El correo llegó temprano. Lo revisé furtivamente, medio esperando que llegaran notas de los peligrosos DePugh. Era irracional, pues los había conocido el día anterior.
Leigh aún dormía. Chrissy roncaba sonoramente en el sofá. La noche anterior lo había confirmado: el deportivo de color claro había vuelto a seguirla y le había parecido ver que el conductor llevaba una máscara de Halloween. Insistí: Eres nuestra invitada hasta que esta mala historia se resuelva. Su consejo al dilema de los DePugh: Avisa a Sol Slotnick de lo que ocurre con los federales y desilusiona a Jane enseguida. Invítala a cenar, sé amigo suyo, pero nada de triqui-triqui. PROTEGE NUESTRA RELACIÓN CON SU PAPÁ Y JEFE NUESTRO EN EL TRUCO DEL SECUESTRO.
Recibos, la Revista Trimestral del Acordeón. Una carta dirigida a la señorita Christine Staples, sin remitente en el sobre.
¡Buaaa! ¡Buaaa!: la pequeña Merry, en su alcoba.
Chrissy se movió y bostezó.
—Aquí hay una carta para ti —dije.
—Qué extraño. Nadie sabe que he estado durmiendo aquí de vez en cuando.
Le arrojé el sobre; Chris lo abrió y sacó una hoja de papel. Un tembleque instantáneo. Parecía una gelatina con delírium trémens.
Le quité el papel de las manos: una hoja de bloc amarilla.
Calcomanías de esvásticas en los bordes, como las de las maquetas de aviones. Letras de periódico recortadas y pegadas. «QUIERO JODERTE HASTA LA MUERTE.»
Mi mente se aceleró.
¿Dot Rothstein o…? El coche que nos había seguido, matrícula provisional 1116, ¿quién? El menda podía haber seguido a Chris hasta la casa y conocer esta dirección, pero ¿por qué mandarle después una carta? El majara podía habernos visto en Cohete al estrellato y haber encontrado mi dirección en la guía telefónica. Una última posibilidad remota: pudo haber reanudado el seguimiento después de que yo lo siguiera la primera noche que Chrissy durmió en casa.
Chris alargó la mano para coger los cigarrillos; rascó media docena de cerillas antes de que se le encendiera una.
—Llevaré esto a la policía —dije—. Ellos te proporcionarán la protección adecuada.
—¡No! ¡No podemos! Si la pasma mete la nariz, se joderá toda la historia del secuestro.
—Chissst. No despiertes a Leigh. Y no menciones el secuestro cuando ella pueda oírte.
—Habla con Bob Yeakel de nuevo para que sus contactos en Vehículos a Motor rastreen la matrícula —dijo Chris sotto voce—. De este modo, tal vez obtengamos un nombre y podamos dárselo a DePugh. Entonces, quizás él pueda presionar al tipo para que deje de hacerlo. No creo que se trate de Dot Rothstein, porque me parece que no cabe en un coche deportivo.
—Hablaré con Bob. Y tienes razón, esto no encaja en el estilo de Dot.
Chris apagó el cigarrillo. Manos trémulas; el cenicero tembló y cayeron colillas.
—Y le pediré a Bob que nos dé algo de tiempo libre. Recuerda que dijo que te relevaría del segundo programa si colaborabas en esos embargos.
Asentí. Leigh entró ciñéndose el cinturón de la bata. Chris alzó la nota amenazadora por toda explicación.
—Dick —dijo mi estoica esposa—, ve a casa de tu padre y trae las escopetas. Yo llamaré a Nancy y Kay y les pediré que traigan munición.
Mi padre me dio dos escopetas de aire comprimido del calibre 12. Llamé a Bob Yeakel y conseguí un cincuenta por ciento: sí, Chris y yo podíamos cogernos unos cuantos días libres más; no, su contacto en Vehículos a Motor estaba fuera de la ciudad y le era imposible conseguir la información sobre la matrícula. Llamé a la oficina de Dave DePugh para tener una sesión táctica sobre el secuestro. El mamón había salido «de investigación».
En las Páginas Blancas encontré la productora de Sol Slotnick, sita en el 7481 del Boulevard de Santa Monica. Fui en coche a Hollywood Oeste y lo encontré: un antiguo almacén a una manzana de la casa de comidas Barney's.
