18

Hope aguardó a que fueran las cuatro de la madrugada para llamar, cuando en Dublín eran las nueve. Sostenía la nota con los números de teléfono en una mano temblorosa. Le contestó una telefonista que la dejó en espera con una musiquita y luego le pasó a una secretaria. Hope explicó que telefoneaba desde Nueva York y que era una hora demasiado intempestiva para esperar a que le devolvieran la llamada, y por fin consiguió hablar con Robert Bartlett. Tenía acento norteamericano y una voz agradable. Mark Webber le había enviado un correo electrónico, igual que el director del despacho de Nueva York. Johannsen, Stern and Grodnik era un bufete norteamericano con despachos en seis ciudades norteamericanas y varias sucursales en distintos lugares del mundo. Robert Bartlett era el socio ejecutivo en el despacho de Nueva York cuando le ofrecieron hacerse cargo del de Dublín porque el socio principal había muerto repentinamente de cáncer. Había disfrutado de la vida en Dublín durante varios años y estaba a punto de regresar a Nueva York al cabo de unos meses. De hecho, lamentaba tener que dejar Irlanda. La situación allí le había sido muy favorable.

No conocía la naturaleza del problema, pero sabía quién era Hope y que era una clienta asidua del bufete. Tenía muy clara la diferencia horaria con respecto a Nueva York, y, aunque no habían hablado nunca antes, notó la tensión en su voz cuando ella se presentó.

—Sé quién es, señora Dunne —dijo en tono tranquilizador cuando ella empezó a explicárselo—. ¿En qué puedo ayudarla? En Nueva York ya es muy tarde —comentó. Parecía tranquilo y de trato fácil, y sorprendía el matiz juvenil de su voz.

—Me encuentro en una situación personal un tanto complicada —planteó ella despacio. Ni siquiera sabía qué esperaba de él, ni qué iba a hacer, y resultaba un poco disparatado pedir consejo a un completo extraño. Sabía que necesitaba ayuda, o que tal vez la necesitara, pero no concebía en qué forma. Ese hombre no era guardaespaldas ni psicólogo, si es que eso era lo que necesitaba, y se sintió un poco tonta llamándolo. Pero quería tener una persona de contacto en Dublín por si le hacía falta. No quería regresar sin tener cerca a alguien disponible. Y, de momento, solo podía contar con él—. Aún no sé muy bien qué tipo de ayuda necesito, ni si la necesito. Mi representante, Mark Webber, me aconsejó que le llamara. —Y después de leer el informe del detective, ella también lo creía conveniente, por si de la relación con Finn surgían complicaciones legales. Esperaba que las cosas entre ellos volvieran a su cauce, pero cabía la posibilidad de que no fuera así. De hecho, por lo que había leído, eso era lo más probable.

—Claro. Cuente conmigo para lo que sea, señora Dunne. —Su voz denotaba inteligencia y amabilidad, y el hombre parecía paciente. Hope se sintió un poco estúpida contándole lo ocurrido, tenía la impresión de estar dirigiéndose a un consejero matrimonial, y tal vez fuera lo que más se le acercaba. Pero no era solo por amor por lo que pedía consejo, se trataba de saber ver el peligro y calcular el riesgo potencial. Todo dependía de quién fuera Finn en realidad, de lo que ella significaba para él, de su grado de desesperación o su falta de escrúpulos. Resultaba evidente que le importaba el dinero. Pero ¿hasta qué punto? Quizá esa vez estaba enamorado de verdad, a pesar de los tremendos antecedentes que Hope había leído en el informe. A lo mejor la amaba de veras. Quería creer que así era, pero por el momento no estaba nada claro y resultaba imposible de determinar.

