A la escarmentada moza del himen coriáceo le habría convenido más procurarse un testimonio notarial de pérdida accidental de virgo. Tales documentos existían ya en la España musulmana y han seguido emitiéndose hasta el siglo XX. Traeremos a colación uno fechado en 1495:
Pidió testimonio Juan Gómez dorador y María Rodríguez su mujer como estando María su hija de seis años poco más o menos jugando con otra su hija de 4 años y vimos saltando sobre un tinajón y subiendo y descendiendo en el tinajón se le abrieron las piernas y le corrió sangre y le corrompió parte de su virginidad y la llevaron luego a la partera de Montilla y para guarda de su derecho pidieron a (varios testigos) que viven en la dicha casa y lo vieran.
En el sexo institucional, el practicado dentro del matrimonio, la esposa era propiedad del marido. Todavía perduraba el matrimonio por mutuo consenso, al margen de la Iglesia, sin más ceremonia que el intercambio de prendas. En una declaración jurada leemos: «Estoy casado con ella por palabra de honor y por cópula carnal, y con su licencia me la llevé. Y aquella noche, antes de meternos en la cama, me dio un peine con que se peinó y arregló el cabello y también me pidió una camisa de las mías que se puso. Como marido y mujer estuvimos los dos desnudos en la misma cama muy pacíficamente sin contradicción».
El objeto del matrimonio era la procreación, pero cuando los deseados hijos no llegaban era admisible recurrir a la magia, tan practicada como en el período anterior, aunque ya se va detectando la existencia de espíritus menos crédulos que parecen anunciar el interés científico del Renacimiento. Éstos aconsejaban procedimientos naturales:
Después de medianoche e ante el día, el varón deve despertar a la fembra: fablando, besando, abrazando e tocando las tetas e el pendejo e el periteneon, e todo aquesto se face para que la mujer cobdicie (…) e quando la mujer comienza a fablar tartamudeando: entonces deuense juntar en uno e poco a poco deven facer coito e deve se juntar de todo en todo con el pendejo de la mujer en tal manera que ayre non pueda entrar entre ellos. E después que se haya echado la simiente deve estar el varón sobre la mujer sin facer movimiento alguno que no se levante luego, e después que se levantase de sobre la mujer deve estender sus piernas e estar para arriba e duerma si pudiese que es mucho provechoso e non fable ni tosa.
Había además otros remedios. Por ejemplo, para espesar el semen y desarrollar la potencia sexual se recomendaba el potaje de turmas de toro, una antigua creencia que justifica el dicho popular «de lo que se come se cría». Fernando el Católico murió precisamente a causa de uno de estos cocimientos. Cuando enviudó de Isabel la Católica, el ya anciano y obeso monarca contrajo matrimonio con la joven y robusta Germana de Foix y, empeñado en hacerle un hijo, ingirió una ración de turmas tan excesiva que «dominóle fuertemente su virtud natural y nunca tuvo día de salud y al fin se acabó de este mal». El cronista olvidó anotar la receta, pero, dadas las relaciones italianas del monarca, nos inclinamos a pensar que pudo tratarse del acreditado pasticcio de testicoli di toro aromatizado con canela y nuez moscada, especies ya de por sí afrodisíacas, que hacía furor en la Italia renacentista. El afamado cocinero Bartolomé Scappi se las preparaba a Pío V. También se las sirvieron a Carlos V después del saqueo de Roma «con la intención de aplacarlo». Tenemos apuntada otra receta de iguales efectos aunque menos apetitosa: emplasto de testículos de raposo, meollos de pájaros y flores de palma. Parece de digestión más suave, pero sus resultados deben ser igualmente alentadores ya que «face desfallecerse a la mujer debajo del varón».
De la cornudería y sus remedios.