La puerta estaba abierta y entré. Me llegaron vapores industriales. La Ciudad de los Talleres de Ilegales: hileras de prendas colgadas, máquinas de coser y planchadoras. Carteles colgados en español, de fácil traducción: «El trabajo rápido significa más dinero»; «El señor Sol es vuestro amigo».
Grité. Nadie respondió.
Acalambrado, caminé con los músculos rígidos hacia la parte trasera. Tres coches de la patrulla de fronteras sobre unas tarimas; un escenario de club nocturno montado en una plataforma: barra, mesas, pista de baile.
Hogareño: saco de dormir, televisor portátil. Comida en la barra: galletas, crema de queso, latas de sopa.
—Sí, sí, vivo aquí. Y ahora que has presenciado esta ignominia, di a qué has venido. —Sol Slotnik, apareciendo en bata a través de una cortina de cuentas de cristal—. También me llevé esta bata del hotel Fontainebleau de Miami Beach. ¿Qué pasa, Contino? ¿Primero le robas el corazón a Jane DePugh y ahora vienes a mortificarme?
¿Por qué medir las palabras?
—Estoy felizmente casado y no tengo ningún interés en Jane. Me enviaron a sacarla de ese grupo de rojos antes de que se haga daño. Tú también deberías dejarlo. En el grupo hay un infiltrado del FBI y está interesado en ti. Al FBI local le ha picado la mosca de que ese ¡Espaldas mojadas! es propaganda comunista.
Sol cogió un taburete del bar y se sentó. La hora del arco iris: se puso pálido y luego se ruborizó rojo brillante. La hora del almuerzo: engulló galletas saladas y crema de queso.
Su color se estabilizó. Un eructo, una sonrisa: aquel payaso digería rápido.
—Sobreviviré. Cambiaré de proyecto como cuando perdí apoyo financiero para ¡Escuadrón de tanques! y escribí el guión de ¡Piquete! Además, sólo me uní a ese grupo de pirados para ligar. Vi a Jane en la calle de arriba de la UCLA y la seguí a mi primera reunión. Me parece que deseo casarme con ella, además de follármela, ¿sabes? Tengo cuarenta y nueve años y he sufrido tres ataques al corazón, pero creo que un chocho joven como ése puede alargarme la vida veinte años. Sí, seguro que me haría rejuvenecer. Yo la convertiría en estrella y la cambiaría por otro coño más joven antes de que empezara a ponerme los cuernos con espaguetis jóvenes y atractivos como tú. ¿Crees, Contino, que accederá a una prueba de pantalla desnuda?
La verborrea me tenía aturdido. Sol construyó un rascacielos con galletas y crema de queso y se lo zampó. De blanco tripa de pez a rojo y vuelta a empezar. La verborrea se aceleró.
—¿Sabes una cosa? Me gustaría utilizarte en una película. Janie y tú, menudo par de tortolitos podríais ser… La mayor parte de tu publicidad ha sido negativa y venenosa, pero no eres Fatty Arbuckle, que les metía botellas de Coca-Cola en el coño a las aspirantes a actriz. Dick, una loncha entera y joven de queso bajo en grasa como Jane DePugh podría agrandarme, darme marcha, lavarme en seco y sacarme de esta cinta de andar que no lleva a ninguna parte y que son las películas de serie B, que me tienen explotando a negros y latinos agraviados para ganar dinero que invertir en esas cintas épicas gracias a las cuales he sufrido tres ataques al corazón y tengo un colon espástico. Dick, esta fábrica es mía. He contratado a inmigrantes ilegales para que cosieran prendas de baratillo hasta que los de Inmigración me pillaron por acoger espaldas mojadas, porque los dejaba dormir aquí por la mitad del salario, que les deducía de la paga. Me multaron y repatriaron a México a todos mis esclavos… es decir, trabajadores, por lo que me hice con tres coches de la patrulla de fronteras en una subasta de la policía. Me salieron tirados de precio y decidí filmar ¡Espaldas mojadas! Ya tengo unos cuantos boxeadores mexicanos para que hagan de ilegales, así que, si ruedo la película, los de Inmigración los detendrán y los pondrán en el autobús nocturno a Tijuana. Dick, lo único que quiero es hacer películas serias que exploren temáticas sociales y obtener beneficios y camelarme a Jane DePugh. Dick, no tengo palabras para expresar lo que siento. ¿Tú que me aconsejarías?
