La noche que Hope salió de Nueva York estaba nevando, y su avión quedó retenido en la pista de aterrizaje durante cuatro horas aguardando a que amainara el temporal. Al final consiguieron despegar, pero tenían el viento en contra y el viaje hasta Dublín resultó largo y lleno de baches. También hubo retrasos a la hora de descargar el equipaje, y en lugar de estar en el despacho de Robert Bartlett a las diez de la mañana, llegó a las dos y media de la tarde, agotada y hecha un asco, arrastrando tras de sí la maleta que por fin había conseguido recuperar.
—¡Lo siento mucho! —se disculpó cuando él salió a recibirla. Era un hombre alto, delgado y de aspecto distinguido, con el pelo bermejo salpicado de canas, los ojos verdes y un hoyuelo en el mentón que se acentuaba con cada una de sus frecuentes sonrisas. Tenía la expresión afable y su trato era cordial. Le preparó un té y la invitó a acomodarse en una de las confortables butacas de su despacho. El bufete ocupaba un pequeño edificio histórico de Merrion Square, en el sureste de Dublín, cerca del Trinity College. Lo rodeaban preciosos edificios de estilo georgiano y un gran parque. El despacho tenía los suelos abombados y las ventanas desajustadas, y en general desprendía un aire ligeramente decadente aunque acogedor. No tenía nada que ver con el de Nueva York, tan moderno y aséptico. A Robert le gustaba mucho más el de Dublín, y casi lamentaba tener que regresar. Después de siete años en la ciudad, se había hecho a la vida allí, y sus hijas también. Pero ahora ellas estaban estudiando en la costa Este, en dos de las prestigiosas universidades que con formaban la Ivy League, y Robert prefería trasladarse a Estados Unidos para tenerlas cerca; aunque dijo que una de ellas tenía pensado instalarse en Irlanda cuando finalizara los estudios.
Hope y él estuvieron charlando durante horas sobre las rarezas de Finn y las mentiras que había contado, y ella expresó su esperanza de que de algún modo, como por arte de magia, las cosas se solucionaran. Robert no quiso llevarle la contraria, pero no dejó de llamarle la atención sobre las pruebas de que disponía y la improbabilidad de que Finn cambiara a esas alturas, por mucho que la amase. Sabía que el proceso de renunciar a un sueño era lento, y solo esperaba que mientras tanto no sufriera ninguna agresión seria por parte de él. Insistió una y otra vez en que confiara en su intuición y huyera si tenía la sensación de que era lo que debía hacer. No se cansaba de repetírselo, quería que le quedara bien grabado porque era importantísimo. Y ella le prometió que no permanecería allí si se sentía incómoda, pero no creía que Finn llegara a atacarla físicamente. Los últimos días con él había sufrido más bien maltrato psicológico. Además, no le había dicho que regresaba, y mucho menos que antes pasaría el día en Dublín con un abogado.
Cuando terminaron de hablar eran las cinco de la tarde, y Robert le dijo que no le gustaba que regresara a Blaxton House a esas horas. Tenía que alquilar un coche, y eso le llevaría tiempo; y luego tenía que hacer el viaje hasta allí, y ella ya le había explicado que no se sentía cómoda conduciendo en Irlanda, sobre todo de noche. Aún peor, tal vez cuando llegara Finn estaría borracho o de mal humor. Winfred y Katherine habrían regresado al pueblo para pasar la noche. A Robert no le parecía una buena idea. Le sugirió que se alojara en un hotel de Dublín y regresara a casa en pleno día. Ella lo pensó y se mostró de acuerdo con él. Estaba impaciente por ver a Finn, aunque también tenía reparos; pero era posible que se estuviera metiendo en la boca del lobo si llegaba a casa a última hora y él había bebido. No era buena idea, estaba de acuerdo.
Robert le recomendó un hotel que conocía y su secretaria se encargó de hacer la reserva. Era el mejor establecimiento de Dublín. Como él también se disponía a marcharse del despacho, se ofreció a acompañarla en coche para que no tuviera que cargar con la maleta, y ella aceptó agradecida. Había pasado una tarde muy grata charlando con el abogado, aunque el tema no era sencillo. Lo que estaba viviendo le resultaba muy desagradable y doloroso. Por mucho que le costara explicarlo y dar con los motivos, seguía enamorada de Finn, del Finn que había conocido al principio de la relación, no del hombre en quien se había convertido. Costaba mucho creer y asimilar todas aquellas cosas terribles que le habían contado, a pesar de que ella misma albergaba dudas sobre él. Claro que cuando encargó la investigación no esperaba obtener esa clase de información. Ahora tenía que decidir qué hacer con ella. Por desgracia, el hecho de saber todas esas cosas no había enfriado sus sentimientos hacia él, o sea que aún estaba más afectada por la cruda realidad. El problema parecía grave. Robert le había dicho por la tarde que la situación acabaría resolviéndose por sí sola. Era la clase de cosas que solían decirle su gurú en la India y su monje favorito del Tíbet. Hope pasó el resto del trayecto hasta el hotel hablando a Robert de sus viajes. Fue una conversación distendida y él se quedó impresionado.
