20

Finn ya se había levantado cuando Hope se despertó a la mañana siguiente. Salió de la cama con la sensación de estar agotada y dolorida, y tenía el ánimo en consonancia con el día gris. Se la veía cansada y pálida cuando se encontró con él en el office, donde estaba desayunando. Él parecía alegre y lleno de energía, y le comunicó lo contento que estaba de tenerla en casa. Incluso parecía que hablaba en serio. Hope ya no sabía qué creer.

Estaba tomándose un té a pequeños sorbos con la alerta puesta, cuando él volvió a mencionar la boda. Le sugirió bajar al pueblo para hablar con el párroco local, y dijo que tendrían que ir a la embajada de Dublín para obtener un permiso y poder casarse en Irlanda. Él tenía la nacionalidad irlandesa, pero ella no. Ya había telefoneado para averiguar qué documentación hacía falta. Y Hope se dio cuenta de que, a menos que estuviera dispuesta a casarse con él, tenía que inventarse alguna excusa.

Dejó la taza de té sobre la mesa y lo miró.

—No puedo —dijo con tristeza, por motivos que no fue capaz ni de empezar a expresarle—. Paul acaba de morir. No quiero empezar una nueva vida justo cuando acaba de suceder algo tan triste. —A ella le parecía una disculpa razonable, pero a él no.

—Estabais divorciados, no eres su viuda —observó él con cierta irritación—. A nadie le importará que te cases ahora.

—A mí sí —repuso ella en voz baja.

—¿Hay algún motivo por el que no quieras casarte conmigo? —preguntó Finn con aire ofendido. Lo cierto era que cada vez había más motivos, pero Hope no estaba preparada para plantearle ninguno. Estaban las mentiras, el informe del detective, las dos mujeres de cuya muerte había sido el causante indirecto, sus recientes exigencias con respecto al dinero y la agresión de la noche anterior. Todas le parecían muy buenas razones para pensárselo mucho antes de casarse con él. Pero, entonces, ¿por qué vivían juntos? Las cosas entre ellos no eran como antes, ni siquiera en los mejores momentos. Siempre había un trasfondo negativo. La relación no era normal desde hacía un mes largo; o más, desde que había empezado a pedirle dinero.

—No es tan fácil como parece —respondió ella con paciencia—. Antes tenemos que redactar un acuerdo prenupcial, firmarlo y hablar con los abogados. Yo ya lo he comentado en el bufete, pero se tarda unos cuantos días en tenerlo todo listo. Y de verdad que preferiría casarme en Nueva York.

—Muy bien —dijo él cambiando de táctica de forma inesperada, y por una fracción de segundo Hope se sintió aliviada. Había resultado más fácil de lo que imaginaba—. Entonces, ¿qué te parece si mientras tanto arreglas lo de la cuenta corriente, tal como acordamos? Y, si quieres, podemos esperar a casarnos en verano.

Volvía a la carga con eso.

—¿De cuánto dinero me estás hablando, Finn? —recordaba la cantidad que le había pedido, pero se preguntó si habría cambiado de idea.

—Te dije que me iría bien con unos cuatro millones de dólares, aunque prefería que fueran cinco. Pero eso era antes de que muriera Paul. Como ahora te ha dejado su parte, creo que tendrían que ser diez.

Hope exhaló un suspiro mientras lo escuchaba. Era agotador, y no tenía ningún sentido. O tal vez sí. Tal vez todo había girado siempre exclusivamente en torno a ese tema. Tenía la sensación de pasarse todo el día batallando, desde que se levantaba hasta que volvía a acostarse.

—Ya sabes que aún no dispongo del dinero de Paul. Dejémoslo en cinco, de momento; ya pondré los otros cinco cuando haya recibido la herencia.

A él le pareció un trato más que razonable. Y lo dijo como si le estuviera pidiendo que recogiera unas compras en la ferretería o que le pagara la suscripción a una revista. Actuaba como si esperara que ella le obedeciera sin cuestionarle nada; estaba seguro de que lo haría.

—Entonces, quieres cinco millones ahora y otros cinco más adelante —repitió ella como una autómata—. ¿Y qué tipo de acuerdo esperas cuando nos casemos? —Hope pensó que valía más poner todas las cartas sobre la mesa en lugar de aguardar a que la asaltara con más peticiones.