—Me siento muy tonta contándole esto. Creo que estoy metida en un buen lío —dijo, y se dispuso a explicarle toda la historia. En Nueva York habían dado las cuatro de la madrugada, su piso estaba oscuro como boca de lobo y era noche cerrada, ese momento en que todo se ve más negro que nunca, acechan todos los peligros y los temores crecen de modo exponencial. Por la mañana, los fantasmas se esfumarían otra vez—. Durante el último año he mantenido una relación con un hombre. Vive en Irlanda, entre Blessington y Russborough, y también tiene una casa en Londres. Es un escritor famoso, tiene mucho éxito, aunque su situación económica y laboral actuales son un desastre. El año pasado fui a visitarlo a Londres para hacerle un retrato, salimos una noche y a raíz de eso él vino a verme a Nueva York. Para serle sincera, me dejé llevar por la situación. Se quedó varias semanas en mi casa, y desde entonces hemos estado casi siempre juntos en casa del uno o del otro, aquí o allá. Yo tengo un piso en Nueva York y una casa en Cabo Cod. Íbamos cambiando de domicilio, pero últimamente yo he pasado bastante tiempo en Irlanda. Me dijo que tenía una casa de su propiedad allí, y luego descubrí que no era cierto, que solo la tenía alquilada. —Robert Bartlett iba respondiendo con pequeños sonidos empáticos a medida que ella hablaba, y también iba tomando notas para tenerlo todo claro cuando más tarde comentaran la situación—. O sea, que era de alquiler y no de su propiedad —repitió ella, tras una pausa—. Me contó que la casa había pertenecido a sus antepasados, y que la había recuperado hacía dos años. Era mentira, claro, pero él me dijo que le daba vergüenza reconocer que no era el propietario. De hecho, por esa época supe que me había mentido con respecto a tres cosas importantes, y eso después de nueve meses en los que todo marchaba a la perfección. Nunca había sido tan feliz en toda mi vida, aquel era el hombre más maravilloso que había conocido jamás; pero, de repente, descubrí los tremendos embustes. —Hope tenía la voz triste.

—¿Cómo los descubrió? —la atajó Bartlett, intrigado por la historia. Hope le parecía una mujer inteligente, no especialmente ingenua, y además estaba acostumbrada a andar por el mundo, así que si había caído en la trampa, sin duda el autor de los engaños era listo, hábil y convincente. Al parecer, en principio no tenía motivos para dudar de él.

—Acabaron saliendo a la luz de forma inesperada. Él me explicó que era viudo y que había tenido que educar solo a su hijo. Pero el chico vino a visitarnos a Irlanda y me contó que no lo había educado su padre, a diferencia de lo que yo sabía por boca de Finn. Por cierto, así es como se llama. —Bartlett conocía su actividad en la esfera literaria, como casi todo el mundo, pero no hizo comentarios. No cabía duda de que era un autor de mucho renombre, y que su categoría profesional era equiparable a la de ella en distinto campo. Hope no había estado saliendo con un don nadie, eso no iba con ella. La pareja que había elegido era la que le cuadraba, al menos en apariencia, y a ella también debió de parecérselo, aunque luego resultara no ser así. De entrada, las cosas tenían sentido—. Su hijo me contó que se había criado con sus abuelos maternos en California, y que apenas había visto a su padre durante su infancia. De hecho, ahora tampoco se ven mucho. Pero su padre me había contado una historia completamente distinta. Cuando le pedí explicaciones, alegó que le daba vergüenza reconocer que no había criado a su hijo. Nunca ha admitido que apenas se conocen. También me contó que su esposa y él se llevaban mal cuando ella murió, y que lo más seguro es que hubieran acabado divorciándose de todos modos. El niño tenía siete años cuando perdió a su madre. Pero luego le contaré la verdad sobre eso.

»Unos meses antes descubrí que la casa era de alquiler. Él seguía insistiendo en que había pertenecido a sus tatarabuelos por parte de madre, y yo me lo había creído. Pero no es más que una puta mentira. Perdón. —Hope parecía avergonzada, y Robert sonrió.

—No pasa nada. Estoy familiarizado con la expresión. No es que la use, claro, pero sé lo que quiere decir. —Los dos se echaron a reír, y a Hope el hombre le cayó simpático. Parecía una persona comprensiva y prestaba mucha atención a todo lo que le estaba contando, a pesar de que incluso a ella le sonaba disparatado.

—Luego me dijo que también le daba apuro reconocer que estaba de alquiler. Y para entonces ya teníamos planeado casarnos, así que en abril compré la casa. —Ahora se sentía muy tonta explicándoselo al abogado.

—¿Le regaló la casa? ¿La puso a nombre de él? —No lo dijo en tono de crítica ni de reproche, solo se lo preguntaba.