El portero del hotel recogió la maleta en cuanto llegaron, y Robert se volvió a mirarla con expresión amable. Sabía que estaba pasando momentos duros, y ella se sentía inquieta porque a la mañana siguiente vería a Finn. No tenía ni idea de qué esperar, ni de si estaría de buen o mal humor. No tenía forma de saber si se encontraría con el Finn bondadoso o con el perverso, con el del principio o con el actual. Y había reconocido ante Robert que la cosa la tenía en ascuas, sobre todo después de todas sus advertencias acerca de lo que podía estar esperándole.
—¿Le apetecería salir a cenar algo ligero? ¿Una pizza? ¿O prefiere un pub? Hay un restaurante chino medio decente no muy lejos de aquí. Y un indio muy bueno, si le gusta la comida picante. Mañana tengo un juicio, y sé que usted quiere salir temprano, así que si le apetece picar algo, puedo recogerla dentro de una hora. Vivo a pocas manzanas de aquí. —De hecho, a Hope le pareció estupendo. Robert era una buena persona, y ella tenía los nervios a flor de piel por todo lo que daba vueltas en su cabeza. No le apetecía nada pedir que le subieran la cena a la habitación ni salir sola por Dublín, se le antojaba demasiado deprimente; sería mucho más agradable cenar acompañada. Robert era un hombre corriente y moliente, pero parecía inteligente y honesto, y Mark le había dicho que era un abogado excelente. Apreciaba mucho los consejos que le había ofrecido hasta el momento; aunque muchos no trataban de cuestiones legales, de hecho, le resultaban más valiosos incluso dada la situación en la que se encontraba.
—Me gustaría mucho —respondió Hope agradecida. Se la veía cansada y con los ánimos por los suelos.
—Perfecto. Póngase unos vaqueros y dentro de una hora pasaré a recogerla.
Ella subió a la habitación, que era pequeña, elegante y pulcra. No necesitaba para nada los lujos, y se tumbó en la cama unos minutos antes de darse una ducha, ponerse unos vaqueros y secarse el pelo con el secador. Robert estuvo de vuelta al cabo de una hora exacta, tal como había prometido. Hope lo observó durante el trayecto en coche hacia el restaurante y le costó imaginarlo en las garras de la malvada Nuala, perdidamente enamorado de ella. Parecía un hombre equilibrado, sensato. Esa noche también se había vestido con vaqueros, acompañados de un jersey y un chaquetón cruzado, y se le veía más joven que con el traje. Hope supuso que debía de tener más o menos la edad de Finn, o sea que no le llevaba muchos años. Le había explicado que procedía de San Francisco, en California. Y que había estudiado en Stanford y luego en la facultad de derecho de Yale. Ella le contó que su padre había dado clases en Dartmouth, y él se echó a reír y confesó que disfrutaba mucho derrotando a su equipo de fútbol americano cuando jugaba en el de Stanford, porque eran muy buenos. También había sido jugador aficionado de hockey sobre hielo en Yale, y aún se le veía saludable y en forma, aunque él lo negaba. De todos modos, reconoció que le encantaba ir a patinar con sus hijas; ambas formaban parte del equipo universitario. Tenía muchas ganas de que llegara la Navidad para verlas, iban a pasar las vacaciones juntos en Nueva York, en el hotel Pierre, y estaba pensando en empezar a buscarse un piso puesto que en marzo o abril se trasladaría allí.