—Ya hablará mi abogado con el tuyo —respondió él en tono agradable—. Estaría bien recibir una cantidad fija al año después de la boda, una especie de prima —dijo con una amplia sonrisa—. Supongo que hoy en día también se firman acuerdos preventivos, en caso de divorcio, por una paga compensatoria y una pensión alimenticia. —A él le parecía una idea fabulosa y no se le ocurrió pensar ni por un segundo en lo degradante que resultaba—. Afrontémoslo, Hope. Yo tengo mucha más fama que tú; soy un mirlo blanco, y te convengo mucho a cualquier precio. A tu edad, no es frecuente toparse con un tío como yo. Puede que sea tu última oportunidad para no perder el tren, no pierdas eso de vista. —Lo que le estaba planteando era espeluznante. Además, por primera vez estaba haciendo alarde de su fama en detrimento de la de ella. Hope se quedó estupefacta, pero le pareció más inteligente no hacer ningún comentario al respecto; aunque, incluso desde su perspectiva, resultaba escandaloso.

—Me parece un precio muy alto —dijo ella en voz baja, sirviéndose otra taza de té. Seguía sin dar crédito a lo que Finn le estaba diciendo y haciendo.

—Pero yo lo valgo, ¿no te parece? —repuso él, y se inclinó para besarla mientras Hope lo observaba con los ojos llenos de lágrimas. Estaba mal de la cabeza. Incluso ella se daba cuenta—. ¿Ocurre algo? —Finn reparó en su expresión decaída y su postura encorvada, y se sorprendió.

—Me parece muy triste estar hablando de dinero en lugar del amor y los años que esperamos pasar juntos, y estar pensando de entrada en negociar convenios de divorcio y pensiones alimenticias. Me suena a jerga empresarial —contestó mirándolo con tristeza.

—Pues entonces casémonos y olvidémonos de acuerdos prematrimoniales —se limitó a responder él. Sin embargo, eso no era posible. Hope poseía una gran fortuna, y Finn no tenía más que impagados y descubiertos, y se enfrentaba a una demanda judicial. No podía actuar de un modo tan irresponsable. Sin un acuerdo prematrimonial, estaría económicamente en sus garras, y él lo sabía. Toda aquella conversación le revolvía el estómago. Era imposible que llegaran a casarse. Y Finn estaba de muy buen humor porque creía que la tenía atrapada.

Al final, para tranquilizarlo, le dijo que se lo pensaría y que ya le comunicaría su decisión. No quería importunarlo soltándole que de ninguna manera iba a obtener el dinero que quería o que no pensaba casarse con él; pero tampoco deseaba ponerse en sus manos. Estuvo todo el día dándole vueltas a la idea; mientras, revisó unas cuantas fotos, fue a la oficina de FedEx y paseó un rato sola por el bosque. No volvió a ver a Finn hasta última hora de la tarde. Y él se mostró tan cariñoso como antes. El problema era que Hope ya no sabía si lo que motivaba su comportamiento era el amor o el dinero, y nunca lo sabría porque él la estaba agotando y desmoralizando poco a poco, la desestabilizaba y hacía que creyera que estaba mal de la cabeza. Sus exigencias económicas eran desproporcionadas y ofensivas. Hope trataba de conservar la calma, pero le resultaba demasiado cansado tener que batallar con él a todas horas. Siempre había algo que le obsesionaba, bien fuera tener un hijo, casarse u obtener varios millones de dólares para su uso y disfrute. Hope se sentía inmensamente triste. El sueño del amor y la complicidad que compartía con él se estaba desintegrando en sus manos como si fueran las delicadas alas de una mariposa. Se pasaban la vida discutiendo sobre un tema u otro; y, de momento, no habían resuelto ninguno. Ahora no paraba de hablarle de dinero, y le pedía que le demostrara su amor poniendo cinco millones de dólares en una cuenta corriente a su nombre. Eso era mucho amor. Y ¿qué pensaba entregarle él a cambio, aparte de su tiempo? Incluso la propia Hope se daba cuenta de que pretendía exprimirla. Peor aún, se sentía atrapada en la telaraña del engaño. Finn era la araña, y cada vez le quedaba más claro que ella era la presa.

