Parece que en sus últimos tiempos el reino godo gozó de una permisividad sexual que escandalizaba a ciertos forasteros. En una carta de San Bonifacio a Etelredo de Mercia, fechada en el año 746, leemos: «La caída del reino godo es producto de la degeneración moral y de las prácticas homosexuales de sus gentes». Los escándalos sexuales debieron ser frecuentes. El rey Teudis «manchaba con pública prostitución los matrimonios de muchos poderosos».

La violación de la Cava.

Según la tradición, el reino godo se perdió por un pecado sexual. Su último rey, don Rodrigo, se prendó de una muchacha de la corte, la hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta, y la sedujo o la violó. El padre de la deshonrada se vengó propiciando la invasión del reino por los árabes. En un emotivo romance, el arrepentido don Rodrigo hace penitencia dentro de un sepulcro en compañía de dos fieras serpientes que lo devoran. Oigamos clamar su voz admonitoria para escarmiento de pecadores:

¡Ya me comen, ya me comen

por do más pecado había!

A tres cuartas del pescuezo

y una de la barriga.

La moraleja de esta historia tan española es que el reino godo se perdió por un pecado de lujuria. Y para refuerzo de la idea resulta que también el nuevo poder islámico empezó a hacer aguas por idéntica falta. Según parece, lo que lanzó a don Pelayo a refugiarse en Covadonga y emprender la Reconquista no fue ese vibrante sentimiento patriótico que figura en los libros de texto, sino más bien un asuntillo de doméstica venganza: es que el gobernador musulmán de Asturias, un tal Munuza, le había desgraciado a una hermana. Y lo que labró la ruina del caudillo Musa fue dejarse convencer por su flamante esposa, la bella Egilona, viuda de Rodrigo, para que se coronara rey del reino godo.