—Quería regalársela. De momento la propietaria soy yo, pero pensaba ofrecérsela como regalo de boda. Aún no he hecho el cambio de nombre; él me paga un alquiler simbólico, doscientos dólares al mes, solo para dejar las cosas claras. Yo pagué un millón y medio por la compra de la casa, y me he gastado otro tanto en restaurarla, y un millón más en los muebles y la decoración. —Al decirlo en voz alta se le antojó una cifra desorbitada, teniendo en cuenta que la casa era de Finn; bueno, en realidad seguía perteneciéndole a ella, pero lo había hecho todo por él—. Dejé la escritura preparada nada más formalizar la compra, y también lo tengo incluido en el testamento. Si nos casamos, en caso de que yo muera la casa la heredará él, sin más gravámenes; o, como mínimo, la recibirá en fideicomiso, si llegamos a tener hijos.

—¿Y él lo sabe?

—No me acuerdo. Creo que se lo comenté una o dos veces. Le dije que sería suya puesto que creía que había pertenecido a su familia. Solo hace unas semanas que sé que no guarda ninguna relación con esa casa. Era otra mentira, una de tantas. Pero cuando supo que me había enterado de que estaba de alquiler, me montó un drama porque decía que le daba mucho apuro no poder comprar la casa de sus antepasados. Y yo le creí a pie juntillas.

—Hay que reconocer que miente muy bien. —Por el momento, Robert no había hecho más que expresarle su apoyo. Era una persona muy llana.

—También le expliqué que mi exmarido me había dejado bastante dinero cuando firmamos el divorcio. No quería tener secretos con él. Finn me preguntó de qué cantidad se trataba y se lo dije: cincuenta millones de dólares, y otro tanto a su muerte —aclaró con tristeza.

—Espero que tarde mucho tiempo en cobrar los últimos —dijo Robert con amabilidad, y hubo una pausa durante la que Hope hizo acopio de fuerzas.

—Ha muerto esta semana. Llevaba once años muy enfermo, por eso se divorció de mí, porque no quería tenerme atada; pero, de todos modos, he estado a su lado.

—Lo siento. A ver si lo he entendido bien. Ahora que su marido, perdón, su exmarido ha muerto, recibirá los otros cincuenta millones de su patrimonio. ¿Correcto?

—Sí. —Al otro lado del hilo telefónico se oyó un silbido a modo de respuesta, y Hope sonrió—. Es mucho dinero. Vendió las acciones que tenía de una empresa que fabrica equipos quirúrgicos de alta tecnología, y le fue muy bien. Así que Finn sabe lo que tengo y lo que voy a recibir.

—¿Le ha pedido dinero alguna vez? —No daba la impresión de necesitarlo. A él tampoco le iban mal las cosas, y ella había comprado la casa y había prometido cedérsela si se casaban, o dejársela en herencia a su muerte. En cualquier caso, salía beneficiado.

—Hace poco —respondió ella—. Quiere cinco millones de dólares contantes y sonantes, sin ningún tipo de explicación. Y pretende que le dé más cuando nos casemos. Eso ha ocurrido durante este último mes, antes de eso nunca había mencionado el dinero. Tiene problemas económicos; esa fue la tercera mentira que me dejó preocupada. Me había explicado que acababa de firmar un nuevo contrato con su editor y que le supondría unos ingresos muy importantes. De hecho, incluso salimos a celebrarlo. Al final resulta que les debe dos novelas y le han rescindido el contrato, y encima lo han demandado y le reclaman casi tres millones de dólares.

—¿Quiere el dinero para saldar la deuda con ellos, como una especie de préstamo?

—No lo creo —respondió ella pensándolo—. Lo exige de forma categórica, y me pide más de lo que le están reclamando a él; dos millones más. No sé qué ocurrirá con el pleito, Finn está intentando pararle los pies a la editorial, pero su reputación como escritor se ha visto afectada. Además, dice que no tiene ni un centavo, y que no está dispuesto a tener que depender de una asignación. Le propuse abrirle una cuenta con un poco de dinero para sus gastos; las facturas ya corren de mi cuenta, o sea que no tiene que pagar nada. Pero él quiere que le ingrese cinco millones de dólares sin darme explicaciones. Así, de regalo. Y cuando nos casemos quiere más.