Hope no tenía ni idea de dónde estaría ella por esas fechas. Tal vez habría regresado a Nueva York y estaría destrozada, o seguiría en Irlanda porque las cosas se habrían puesto en su sitio con Finn e incluso tal vez se habrían casado. Se la veía esperanzada, y Robert se limitó a asentir y no comentó nada. Ya le había dicho bastantes cosas por teléfono y durante la tarde. Hope disponía de toda la información necesaria, y esperaba que supiera hacer uso de ella cuando se sintiera preparada. Era todo cuanto estaba en sus manos; no podía ayudarla con ninguna cuestión legal por el momento, tan solo permanecer disponible. Hope ya tenía los números de teléfono del despacho y de su casa, y su móvil; los llevaba en el bolso, anotados en un papelito. La animó a emplearlos, y le dijo que no tuviera reparos en llamar a cualquier hora si necesitaba ayuda o algún consejo. Para eso estaba, y le encantaría hacer algo por ella.
El curry les supo delicioso, y estuvieron charlando otra vez de los viajes de Hope. Robert se mostró fascinado por las historias que ella le contaba, y por su trabajo, y le dijo que nunca había estado en ningún país exótico. Solo había viajado por Europa y Escandinavia, sobre todo por cuestiones de trabajo. Tenía todo el aspecto de un hombre casado de clase burguesa que ostentaba el título de una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, solo que con una mirada más llana de lo habitual.
Terminaron de cenar temprano y él la acompañó de nuevo al hotel. Le deseó suerte para el día siguiente y que descansara bien.
—Recuerde que no está sola. Puedo presentarme en su casa al cabo de una hora en el momento que haga falta. Si tiene problemas serios, llámeme y puedo conseguirle ayuda en cuestión de minutos. O llame a la policía. O, como mínimo, ponga pies en polvorosa. —Ella sonrió ante sus palabras. Daba la impresión de que estuviera preparándola para una guerra, pero ella no creía que Finn llegara a ponerse violento ni que fuese tan peligroso. Se pondría tonto con ella y discutirían, o habría bebido demasiado y estaría fuera de combate, pero seguro que la cosa no pasaría de ahí. Lo conocía bien, y tranquilizó a Robert. Su exmujer era un caso excepcional.
Para su gran sorpresa, Hope durmió de maravilla esa noche. Se sentía en paz y segura, y la tranquilizaba saber que tenía un amigo en Dublín. Todo lo que Robert le había dicho la ayudaba a sentirse menos aislada, y antes de salir del hotel lo llamó al despacho para dejarle un mensaje de agradecimiento por la cena. Se cuidó mucho de estar lista a las nueve en punto para poder dirigirse al puesto de alquiler de coches y emprender la marcha hacia Russborough a las nueve y media. Cuando Finn iba a recogerla al aeropuerto solían llegar a casa hacia las once, y pensaba decirle que había cogido el vuelo matutino para sorprenderlo. La noche anterior le había enviado un mensaje acaramelado, pero él no le había respondido. Esperaba que estuviera trabajando en las novelas. No tenía intención de explicarle que había pasado la noche en un hotel de Dublín, eso habría hecho que sospechara de ella y se pusiera celoso de forma inevitable. Bien arreglada y descansada, partió hacia Blessington y luego hacia Russborough, y tal como había previsto llegó a Blaxton House con una puntualidad extrema cuando faltaban diez minutos para las once. No salió nadie a recibirla; hacía un día muy propio del mes de diciembre y una ligera capa de nieve cubría el suelo.
Dejó la maleta en el coche, subió saltando los escalones de la entrada y vio a Winfred en cuanto puso los pies en la casa. Él se llevó la mano a la frente con gesto respetuoso, le dirigió una amplia sonrisa y salió a recoger la maleta mientras ella subía a toda velocidad la escalera en dirección al dormitorio. De repente, le habían entrado muchas ganas de ver a Finn. Era como si todas las cosas terribles que la gente decía de él se hubieran esfumado. No podían ser ciertas; lo quería demasiado para que nada de todo aquello fuera verdad. Era un error. Tenía que serlo.
Se dirigió de puntillas al dormitorio y abrió la puerta. No vio luz; Finn estaba acostado durmiendo, y a su lado, en el suelo, había una botella de whisky vacía, lo cual explicaba por qué no había respondido a su mensaje la noche anterior. Era evidente que estaba borracho.
Se deslizó en la cama junto a él, contempló su atractivo rostro unos instantes y volvió a invadirla un gran amor, y entonces lo besó con suavidad. En cuanto lo vio, se sintió de nuevo cautivada por sus encantos. Él no se inmutó hasta que le dio otro beso, y entonces entreabrió los ojos y se sobresaltó, y al momento le dirigió una sonrisa radiante y la estrechó en sus brazos. Cuando la besó, Hope notó el olor acre del whisky, pero le dio igual. Finn despedía el mismo hedor que una destilería, y eso la dejó preocupada, pero no le dijo nada. Se preguntaba qué tal le estaría yendo el trabajo y cuánto le faltaría para tener lista al menos una de las novelas que debía a la editorial. Si no, reiterarían la demanda, y ella no deseaba que le ocurriera una cosa así.