El relajo general de la época favorecía los adulterios y las uniones contra natura. En tales casos, el marido corniveleto estaba facultado para matar a la infiel y a su amante, si bien también podía otorgarles cédula de perdón ante un notario. Tenemos una que fue emitida en Córdoba, en 1479, por un tal Juan Pintado. Con la mejor voluntad del mundo, el marido burlado quiere hacer borrón y cuenta nueva de ciertos errorcillos de su esposa y echar pelillos a la mar:
Juan Pintado, corredor de bestias (…) conosco e otorgo que perdono a vos Ana Rodrigues, mi mujer (…) todo e qualquier yerro e maleficio de adulterio que vos fesystes e cometystes con qualesquier personas en qualquier manera fasta oy de la fecha desta carta (…)
Cuando la concordia no era posible, siempre quedaba el recurso de la separación o del divorcio. Una escritura de divorcio, en 1494:
Catalina Ferrándes mujer de Diego de Portechuelo… ante el senos obispo desta cibdad e su prouisor o vicarios sobre diuorcio e apartamiento del dicho su marido por la mala vida que le da (…)
Una variante del matrimonio era el amancebamiento, admitido con rango de institución y hasta tolerado por la Iglesia para las parejas que vivían juntas. También dejaba rastro documental cuando se producía una separación:
Syn aver entre ellos palabras de matrimonio salvo en una compañía de mesa e cama e por se quitar de pecado amos a dos e cada uno dellos dixeron que fasta aquí les plasía estar en una compañía e que de aquí adelante que cada uno buscase su vida como mejor les vinyese. Por ende que se davan e dieron el uno al otro e el otro al otro por libres e quitos.
La dinastía esquizoide.
Casi todas las semblanzas de famosos declaran la sensualidad del personaje: Gonzalo Núñez de Guzmán, maestre de Calatrava, «fue muy disoluto acerca de mugeres»; el justicia mayor Diego López de Estúñiga «aun en edat madura amo mucho mugeres, e diose a ellas con toda soltura»; el canciller Pedro López de Ayala «amó mucho mugeres, mas que a tan sabio cavallero como él convenía». Los reyes Trastámaras no fueron menos aficionados al placentero trote: Enrique II mantuvo varias amantes de las que tuvo trece hijos naturales (además de los tres habidos de la reina). En su descargo cabe aducir que los reyes no se casaban por amor sino por razones de alta política, buscando fortalecer o acrecentar sus Estados. Desde el punto de vista genético, tales enlaces entre parientes en próximos grados de consanguinidad resultaron catastróficos. Ya en Juan II se advierten rasgos patológicos, pero además él los agravó casándose con una esposa igualmente tarada. «En esta dinastía esquizoide, Isabel la Católica sería la sorprendente excepción —escribe Marañón—. Ella fue el producto genial en una cadena de miserias, pero rebrotó la pesadumbre degenerativa en su nieta Juana la Loca y en varios más de sus sucesores». El historiador nos retrata a Juan II como «un hombre viejo a los cincuenta años, debilitado por los malos humores, esclavo de la sensualidad y diariamente entregado a las caricias de una joven y bella esposa». Además, probablemente era bisexual puesto que «desde su más tierna edad se había entregado en manos de don Álvaro de Luna no sin sospecha de algún trato indecoroso y de lascivas complacencias». Estas inclinaciones del padre resultaron mucho más evidentes en el hijo (si admitimos que Enrique IV fuera hijo de Juan II, pues también pudo haberlo sido del apuesto don Alvaro de Luna).
Enrique IV el Impotente era un «degenerado, esquizoide, con impotencia relativa (…) displásico eunuco con reacción acromegálica», según el diagnóstico de Marañón.
Retrato de Enrique IV de Castilla. Miniatura de un manuscrito del viajero alemán. Jörg von Ehingen, circa 1455.
En su juventud fue un hiperactivo bisexual que además de «folgar tras cada seto» mantenía escolta sodomita de robustos moros. Sus problemas comenzaron después del matrimonio, pues, por motivos al parecer psicológicos, era incapaz de hacer con la reina lo que hacía con las putas de Segovia. El cronista Diego de Valera escribe: «El Rey y la Reina durmieron en una cama y la Reina quedó tan entera como venía, de que no pequeño enojo se recibió de todos». Los bien pensados lo disculparían, pues un gatillazo lo padece cualquiera, pero luego de transcurridos trece años de aburrida convivencia conyugal Blanca de Navarra se conservaba tan virgen como el primer día.
Enrique IV sufría ese mal que una composición de la época definía:
Es impotencia un descaimiento
de pixa y cojones después de ya cuando
la barva del ombre está blanqueando,
remoto por obras y por pensamiento.
