso de residencia!

Terminamos el guión a las seis de la mañana, aupados por la benzedrina, exultantes. Jane llamó a su padre para decirle que era actriz de cine: Sol acababa de ofrecerle quinientos pavos por interpretar a Maggie Martell.

Me pregunté cómo reaccionaría «papá».

—Dick, papá quiere hablar contigo —susurró Jane.

Cogí un supletorio y Jane colgó.

—Lo apruebo, Contino —dijo DePugh—. Pero quiero que ese payaso de Slotnick le pague seiscientos. Además, no quiero grandes escotes gratuitos en las escenas de club nocturno. Además: no quiero escenas fuertes contigo. Además: opino que deberíamos relacionar el secuestro con la película. Creo que tendríamos que hacerlo al tiempo que la película empiece a rodarse. Tengo a unos tipos del sindicato de camioneros para que hagan de secuestradores y creo que deberíais hacerles una prueba de pantalla. Dick, ahora este secuestro fingido está relacionado con la carrera profesional de Janie y por ello quiero que salga bien. Queremos un secuestro realista, apoyado por el relato de testigos oculares. Queremos… Papá, babeando por entrar en el mundillo del cine. ¡Caramba!

—Te llamaré, Dave —dije y colgué. Sol se estaba tomando el pulso, acelerado por las benzedrinas. Estaba a 209 cuando me acerqué.

—¿Crees que puedes aguantar más emociones?

—A duras penas. La manera en que Jane ha reescrito esa escena de amor hará que la Legión de la Decencia nos mande a la cámara de gas.

—Seré secuestrado en el momento en que empecemos a rodar —le susurré—. Es una confabulación, con matones profesionales de refuerzo.

—Me gusta y puedes contar con mi silencio —susurró Sol—. ¿Y qué te parece Jane de covíctima? Añade un poco de sexo al delito y ya tienes una gran publicidad.

—Ese puesto ya está ocupado.

—Mierda, ¿por qué susurramos?

—Porque las anfetaminas provocan paranoia.

La puerta del almacén se abrió; dos pachucos adoptaron poses de salón. Pantalones caquis con corte lateral en el dobladillo, camisas Sir Guy: boxeadores amateurs de peso gallo que se ganaban la vida como chaperos.

—Eh, señor Sol, ¿tiene usted trabajo?

—¿Cuándo trabajaremos en la película? Eh, señor Sol, ¿tiene algo para nosotros?

—¡Estoy haciendo una película nueva! —flipó Sol—. No hay trabajo. Obtened el permiso de residencia y podréis hacer de robots en ¡Patrulla fronteriza! ¡Largo! ¡Fuera de aquí! ¡Voy a tener un ataque al corazón!

Los mendas se largaron. A modo de despedida, lo mandaron a la mierda con un gesto. Sol abrió las galletas saladas, se tomó el pulso y comió simultáneamente. Mi hermosa coprotagonista dormitaba en un coche de la patrulla de fronteras.

Salí a tomar el aire. Un montón de Heralds en un quiosco de la acera. «¡Nuevos asesinatos del Azote!» en portada. Fotos de la pareja muerta. La mujer se parecía extrañamente a Chris Staples.

El cebollón de benzedrina empezaba a bajar. Reprimí un bostezo. Pasó un coche lleno de pachucos. Uno de ellos me miró mal. Entré de nuevo para echarle un último vistazo al guión.

Sol estaba poniéndose las botas: galletas saladas, mantequilla de cacahuete, salmón ahumado, sardinas. Jane se miraba el diente astillado en el espejo de una polvera.

—Dile a tu padre que te concierte cita con un buen dentista —dije.

—No. He decidido que será mi marca de fábrica. Dick, estábamos tan juntos cuando ese coche nos golpeó… Estábamos tan juntos que no habrías podido rechazarme.

—¿De qué demonios estáis hablando? —Sol esparció migas de galleta.

Ruido. Golpes en la puerta delantera, una botella que se rompe. Entonces, KAAA-BUUUUUM: el fuego devorando las máquinas de coser, las prendas colgadas, el aire.

Corriendo hacia nosotros, alimentado con oxígeno…

Sol agarró la crema de queso y corrió. A Jane le fallaron las rodillas. La sostuve y corrí hacia la salida trasera, trastabillando. Un calor tremendo a nuestra espalda, me volví un momento y entreví maniquíes ardiendo.

Sol llegó a la salida. Aire puro, sol. Jane gimió en mis brazos y, de hecho, sonrió. Me arriesgué y miré de nuevo atrás. Las llamas devoraban los coches de la patrulla de fronteras.