—¿De dónde vienes? —preguntó él esbozando una sonrisa soñolienta; luego se desperezó y se dio la vuelta.
—He vuelto contigo —respondió ella con ternura, y él la rodeó con los brazos y la atrajo más hacia sí. Y en esos momentos Hope perdió de vista todos los sabios consejos que le habían dado, tal como Robert Bartlett sabía que ocurriría. Pero el abogado también sabía que ahora disponía de la información necesaria y la recuperaría en cuanto le hiciera falta.
—¿Por qué no me has llamado? Habría ido a recogerte al aeropuerto —dijo él, y la arrastró hacía sí y le quitó la ropa. Hope no ofreció resistencia.
—Quería darte una sorpresa —respondió con dulzura, pero él no le hizo ni caso. Ya le daría él sorpresa; claro que a Hope aquello no le venía de nuevo. Sus relaciones sexuales habían sido maravillosas desde el principio, y eso era en parte lo que hacía que la vida al lado de Finn resultara tan excitante. Su encanto era irresistible; por mucho que supiera que no debía caer en la trampa, costaba mucho echar el freno. Y al cabo de unos minutos ya eran pasto de un deseo desenfrenado, pasional, insaciable, como si el mundo entero se estuviera derrumbando bajo sus pies; y siempre había unos instantes en que Hope sentía precisamente eso.
Se levantaron ya por la tarde, se dieron un baño, se vistieron y él se quedó mirándola. Volvía a tratarla con mucho cariño. Costaba creer que pudiera haber contado una sola mentira, haber causado daño a nadie, hacer a alguien infeliz, y más a ella.
—Te he echado mucho de menos —dijo, y Hope se dio cuenta de que hablaba en serio. Era cierto. Encontró cinco botellas de whisky vacías debajo de la cama. Mientras ella estaba fuera, se había dedicado a ahogar sus penas en alcohol; o sus miedos. A veces se comportaba como un niño pequeño.
—Yo también —respondió ella con dulzura. Bajaron juntos y salieron a dar un paseo antes de que oscureciera. Estaba nevando un poco y el paisaje era precioso. Iban a pasar la Navidad solos allí. Michael tenía previsto ir a esquiar a Aspen con unos amigos, y ahora Hope no tenía a nadie más que a Finn.
—Siento todo lo que has pasado con Paul. Debe de haber sido muy duro. —Parecía comprensivo, y ella asintió mientras paseaban cogidos de la mano. Trataba de no pensarlo, si no le habría entrado pánico al saber que él ya no estaba. Y entonces Finn le planteó una pregunta con tanta crudeza que la dejó atónita. No solía ser así de directo—. ¿Qué van a hacer con la herencia?
—¿Qué quieres decir? —Lo miró con indignación.
—Ya sabes… ¿Qué va a pasar? ¿Te darán el dinero enseguida o tienes que esperar hasta que vendan las acciones o algo así?
—Haces unas preguntas muy raras. ¿En qué cambia eso las cosas? Se tarda un poco de tiempo en dar validez al testamento. Pueden pasar varios meses; un año. No lo sé. Me da igual. —Hope no comprendía por qué a él le importaba tanto. No dependían del dinero de Paul. Ella tenía suficiente con lo que le había dejado antes de morir; más que suficiente. Y Finn lo sabía muy bien, puesto que ella misma se lo había explicado—. Lo echo de menos —dijo con tristeza cambiando de tema. Le ponía frenética que mostrara tanto interés por el dinero; primero por el suyo y ahora por el de Paul. Eso le hizo volver a poner los pies sobre la tierra.
—Ya lo sé —respondió Finn en tono compasivo, y le pasó el brazo por los hombros para atraerla hacia sí—. Ahora estás muy sola —dijo, aunque eso ella ya lo sabía, no era necesario que se lo refregara por las narices—. Solo me tienes a mí. —Ella asintió sin decir nada, y se preguntó adónde querría ir a parar—. Nos tenemos el uno al otro, y ya está. —Hope se acordó de la vieja teoría de la fusión. Finn llevaba bastante tiempo sin mencionarla.