El rey era además cabrito consentido y se excitaba prostituyendo a su joven, hermosa y desenfadada esposa. El cronista escribe: «La principal causa de su yerro (adulteril) había sido el Rey, a quien placía que aquellos sus privados, en especial don Beltrán de la Cueva, hubiesen allegamiento a ella y aun se decía que él rogaba y mandaba a ella que lo consintiese».
Este Beltrán de la Cueva, denominado «el mayor garañón», inspiró estas coplas anónimas:
Es voz publica y fama
que jodes personas tres
a tu amo y a tu ama
y a la hija del marqués
jodes al rey y a la reina
y todo el mundo se espanta
como no jodes la infanta.
La infanta aludida es la futura Isabel la Católica, mujer de moralidad roqueña y hembra de armas tomar que, como dejamos dicho más arriba, consiguió llegar virgen al matrimonio.
En el alcázar de Segovia, residencia habitual de los reyes, don Beltrán de la Cueva tenía su aposento junto al dormitorio de la reina. Entre los otros amantes probados de la regia señora se cuenta el arzobispo de Sevilla, cuando fue su huésped, en rehenes, en el castillo de Alaejos. El apuesto arzobispo la llevaba a cazar sobre mula, y le mostraba yerbas latinas y vuelos cetreros que son adobo muy a propósito para el cortejo bucólico, antes de rendirla, enamorada, a la sombra propicia de una encina, clavándose en la espalda las bellotas caídas y viendo piruetear las cornejas por el cielo azul. Es posible que un sobrino del arzobispo, Pedro de Castilla llamado «el Mozo», alcanzase parte en el festín carnal de su ilustre tío. Mientras tanto, la insumisa nobleza de Castilla hacía chistes sobre la impotencia del rey. Muy celebrada fue la ocurrencia del conde Gonzalo de Guzmán cuando aseguró que el mentulam (pene) del rey era una de las cosas que jamás se agacharía a recoger del suelo.
Enrique IV, mal resignado a su impotencia, solicitaba remedios a sus embajadores en Italia (noticia que inspiró mi novela En busca del Unicornio).
A una parte de la nobleza de Castilla le interesaba que el rey no tuviera descendencia para que su hermana, futura Isabel la Católica, heredara el trono. Por lo tanto, cuando la reina dio a luz una preciosa niña, propalaron el infundio de que la recién nacida no era hija del rey sino de don Beltrán de la Cueva, y la apodaron «la Beltraneja». La historia oficial más reciente ha favorecido mucho a Isabel, disimulando que usurpó el trono de su sobrina.
Prosiguiendo la perniciosa costumbre de sus antecesores, Isabel contrajo matrimonio con un pariente suyo en tercer grado, Fernando de Aragón, previa obtención de la necesaria dispensa papal. Los Reyes Católicos estuvieron tan unidos en lo personal y en lo político que el cronista los define como «una voluntad que moraba en dos cuerpos» y, para dar noticia del alumbramiento de la reina, se decía «este año parieron los Reyes nuestros señores». Como es posible que el lector lo esté esperando, mencionaremos también que, según la leyenda, la emprendedora reina prometió no cambiarse de camisa hasta conquistar Granada, una empresa que le llevó años. Por este motivo los franceses denominan Isabelle al color amarillento.
Isabel casó a su único hijo varón, el príncipe don Juan, con la fogosa Margarita de Austria. Los jóvenes cónyuges llevaban una vida sexual tan intensa que la salud del príncipe se resintió. Los médicos de la corte aconsejaron separarlo temporalmente de la ardorosa austríaca, pero la estricta Isabel la Católica atajó: «Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre», una decisión que probablemente alteró el curso de nuestra historia, pues a poco el agotado joven murió tísico, como la Traviata, y el trono recayó en su hermana Juana la Loca.
Es digno de mención que, junto a tanto hombre crápula y degenerado, esta época diera mujeres tan enteras y animosas como la reina Isabel. O como doña María Coronel, la «dama del tizón», a la que los moralistas tanto han citado como ejemplo. Permitamos que uno de ellos nos relate la espeluznante hazaña de esta hembra:
… espejo de todas las mujeres que antes elijan morir que no quebrantar la fe conyugal y castidad que deben a sus maridos (…) estando su marido ausente, vínole tan grande tentación de la carne, que por no quebrantar la castidad y fe devida al matrimonio, eligió antes morir, y metióse un tizón ardiendo por su miembro natural, del qual murió, cosa por cierto hazañosa.
