6

Finn la llamó a la mañana siguiente y la invitó a desayunar en el hotel Mercer. Hope no tenía nada importante que hacer y le encantó reunirse con él. La estaba esperando en el vestíbulo. Estaba igual de guapo que en Londres. Llevaba un jersey negro de cuello alto y vaqueros, y el pelo oscuro recién peinado. A primera vista se le veía muy despierto, y luego él admitió que llevaba varias horas levantado y que incluso había salido a dar una vuelta por el barrio de buena mañana. Su ritmo biológico todavía estaba en sintonía con el horario de Londres.

Hope pidió huevos Benedict, y Finn, gofres. Dijo que en Europa los echaba de menos porque nunca los preparaban como allí. La masa era distinta y en Francia los comían con azúcar. Los cubrió con sirope de arce y Hope se echó a reír. Los había empapado, pero se quedó tan pancho cuando dio el primer mordisco.

—¿Qué planes tienes hoy? —preguntó él mientras se tomaba el café.

—Pensaba ir a la galería donde están expuestas algunas de mis fotografías de la India. ¿Te gustaría acompañarme?

—Me encantaría. Quiero ver la exposición.

Después de desayunar, tomaron un taxi en dirección a la zona alta. Finn se quedó muy impresionado cuando vio su trabajo. Estaba expuesto con mucho gusto en una galería grande y prestigiosa. Luego pasearon por Madison Avenue y se acercaron hasta Central Park para poder pisar nieve limpia. En el resto de la ciudad había empezado a derretirse y se había tornado fangosa; en cambio en el parque seguía conservando la blancura prístina.

Él le preguntó cosas de la India, y luego hablaron de sus viajes al Tíbet y Nepal. Se detuvieron ante un puesto ambulante de libros del parque y encontraron una de las antiguas novelas de Finn. Hope quiso comprarla, pero él no se lo permitió; esa obra no le gustaba especialmente. Entonces empezaron a hablar de él, de su trabajo, de agentes y trayectorias profesionales. Finn se quedó boquiabierto ante la cantidad de obras que Hope había expuesto en museos y ella estaba impresionada de saber que había ganado el National Book Award. Se despertaban gran admiración mutua y parecían tener muchas cosas en común, y cuando salieron del parque él la invitó a montar en un coche de caballos, lo cual a ambos se les antojó muy frívolo pero muy divertido. Mientras se cubrían bien con la manta, se echaron a reír como chiquillos.

Para cuando el paseo tocó a su fin ya era la hora de comer, y Finn la llevó a La Grenouille, un local muy elegante donde tomaron unos platos deliciosos. A Finn le gustaba comer bien, a diferencia de Hope, que a menudo se saltaba las comidas. Después emprendieron el camino de regreso por la Quinta Avenida y, tal como ella solía hacer, llegaron a pie hasta el SoHo. Los dos estaban cansados, pero habían disfrutado pasando el día juntos. Él la acompañó a casa y ella lo invitó a subir, pero Finn dijo que prefería regresar al hotel a echarse una cabezada.

—¿Te gustaría salir a cenar luego, o tienes alguna otra cosa que hacer? No quiero ocuparte todo el tiempo —dijo pensativo, aunque precisamente para eso había ido a Nueva York.

—Me encantaría, si no te has cansado de mí —respondió ella esbozando una sonrisa—. ¿Te gusta la comida tailandesa? —Él asintió con entusiasmo y ella le sugirió ir a uno de sus restaurantes preferidos del East Village.

—Pasaré a recogerte a las ocho —prometió Finn, y la besó en la coronilla. Luego ella subió a casa y él regresó al hotel. Hope pasó las siguientes horas pensando en él, por mucho que se hubiera propuesto no hacerlo. Su compañía le resultaba muy grata, podían mantener conversaciones interesantes y de repente se le antojó que era todo un personaje. No tenía ni idea de qué ocurriría con él, ni siquiera de si tenía que planteárselo.

Cuando pasó a recogerla, ella se había vestido con unos pantalones grises y un jersey rosa. Tomaron una copa de vino antes de salir. Esa vez él no hizo ningún comentario sobre las fotografías de Mimi, pero se detuvo a admirar otros trabajos de Hope. Dijo que al día siguiente le gustaría ir al MoMA para ver algunas de sus obras anteriores.

—Eres la única persona que conozco que expone fotografías en museos —comentó manifestando su admiración.

—Y tú eres el único escritor que conozco que ha ganado el National Book Award, y a quien han concedido el título de «sir» —observó ella con igual orgullo—. Eso me hace pensar que no te he llamado ni una vez «sir Finn». ¿Debo hacerlo?

—No, a menos que quieras que me eche a reír. Yo mismo sigo sintiéndome raro cuando lo utilizo. Aunque fue muy emocionante conocer en persona a la reina.

—Seguro que sí. —Hope le dirigió una amplia sonrisa y a continuación sacó una caja de fotografías que había prometido enseñarle. Eran del Tíbet. Las imágenes eran impresionantes, y señaló a algunos de los monjes a los que adoraba.