Esa noche Finn la invitó a cenar en Blessington. Ella accedió con tal de distraerse y olvidar su desesperación, y por una vez no surgió ningún tema conflictivo: ni el dinero, ni los hijos, ni la boda. Al principio estaba deprimida, y le sorprendió descubrir que podían pasarlo bien juntos igual que cuando se conocieron. Volvió a confiar en el futuro. Últimamente su estado no paraba de fluctuar entre la esperanza y el desánimo, y cada vez que se venía abajo le costaba más levantar la cabeza. Desde la muerte de Paul, se sentía agotada. Y poco a poco Finn la iba machacando más y más.

De forma milagrosa, justo cuando había empezado a tirar la toalla, pasaron unos cuantos días en los que todo parecía haber vuelto a su sitio. Finn estaba de buen humor y trabajaba en la novela. Hope había empezado a confeccionar un nuevo álbum de fotos de Irlanda y disfrutaba restaurando varias cosas en la casa. Tenía la impresión de que las cosas estaban recuperando el ritmo del principio. Y, aunque solo fuese por un tiempo, trató de apartar de su mente las frases ofensivas y las peticiones de dinero. Necesitaba un respiro. Pero entonces llegó una carta certificada de Nueva York. Hope se la llevó a Finn y lo dejó solo para que la leyera. Y cuando lo vio salir del despacho, tenía el aire amenazador de un nubarrón.

—¿Malas noticias? —preguntó ella, preocupada. Por su expresión era imposible pensar que podía tratarse de algo bueno.

—Dicen que aunque entregue el manuscrito ya, no lo publicarán. Piensan seguir adelante con la demanda. Y justo tengo entre manos una de mis mejores novelas.

—Pues entonces la publicará otro, y puede que te mejoren las condiciones. —Ella trataba de levantarle el ánimo, pero él pareció enfadarse muchísimo.

—Gracias, doña Euforia; pero quieren que les devuelva su adelanto, y ya me lo he gastado.

Hope le posó la mano en el hombro con delicadeza, y él se sirvió una copa y dio un gran trago. Después de eso, se sintió mejor.

—¿Por qué no me permites que le pida a Mark Webber que se encargue de este asunto? A lo mejor puede establecer algún tipo de trato con ellos.

Finn la miró a los ojos, enfurecido.

—¿Y por qué coño no me preparas un cheque a su nombre? —A Hope no le gustaba el modo en que le hablaba, pero no hizo ningún comentario al respecto y no quiso reaccionar igual que él. No estaba dispuesta a tener otra bronca.

—Porque un buen abogado puede llegar a un acuerdo, y luego ya veremos lo que hacemos. —Hope trataba de tranquilizarlo sin dar su brazo a torcer. Tal como estaban las cosas, era muy difícil adivinar cómo iban a acabar. Seguía albergando esperanzas, pero, siendo realista, cada vez eran menores. La relación no iba bien. A Finn últimamente solo lo movía la avaricia, no trataba más que de echar mano al dinero y tapar las viejas mentiras. Tal como decía la Biblia, habían edificado su casa sobre la arena.

—¿Ahora utilizas el plural mayestático? —le espetó él en un tono muy desagradable—. ¿O piensas soltar la pasta y dejar de apretarme los tornillos? Necesito dinero. Y quiero una cuenta propia. —A ella eso ya le había quedado claro. Llevaba semanas insistiendo.

—Pero no sabemos cuánto dinero necesitas —musitó ella. Hope siempre hablaba en voz baja cuando estaba incómoda, fuera por enfado o por miedo.

—Eso es lo de menos. Si quieres que sigamos juntos, no me pidas que te rinda cuentas. Lo que me gaste y en qué me lo gaste es cosa mía, tú no tienes nada que decir. —O sea que no era asunto suyo a pesar de que el dinero del que pretendía apropiarse sí que lo era. La cosa tenía muchas narices, incluso ella se daba cuenta—. Seamos sinceros, Hope. Tienes cuarenta y cinco años, no veintidós. Eres guapa, pero a tu edad no se está igual que con veinticinco o treinta. No tienes ningún pariente vivo; ni hermanos, ni padres, ni siquiera primos. Tu única hija está muerta y la última persona con quien te considerabas emparentada, o sea, tu exmarido, también murió la semana pasada. Con ese panorama, ¿quién crees que va a preocuparse si te pasa algo, por ejemplo, si caes enferma? Y ¿qué crees que pasará si me harto de ti porque a lo mejor resulta que me topo con una de veintidós? ¿Qué te ocurrirá entonces? Te quedarás sola, seguramente para siempre, y cuando te mueras no habrá ni una puta alma a tu lado. Así que si no piensas abrirme esa cuenta, más vale que empieces a pensar en cómo será tu vida dentro de diez años, o de veinte, cuando no tengas a nadie y estés más sola que la una. Mirándolo en perspectiva, es posible que prefieras empezar a pensar seriamente en engatusarme para que me quede contigo. —Hope lo escuchaba con la misma cara que si acabaran de pegarle un bofetón.

