A Luis I sucedió su hermano Carlos III, del que se rumoreaba que no era hijo de Felipe V sino del cardenal Alberoni. El purpurado era un maestro en darle el punto a los macarrones y por este conducto, y quizá por algún otro, se había ganado el corazón fogoso de la reina Isabel de Farnesio.

Carlos III, gran escopetero, gastó toda su munición amorosa en la juventud. Tuvo trece hijos de María Amalia de Sajonia, pero cuando enviudó, a los cuarenta y cinco años, las mujeres dejaron de interesarle y se dio a la caza y a la vida morigerada y tranquila. Hubiera sido feliz de no andar preocupado por las crecientes muestras de imbecilidad que le daba su hijo y heredero. En una tertulia cortesana se conversaba sobre la propensión femenina a la infidelidad. El príncipe, futuro Carlos IV, intervino en la discusión:

—Nosotros, en este caso, tenemos más suerte que el común de los mortales.

—¿Por qué? —preguntó su padre, amoscado.

—Porque nuestras mujeres no pueden encontrar a nadie de categoría superior con el que engañarnos.

A lo que el padre, se quedó pensativo y luego murmuró con tristeza: «¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto!»

Carlos IV, un infeliz sonrosado y regordete, feminoide y suavón, probable cornudo complaciente, se casó con María Luisa que, además de dar nombre a la hierba luisa, fue famosa por sus muchos amantes. Era fea y desdentada, de piel olivácea y prematuramente envejecida. Tuvo dos hijos que «se parecían indecentemente» a Godoy, su amante casi oficial, encumbrado desde la humilde posición de guardia de corps hasta el rango de príncipe de la Paz, y valido todopoderoso del rey. Como en el más civilizado ménage a trois, el rey salía de caza todos los días para permitir que en su ausencia Godoy visitase los aposentos de la reina. El valido utilizaba un pasadizo secreto para mayor discrección y comodidad. Diversos indicios inducen a sospechar que quizá el rey era tan imbécil que ignoraba el asunto del valido con su mujer. En una ocasión comentó confidencialmente a la reina:

—¿Sabes lo que dice la gente? Que a Manolito lo mantiene una vieja rica y fea.

La correspondencia de la reina con su amante está repleta de emotivos detalles, como corresponde a una pareja romántica. Le comunica, por ejemplo, que le ha bajado la regla, «la novedad», «mis achaques mensiles». María Luisa fue también infiel a Godoy, al que a veces alternó con un tal Mallo y con otros garañones cortesanos, pero, no obstante, parece que sintió un gran amor por el valido. Camino del exilio, solicitó «que se nos dé al Rey, mi marido, a mí y al príncipe de la Paz con qué vivir juntos todos tres en un paraje bueno para nuestra salud». En la España de sacristía y pandereta ya se iban anunciando los tiempos modernos.