La cabeza me zumbaba. Comí una galleta para normalizar el azúcar en sangre. Sol Slotnick me miró fijamente.
—Esta noche —dije— tengo una cita con Jane y le hablaré bien de ti. Y conozco a un federal. Le diré que no vas a filmar ¡Espaldas mojadas! y que haga correr la voz.
—¿Eres amigo de un esbirro de J. Edgar Hoover?
—Sí, del agente especial Pete van Obst. Su esposa es la presidenta nacional de mi club de fans.
—¿Y cuántos miembros tiene ese club, actualmente? Tal vez tengamos que hacer un dossier, y estadísticas como ésa impresionan a los que van a financiar el proyecto.
—Ahora mismo, unos sesenta y tantos.
—Vale, entonces le añadiremos unos cuantos ceros y esperaremos que no lo comprueben. Dick, pórtate como un caballero con Jane esta noche. Dile que creo que tiene madera de actriz. Dile que has oído rumores de que tengo una polla como Trigger, el caballo de Roy Rogers.
La hora de la despedida. Sol se veía exhausto. Cogí unas cuantas galletas para el camino.
Kay van Obst trajo tres automáticas del 45, con licencia del FBI y «tomadas prestadas» a su marido Pete. Nancy Ankrum aportó una recortada cargada con postas de caza mojadas en veneno de rata; Caryl Chessman le había dicho dónde encontrar una. Añade las escopetas de aire comprimido del calibre 12 de mi padre y a la casa llámale «Fort Contino», un El Álamo barato en L.A.
Cajas de munición en la mesilla de café.
Vigilancia ocular en las ventanas delanteras y traseras: cuatro mujeres en turnos rotatorios.
Cuatro mujeres con cuchillos de cocina en fundas de plástico. De camino, Kay había pasado por una tienda de juguetes.
Un rato libre antes de mi cita. Eché una cabezada.
Sueños manchados de tinta:
COBARDE REDIMIDO. ¡LOS SECUESTRADORES SIGUEN SUELTOS!
CONTINO DESBARATA PLAN DE MANÍACOS. ¡SALVA A LA CANTANTE DE UN COMBINADO DE TORTURA Y VIOLACIÓN!
LA POLICÍA DE L.A. NIEGA LAS ESPECULACIONES DE QUE SE TRATE DE UNA ARTIMAÑA PUBLICITARIA: «¡EL SECUESTRO ERA DE VERDAD!»
Chris retenida por psicópatas salivantes.
Polis entrando en la cabaña del secuestro.
El jefe William H. Parker sosteniendo los cueros cabelludos.
¡¡¡EL PLAN DE SECUESTRO DE CONTINO REVELA EXTRAÑOS VÍNCULOS CON CRÍMENES NO RESUELTOS!!!
REDADAS EN RESERVAS DE PIELES ROJAS TRAS EL RASTRO DE LOS RAPTORES.
UN JEFE APACHE DICE: «¡MUY MAL ASUNTO! ¡MÍ MANDAR SEÑALES DE HUMO PARA ATRAPAR ASESINO CORTADOR DE CABELLERAS!»
Chris me despertó.
—Deberías prepararte. Le dije a Leigh que ibas a tocar en una sesión improvisada con unos tipos del estudio, así que lleva el acordeón.
Centelleó un último titular:
¡LA CONQUISTA DE CONTINO CONTINÚA! ¡SEGÚN UNA ENCUESTA, EL SECUESTRO SUPERA AL DE LINDBERGH EN POPULARIDAD!
—Estoy segura de que piensas que soy una cosita joven e ingenua. Debes de pensar que cualquier chica que no haya reducido sus opciones profesionales a ser médica, abogada, actriz o cantante es una estúpida.
Jane eligió el restaurante, un garito de italianos junto a Sunset y Normandie. En la esquina de enfrente se alzaba el motel Hi-Hat. El «Habitaciones libres» en pulsante neón me hizo sudar.
Bebí vino. Jane bebió ginger-ale a pesar de sus protestas. Dar alcohol a un menor era un delito de contribución.
—No creo que seas estúpida. Yo ya grababa discos cuando tenía diecinueve años, pero me encontré con ello por casualidad. Deberías terminar la universidad, esperar y dejar que te ocurran cosas.