El cuerpo incorrupto de la resuelta dama, descubierto en el siglo XVII, es custodiado por las monjitas del convento de Santa Inés de Sevilla, donde una vez al año lo muestran a sus castas devotas y al público en general.
Doña María Coronel, la legendaria «dama del tizón» que se introdujo un madero encendido por sus partes para alejar las tentaciones de la carne, Real Monasterio de Santa Inés, Sevilla.
De puta a puta.
Hacia 1510, un clérigo anónimo y perito, meritorio precursor de Quevedo, compuso La carajicomedia, especie de catálogo de las putas de Castilla, obra de valor inestimable en la que se dan muy precisas noticias del estado de la profesión al final de la Edad Media. Por vía de ejemplo, y en homenaje no exento de ternura, entresacaremos una docena de nombres:
— LA ZAMORANA: ASÍ llamada porque ejercía en Valladolid.
— MARÍA DE VELASCO: «NO nació mayor puta, ni hechicera, ni alcahueta sin más tachas descubiertas».
— RABO DE ACERO: «ES Francisca de Laguna, natural de Segovia, hizo la carrera en Salamanca».
— LA NAPOLITANA: «Ramera cortesana, muy nombrada persona y muy gruesa. Tenía la rabadilla muy hundida y tan grande como un canal de agua. Casó con un mozo de espuelas de la reina doña Isabel que la retiró del oficio».
— ISABEL LA GUERRERA (en realidad Isabel Guerra): «A todos da que hacer».
— ISABEL DE TORRES: «Tiene cátedra en Valladolid y por mejor escrevir della la fui a ver y a conocer. Es mujer gruesa, de buen parecer, bien dispuesta».
— VIOLANTE DE SALAMANCA: «Residente en Valladolid, gana la vida sufriendo diversos encuentros en su persona. Su rufián le marcó la cara de una cuchillada y ella para evitar la segunda se cubrió la cabeza con las faldas. Entonces recibió la herida en la parte expuesta: "Diole un picapunto en el culo de razonable tamaño"».
— JUANA DE CUETO: «Muy chica de cuerpo, de muy buen gesto y gorda: tiene buenos pechos; es muy soberbia y desdeñosa a la gente pobre, pero con quien tiene oro muchas veces llega a las manos, pero continuamente ha caído la triste de espaldas en tierra. Tiene gran furiosidad en el soltar de los pedos».
— LÁREZ: «ES mujer de increíble gordura; parece una gran tinaja. Ha sido razonable puta, o al menos nunca cubrió su coño por vergüenza de ningún carajo. Se queda en Valladolid manteniendo telas a cuantos carajiventureros vienen».
— GRACIA: «Mujer enamorada, gran labrandera; hermosa y dispuesta (…) de continuo está en su puerta labrando y por maravilla passa uno que ella no lo mire (…) publica su coño ser ospital de carajos o ostal de cojones (…) tiene gran afición con todo el brazo eclesiástico».
— SALCEDONA: «ES de Guadalajara (…) plazentera a sus amigos (…) a loor de la humana luxuria».
— LA RAMÍREZ: «De Guadalajara (…) es jubilada, pero no en los desseos. No la conosco "fama volat".»
— LA NARVÁEZ: «En la putería de Medina del Campo».
— ANA DE MEDINA: «Gentil mujer (…) mujer de buen fregado. Autores son mil legiones de carajos fríos y elados, y pertrechos que allí han recibido perfecta curación y escaldación».
— LAS FONSECA: «Hermanas naturales de Toro, residentes en Valladolid. Son gentiles mujeres, especialmente la menor que tiene por amigo al prior de la Merced que en tanto grado la quiere que las paredes del monasterio desuella para dalle».
— INÉS GUDÍNEZ: «La más maldita, puta vieja. Vendió a una hija suya a un fraile».
— MARÍA DE MIRANDA: «A la que su rufián dio en aquel coñarrón dos cuchilladas a la luenga y un tal Aguirre le añadió "un repelón en lo mejor parado de sus bienes".»
— BEATRIZ DE PÁEZ: «Dios no crió más abominable cosa que esta mala vieja».