—¿Eso es una declaración de amor?

—Tal vez.

—¿Y cómo sé que si abro esa cuenta que me pides te quedarás conmigo? Imagínate que lo hago, te pago cuatro o cinco millones y todo lo que me pidas cuando nos casemos, y luego conoces a la veinteañera perfecta.

—Buena observación —concedió él sonriendo. Se notaba que gozaba del momento, pero Hope no lo estaba disfrutando en absoluto—. Imagino que tendrás que correr ese riesgo. Porque si no me abres una cuenta con ese dinero, adivina quién no se quedará a tu lado para sujetarte el orinal en tus años seniles cuando Bomboncito Veinteañero aparezca, sobre todo si es una rica heredera o un pimpollo a punto de celebrar su puesta de largo. —Hope no lo imaginaba haciéndolo, en cualquier caso. Aquella conversación había sobrepasado todos los límites de lo tolerable. Hope nunca se había sentido más humillada en su vida.

—Así que, básicamente, me estás pidiendo que te soborne, que te compre a modo de seguro de vejez.

—Supongo que podría decirse así. Pero no pierdas de vista las ventajas que te supondrá; algunas ya las estás disfrutando: sexo siempre que quieras y, con suerte, un hijo, o tal vez incluso un par si te cuidas lo suficiente. Y seguro que lo pasamos bien.

—Qué divertido —repuso ella, con los ojos violeta arrojando chispas—. Pero no has mencionado el amor. ¿O es que no forma parte del trato? —Nunca la habían insultado de ese modo en toda su vida. Al parecer, tenía que comprar a su hombre. Si quería estar con Finn, no le quedaba otro remedio que pagar el precio que había estipulado.

Entonces Finn se le acercó y la abrazó. Había reparado en su expresión.

—Ya sabes que te quiero, nena. Pero tengo que guardarme las espaldas. Yo tampoco soy un chaval. Y no tengo tanta pasta como tú. En mi vida no hay ningún Paul. —Y ahora en la de Hope tampoco. Pero Paul no había ahorrado su fortuna para que Finn la derrochara o incluso la empleara en acostarse con alguna que otra rubia; y todo eso sin que nadie pudiera atreverse a toserle. El simple hecho de que le hubiera pedido semejante cantidad de dinero lo descalificaba para recibirlo; o debería descalificarlo. Con todo, Hope no estaba dispuesta a echarse piedras en el tejado. Si lo hacía, tendría que apechugar con las consecuencias y poner punto y final a la relación, y no se sentía con ánimos para eso. Estaba destrozada, y las ofensas de Finn la paralizaban.

—Me lo pensaré —respondió, con aire sombrío, tratando de ganar tiempo con excusas—. Te diré algo mañana. —Claro que sabía que si no entregaba el dinero a Finn, la relación saltaría por los aires en pedazos. Detestaba todo lo que él le había dicho, las amenazas apenas veladas de dejarla por otra más joven, el hecho de atemorizarla diciéndole que pasaría la vejez sola y de recordarle que no tenía a nadie en el mundo para que la cuidara si caía enferma. Pero ¿estaba realmente preparada para pasar el resto de su vida sola? Se sentía entre la espada y la pared; ambas opciones eran horrorosas, dejarlo o continuar con él. En lugar de decirle que la amaba y que quería permanecer a su lado para siempre, él le estaba dejando muy claro que, si no recibía unos cuantos millones de dólares a tocateja, antes o después saldría por la puerta en cuanto tuviera una oportunidad a la vista, así que más le valía mejorar la puja inicial si sabía lo que le convenía y no quería terminar sus días sola. Lo había dicho letra por letra. Pero Hope no albergaba el más mínimo deseo de comprar un marido, aunque tampoco estaba preparada para perder a Finn para siempre. Deambulaba por la casa como una zombi, en un estado de angustia permanente.