—¿Y para cuándo está prevista la boda? —Dado lo que acababa de oír, esperaba que faltara bastante tiempo.

—En principio íbamos a casarnos en octubre. —No le explicó que había sufrido un aborto en junio, no tenía por qué; lo consideraba irrelevante para la cuestión que le estaba planteando, y aún le dolía recordarlo—. Pero luego lo retrasamos hasta finales de este mes, para Nochevieja. Hace poco le dije que quería esperar hasta junio del año que viene y se puso hecho una fiera.

—No me extraña —dijo Robert Bartlett en tono preocupado. No le gustaba nada aquella historia, y cuanto más lo pensaba, peor lo veía—. Le saldrá muy a cuenta casarse con usted, señora Dunne. Tendrá una casa; bueno, varias; dinero; unos ingresos regulares; respetabilidad. Parece que ha sido extremadamente generosa con él, y aún pensaba serlo más. Y él conoce a la perfección cuál es su situación económica, o sea que tiene muy claro su objetivo.

—Llámeme Hope, por favor. Y sí, sí que lo tiene claro —confirmó con un hilo de voz mientras permanecía sentada a oscuras en su piso dándole vueltas a todo aquello. Finn sabía con exactitud lo que ella tenía y lo que él quería. Tal vez lo quisiera todo.

—Dice que ahora paga usted las facturas. ¿Él contribuye en algo a los gastos de la casa?

—En nada.

—¿Lo ha hecho alguna vez?

—En realidad no. Compra de vez en cuando el periódico, va a la ferretería. Pero suele cargarme a mí con los gastos. —Bonito, muy bonito. Menudo negocio tenía montado, pensó Bartlett, pero no lo dijo—. Se suponía que iba a pagarme un alquiler simbólico, pero no lo ha hecho. Yo solo se lo propuse para que él no se sintiera avergonzado. —A esas alturas Bartlett estaba más que convencido de que Finn no tenía vergüenza, era un interesado de tomo y lomo—. Quiere a toda costa que tengamos un hijo. Incluso me ha propuesto que nos sometamos a algún tratamiento de fertilidad si es necesario; bueno, yo soy la que tiene que someterse al tratamiento, por supuesto. Me llevó a una especialista de Londres.

—¿Y ha llegado a quedarse embarazada? —Esa vez Bartlett parecía nervioso.

—No… Bueno, sí. Pero perdí al bebé. Él quiere que volvamos a intentarlo ya, pero yo prefiero esperar, y más con semejante panorama.

—Por favor, Hope, no dé su brazo a torcer. Si lo hace, la tendrá en un puño para siempre, y a su hijo también. Ese tipo sabe perfectamente lo que se hace.

—Parece que ya intentó exprimir a la familia de su viuda y a su hijo cuando ella murió. Aunque no estoy segura de que el chico lo sepa, más bien creo que no.

—Bueno, pues dejemos de lado lo de tener hijos por el momento, si a usted le parece bien. —Cuanto más hablaba Hope con él, mejor le caía. Parecía una persona honrada y con los pies sobre la tierra. Se dio cuenta de que lo estaba utilizando para decirse las cosas en voz alta y tratar de encontrarles sentido.

—No hay problema. Por otra parte, también encontré una foto de una chica con la que estuvo saliendo cuando era joven, hace muchos años. Me contó que se había suicidado, y que estaba embarazada de él. Y luego me preguntó si yo sería capaz de quitarme la vida. Tengo la sensación espeluznante de que, de algún modo, lo considera un homenaje, una demostración de cuánto lo quería. —Robert Bartlett no le dijo nada, pero escuchándola tuvo miedo por primera vez. El asunto empezaba a tomar un cariz peligroso, y le resultaba familiar. Si ataba cabos, era el clásico retrato de un sociópata. Y Hope era la víctima perfecta, aislada en Irlanda, sin familia ni amigos cerca, enamorada de él, con dinero, mucho dinero, y a su entera disposición; y aún sería peor si se casaban. Se alegró mucho de que le hubiera telefoneado. Y entonces le preguntó si ya tenía hijos. Al otro lado del hilo telefónico se hizo otro breve silencio—. Tenía una hija, pero murió hace cuatro años de meningitis. Estudiaba en Dartmouth.