—Tú tienes a Michael —le recordó. Y lo siguiente que él le dijo le sentó peor que si le hubiera asestado un directo en el plexo solar; y Finn era muy corpulento, así que sus puñetazos eran proporcionalmente fuertes.
—Tú a Mimi no —musitó, y Hope se vio obligada a pararse en seco para recuperarse del estacazo. Ahora su especialidad eran los golpes bajos; así la desestabilizaba y podía volver a la carga cuando ella menos lo esperaba con las cosas que más daño le hacían—. Solo me tienes a mí —repitió, como para darle más énfasis. Hope no respondió, y siguieron paseando entre los copos de nieve. Él había conseguido su objetivo. Ahora se sentía aún más triste, y entonces regresaron a la casa. No había dejado de recordarle que dependía de él para todo, que sin él no tenía a nadie. Era un cañonazo de advertencia. De repente, Hope se acordó de Robert y de sus consejos. Habían convenido en que no la llamara para evitar que Finn se molestara o llegara a enfadarse. Pero si lo necesitaba, sabía dónde encontrarlo. Tenía todos sus números de teléfono guardados en el bolso.
Finn y ella empezaron a preparar juntos la cena, y luego él subió a trabajar un rato mientras ella terminaba de ponerlo todo a punto. Sin embargo, cuando al cabo de un rato Finn volvió a bajar para reunirse con ella, tenía una extraña expresión. Aunque casi siempre cenaban en el office de la planta baja, esa noche iban a hacerlo en la cocina del sótano, que todavía no habían restaurado. Era un espacio funcional pero lóbrego.
Justo en el momento en que se sentaban a la mesa que acostumbraba a utilizar el servicio, él se volvió a mirarla con un destello en los ojos, y ella se preguntó si habría bebido después del paseo, o tal vez incluso antes. Últimamente bebía demasiado. Cuando lo conoció no solía hacerlo, pero ahora sí. Hope pensó que tal vez todo fuera producto de la demanda judicial.
—¿Dónde estuviste anoche? —inquirió él en tono inocente.
—En el avión. ¿Por qué? —Ella notaba que se le estaba acelerando el corazón y puso cara de póquer mientras se servía pasta de una gran fuente.
—¿Seguro? —insistió él mirándola a los ojos.
—Claro que sí. No seas tonto, ¿dónde iba a estar si no? He llegado a Irlanda esta mañana. —Hincó el tenedor en la pasta, y entonces él estampó su pasaporte y un cuaderno de notas sobre la mesa, justo a su lado.
—¿Y esto qué es? Te alojaste en un hotel de Dublín. He encontrado este bloc en tu bolso buscando otra cosa. He telefoneado y me han dicho que anoche estuviste allí. Y en tu pasaporte pone que llegaste a Irlanda ayer, no hoy. —Entonces sacó el papelito con los números de teléfono de Robert. Hope solo había anotado el nombre de pila, sin el apellido. Finn era un detective extraordinario. Y ella tuvo la sensación de que iba a darle un infarto. Resultaba difícil explicar todo aquello. Había cogido el bloc de notas del escritorio del hotel sin pensarlo, y Finn lo había encontrado. No se le ocurrió preguntarle qué andaba buscando en su bolso, estaba demasiado asustada. Iba a ser complicado tratar de justificar la noche que había pasado en Dublín.
No le quedaba más remedio que ser sincera con él. Hasta ahora, lo había sido siempre. Esa era la primera vez que le mentía, en relación con los viajes o con cualquier otra cosa.
—Tienes razón. Llegué anoche. Quería pasar unas horas en Dublín. Tuve una reunión con un abogado del bufete del que soy clienta en Nueva York. Me aconsejaron que hablara con un abogado de aquí para informarme de los impuestos, los permisos de residencia y las cuestiones relacionadas con la casa. Ayer me reuní con él, y decidí quedarme a pasar la noche en un hotel y venir aquí por la mañana. Punto y final. Siento haberte mentido. —Se la veía arrepentida. No pensaba contarle lo de la cena con Robert, si no le habría entrado un arrebato de celos y no habría habido forma de convencerlo de que no había ocurrido nada. Él siempre creía que ella lo engañaba. Muy a su pesar, Hope estaba asustada y empezó a temblar.
—¿Y Robert?
—Es el abogado.