Finn estuvo toda la tarde de muy buen humor. Había hecho llegar el mensaje a su destino, y creía que, en general, se había comprendido. Claro que no conocía a Hope tan bien como creía. Ella se pasó el día decaída y enfadada, y se dedicó a fregar y abrillantar varios cuartos de baño de la segunda planta para distraerse de la agónica situación en la que se encontraba. Y Finn se mostró muy cariñoso con ella. Hope se preguntaba si en eso era en lo que consistiría su vida si satisfacía las exigencias de Finn, cosa que no le apetecía nada. Pero, si lo hacía, ¿él sería siempre así de encantador? ¿Se mostraría igual de cercano y tierno que al principio de la relación? ¿O seguiría poniéndose celoso y amenazándola cuando le viniera en gana, y le pediría más dinero en cuanto se hubiera pulido los cinco o diez millones de la cuenta y necesitara ingresos, sin que ella tuviera la mínima posibilidad de discrepar? Resultaba difícil saber por dónde irían los tiros si se decidía a darle el dinero. Claro que si le hubiera dicho a alguien que se estaba planteando siquiera esa posibilidad la habría tachado de loca. Lo único que quería era recuperar al Finn del principio, pero sabía que eso no podía comprarse con dinero.

La conversación en su conjunto la entristecía, y más tarde salió a dar un paseo sola para aclarar sus ideas. Finn la vio marcharse y decidió que era mejor dejar que sacara sus propias conclusiones. Lo cierto era que no tenía muchas opciones, según su punto de vista. Estaba muy seguro de sí mismo, y creía que le tenía bien puesto el pie sobre el cuello. Era fatuo y tenía la actitud prepotente de los sociópatas, tal como Robert había advertido a Hope. Finn estaba seguro de que si Hope lo amaba le daría el dinero. No querría quedarse sola. Sabía que lo amaba y que no quería perderlo. Para él, la respuesta estaba clara. Y estaba convencido de que para ella también. Cada vez se sentía más seguro de ello, y se lo había dejado bien claro. Pensaba que tal vez hiciera falta presionarla un poco más y volver a recordarle cuál era la otra opción. Pero al final, a menos que quisiera arriesgarse a pasar la vejez sola en un asilo, comprendería que él era lo que más le convenía y que no tenía elección. Además, así podría tener más hijos. Había estado a punto de ofrecerle directamente ser su semental, pero decidió que esa palabra podría frenarla. El resto le parecía la mar de bien. Y en su opinión valía hasta el último centavo que le pedía. Hope también sabía que él pensaba eso de sí mismo. Le parecía todo de lo más lógico, y estaba convencido de que ella entraría en razón; tenía demasiado miedo para actuar de otra forma. Finn estaba exultante cuando se sentó ante su escritorio y, a través de la ventana, la observó caminar en dirección al monte. Pero él no veía los ríos de lágrimas que corrían por sus mejillas.

Cuando Hope se dispuso a darse un baño caliente antes de cenar, estaba muy deprimida. Finn había plantado bien su semilla haciendo algunas observaciones de carácter muy patético sobre el futuro que le esperaba sin él. Tenía razón. No contaba con nadie más en el mundo. Si él la dejaba, tal vez apareciera otra persona. Pero eso era otra historia. Hope amaba a Finn, lo había amado durante un año entero lo bastante para querer casarse con él y tener un hijo. Pero ahora no deseaba nada de eso. Solo quería recuperar la salud mental y conseguir que las aguas volvieran a su cauce.

Nadie pintaba nada en su vida excepto Finn. Y lo más triste de todo era que lo que sentía por él era auténtico, aunque ahora resultara que él solo la consideraba una inversión. Era un precio muy alto para pagar por un hombre que le estaba demostrando que solo la quería por su dinero, y que era fabuloso en la cama. En cambio, lo único que de verdad anhelaba Hope era su cariño. Pero ya no creía que estuviera capacitado para darlo. No le tenía cariño a nada ni a nadie. Al pensarlo, los ojos se le arrasaron de lágrimas. Lo había amado tantísimo… ¿Por qué demonios tenían que ser las cosas tan complicadas y acabar de esa forma? Sabía que tendría que tomar una decisión pronto. No podía demorarla eternamente.

