Terry pulsó el timbre en el que ponía D. DEWEY y esperó en el portal a oír su voz por el interfono o a que le abriera la puerta. Debbie se imaginaría que era él. Volvió a pulsar el timbre, esperó un rato más y luego salió a la acera a mirar las ventanas del edificio de dos plantas. Pero entonces se acordó de que su piso se encontraba en la parte trasera y daba a un campo de golf, y pensó en la noche en que se había asomado a su balcón y había visto aquel terreno, un terreno que en el país del que acababa de marcharse habría estado lleno de cultivos y allí estaba desperdiciándose. Se dirigió a la parte trasera del edificio y vio el balcón. Había luces en el piso. Se aproximó al borde del campo de golf y, levantando la mirada, gritó:
—¡Debbie!
Se encendió una luz en el piso de abajo. Volvió a llamarla por su nombre y entonces la vio en la puerta de cristal del balcón.
—¡Soy yo!
Debbie se fijó en él. Terry le hizo una señal y fue corriendo a la puerta, pulsó el timbre y aún tuvo que esperar un rato a que le abriera. ¿Qué se traerá entre manos?, se preguntó. La puerta se abrió y Terry subió por la escalera al 202.
Debbie llevaba un quimono rosa que él no había visto nunca. Sonrió, pero cansinamente, con ojos inexpresivos.
—¿Por qué no eres la chica más feliz de la ciudad?
—Estaba en el cuarto de baño —respondió ella. Se apartó de la puerta y dijo—: Pensaba que por lo menos llamarías primero.
—¿Qué ha ocurrido? Ha intentado hacérselo contigo, ¿verdad?
—Nada de eso. ¿Quieres una copa?
La siguió hasta el cuarto de baño y preguntó:
—¿Estamos de celebración o no? ¿Por qué quería que te quedaras?
Debbie sacó del congelador una bandeja de hielo. El vodka y la botella de Johnnie Walker estaban en la encimera, de donde no se habían movido desde la primera vez que Terry había estado allí. Junto a las botellas se hallaba el bolso con correa de Debbie.
—Me ha preguntado muchas cosas —respondió ella—. Por lo visto, piensa que puede ayudarme.
—¿A qué?
—A salir adelante como humorista. Piensa que puede abrirme puertas e incluso hacerme un hueco en el programa de Leño.
—¿Por qué? ¿Porque son los dos italianos?
—Me ha dicho que tiene contactos.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy cansada, agotada… —contestó ella, y le acercó el whisky sin levantarlo de la encimera.
—Cuéntame qué ha ocurrido.
—Ha roto el cheque.
Se lo soltó así, sin más. Sin prepararle para el golpe. Terry había cogido su copa, pero volvió a dejarla.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo ha partido por la mitad.
—Anda ya…
—Y luego ha vuelto a partirlo. Eso es lo que quiero decir.
—¿Estás hablando del cheque que tenía cuando nos han hecho la foto?
—Del mismo.
—Pero si nos dijo que sí. Nos dio su palabra.
—Terry, ese tío es un mafioso.
—¿No le habrás dado algún motivo para cabrearse?
—Me ha preguntado quién es mi cómico favorito y le he respondido que Richard Pryor. El suyo es Red Skelton.
—¿No le caes bien como pensabas?
—Ah, y cuando me ha dicho que podía ayudarme le he respondido: «¿Y qué va a hacer? ¿Escribirme los guiones?»
—¿En serio? ¿Le has dicho eso al jefe de la mafia? ¿Al jefe nada menos? «¿Y qué va a hacer? ¿Escribirme los guiones?»
Terry se imaginó a Lauren Bacall diciendo aquello, y entonces se acordó de una de sus frases, su favorita, y la modificó: «Usted sabe escribir ¿verdad, Tony? Coge la pluma y…»
Luego comentó:
—Es una buena frase, si no fuera por la ocasión, por el momento que has elegido. ¿Qué te ha respondido?
Debbie imitó la voz profunda de Tony:
—«No le importa correr riesgos, ¿eh, muñeca?» Bueno, lo de «muñeca» no lo ha dicho, sólo lo de que no me importa correr riesgos.
—Y tú te has arriesgado y te ha salido mal la jugada.
—Yo creo que la frase le ha gustado.
—Entonces ¿por qué ha roto el cheque?
—Es que no sé si tenía intención de dárnoslo… No se anda con chiquitas. Me ha preguntado si quería una copa y, cuando le he respondido: «Sólo si usted también toma una», me ha soltado: «Yo no voy a tomar ninguna, así que se queda sin nada.» Brusco, pero simpaticote.
—¿Vas a volver a verlo?
—No, hombre, no. ¿A qué viene esa pregunta?
—Como dices que es simpático.
—Me refería a la forma en que me ha respondido. Nada más oírle me he preguntado si podría meter esa frase en mi número.