—Lo siento mucho. —Lo dijo como si lo sintiera de veras, y a Hope le llegó al alma—. No me imagino nada peor. Lo que más temo en el mundo es que me suceda algo así. Tengo dos hijas estudiando en la universidad, y cuando salen de noche y tienen que conducir se me ponen los pelos de punta.

—Ya —musitó ella.

Robert Bartlett reparó en que Hope tampoco tenía ningún hijo que se diera cuenta de lo que estaba pasando, que estuviera pendiente de ella o la pusiera sobre aviso. Era el sueño de todo sociópata, una mujer sin familia ni nadie que la protegiera, y con una fortuna de órdago. Aún peor, notaba que había amado a Finn de veras, tal vez todavía lo amara. Su versión de los hechos estaba teñida de cierta incredulidad; era como si le estuviera poniendo delante todas las piezas del puzle para que él las encajara y le dijera que no tenía de qué preocuparse, que no era lo que parecía. Sin embargo, no podía hacer eso. De hecho, la cosa le parecía bastante grave y peligrosa. La aparente inocencia de Hope lo alarmaba todavía más. Por lo que sabía hasta el momento, consideraba que corría un serio peligro. Finn O’Neill parecía un granuja de marca mayor. El suicidio de su novia anterior tenía preocupado a Robert, igual que la insistencia en que Hope se quedara embarazada. Claro que por lo menos eso significaba que no quería verla muerta; como mínimo de momento, porque solo si estaba viva podía casarse con ella y tener un hijo. A menos que le diera demasiados problemas o le aguara los planes, que era precisamente lo que estaba haciendo. Había retrasado la boda, se negaba a darle dinero y no quería volver a quedarse embarazada por el momento. Para Finn todo eso eran malas noticias, significaba que tenía que esmerarse más para convencerla, y si no lo lograba, Hope se encontraría en una situación muy peliaguda. Bartlett sabía que lo peor de los sociópatas era que inducían a sus víctimas a autodestruirse, así se ahorraban el trabajo sucio. Era lo que le había ocurrido a la otra novia de Finn. Pero Hope parecía conservar la sensatez por el momento. Se alegró doblemente de que lo hubiera llamado; menos mal que su representante le había dado su número. Robert se había visto en circunstancias similares, aunque Finn bordaba el papel. Era un actor consumado.

—Esas son las mentiras que he descubierto —prosiguió Hope—. La última me afectó mucho, lo del contrato con la editorial y la demanda. Me dijo que también esa vez le daba vergüenza reconocer la verdad, porque en comparación conmigo era un fracasado. Siempre utiliza la misma excusa para no contarme las cosas. Pero lo cierto es que creo que miente porque sí. Todo iba bien entre nosotros hasta junio, cuando perdí al bebé. Entonces empezó a decirme que no había tenido suficiente cuidado y por eso había sufrido el aborto; me echaba las culpas de todo. Fue muy desagradable, estaba muy disgustado y muy enfadado. Y solo quería que volviera a quedarme embarazada enseguida. Mi médico me aconsejó que esperara un poco porque había estado a punto de morir. —Bartlett se estremeció escuchándola. La cosa le olía fatal otra vez.

»Pero antes de eso se portó muy bien conmigo, y estaba emocionadísimo con lo del bebé. No nos hizo falta ningún tratamiento de fertilidad, por cierto; ocurrió de forma natural. Sabíamos que estaba ovulando, y él me emborrachó y tuvimos relaciones sin protección. Sabía muy bien lo que se hacía. —Bartlett eso lo tenía muy claro, Hope no necesitaba gastar saliva—. Y le salió bien. Durante seis meses la cosa fue de maravilla; y después del aborto, en verano, volvíamos a estar a gusto juntos. Pero ahora se enfada conmigo siempre, o casi siempre. A veces es muy atento, y otras se pone hecho un basilisco. Bebe más de lo habitual, creo que lo de la demanda lo tiene bastante preocupado; y no escribe nada. Le ha sentado fatal que retrase la boda. De repente no hacemos más que discutir y siempre me está presionando con una cosa u otra. Antes no lo hacía nunca, todo iba perfectamente, me trataba como a una reina, y a veces aún lo hace, pero tenemos más días malos que buenos. A menudo le cambia el humor de repente, pasa del amor al odio y viceversa, y eso me desconcierta. Cuando me marché de Dublín hace una semana me sentía muy confusa, no sabía qué pensar. Él no paraba de decirme que me estaba volviendo loca, y empezaba a creérmelo.