Optó por poner al mal tiempo buena cara y se atavió con un bonito vestido para bajar a cenar. También se calzó con zapatos de tacón alto, se cepilló el pelo hacia atrás, se maquilló y completó el conjunto con unos pendientes. Y cuando entró en el office donde Katherine les había servido la cena, Finn se quedó mirándola y silbó. Dio la impresión de que la amaba de veras cuando la atrajo hacia sí y la besó, pero ¿quién se atrevía a asegurarlo a esas alturas? A Hope ya no le merecía ningún crédito. Era una posición muy triste.

Decidieron pasar con los sándwiches y el té que les había preparado Katherine en lugar de tomar una cena más copiosa. Finn se veía muy animado cuando empezó a hablarle de una nueva novela a la que había estado dándole vueltas por la tarde. Pensaba entregarla como el segundo libro del contrato. Dijo que casi había terminado el primero, pero Hope no sabía si creérselo puesto que su concepto de la sinceridad era un tanto laxo, por no decir algo peor.

Mientras se comía los sándwiches, Hope prestó atención al argumento. Trataba de dos recién casados que habían comprado un château francés. Ella era norteamericana y el protagonista era un hombre de edad muy apuesto de origen francés. Finn le contó que era un personaje oscuro que ya había enviudado dos veces de forma misteriosa. Y lo que más deseaba era tener un hijo. A Hope la historia le resultaba algo familiar, pero suponía que en algún momento daría un giro hacia uno de sus típicos argumentos aterradores con fantasmas, asesinos, gente encerrada en sótanos y cadáveres ocultos en el bosque. Siempre le había intrigado de dónde sacaba los temas que desde hacía años los críticos consideraban producto de una mente brillante y atormentada. De entrada, sorprendía que Finn fuera tan normal, teniendo en cuenta sus enrevesadas tramas. Ahora Hope ya dudaba de que no se tratara de meras apariencias.

—Bueno, ¿y qué más ocurre? —preguntó ella escuchando con interés y tratando de ceñir sus pensamientos al libro. Por lo menos podían hablar de algo que no fuera el dinero, y eso en sí ya era un alivio.

—Ella se queda embarazada, así que está a salvo, al menos hasta que tenga a su hijo. Es una heredera y más tarde secuestran a su padre. —Hope sonrió. Hasta ese punto, la historia ya le parecía bastante complicada—. Luego resulta que ella y su hermano han estado robándole a su padre durante años. Su marido lo descubre y le hace chantaje; le pide diez millones de dólares. Ella lo consulta con su hermano y deciden dejarlo en evidencia y no darle el dinero —prosiguió él dirigiéndole una sonrisa malévola, y entonces la besó en el cuello.

—¿Y qué pasa después? —preguntó ella mientras el beso le provocaba un extraño escalofrío en la columna vertebral.

—Él la mata —dijo Finn con aire placentero—. Se la carga a ella, y de paso al bebé. —Hope se estremeció al oír eso.

—Es horrible. ¿Cómo puedes escribir una cosa así? —Le dirigió una mirada reprobatoria, pero Finn parecía estar pasándolo en grande—. ¿Y cómo la mata? ¿O es mejor que no lo sepa? —Algunas de sus novelas tomaban un cariz sanguinario y morboso que sobrepasaba todo lo imaginable. Las tramas eran muy buenas, pero los detalles la ponían enferma. Siempre estaban muy bien documentados.

—Es bastante sencillo. Utiliza un veneno imposible de detectar. Y hereda toda su fortuna. Bueno, de entrada la mitad. Luego mata a su hermano. Y cuando más tarde secuestran al padre, el protagonista no paga el rescate porque lo considera un gilipollas. Así que deja que los secuestradores lo maten. Se carga a toda la familia, uno por uno, y se pule todo su dinero. No está mal para tratarse de un pobre diablo de Marsella, ¿no te parece? Incluso consigue un título nobiliario con la compra del château. —A Hope le dio la impresión de que ese era su sueño, y pensó en las mentiras acerca de la casa.

—¿Y tu héroe acaba solo? —preguntó con inocencia. El argumento le parecía de bastante mal gusto, pero muy propio de Finn.

—Por supuesto que no. Se casa con una jovencita del pueblo que siempre había estado enamorada de él. Tiene veintiún años, y él al final de la novela tiene cincuenta. Bueno, ¿qué te parece? —Se le veía muy pagado de sí mismo.