—No sé cómo te las arreglaste para pasar un mes entero sin hablar. Yo sería incapaz —reconoció él sin reparos—. Seguramente no aguantaría ni un día.

—Fue fantástico. De hecho, lo que me costó fue volver a hablar cuando regresé. Todo lo que decía me parecía excesivo y superfluo. La verdad es que una experiencia así te ayuda a pensar mejor lo que dices. Allí se portaron muy bien conmigo. Me encantaría volver algún día; les prometí que lo haría.

—Me gustaría mucho visitar el sitio, pero no iré si tengo que dejar de hablar. Aunque supongo que siempre podría escribir.

—Yo escribí un diario mientras estuve allí. El hecho de no hablar deja espacio para pensamientos más profundos.

—Me lo imagino —admitió él sin darle más vueltas. Entonces Hope le preguntó en qué parte de Nueva York se había criado.

—En el Upper East Side —respondió él—. El edificio ya no existe, lo derribaron hace años. Y el piso donde vivía con Michael está en la calle Setenta y nueve Este. Era más bien pequeño. Eso fue antes de empezar a tener verdadero éxito con los libros. Pasamos unos cuantos años de vacas flacas —dijo sin avergonzarse—. Cuando mis padres murieron, se habían gastado casi toda la fortuna familiar. Estaban bastante mal acostumbrados, sobre todo mi madre. La casa de Irlanda pertenecía a su familia, y como no había herederos masculinos, la vendieron. Estoy muy contento de haberla recuperado. A Michael le gustará disponer de ella algún día, aunque dudo que quiera vivir en Irlanda, a menos que se haga escritor. —Finn hizo una mueca ante la idea y Hope sonrió. Irlanda era famosa por su política de no gravar impuestos a los escritores. Hope conocía a varios que se habían trasladado allí, la tentación era irresistible.

Fueron al restaurante tailandés y cenaron muy a gusto. Durante la velada, Finn preguntó a Hope qué tenía pensado hacer en Nochevieja.

—Lo mismo de cada año —dijo con una mueca—. Acostarme a las diez en punto. Odio salir en Nochevieja, todo el mundo se emborracha y anda como loco. Es una noche fantástica para quedarse en casa.

—Pues este año tenemos algo mejor que hacer —insistió Finn—. A mí tampoco me entusiasma celebrarla, pero por lo menos debemos probarlo. ¿Por qué no hacemos alguna ridiculez como ir a Times Square y contemplar el descenso de la bola de cristal? Solo lo he visto por la tele, pero me imagino que debe de haber un ambiente increíble.

—Sería divertido hacer fotos —dijo ella con aire pensativo.

—¿Por qué no lo probamos? Si no nos gusta, volvemos a casa y ya está.

Hope se echó a reír ante la idea, y al final accedió.

—Entonces tenemos una cita —corroboró él con aire complacido.

—¿Cuánto tiempo te quedarás en Nueva York? —preguntó ella mientras terminaban de cenar.

—Aún no lo he decidido. Tendría que adelantar un poco de trabajo con el corrector antes de regresar a casa. —Entonces la miró detenidamente—. El resto depende de ti. —Ella sintió que un cosquilleo nervioso le recorría la columna vertebral. No sabía qué responder cuando él le decía cosas así, y lo había hecho ya unas cuantas veces. Saber que había ido a Nueva York expresamente para verla suponía una gran responsabilidad, por mucho que la halagara. Estaba terminándose el postre cuando él la miró desde el otro lado de la mesa y le dijo algo que la dejó sin habla.

—Creo que me estoy enamorando de ti, Hope.

Ella habría preferido que no le dijera una cosa así, y no tenía ni idea de qué responder: ¿Ya me avisarás cuando lo sepas seguro? ¿No seas tonto? ¿Yo también de ti? Todavía no tenía claro lo que sentía por él, pero le gustaba mucho; de eso estaba segura. Pero ¿le gustaba como amigo o como pareja? Aún era pronto para saberlo.

—No tienes por qué decir nada —soltó él leyéndole el pensamiento—. Solo quería que supieras lo que siento.

—¿Cómo puedes estar seguro tan pronto? —preguntó ella con aire preocupado. Daba la impresión de que las cosas estaban yendo demasiado deprisa. Se preguntó si a su edad había lugar para ese tipo de amor.

—Lo estoy y punto —se limitó a responder él—. Nunca me había sentido así. Ya sé que todo ha ocurrido muy rápido, pero puede que a veces las cosas sean así cuando el sentimiento es auténtico. Creo que a nuestra edad uno ya sabe lo que quiere, quién es y cómo se siente. Cuando encuentras a la persona adecuada lo notas, no hace falta que pase mucho tiempo. Somos adultos y hemos cometido errores. A estas alturas, todos hemos roto unos cuantos platos.

Hope no quería confesarle que él tenía mucha más experiencia que ella, pero tenía que saberlo de todos modos. Tenía que notarlo. Había estado casada casi media vida y solo llevaba separada dos años.