—¿Y te dio el móvil y el teléfono de su casa? Te lo tiraste en el hotel, ¿verdad? Menuda putilla estás hecha. ¿Y con quién follaste en Nueva York? ¿Con tu representante? ¿Con un tipo que conociste en un bar? A lo mejor fue con un camionero de la Décima Avenida, mientras le hacías unas fotos. —Finn sabía que Hope iba a esos sitios a hacer fotos y ahora utilizaba la información en su contra—. ¿También le hiciste fotos de la polla? —Le escupió las palabras en la cara, y Hope se echó a llorar. Nunca le había hablado de ese modo, ni había sido tan grosero. Estaba empezando a cruzar fronteras que no había cruzado jamás. Robert la había advertido de que lo haría, pero ella no lo creyó—. ¿Y qué tal Robert? ¿Es bueno en la cama? Seguro que no tanto como yo. —Hope no hizo ningún comentario. Se limitó a permanecer allí sentada, paralizada y muerta de vergüenza. La hacía sentirse como una golfa, y ella no había hecho nada malo. Solo había ido a ver a un abogado y habían salido a cenar, ni siquiera se le había pasado por la cabeza ir más allá. No se lo planteaba, no era su estilo. Pero él la estaba acusando con los ojos ponzoñosos y la lengua cargada de veneno.
—No ocurrió nada, Finn. Me reuní con un abogado, eso es todo.
—¿Y por qué no me lo habías explicado?
—Porque a veces tengo que tratar asuntos privados sobre mis inversiones. —Aunque se hubiera tratado de sus inversiones, él habría insistido en acompañarla de todos modos. Nunca le permitía hacer nada sola. Quería tenerla siempre controlada. Incluso la acompañaba al médico, como cuando fueron a ver a la especialista de Londres. Se entrometía en su vida, y a todas horas quería ejercer un control absoluto sobre ella.
—¿Muy privados? —preguntó mirándola fijamente, y esa vez a Hope no le cupo ninguna duda de que había estado bebiendo. Si no, es que estaba mal de la cabeza. Aunque tal vez fueran ambas cosas. Parecía un loco cuando la miró como si quisiera fulminarla y empujó la silla hacia atrás con tal ímpetu que la tiró al suelo, y luego empezó a caminar arriba y abajo de la cocina mientras ella lo observaba tratando de no encender más su ira. Se quedó muy quieta y muy callada, y rezó para que se tranquilizara.
—Sabes que yo nunca haría una cosa así —dijo intentando aparentar más calma de la que sentía.
—No sé una mierda sobre ti, Hope. Y tú aún sabes menos sobre mí. —Era con toda probabilidad lo más sincero que le había dicho jamás de sí mismo, pero su tono no resultaba precisamente tranquilizador—. Lo único que sé es que eres una puta y que te dedicas a mamársela a todo quisqui cuando yo no estoy delante. —Si Hope soñaba con recuperar al Finn de los inicios, lo cierto era que se había encontrado con uno que era incluso peor que el de los últimos tiempos. Ese era el verdadero Finn.
—¿Por qué no nos calmamos y cenamos? En Dublín no ocurrió nada. Pasé la noche sola en un hotel, eso es todo. —Se sentó muy erguida en la silla, y aunque era menuda se la veía muy digna; pero antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, él la arrancó del asiento y la estampó de espaldas contra la pared. Ella dio un grito ahogado, y casi tuvo la sensación de haber volado por los aires. Y entonces él situó el rostro a su misma altura.
—Si alguna vez se te ocurre follarte a alguien, Hope, te mataré. ¿Lo entiendes? ¿Te ha quedado claro? No pienso tolerarlo, así que métetelo bien en la cabeza. —Ella asintió, incapaz de pronunciar palabra porque el llanto le atoraba la garganta. Oía en su interior una especie de crujido provocado por el golpe contra la pared, y estaba segura de que era el ruido que hacía su corazón al partirse—. ¡Contéstame! ¿Lo entiendes?
—Sí —musitó ella. No le cabía duda de que estaba borracho, era imposible que se comportara de ese modo si no. Aun así, tenían que hacer algo al respecto. Bueno, más bien quien tenía que hacer algo era él. Últimamente andaba muy nervioso por lo de la demanda y el trabajo atrasado. Era evidente que había llegado a un punto en que estaba al borde del abismo. Y la estaba arrastrando consigo.
Entonces la dejó caer de nuevo en la silla, y la estuvo observando mientras ella picoteaba del plato. Hope no reconocía aquella mirada en sus ojos. Nunca lo había visto de ese modo; y, mientras removía la pasta y fingía que comía, se le ocurrió pensar que estaba sola en la casa con él. Winfred y Katherine siempre se marchaban a la hora de cenar, y ella se quedaba a solas con Finn hasta la mañana siguiente. Hasta ese momento nunca le había preocupado, pero ahora tuvo miedo por primera vez.