— MARI LÓPEZ: «Mujer que gran parte del mundo ha corrido. Es de gran cuerpo y fea disposición».
— LA MALMARIDADA PERALTA: «De pequeña edad y gentil disposición, la cual por sus pecados casó con hombre débil y viejo. De coño veloce, esto es, coño cruel ardiendo que siempre está muerto de hambre».
— MARÍA DE BURGOS: «Gentil mujer, algo morena, muy graciosa, comenzó a ganar su axuar en Medina del Campo, agora reside en la corte; es abogada de los mercaderes».
— ISABEL DE HERRERA: «Prima de todas las putas del universo, la flor de las mujeres enamoradas, la fragua de los carajos, la diosa de la luxuria, la madre de los huérfanos cojones».
— LA LOBILLA: «Reside en Valladolid, cabe San Salvador».
— MARIBLANCA: «Reside en un mesón de Salamanca, al passo de la vega. Es mujer muy retraída de vergüenza, y que tiene gran abstinencia de castidad. Siendo amiga de un estudiante, una mañana, estando en la cama y aviendo él acabado de passar carrera, ella se hincó de rodillas en la cama puestas las manos contra el cielo mirando a un crucifijo y con lágrimas en los ojos, con devoción, a grandes voces dixo: "¡Señor, por los méritos de tu Santa Pasión, si merced en este mundo me has de hazer, es ésta: que en mis días no carezca de tal ombre como este!" »Esta señora, al tiempo que tiene un carajo en el cuerpo, que se querría hallar en un cerro que está fuera de la ciudad media legua por dar gritos a su plazer».
— ISABEL LA ROXA: «Reside en Salamanca, mujer bien hermosa, tiene audiencia real noche y día, amuestra muchachos, tiene un coño tan grande como un charco».
— PEDROSA: «Reside en Salamanca, es mujer gruesa, gran nalguda (…) estando hodiendo está como rabiosa, dando bocados do puede, y a las veces muerde las sábanas o manta o almohadas y atapase las narices y oídos por no resollar».
— LA URSULA: «En Valencia (…) gran jodedora, que se pega por maravilla, tiene por esto sobrenombre de "melosa".»
— ISABEL LA MURTELA: «En Valencia, en verano continuamente está muy proveída de agua rosada de azahar con que bautiza los carajos sudados».
— LAS DIEZ SEBILLAS (Sibilas): «Son la flor de las putas valencianas».
— MAGDALENICA: «Notoria es su vida y sus virtudes y fama y poca vergüenza».
— ISABEL LA CAMARENA: «Mujer de gran fantasía, es gran tirana de quien tiene dineros y también a quien no tiene haze sobre prenda o da limosna».
Las putas se dividían y se subdividían en diversas categorías de acuerdo con sus características y habilidades.
Las había trashumantes. Entre éstas destacó una Mari Núñez citada en La carajicomedia. Otras preferían vida más reglada y se establecían en la corte, como Mari Xuárez o Viamonte, que quizá constituyeron pareja profesional, para dúplex. Habíalas también humildísimas, las llamadas carcaveras, que «es la que trabaja en zanjas y hoyas fluviales», y otras de alto standing como aquella famosa Osorio que fue causa de que se prohibiera la seda en Castilla, en una rabieta de la Reina Católica que, como toda puritana, debía sentir cierto resquemor envidioso por las perdidas. Ocurrió que en 1498, estando Toledo en fiestas, apareció la Osorio tan engalanada de sedas y alhajada de oros y perlas que deslumbró a toda la corte. La reina Isabel «preguntando quién era, supo ser ramera cortesana y con enojo mandó quitar la seda en Castilla, lo cual así se mantuvo hasta que el rey Felipe entró en Castilla» (se refiere a Felipe el Hermoso, alegre yerno de la rigurosa Isabel).