—Eso es precisamente lo que quiere. Usted no está loca, Hope, puedo asegurárselo después de haber mantenido esta conversación. Pero también tengo claro que él sí que lo está. No soy psiquiatra, pero se trata de una sociopatía de manual. La cosa es para temerle, sobre todo tratará de lavarle el cerebro y desorientarla. ¿Cuándo le pidió el dinero?

—Hace unas semanas. Me lo soltó sin preámbulos. Yo le dije que no, y desde entonces no hemos parado de discutir. Estaba preocupada, así que, cuando vine a Nueva York en noviembre para cumplir con unos encargos de trabajo, le pedí a mi representante que contratara a un detective para que llevara a cabo una investigación. —Hope suspiró y le contó lo que explicaba el informe—. Su hermano cree que es un sociópata. Ni siquiera es cierto que sea hijo único, eran cuatro hermanos. Su madre trabajaba de criada, así que no es de familia noble; y su padre murió en una pelea de bar y no era médico. Absolutamente nada de lo que me contó sobre su vida es cierto, y por eso supe que la casa de Irlanda no era de su familia. Todo el mundo que ha tenido algún tipo de relación con él lo considera un mentiroso compulsivo. —Eso lo tenían los dos muy claro por lo que le había contado hasta el momento—. Ayer recibí el resto del informe, y no pinta mejor. Su mujer murió en un accidente en el que él conducía borracho. Finn me había contado que iba sola en el coche cuando murió, pero el informe explica que él también estaba allí, y que ella salió del accidente con vida. Él sufrió un shock y no llamó para pedir ayuda, y ella murió. Aunque, para ser justos, el informe médico dice que habría muerto de todos modos. —Seguía tratando de disculpar a Finn. Robert Bartlett lo consideraba una mala señal. Todavía estaba enamorada de él y no había asimilado por completo la información que estaba recibiendo. Resultaba demasiado espantosa, y le costaba aceptarla—. Lo condenaron por homicidio sin premeditación, aunque no llegó a ingresar en prisión; al final estuvo cinco años en libertad condicional por haber causado la muerte del otro conductor —prosiguió Hope—. También aparecen otros detalles escabrosos. Sus antiguos suegros lo consideran el responsable de la muerte de su hija, la mató porque quería quedarse con su dinero. Trató de hacerse con él, y también con el que ella le dejó en herencia a su hijo. Y ahora anda detrás del mío. Indirectamente, es responsable de la muerte de dos mujeres; el accidente que acabó con la vida de su mujer y el suicidio. Me ha mentido en todo, y ya no sé qué creerme y qué no. —En las últimas palabras se le quebró la voz. Robert Bartlett se habría quedado atónito ante lo que acababa de contarle de no ser porque ya había oído la misma historia otras veces. Era el típico retrato de un sociópata y su víctima. La información desconcertante y el contraste entre su crueldad premeditada y su conducta extremadamente atenta, amable y seductora paralizaban a sus víctimas, que querían creer que la parte buena era la verdadera y que todo lo malo era tan solo un error. Pero a fuerza de tener más y más pruebas, cada vez costaba más confiar en ello. Robert notaba que Hope se encontraba en ese punto. Estaba abriendo los ojos y veía a Finn tal como era, pero no quería creerlo, lo cual era comprensible. Resultaba muy duro reconocer todo eso en una persona a quien se amaba, y que se había hecho querer tanto.

—No me gustaría que se convirtiera en su siguiente víctima —dijo Robert en un tono que daba que pensar. De hecho, en muchos aspectos Hope ya lo era, pero mucho se temía que si le plantaba cara en serio a Finn, o él dejaba de necesitarla, acabaría matándola, incitándola a suicidarse o provocando un accidente.

—A mí tampoco. Por eso le he llamado —admitió Hope con voz de estar deshecha.