—Da bastante miedo. —Hope sonrió pensando en los intríngulis que le había descrito—. Creo que lo de cargarse al bebé es excesivo. Puede que hiera la sensibilidad de los lectores. La mayoría de la gente se escandaliza con esas cosas.

—Ella no le paga —insistió Finn clavándole una mirada penetrante—. El hermano lo habría hecho, pero ella lo convence. Y, al final, se hace con el dinero de todos modos; y con todo, no solo su parte; o sea que acaba quedándose con mucho más de lo que le había pedido en un principio. La moraleja es que deberían haberle pagado cuando podían hacerlo, antes de que los matara a todos. —Era muy bueno ideando historias de terror psicológico y horribles crímenes motivados por la venganza.

—¿Y a ti eso te parece justo? —preguntó Hope mirándolo a los ojos.

—Completamente. Ella tenía mucho dinero. ¿Por qué ella tanto y él tan poco? Al final le da su merecido, y el pobre muerto de hambre se queda con todo.

—Incluso con un montón de cadáveres en el sótano.

—Ah, no —repuso él con aire ofendido—. Los entierra como es debido. Ni siquiera la policía llega a saber que los han asesinado. Lo sospechan, pero no logran demostrarlo. Hay un inspector de policía muy inteligente, pero al final François también se lo carga. François es el nombre del protagonista. El inspector se llama Robert. Lo entierra en el bosque y no lo encuentran jamás. —En cuanto pronunció el nombre del inspector, Hope captó la metáfora implícita. No era casualidad que la esposa rica acabara muerta, que el protagonista pobre saliera vencedor y que el inspector de policía se llamara igual que el abogado cuyos teléfonos Finn había encontrado en su bolso cuando llegó de Dublín. Todas las piezas del puzle encajaban a la perfección. Y Hope comprendió con claridad la amenaza.

Entonces clavó los ojos en él.

—¿Esa historia contiene algún mensaje para mí? —No pestañeó cuando sus miradas se cruzaron, y él tampoco. Finn se limitó a encogerse de hombros y echarse a reír.

—¿Por qué dices eso?

—Porque hay algo que me resulta familiar.

—Todos los escritores se inspiran en episodios de la vida real. Además, hay diferencias. La mujer de mi protagonista está embarazada; tú no. Tú no tienes hermanos. Ni padre. Estás sola. Eso es aún más espeluznante, pero aburriría al lector. Hacen falta distintos niveles de lectura, argumentos secundarios y varios personajes para que una novela funcione. Pero es interesante lo que le ocurre por no pagarle. Eso demuestra que aferrarse a lo material no ayuda. Nadie puede llevarse el dinero a la tumba. —Lo que le estaba contando era aterrador dadas las circunstancias, pero lo dijo con una sonrisa, o sea que se estaba burlando de ella. Aun así, el mensaje era claro: paga o morirás.

Finn no hizo más comentarios, y Hope llevó los platos al fregadero y trató de actuar con normalidad. Empezaron a hablar de la Navidad; faltaban dos semanas. Hope dijo que al día siguiente quería ir a Russborough a comprar el abeto, pero Finn dijo que prefería talar uno en el bosque. Tenía un hacha en el establo, lo cual a Hope le pareció un mal augurio. Aquella trama le había alterado los nervios y supuso que ese era precisamente el objetivo. Finn sabía muy bien lo que se hacía. La noche anterior le había recordado lo sola que estaba, y ahora acababa de contarle una historia inventada sobre un hombre que mata a su esposa porque ella no le entrega su fortuna. El mensaje era muy claro. Al pensarlo, se le pusieron los pelos de punta. Más tarde, se acostaron con un libro cada uno, tratando por todos los medios de aparentar normalidad. Hope estuvo muy callada. Pensaba en el argumento y no podía concentrarse en la novela que tenía entre manos. Por un momento sintió el extraño impulso de salir corriendo de allí, tal como le había aconsejado Robert, o de dar su brazo a torcer y pagarle. Si no, se quedaría sola para toda la vida, como él decía. Claro que, ¿qué ocurriría si le pagaba? ¿Sería otra vez tranquilo y amable? A lo mejor, si le entregaba el dinero, las cosas volvían a ser como al principio y dejaban de discutir. Finn tenía razón, él era todo cuanto tenía en el mundo. No le gustaba la idea, pero tal vez fuese su única opción. Se sentía acorralada, maltrecha, atrapada. Estaba cansada de nadar a contracorriente, tenía la sensación de que se estaba ahogando. Finn era demasiado poderoso. Intentaba destruir su mente, y casi lo había conseguido. Lo notaba. Estaba ganando.