BUUUM, un estampido de aire me golpeó. Jane y yo salimos aerotransportados patas arriba.

Una voz apagada:

—Sí, y se lo ocultamos a la prensa. Exacto… Teníamos un testigo ocular de los últimos asesinatos del Azote. No, sólo vio el vehículo del psicópata. No, no tenemos el número de matrícula pero el menda se largó en un Buick Skylark del 53, de color claro. Sí, una aguja en un pajar… Debe de haber unos seis mil registrados en California, joder. Sí, exacto, ya te llamaré.

Unas tablas de banco me rozaron la espalda. Un ruido no tan apagado: el auricular de un teléfono vuelve a la horquilla con un golpe enérgico. Mis ojos parpadearon hasta abrirse entre una jaqueca monumental. Me hallaba en una sala de la brigada de la policía.

—Tendrías que preguntar «¿dónde estoy?» —dijo un pasma.

Un Skylark de color claro del 53/vehículo del Azote/Chrissy.

—¿Dijo el testigo que el coche llevaba una matrícula provisional? —pregunté.

—No, no especificó —el poli fue rápido en comprender—, y sólo un ocho por ciento de los vehículos registrados lleva matrícula provisional, por lo que diría que es una conjetura aventurada y que, además, no es cosa tuya. Y ahora, se supone que tendrías que decir: «¿cómo llegué hasta aquí?» y «¿dónde está la pelirroja con la que me desmayé?».

La cabeza me palpitaba. Los huesos me dolían. Los pulmones eructaron regusto a humo.

—De acuerdo, tragaré.

El orondo Joe de Paisano sonrió.

—Estás en la oficina del sheriff de Hollywood Oeste. Tal vez no te acuerdes pero rechazaste ayuda médica en la escena del incendio provocado y firmaste autógrafos a los camilleros de la ambulancia. El chófer te pidió que tocaras «Lady of Spain» y te desmayaste de nuevo cuando ibas hacia el coche a buscar el acordeón. Sol Slotnick se encuentra estable en el pabellón de enfermedades cardíacas del Reina de los Ángeles y el padre de la pelirroja pasó a buscarla y se la llevó a casa. Hay una orden de busca para esos hispanos de mierda que lanzaron el molotov y el señor DePugh te ha dejado una nota.

Alargué la mano, aturdido. El poli me tendió un papel.

«Dick, nos vemos esta noche, a las ocho, en el bar del Luau. Quiero presentarte a unos chicos. P.S. Slotnick salvó las páginas del guión, por lo que seguimos con el programa previsto, de momento. P.S. ¿Qué le ocurrió a Janie en el diente?»

Flojera: piernas flojas, manos temblorosas.

—Tienes el coche en el aparcamiento de atrás —dijo el poli—. Las llaves están debajo de la alfombrilla. Vete a casa.

Llegué al exterior con la flojera de piernas. Un día claro, sin contaminación, tan brillante que los ojos me dolieron. En el aire que soplaba hacia el este había hollín suspendido: la productora de Sol Slotnick, R.I.P.

Leigh esperaba en el porche de Fort Contino, armada con un 45 en el cinturón y sosteniendo en el aire una foto en blanco y negro.

Jane DePugh y yo: desmayados, abrazados detrás del taller de Solt Slotnick.

—Marty Bendish, del Times, ha traído esto. Le debe un favor a Bob Yeakel, por lo que no lo publicará. Bien, ¿quieres explicarme tu conducta de la última semana?

Lo hice.

Chrissy, Bud Brown, cueros cabelludos, pieles rojas cabezas de turco, una publicidad extraordinaria gracias al secuestro. Dave DePugh y la puesta a salvo de la calentorra de su hija; el Colectivo Popular/Sol Slotnick/ ¡Patrulla fronteriza! La remota posibilidad de que el hombre que nos había seguido en coche y el Azote fueran la misma persona; DePugh como nuevo cerebro del secuestro.

—Cuando salgas de la cárcel —dijo Leigh—, te estaré esperando.

—Eso no sucederá.

—Mi madre decía que a los italianos les gustan los grandes gestos. Por eso escribieron unas óperas tan magníficas.

—¿Sí?

—No me vengas con dobleces y no te me pongas tan guapo o intentaré disuadirte del plan. Y no dejes que esa zorra del diente astillado te bese en la boca durante las escenas de amor o tendré que mataros a los dos, joder.

Pizza de anchoa en el aliento de Leigh. De todos modos, le di un beso largo y profundo.