EL MOLINO FATÍDICO

Aquel intermitente ruido triturador que Miguel sentía en el oído izquierdo, se le iba haciendo cada noche más cercano y atronador.

Era como el zumbido de una piedra de molino que girara muy cerca de su cabeza. Miguel, tendido en su cama en la noche, se imaginaba con frecuencia que ya estaba muerto. Le parecía que hacía ya siglos que se encontraba allí tendido y paralítico en medio de aquel ruido cortante como el acero que zumbaba en las tinieblas.

Pero no estaba muerto; de cuando en cuando sentíase perfectamente despierto y notaba cómo era capaz de mover una mano o vislumbrar en la oscuridad algunas cosas que le rodeaban en aquella habitación. Pero, cada vez que aquel estruendo comenzaba de nuevo, parecía estar ya mucho más cercano, traspasándole el cráneo de un modo más enloquecedor.

Aquél era el mismo ruido que percibiera en su juventud; pero entonces era un sonido débil y lejano, como si lo oyera a mil leguas de distancia. Después aquel zumbido había ido creciendo cada vez que volvía a fijarse en él. Y ahora era un estruendo tan colosal, que ya Miguel no percibía otra cosa, y le parecía que él mismo desaparecía dentro de él. Era como el intermitente zumbido de una muela.

* * *

¿Qué otra cosa podía ser más que aquel cercano ruido de caverna que Fenia y Menia hacen girar en remolinos en la noche ártica?

Oh, Miguel, su canto de molino que te llevará de este mundo, su canto que saldrá de tu cerebro como el zumbar de una muela que muele y tritura. Tu cabeza se convertirá en el centro de los arremolinados ruidos de la Caverna, de los torbellinos de las cenizas del mundo; será el centro de la demoledora canción de molino que cantan Fenia y Menia. Escucha:

—Nosotras estamos moliendo siempre —canta la voz de Fenia—. Nosotras hacemos girar la muela, que es pesada como el planeta. Nosotras te molemos las salidas del sol y los rebaños y los campos ubérrimos. Te molemos las nubes resplandecientes, las lluvias fecundantes, el verde trébol, las bellas flores amarillas y blancas…

—Nosotras estamos moliendo siempre —canta al mismo tiempo la voz de Menia—. Te estamos moliendo la enfermedad y sequía y los campos agotados y las fuentes exhaustas. Te trituramos el granizo como se tritura el grano. Hacemos girar en torbellino una nube de tormenta, que sube del Oeste, y te traemos la oscuridad y los relámpagos y los solares calcinados y humeantes…

—Y te molemos la primavera —gime Fenia—; y acabamos con el verano en el momento exacto; y te molemos los verdes bosques llenos de pájaros cantores. Te molemos el amor, el olvido y las noches luminosas…

—Y te molemos las fuentes de la vida —canta la voz estridente de Menia—; y las lluvias de cenizas, y el marchitamiento de las cosas. Te molemos el invierno hasta el mismo corazón del verano. Te cantamos una tempestad otoñal. Sembramos heladas y escarchas sobre todo lo que germina y crece. A fuerza de moler arrancamos la ilusión y la alegría del corazón de los hombres…

—Y volvemos a molerte una nueva primavera —canta Fenia, furiosa—; y te molemos los nuevos brotes y retoños. Te molemos el solsticio y la calma en medio del mar. Te molemos los potros jóvenes y los cachorros temblorosos. Te molemos el viento del Sur, y la renovación de las hojas y la confianza en la vida…

—Sí, molemos… —canta entre carcajadas Menia—. Hacemos girar el molino hasta que rechina y cruje. Molemos en la cuna y molemos en el ataúd. Molemos la nieve y la desesperación. Y siempre soy la última en cantar. Es mía siempre la canción definitiva.

Ahora se curvan las jóvenes gigantas, ciegas de cólera, y hundiendo sus pies en las tinieblas aceleran el giro de la rueda de molino hasta hacerla humear, y se ponen a cantar a un tiempo:

—Nosotras te molemos el sol, la luna y las estrellas, que giran desbocadas alrededor de la tierra. En un abrir y cerrar de ojos se trastocarán la noche y el día, y lo blanco se hará negro y lo negro se hará blanco, y el cielo avanzará rodando como una rueda. Te molemos el verano y el invierno como la fiebre que viene y se va. Y el calor retrocederá y huirá de ti para dejar paso al frío. Y al final de todo te molemos la vida en la estación invernal. Estamos trabajando duramente desde hace milenios. Pero al fin te molemos la edad de los hielos eternos, ¡ya la aurora boreal se cierne sobre nuestras cabezas! Te estamos moliendo las planicies de hielo de leguas de extensión, y el año lleno de tormentas boreales y los torbellinos de nieve. Reducimos a fino polvo la tenue esperanza que alienta en ti. Ya estamos calculando la marcha ascendente de los grados de frío. Ya molemos las noches eternas, ya hacemos vacilar el sol alejándolo hacia rutas mucho más remotas. Ya estamos moliendo los icebergs, que crujen con las montañas pulverizadas que bajan del Norte e invaden las feraces llanuras. Ya aplastamos las ciudades bajo los hielos eternos; ya estamos machacando todo lo que se llama fecundo y fértil. Estamos fosilizando ya tu cabeza; ya nuestro remolino está asolándolo todo. Cantamos con el corazón frío como el hielo y giramos la rueda hasta que salte en pedazos…