—Hablas como mi padre, salvo que él no dice que deje que me ocurran cosas porque sabe que tengo los mismos apetitos que tenía mi madre a mi edad. Me parezco a mi madre, actúo como mi madre y hablo como mi madre. Pero mi madre se casó con ese pasma novato de Sioux Falls, en Dakota del Sur, que la dejó preñada cuando tenía dieciocho años, y yo no soy tan tonta como para que me ocurra eso.
Ardor/ardor/centelleo, unos ojos verdes realzados por la vela en la botella de Chianti.
—Sol Slotnick podría encajar en ese dejar que te ocurran cosas. Le gustas y es un productor de cine legal que podría darte trabajo.
—Es un salido y está gordo como una vaca. Me siguió a mi primera reunión del colectivo, por lo que está sólo un peldaño más arriba que un exhibicionista callejero. Cuando era detective en Sioux Falls, mi padre me llevaba a todas partes. Quería enseñarme a lo que tenía que aspirar en lo que se refería a los hombres. Me mostró todos los macarras, los oledores de bragas y los borrachos y los exhibicionistas y los gigolós con los que trataba y, créeme, Sol Slotnick es de ese estilo. Además, tiene las manos pequeñas y mi madre me ha dicho lo que significa eso.
Bebí vino italiano. Jane dijo:
—Tú tienes las manos grandes.
El «Habitaciones vacantes» palpitó.
Palpitaron preguntas: ¿Quién lo va a saber? ¿A quién le va a importar? ¿Quién lo va a contar?
Fácil: tú/tú/tú, no le des más vueltas.
—Jane, Sol es de esos tipos que hacen realidad los sueños.
—Sol Slotnick es un número de larga distancia equivocado. Mi madre lee Variety y dice que ¡Piquete! fue una de las películas que menos recaudó en 1951. Sol Slotnick, puaj.
Mojé un poco de pan en el vaso de vino y mordí un trozo de corteza.
—Los dos sois sensibles y groseros —dijo Jane—. Tú tienes conciencia política, pero no didáctica. La sociedad te ha agraviado pero no eres un mártir. Mi madre dice que los hombres con cualidades ambiguas como ésas son los mejores amantes porque siempre te dejan imaginando y que eso retrasa la inevitable decepción de cuando el sexo se vuelve rancio.
—Tu padre debe de ser todo un tipo.
—Quieres decir el hermano de mi padre, Phil. Yo me lo olí, porque venía mucho cuando mi padre salía de la ciudad a encargarse de alguna extradición y a mí me mandaban siempre al cine. Y yo miraba el diafragma de mamá, que, cuando el tío Phil andaba por casa, estaba casi siempre fuera de la caja. ¿Y sabes qué? Las manos del tío Phil eran mucho más grandes que las de papá.
Me estudié las zarpas. Grandes. La práctica del acordeón les daba anchura.
Se acercó un camarero y con una seña le indiqué que se marchara. Jane entrelazó los dedos con los míos.
—¿Me has invitado a salir sólo para hablarme de Sol Slotnick?
—¿Te apuntaste al Colectivo Popular de Westwood sólo para ligar con hombres?
—No es justo. Contesta tú primero.
—Me aburría —respondí tras liberar la mano— y decidí salir en busca de emociones. Por eso fui a la reunión. Tú me pareciste una emoción, pero he decidido no engañar a mi esposa.
Una patata caliente. Jane frunció la nariz.
—Bien, yo me apunté al grupo por la misma razón. Y puedes decirle a Sol Slotnick que no me acostaré con él hasta que se hiele el infierno, pero que haré una prueba y me desnudaré hasta quedarme en bikini si tú me haces de carabina.
—Se lo diré y te haré de carabina. Y añadiré una advertencia: deberías dejar de ir a esas reuniones o tu nombre terminará en una maldita lista negra que puede romperte el corazón.
Jane sonrió. Mi corazón se hinchó, sólo un poco.
—Mañana por la noche hay una reunión y tengo que ir porque Mort quiere discutir las fechorías del FBI y sacaré algunas frases con las que incordiar a mi padre. Además, ese tipo con la sudadera de Beethoven es guapo.
—Es un agente del FBI infiltrado para conseguir nombres.