Finn no sufrió ningún otro arrebato de ira durante la cena, y tampoco volvió a dirigirle la palabra. Cogió el papelito con los teléfonos de Robert, lo rompió en mil pedazos y se los embutió en el bolsillo del pantalón vaquero para que Hope no pudiera encontrarlos. Dejó el bloc de notas y el pasaporte sobre la mesa. Y sin decir nada más salió de la cocina y dejó a Hope con todos los platos sucios. Ella permaneció un buen rato sentada con las lágrimas rodándole por las mejillas y la respiración entrecortada por los sollozos. Finn se lo había dejado muy claro antes. Estaba sola en el mundo. Solo lo tenía a él. No había nadie que pudiera tenderle la mano ni que la quisiera. Ahora que Paul había muerto, se sentía como la huerfanita de un cuento infantil, y su príncipe azul se estaba convirtiendo en una bestia salvaje.
Tardó una hora en serenarse y recoger la cocina. Estuvo casi todo el rato llorando y temía subir al dormitorio, pero sabía que tendría que acabar haciéndolo en algún momento. Pensándolo mejor, se dio cuenta de que la historia de su noche en Dublín no sonaba nada bien. El papelito con los teléfonos de Robert despertaba sospechas. Comprendía por qué Finn estaba disgustado, puesto que le había mentido sobre su llegada a Irlanda. Y pensó que debía haberle contado la verdad, aunque entonces no habría podido reunirse con Robert, y se alegraba mucho de haberlo hecho. Le resultaba de gran ayuda y muy tranquilizador saber que tenía a alguien a quien pedir ayuda si la necesitaba. Y Robert no estaba lejos. Aunque también comprendía que a Finn le hubiera molestado que pasara todo un día desaparecida y que le hubiera mentido sobre la hora de su llegada. No había hecho nada malo, pero igualmente se sentía culpable. Y, en cierta manera, disculpaba a Finn.
Tenía miedo de subir al dormitorio y enfrentarse a él, pero cuando lo hizo se sorprendió al verlo sentado en la cama, esperándola. Parecía tan pancho, como si en la cocina no hubiera ocurrido nada. A Hope le aterraba observar en él esos cambios de humor extremos. Tan pronto estaba descargando su furia cual dragón como se encontraba tranquilamente sentado en la cama, sonriéndole. Ya no estaba segura de quién era el loco, si él o ella, y se quedó mirándolo durante largo rato sin saber qué decir.
—Ven a la cama, Hope —la invitó él, como si hubieran disfrutado de una cena maravillosa. Y resultaba obvio que no era ese el caso. De hecho, había sido de todo menos maravillosa, pero Finn la miraba como si allí no hubiera pasado nada. Al verlo tumbado con aire inocente, a Hope le entraron ganas de echarse a llorar.
Al cabo de unos minutos, tras haberse lavado los dientes y haberse puesto el camisón, se acostó a su lado con cautela. Lo miró como si fuera una serpiente venenosa a punto de atacar.
—No pasa nada —dijo él en tono tranquilizador, y la rodeó con el brazo. Hope casi habría preferido que continuara enfadado; aquello era demasiado desconcertante—. He estado pensando —prosiguió con naturalidad, mientras ella permanecía tensa, aguardando lo que vendría a continuación—, y creo que deberíamos casarnos la semana que viene. No hay motivos para que lo sigamos demorando. De todos modos, no va a haber ceremonia, no tenemos que avisar a los invitados. Y no quiero esperar más. Los dos estamos solos, Hope; solos en el mundo. Si a alguno de los dos le ocurre algo, como le ha ocurrido a Paul, es mejor que estemos casados. A nadie le gusta morir solo.
—Paul estaba muy enfermo, lo estuvo mucho tiempo. Y me tuvo a mí a su lado —repuso ella con voz ahogada.