—Bueno, ¿qué te parece mi historia? —preguntó Finn cuando ella cerró el libro y dejó de fingir que leía. Y entonces lo miró con expresión vacía.

—Para serte sincera, no tengo claro que me guste. Además, he captado el mensaje. Preferiría que entre todos se cargaran al pobre diablo de Marsella, así no me sentiría tan amenazada. —Lo dijo sin pestañear.

—Las cosas no funcionan así —comentó Finn con habilidad—. Él es mucho más astuto. Y está más dispuesto a correr riesgos y sobrepasar límites.

—Te daré el dinero, si es lo que quieres saber —le espetó ella. Sus ilusiones se habían desvanecido por completo, pero se trataba de su supervivencia. La había derrotado, y tenía la sensación de estar muerta por dentro.

—Ya te dije que acabarías haciéndolo —dijo él sonriéndole—. Me parece una decisión muy acertada. —Y entonces se le acercó y la besó con suavidad en los labios. Ella no reaccionó. Por primera vez desde que lo conocía, el contacto con él le provocaba aversión—. Te haré feliz, Hope, te lo prometo. —Ella ya no le creía, por supuesto; de hecho, le daba igual. Estaba vendiendo su alma y lo sabía. Pero aún le parecía más aterrador quedarse sola en el mundo—. Te amo —aseguró él con dulzura y aire complacido. Pero eso Hope tampoco se lo creía. Sabía perfectamente lo que le estaba haciendo. La tenía atemorizada. Y funcionaba—. ¿Tú no me amas? —Volvía a hablar como un niño pequeño, y por un instante le pareció odioso. Ojalá la matara. En el fondo, todo sería mucho más fácil.

—Sí, sí que te amo —dijo sin entonación. Finn no sabía lo que significaba amar. No había vuelta atrás para lo que Hope sabía, o lo que él le había insinuado durante la cena—. Podemos casarnos la semana que viene si quieres, si la embajada tiene la documentación lista. Llamaré al abogado de Dublín para lo del acuerdo prematrimonial. —Hablaba igual que un robot y se sentía como un cadáver.

—Vamos… —dijo, y ella asintió. Finn tenía la sartén por el mango, y estaban solos en aquella casa. Fuera soplaba un viento cortante, y durante la noche se esperaba fuerte ventisca. Pero a Hope le daba igual. Ya todo le daba igual. Esa noche Finn la había matado por dentro. Había acabado con todas sus esperanzas de recibir amor. Lo que estaba comprando era su presencia física, no su corazón. Allí el único corazón que estaba en juego era el suyo, y se había roto sin remedio—. Tendremos unos hijos preciosos, te lo prometo. Podemos pasar la luna de miel en Londres e ir a ver a la doctora.

—No la necesitamos —repuso ella.

—Pero si te inseminan, podrás tener gemelos, o trillizos. —Sus ojos azul eléctrico centellearon ante la idea. Pero Hope se horrorizó. Ya había sido tremendo dar a luz un bebé cuando tuvo a Mimi, su constitución era menuda. La idea de tener gemelos o trillizos le resultaba aterradora. Y entonces miró a Finn. Ahora le pertenecía. Había vendido su alma al diablo, y él era el mismísimo satanás.

—¿Él la mata si se queda embarazada de gemelos? —le preguntó con ojos asustados, abiertos como platos. Y Finn sonrió.

—De ninguna manera. No si le da el dinero. —Hope asintió sin decir nada, y un poco más tarde Finn quiso tener relaciones y ella lo dejó hacer. El viento aullaba en el exterior, y Hope se limitó a permanecer tumbada y permitirle que le hiciera todo cuanto quisiera, incluso lo que no le había permitido hasta ese momento; y en algunos momentos disfrutó. Él estaba excitado por todo lo sucedido durante la noche, había saciado su sed sanguinaria y su necesidad de poseerla. Hope se había rendido, y eso lo hacía excitarse más. La abordó una vez tras otra. Ahora ella le pertenecía en todos los sentidos. Hope era suya, exactamente tal como la quería.