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El Mocambo saltaba.

Buddy Greco atacaba «Around the World», interpretándola estilo scat. Buddy no sólo te vende la canción, sino que la lleva a tu casa y te la instala. Chrissy y otra chica cantaban a contrapunto. Imanes para las miradas de club nocturno.

Leigh y yo nos instalamos en la barra. Estaba cabreada porque le había contado que Bob Yeakel me había puesto una condición para el Cohete al estrellato número dos: participar en un trabajo de embargo con Bud Brown y otro payaso de las finanzas llamado Sid Elwell. Bob tenía un cargamento de morosos del barrio negro y yo distraería a los dueños mientras Bud y Sid se llevaban los coches.

Había aceptado la oferta de Bob. Las salidas a embargar estaban programadas para el día siguiente. La respuesta de Leigh: estás poniendo a prueba tu valor otra vez. No sabes pasar de cosas así.

Tenía razón. La bombilla de Chrissy, POP, centelleó: «Al menos, esa historia de la deserción te da algo que superar.»

Buddy cantó chasqueando los dedos: «Cuando el amor se acabó, seguí mi camino, en otra parte hallaré mi cita con el destino», y la gente chasqueaba los dedos con él. Danny Getchell patrullaba las mesas en busca de «insinuaciones pecaminosas» para el Hush-Hush. Mira a Dot Rothstein junto al escenario, tomándole las medidas a Chrissy para prepararle un catre en el Motel de la Isla de las Tortilleras.

—Tengo hambre —dijo Leigh, dándome un codazo.

—Iremos a Dino's Lodge. No tardaremos mucho. Por lo general, Buddy cierra con este tema.

«Dejaré de rodar por el mundo, porque mi mundo lo he encontrado en ti, uo uo uo…»

Aplausos atronadores. Los celos me corroían. Dot se acercó a la barra y rebuscó en el bolso. Quédate con el contenido: nudilleras de metal y una recortada del calibre 38.

Me miró con sarcasmo. Fíjate en su atuendo: un mono de la Lockhead, sandalias de suela de neumático. Chrissy me hizo una seña desde la puerta del escenario: en el aparcamiento, dentro de cinco minutos.

Dot pidió un whisky. El camarero no aceptó que lo pagara. Me puse en pie y me desperecé. Dot me abordó al pasar.

—Es bonita tu esposa, Dick. Cuídala bien porque, si no, lo hará otra persona.

Leigh sacó una pierna para ponerle la zancadilla; Dot la esquivó y me mandó a la mierda con un gesto.

—Dice que está aquí para dar caza al Azote de Hollywood Oeste —comentó el camarero—, pero lo único que hace es perder el culo por las coristas. De todas formas, supongo que al Azote le gustan las mujeres guapas, lo cual excluye a Dot como señuelo.

—El Azote es el tipo de hombre que Dot necesita. Tal vez la volvería hetero.

El camarero se partió de risa. Le doblé la propina y seguí a Leigh hacia el aparcamiento.

Chrissy esperaba junto al coche. Dot estaba cerca, jodiendo a unos indigentes para que le enseñaran la documentación. Al tiempo, taladraba con la mirada a Chris: estrictamente rayos X, estrictamente ardiente.

Abrí el coche y amontoné a las chicas dentro. Encendido, gas, zuuum. El beso de despedida de Dot me empañó el cristal trasero.

Tráfico denso en el Strip. Íbamos muy despacio.

—Tengo hambre —dijo Chris.

—Vamos a Dino's Lodge —dije.

—No, allí no, por favor.

—¿Por qué?

—Porque Buddy llevará a un grupo del club y apuesto a que Dot intentará sumarse a la fiesta. De veras, Dick, a cualquier sitio menos a Dino's.

—Canter's tiene abierto hasta muy tarde —intervino Leigh.

Doblé a la derecha bruscamente. Unos faros barrieron mi interior Kustom King y el coche que iba detrás del nuestro tomó también a la derecha repentinamente.

Al sur por Sweetzer, al este por Fountain. Dot me estaba poniendo nervioso. Miré por el retrovisor.

Aquel coche seguía pegado al nuestro.

Al sur por Fairfax, al este por Willoughby. El coche cada vez estaba más cerca. Un deportivo, blanco o gris pálido. No distinguía al conductor.

¿La agente Dot Rothstein o…?

Alternativas que temer: ex novios de Chrissy, ex clientes de droga, amigos de L.A. en general.

Al sur por Gardner, al este por Melrose. Aquellos faros nos empujaban, nos empujaban, nos empujaaaban.

—¿Qué haces, Dick?—preguntó Leigh.

—Nos siguen.

—¿Qué? ¿Quién? ¿Qué estás di…?

Me metí por la calzada de acceso a una casa sin poner el intermitente. Mis neumáticos araron el césped de algún pobre desgraciado. El coche deportivo continuó adelante. Di marcha atrás y lo perseguí.

Aceleró. Puse las luces largas y miré la trasera. No llevaba matrícula permanente, sólo un adhesivo provisional pegado al maletero. Me situé cerca, más cerca. Vislumbré las cuatro últimas cifras: 1116.

El coche se saltó un semáforo en rojo en la Tercera. Sonaron bocinas. El tráfico de entrada me retuvo. Sus luces traseras centellearon en dirección este. Se iban, se iban, se fueron.

—Se me ha quitado el apetito —dijo Leigh.

—¿Puedo dormir en vuestra casa esta noche? —preguntó Chris.