—Si alguno de los dos sufriera un accidente, el otro no tendría potestad para decidir nada. Tú no tienes hijos ni familia, y Michael no está por la labor. Solo nos tenemos el uno al otro. —La soledad era un tema recurrente esa noche; no paraba de poner énfasis en que él era la única persona con quien podía contar—. Me sentiré más tranquilo si estamos casados. Siempre podemos celebrarlo más adelante, en Londres o Nueva York, o en Cabo Cod. Ya va siendo hora, Hope. Hace un año que estamos juntos, y los dos tenemos una edad. Nos amamos y sabemos lo que queremos; no tiene sentido esperar más. Y deberíamos ponernos las pilas con lo del bebé —añadió sonriéndole. Era como si no se hubiera montado ninguna escena en la cocina. Tan solo una hora antes, Finn la estaba amenazando y la había estampado contra la pared, y ahora quería casarse con ella al cabo de una semana y dejarla embarazada. Escuchándolo, Hope sintió que la cabeza le daba vueltas—. Ya hace seis meses del aborto —le recordó, y por una vez no la acusó de tener la culpa. Daba la impresión de que se había desahogado y volvía a ser el de siempre. El bueno de Finn había regresado, y estaba acostado a su lado en la cama. Pero Hope ya no creía en sus palabras. No confiaba en ellas, ni en él. Ya no. En absoluto.
Y de ningún modo estaba preparada para casarse con él. Además, tenía la sensación de que solo lo motivaba el dinero. Si se casaban y a ella le ocurría algo en aquella casa aislada de la campiña irlandesa, él sería el único heredero de su fortuna, y también de la de Paul cuando ella la hubiera recibido. Y si encima tenían un hijo, no habría quien lo desposeyera de nada. Robert se lo había dejado muy claro durante la reunión en su despacho, y ahora también a ella le resultaba obvio. Pero no quería volver a despertar la ira de Finn diciéndole que no estaba en condiciones de casarse con él. Por lo menos, no esa noche. Sería mejor que lo hablaran por la mañana, a plena luz del día y con Winfred y Katherine cerca. Era mejor que arriesgarse a que sufriera otro arrebato como el de antes estando los dos solos en la casa. Ya había tenido suficiente por esa noche.
—¿Podemos hablar de eso mañana? —sugirió sin alterarse—. Estoy agotada. —El episodio de la cena la había dejado más machacada que si la hubiera atropellado un trolebús. Estuvo varios minutos aterrorizada. Pero ahora Finn se veía muy tranquilo, e incluso la trataba con cariño. Hope se sentía como si la hubiera colocado en el potro de tortura, y seguía temblando por dentro, muy nerviosa. Aunque trató de que no se le notara.
—¿De qué hay que hablar? —saltó él, y la rodeó con el brazo—. Casémonos y punto. —Hope ya veía que ese iba a ser el pretexto para la próxima batalla campal.
—No tenemos por qué decidirlo esta noche, Finn —dijo ella en voz baja—. Vamos a dormir. —Aún era temprano, pero ya no aguantaba más. Se sentía demasiado herida, demasiado molesta, demasiado decepcionada, y había pasado demasiado miedo para desear comentar nada con él. Lo único que quería era dormir, o morirse. De repente se dio cuenta de que las cosas entre ellos no iban a mejorar y de que detrás de una discusión vendría otra. Después de sufrir aquella agresión en la cocina, había empezado a perder la esperanza. Por muy agradable que Finn se mostrara ahora, no era nada probable que la cosa durara.
—No me amas, ¿verdad? —preguntó con voz infantil. Volvía a ser el niño abandonado en lugar del hombre que la había aterrorizado, y todo cuanto quería era que lo amaran. La cosa estaba tomando unos derroteros muy preocupantes. Finn se acurrucó contra ella como si tuviera dos años y apoyó la cabeza sobre su hombro, y Hope suspiró mientras le acariciaba el pelo y la cara.
Lo amaba, pero el viaje en la montaña rusa estaba llevando sus emociones al límite. Él siguió arrimándose, y Hope apagó la luz. Al cabo de unos instantes él la estaba despojando del camisón y pretendía hacerle el amor. Ella no quería porque estaba demasiado afectada por lo ocurrido y tenía los nervios a flor de piel, pero temía que si se negaba él se pusiera violento otra vez. Y Finn era tan hábil que en cuestión de momentos Hope notó que su cuerpo respondía a los estímulos, aunque su mente se esforzaba por mantenerlo al margen; y empezó a sentirse confundida por completo. Hasta que, de repente, su cuerpo sucumbió al deseo. Y Finn le hizo el amor con tanta delicadeza y tanto cariño que resultaba imposible creer que era el mismo hombre que la había agredido con tan solo unas horas de diferencia.
Después, Hope estuvo despierta durante horas mientras él roncaba. Y por fin, al amanecer, se quedó dormida de puro agotamiento. Se había pasado la noche llorando en silencio, sintiéndose muerta por dentro. Finn la estaba matando lentamente. Solo que ella aún no lo sabía.