—Bueno, al menos mi padre lo aprobará. Mi padre es tan de derechas… Cree que tendría que reinstaurarse la esclavitud y que las calles deberían ser propiedad privada, de modo que los dueños pudieran cobrar tarifas a cambio de protección. Mi madre es liberal, porque una vez tuvo un amante brasileño. Tenía unas manos realmente grandes, pero intentó macarrear con ella para pagar unas deudas que había contraído apostando a los caballos y mi madre dijo «ni hablar», y llamó a un poli. —Y el poli ¿qué hizo?
—El poli era mi padre. La preñó.
—Vamos —dije, pidiendo la nota—. Te llevaré a casa.
En el coche, Jane se arrimó a mí. El Chanel número 5 me hizo cosquillas en la nariz. Bajé la ventanilla en busca de alivio. En la radio sonaban las hermanas McGuire. Dejé que «Sincerely» me impregnase como si Jane y yo fuéramos reales.
Empezó a llover. Puse en marcha el limpiaparabrisas y ajusté el retrovisor. Un coche pegado al parachoques trasero.
Intrigante.
Pisé el gas. El coche de atrás aceleró.
Jane me soltó el hombro y se acurrucó en mi regazo.
Doblé bruscamente a la izquierda, a la derecha, a la izquierda, y aquel coche se me pegó casi hasta la colisión.
Jane se hundió en mi regazo.
Me noté respondiendo a su proximidad.
Giro a la izquierda, giro a la derecha, el volante rozó el cabello de Jane. Las manos en la bragueta. Algo me dijo que pisara el freno.
¡BAM! Dos coches entrelazados por el parachoques, uno encima del otro en medio de una insignificante calle secundaria de L.A.
Dejé de responder.
—Mierda, creo que me he astillado un diente —dijo Jane.
Me apeé. Un beso francés: mi Continental Kit y la parrilla de un De Soto del 56.
¿¿¿No era un deportivo blanco???
Corrí hacia el otro coche. El conductor del De Soto se apeó con las piernas temblorosas. Las farolas de la calle lo iluminaron bien: Danny Getchell, de la revista Hush-Hush.
—¡Dick, no me pegues! ¡Tengo fotos!
Me abalancé sobre él. Se disparó un flash y me cegó. Getchell ganó unos segundos.
—¡El camarero del restaurante te reconoció y me llamó!
Recuperé la visión, aunque algo borrosa. Lo ataqué y me golpeé de refilón contra un árbol.
Se disparó otro flash. Me recuperé viendo las estrellas.
—¡Tengo una foto tuya y de la chica entrando juntos en el motel Hi-Hat!
Me lancé sobre la voz.
—Dick, puedes comprarla con dinero o cambiarla por un reportaje. ¿No conoces maricones a los que quieras desenmascarar?
Tropecé con un tapacubos y caí de bruces.
—¡Mi padre es policía y abogado! —chilló Jane—. ¡Extorsionista cabrón!
Flash, pop—pop—pop, todo mi mundo se volvió blanco brillante.
—¡Dick, tienes la bragueta bajada!
Agité los brazos de rodillas y vi perneras de pantalones. Las perneras se volvieron espásticas. Tuve la visión confusa de Jane empujando a Getchell.
Franela gris a mi lado. La agarré y tiré. Getchell se dio contra el asfalto. Jane arrojó la cámara contra el bordillo.
—¡Le había quitado la película, idiota espagueti desgraciado!
Mis manos/su cuello, hechos las unas para el otro. Mi voz, irreal a mis propios oídos:
—Si se lo dices a Leigh, te mataré. No tengo dinero y la única historia que sé es demasiado buena para ti.
—Es un farol. Te veo las cartas —repuso con la voz ronca de la asfixia.
Apreté más fuerte, exprimiéndolo hasta el hueso.
—Es un farol. Te las veo.
Portazos, voces en segundo plano.
—Dick, hay testigos —dijo Jane—. Mi padre dice que si hay testigos oculares, a los asesinos les cae la pena de muerte.
—Es un farol. Te las veo —dijo Getchell seco como un hueso.
Lo solté. Getchell se incorporó y se apartó arrastrando el culo. Lo agarré por el pelo y tiré de él.
—Estoy preparando un falso secuestro con unos profesionales —susurré—. No te daré la exclusiva pero tendrás una primicia por cuenta mía.
Getchell salió del ahogo:
—Trato hecho.
Jane me ayudó a levantarme. Miss Tentación Adolescente lucía ahora un diente astillado.