Terry miró el whisky y se lo bebió casi de un trago.
—¿Qué has dicho cuando lo ha roto?
—He dicho que debería habérmelo imaginado.
—¿No te ha sorprendido?
—Sí, pero es lo que le he dicho.
—¿Y él qué te ha respondido?
Debbie cerró lentamente los ojos y volvió a abrirlos.
—Terry, estoy cansada. Quiero acostarme.
—¿Quieres que me quede?
—Como quieras.
—Cuéntame qué te ha respondido.
—Me ha respondido: «¿Debería haberse imaginado qué?» Entonces yo he hecho un comentario sobre cómo se gana la vida, pero sin decirle a la cara que es un chorizo, y él me ha soltado. —Hizo una pausa—: «Usted no sabe a qué me dedico.» Ni yo ni nadie, por lo visto, pues prefiere pasar inadvertido, no es un fanfarrón. Se ha comparado con ese que jugaba con los Delfines, Larry Czonka, el tío decía que se ponía a dar brincos como pato mareado después de un touchdown. Entonces me he preguntado si también podría meter eso en mi número: las fanfarronadas de los jugadores profesionales de fútbol americano. Si Czonka hacía el pato mareado, un tío le pegaba en la cabeza.
—Howie Long.
—Ése. Me he imaginado a un tío de uniforme pegando a otro en el casco y diciendo: «¡Joder, qué daño!»
—Yo pensé lo mismo la primera vez que lo oí. —Luego dijo—: ¿Entonces lo único que quería Tony era hablar contigo?
—No sé, el caso es que no ha servido para nada. Si vas a quedarte, Terry, vamos a acostarnos.
—Pero, entonces, ¿por qué se ha tomado la molestia…?
—No lo sé… Venga, Terry, vamos a hacerlo. —Y se fue.
A Terry le dio la impresión de que lo decía para acabar lo antes posible. Quizás era ésa su intención. Pensó en aquella mañana, cuando estaban en el dormitorio de Fran y Mary Pat hablando de cambiar las sábanas y Debbie le había dicho que no, que en la cama sólo iban a dormir, que podían follar en cualquier parte; viniendo de ella no le parecía una expresión tosca, sino más bien un comentario que describía su idea de las relaciones sexuales. Se trataba de algo que podían hacer en cualquier parte: nada más que un polvo.
Se sirvió otra copa, bebió un trago y se llevó el vaso al dormitorio. Bebió otro trago mientras veía a Debbie quitarse aquel quimono que no le había visto nunca y mirar el despertador de la mesilla en bragas. Eran las blancas con el lacito rosa a un lado. Se las quitó y Terry pensó que tenía que espabilar. La vio salir al pasillo y dirigirse al cuarto de baño. Estuvo dentro unos minutos; cuando salió y apagó la luz, él ya se había metido en la cama.
—Me he tomado un sedante. Como no deje de pensar en lo de esta noche, no voy a pegar ojo.
Apagó la lámpara y se acostó.
—¿No prefieres… hacerlo antes? —preguntó Terry vacilante.
—No te preocupes, yo estoy por la labor si tú lo estás. —Extendió el brazo, le agarró por abajo y dijo—: Sí, sí que lo estás.
Y empezaron: se besaron y tocaron, buscaron la mejor postura y al final adoptaron un ritmo tranquilo. Para mantenerlo y no perder el control, Terry se puso a pensar en África, en las colinas brumosas, en las plantaciones de té, en las casas de adobe rojo y en los murciélagos que alzaban el vuelo sobre los eucaliptos. Pero mientras pensaba en África y en el cielo al anochecer, le surgió una pregunta:
Si ha roto el cheque, ¿por qué quiere asegurarse de que vuelva?
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
—Nada. Vamos a seguir.
Y siguieron. Hicieron el amor y, cuando terminaron, Debbie se limpió con un pañuelo de papel y se durmió. Terry, en cambio, se quedó con la mirada clavada en el techo en medio de la oscuridad.
¿Por qué Tony quiere perderte de vista?
No puedes perjudicarle. No vas a contar lo que ha hecho, no vas a decirle a nadie que la foto es falsa. No, es por ella. Se trata de que te pierda ella de vista, no él.