Toda ciudad importante contaba con su mancebía, calle o barrio de putas, a efectos de control fiscal. Al frente de cada prostíbulo estaba el «padre de la mancebía» o rufián, que a cambio de las saneadas ganancias del negocio, velaba por el cumplimiento de las normas gubernativas relativas a días feriados, horario de apertura y cierre, licencias municipales y reconocimiento médico de las pupilas. También tenía que proteger a sus chicas de las brutales diversiones que a veces ideaban los clientes. Una de ellas, quizá de origen italiano, era la llamada trentuno, consistente en la consecutiva violación de la mujer por más de treinta hombres. Españolizado en «treintón», aparece citado en La lozana andaluza. Para rizar el rizo de la brutalidad existía también el trentuno reale, cuando los violadores eran setenta y cinco o más. Existe un testimonio de treintón infligido a una prostituta de nombre Mariflor en castigo por hacerse la decente con dos patanes que la requebraban. Los burlados descubrieron su oficio, la secuestraron y la encerraron en las cuadras del obispo de Osma. A continuación convocaron a camaradas y criados
y luego de presente se hallaron por cuenta veinte y cinco hombres, bien apercebidos y prestamente destacados, comentaron a desbarrigar con ella, hasta que la asolaron por tierra y le hicieron todo el coño lagunajo de esperma; pues el capitán de aquella gente, queriendo complacer la hueste y exército que allí había traído, proveyó en mandar llamar dos negros cavallerizos, de los cuales la triste muy amedrentada huyendo escapó, con gran risa de todo el exército.
Otro treintón le dan los estudiantes a una tal Ortega, «muy gran necia (…) que casi por muerta la dexaron, y escapada de esta tribulación votó de jamás navegar los estudios y así lo mantiene».
Clérigos enamorados.
La sentencia de 1429 que suspendía de oficio y beneficio a todo clérigo que mantuviera concubina jamás fue aplicada y quedó en papel mojado. La jerarquía eclesiástica carecía de autoridad moral para imponer un celibato que, sobre ser absurdo y antinatural, ella era la primera en quebrantar. Existía incluso la figura de la mensajera o alcahueta especializada en organizar apaños entre frailes y monjas, aunque en algunas comunidades se había degenerado hasta tal libertinaje sexual que la mediadora era innecesaria. En el monasterio de Santa María de Villamayor las monjas seguían «vida licenciosa, observando conducta lúbrica, engendrando ostentosamente descendencia abominable para injuria de Dios, y algunas en horrible coito abandonando el yugo de la obediencia, no respetando apenas el voto de pobreza, sin llevar la toca ni el traje monacal». El enérgico obispo Gutierre de Toledo las condenó a penitencia perpetua y las distribuyó por distintos conventos. Caso muy distinto es el ocurrido en el convento de San Pedro de las Dueñas, en Toledo: allí las monjas eran de costumbres tan «desenfrenadas y disolutas» que el arzobispo nombró abadesa a la marquesa de Guzmán para que las reformara, pero las encausadas contaban con tales aldabas en las altas esferas del reino que el propio rey expulsó a la Guzmán y a las honestas que la apoyaban y puso al frente de la comunidad a una de las libertinas. Eso dice la crónica.
Como en todas partes cuecen habas, bueno será añadir que por la misma época el concejo de Zurich emite ciertas ordenanzas contra «la conducta lasciva en los conventos de monjas». Conocemos casos de antiguas monjas que llevan su afición al extremo de abandonar el convento para ejercer de putas:
Catalina del Águila, natural de Talavera, fue allí monja en Sanct Benito y viendo que no se podía abstener de algunos vicios salió huyendo con un morisco, el cual después de harto della la dexó, y ella sola discurriendo a muchas partes fue a arribar a Valencia, a donde la diosa Venus la convirtió en ramera. Es una mujer hermosa, mas tiene las carnes muy floxas.
Si volvemos los escandalizados ojos a la sede del Santo Padre, nuestra sorpresa crece al comprobar que el panorama de la propia Roma no era más edificante. En la ciudad de los pontífices, una de cada siete mujeres ejercía la prostitución. Esta tradición descendía de antiguo. Ya en 1414, unas dos mil furcias itinerantes se habían congregado en Constanza con ocasión del concilio. El papa Sixto IV (introductor de la fiesta de la Inmaculada Concepción) percibía unos veinte mil ducados anuales de las rentas de las prostitutas establecidas en sus Estados. Con esa cifra bien podía financiar obras tan espléndidas como la Capilla Sixtina que lleva su nombre. En la bibliografía de otro papa, Pío II, encontramos una novela erótica, aunque, eso sí, escrita en pulcro latín: De duobus amantibus historia. Pero ésta es ya otra historia.