—No quiero que mis sentimientos te presionen, Hope —prosiguió—. Tenemos toda la vida por delante para decidir lo que vamos a hacer. O el tiempo que tú desees. —Hope tenía que reconocer que se sentía cautivada por él, y eso era algo completamente distinto a lo que le había ocurrido con Paul. Finn estaba mucho más asilvestrado, era más creativo, toda su vida estaba rodeada de mayor libertad. Paul era una persona extremadamente disciplinada en todos los sentidos, y muy comprometida con su trabajo. Finn parecía más partidario de disfrutar de la vida y del mundo. Y su mundo era muy amplio, lo cual atraía mucho a Hope. También ella había ampliado mucho sus horizontes en los últimos años. Estaba abierta a nuevas gentes, a nuevas tierras, a nuevas ideas como las que había conocido en el monasterio del Tíbet y en el ashram de la India, lugares a los que nunca se habría planteado ir antes de perder a Mimi y a Paul.

Después de la cena regresaron a su casa, y esa vez él subió a tomar una copa. Hope estaba nerviosa por si intentaba besarla; aún no se sentía preparada para ello. Pero no lo hizo. Se le veía relajado, pero se comportó como un caballero y respetó su espacio. Notaba que ella no estaba todavía en disposición de dar ningún paso más allá de lo que hacían: pasear, charlar, salir a comer o a cenar e irse conociendo. Para eso había ido a verla, y era exactamente lo que quería. Hope, por su parte, tenía la impresión de que nunca nadie había estado tan pendiente de ella conociéndola tan poco. Paul no se había comportado así cuando empezaron a salir juntos; andaba demasiado ocupado, y además le llevaba dieciséis años, lo cual cambiaba mucho las cosas. Finn tenía prácticamente su misma edad, pertenecían a la misma generación y compartían muchos intereses. Si hubiera confeccionado una lista de lo que esperaba de un hombre, Finn cumpliría casi todos los requisitos. Aunque ese era un tema aparcado desde que se había divorciado de Paul. Sin embargo, ahora tenía delante a Finn, y era tan desbordante y tan real como la vida misma. Solo hacía una semana que lo conocía, pero había sido una semana muy intensa, y habían pasado mucho tiempo juntos.

Al día siguiente fueron al MoMA, y al otro, al Whitney Museum. Comieron en todos los restaurantes favoritos de Hope, y también en los de Finn. Él quedó en encontrarse con su agente para hablar del contrato de un nuevo libro. Y, para gran sorpresa de Hope, durante las horas que no estuvieron juntos lo echó de menos. Aparte de eso, él pasó a su lado cada minuto a excepción de las noches, cuando se despedían después de acompañarla a casa. Todavía no la había besado, pero volvió a decirle que se estaba enamorando de ella. Y Hope se limitó a mirarlo con expresión preocupada. ¿Y si le tomaba el pelo? Claro que casi le daba más miedo que hablara en serio. ¿Y si aquello era real? ¿Qué ocurriría? Él vivía en Irlanda y ella, en Nueva York. Pero no quiso darle más vueltas. Era demasiado pronto; no tenía sentido. Aunque en el fondo sabía que sí que lo tenía. Aquello tenía mucho sentido para ambos. Ella podía vivir y trabajar en cualquier parte del mundo, y los dos lo sabían. Y a él le ocurría igual. Era una situación ideal. Parecían estar hechos el uno para el otro.

Hope no le explicó a Mark Webber, su representante, lo que estaba ocurriendo cuando la llamó. Y no tenía a nadie más a quien contárselo. Mark era su mejor amigo, y su esposa también le caía bien. La invitaron a cenar con ellos, pero les dijo que no. No quería revelarle a Mark que Finn había ido a visitarla. Sabía que se quedaría atónito, o como mínimo un poco sorprendido, y probablemente adoptaría una actitud recelosa y protectora. Ella prefería pasar la noche con Finn. Por eso les dijo que estaba ocupada con un nuevo proyecto, y Mark prometió que volvería a llamarla a la semana siguiente y le recomendó que no trabajara demasiado.

En Nochevieja, tal como habían acordado a principios de semana, Finn y Hope fueron a Times Square. Ella cogió una vieja cámara para hacer fotos en blanco y negro. Llegaron allí alrededor de las once y consiguieron abrirse paso con habilidad entre la multitud que llevaba horas aguardando. Estaban rodeados de personajes fascinantes, y Finn disfrutó mucho viéndolo todo a través de los ojos de Hope. Lo pasaron muy bien.

A medianoche, la bola se deslizó desde lo alto de un mástil con las luces destellando en su interior, y todo el mundo empezó a proferir gritos y ovaciones. Allí había especímenes de todas las variedades humanas: prostitutas, camellos, turistas y universitarios de fuera de la ciudad, y Hope estaba tan enfrascada fotografiándolos que se quedó atónita cuando, al tocar las doce, Finn le quitó la cámara de las manos, se le plantó delante y la estrechó en sus brazos. Antes de que pudiera reaccionar la besó, y ella perdió el mundo de vista. Más tarde, todo cuanto recordaba era que Finn la había besado y que ella se sentía segura y protegida entre sus brazos, deseando que el momento fuera eterno; y cuando luego lo miró a los ojos atónita, supo que ella también se estaba enamorando. Era el principio perfecto de un nuevo año. Y tal vez de una nueva vida.