Ni siquiera era su dinero. Lo que deseaba era impresionar a la pequeña Debbie. Quería romper un cheque y firmar otro para pasárselo por las narices. Terry extendió el brazo para alcanzar el vaso, se acabó el whisky y miró cómo dormía Debbie, cómo respiraba: su naricilla dejaba escapar de vez en cuando unos leves ronquidos. Tony ha roto el cheque delante de ella. Debbie le ha dicho que debería habérselo imaginado, que el tío no es un fanfarrón. Pero ¿qué es romper el cheque sino una fanfarronada? Ha sido todo un montaje. ¿Por qué iba a tomarse la molestia si no? Debbie le gusta y él quería impresionarla: le hace una oferta, como en la película, y Debbie acepta, es todo para ella y prefiere evitar darte explicaciones, así que se va a la cama, se esconde. ¿Quieres que me quede? Como quieras… ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Que le dolía la cabeza? Pensaba que llamarías primero… Estaba molesta. Pensaba que llamarías primero… No deseaba hablar del tema, pero, como no quería parecerte cerrada e insincera, se ha ido de la lengua.
Pero no te ha preguntado si te vas.
Habían hablado del tema antes de ver a Tony, él le había contado que iban a asegurarse de que volviera a África, pero ahora ella había dejado de pensar en ello. O, si pensaba en ello, prefería no sacar el tema. Ocurriría lo que tuviera que ocurrir, y él nunca se enteraría de lo que le había dado Tony.
Llevaba un quimono que él nunca había visto y que le daba un aspecto distinto. O igual estaba distinta sin más y su aspecto no tenía nada que ver con el quimono rosa del ribete rojo vivo. No se creía que estuviera en el cuarto de baño cuando había llamado. Imagínate la situación. Oye que llamas al timbre, y le pilla por sorpresa. Vuelve a sonar el timbre. Decide esperar a que te des por vencido. Pero luego oye que la llamas por su nombre y se asoma; un error, pero ya es demasiado tarde, sabe que la has visto y que, si subes, debe esconder lo que le ha dado Tony, si es que no lo ha escondido ya. Vuelves a llamar y aún tienes que esperar un rato. Lo ha metido en alguna parte. Pensaba que llamarías primero… No parecía muy contenta de verte, no parecía tu amor, tu pequeña intrigante, la ex del estafador, la ex presidiaría con la que llevas enrollado ¿cuántos días?, ¿cinco?
¿Verdad que es maravilloso el amor?
Se va a la cama porque quiere acabar cuanto antes, quiere zanjar el asunto contigo. Está claro que le gustas. De eso no te cabe duda. Pero ¿le gustas tanto como para que pueda confiar en ti?
Ha dicho que estaba en el cuarto de baño cuando has llamado.
Igual ha entrado después de oír el timbre.
Ha entrado en el cuarto de baño a tomarse el sedante y ha apagado la luz al salir. La primera noche que te quedaste aquí la dejó encendida, para que os vierais en la cama.
Terry miró el techo.
¿Lo habrá escondido?
¿O confía en que sigas siendo un inocente y le creas, padre Dunn?
¿Dónde estará el escondite?
¿No te lo dijo una vez?
Miró el techo.
La oyó respirar profundamente.
Y se levantó de la cama…
Debbie se despertó medio atontada, pero aun así volvió la cabeza para ver si Terry seguía allí. No, no estaba. Se incorporó y miró hacia el otro lado, hacia el despertador: eran las nueve y veinticinco. Pensó en ir a cepillarse los dientes: tenía la boca pastosa y le daba asco. Pero decidió hacer antes una llamada. Se imaginó que contestaría Mary Pat y así fue.
—Hola, soy Debbie. ¿Qué tal le ha ido a Terry?
—Han pasado a recogerlo, si te refieres a eso. Han venido dos personas.
—Son de fiar… —dijo ella—. En fin, que no hay motivos para preocuparse. —Luego añadió—: No sé qué te habrá contado…
Y se calló a ver si Mary Pat se lo decía.
—Bueno, Terry no parecía preocupado, así que creo que puedo estar tranquila.
—Ya… —dijo ella. Luego añadió—. Muy bien. Muchas gracias, Mary Pat.
Cuando fue al cuarto de baño a cepillarse los dientes, trató de imaginarse en qué estado de ánimo se encontraría Terry. Entró y vio unos rollos de papel higiénico nuevos, nueve en total, apilados sobre el lavabo donde se maquillaba. La bolsa de plástico del envoltorio estaba en el suelo. Ver aquello la dejó conmocionada y la obligó a dejar el cepillado de dientes para más tarde.
Aquello significaba que no la creía. Su socio, su compañero, no la creía, cojones. Había estado buscándolo, pese a que era imposible que supiera lo que tenía que buscar. Había buscado allí porque, mierda, debía de haberle contado que Randy fisgaba en el cuarto de baño.
Pero ella no lo había escondido allí. No lo había escondido en ninguna parte. Al oír el timbre le había entrado pánico y se le había pasado por la cabeza, pero luego había pensado: Un momento, ¿por qué voy a esconderlo? Es Terry. ¿Qué motivos tiene él para fisgar?
No, lo había dejado en el bolso, en la cocina. Fue y allí estaba, sobre la encimera, y en su interior el sencillo sobre blanco con el cheque… Pero no estaba.