—Bueno, verá; lo que descubrió en él al principio, cuando se portaba tan bien con usted, recibe el nombre de «conducta mimética»: el sociópata te devuelve una imagen de sí mismo en la que es todo cuanto necesitas y quieres que sea. Y más tarde, mucho más tarde, aflora su verdadera personalidad —explicó Robert—. ¿Qué cree que quiere hacer, Hope? —preguntó con amabilidad. Lo sentía muchísimo por ella, y comprendía mejor que muchas personas lo difícil que resultaba enfrentarse a algo semejante y actuar.

—No sé qué quiero hacer —reconoció ella—. Ya sé que suena estúpido, pero durante nueve meses todo fue de maravilla, y de repente empiezan a pasar todas estas cosas horribles. Nadie había sido tan bueno conmigo en toda mi vida, ni tan cariñoso. Lo que quiero es que las cosas vuelvan a ser como al principio. —Pero eso era como intentar evitar que se hundiera el Titanic, y Hope empezaba a darse cuenta de ello. Solo que no estaba preparada para creerlo. Aún no. Quería que Finn le demostrara que todo era un error. Deseaba no haber recibido nunca aquel informe y seguir confiando en su sueño. Eso era lo que deseaba, pero no la realidad. Aun así, tenía la sensación de que debía regresar y asegurarse. Cualquiera que la estuviera escuchando pensaría que estaba loca. Excepto Robert Bartlett. Había tenido mucha suerte dando con él.

—Eso no ocurrirá, Hope —respondió él con tacto—. El hombre a quien conoció y de quien se enamoró no existe. El auténtico es un monstruo, sin corazón ni conciencia. Puede ser que me equivoque, por supuesto, y tan solo se trate de alguien problemático, pero me parece que los dos vemos muy claro lo que tenemos delante. Lo del principio no era más que un papel que estaba interpretando para cautivarla. Pero ahora la función está tocando a su fin; ya estamos en el tercer acto, cuando el malo pasa a la acción y asesina a la víctima. —Todas las novelas de Finn trataban de eso—. Puede volver con él y asegurarse, por supuesto; nadie va a retenerla. Pero es posible que corra peligro, mucho peligro. Si decide regresar, tiene que estar preparada para salir volando de inmediato en cuanto se huela que está en riesgo. No puede perder el tiempo tratando de negociar con él. Mire, no suelo contarle esto a la gente, pero yo he vivido un caso así en primera persona. Me casé con una chica irlandesa, la mujer más guapa que ha existido jamás, y la más dulce. Me creí palabra por palabra todo lo que me contó sobre su vida, y su historia se parece mucho a la de Finn. Había tenido una infancia horrible, sus padres eran los dos alcohólicos y creció en casas de acogida donde le hicieron atrocidades. Tenía cara de ángel y alma de diablo. La defendí en un juicio por homicidio involuntario pocos años después de licenciarme en derecho. Entonces no dudaba lo más mínimo de su inocencia. Había matado a su novio, decía que él había intentado violarla y existían pruebas que lo demostraban. La creí. Conseguí que le levantaran los cargos, pero si fuera hoy no lo haría. Al final me dejó, se llevó todo mi dinero y a nuestras hijas; me dejó destrozado. Me había casado con ella justo después del juicio.

»Una vez intentó matarme. Se me acercó de noche y me apuñaló, y luego fingió que había entrado un extraño en casa. Pero yo sabía que no era cierto. Había sido ella. Y aun así volví a su lado dos veces; quería que las cosas se solucionaran y me olvidé de todo lo que había ocurrido. La amaba, estaba enganchado a ella, y todo cuanto quería era salvar nuestro matrimonio y estar junto a mis hijas. Al final, hace siete años, se las trajo a Irlanda. Y, por esas casualidades de la vida, en el bufete estaban buscando a una persona para dirigir el despacho de Dublín, así que me presenté voluntario con tal de estar cerca de ellas. No podía obligarla a volver a Estados Unidos. Es muy lista. Gracias a Dios que mis hijas están bien. La más joven terminó los estudios universitarios hace dos meses en Estados Unidos, y yo en primavera volveré a incorporarme al despacho de Nueva York. Nuala se ha casado dos veces más, ambas por dinero; y uno de los hombres murió hace dos años a causa de un medicamento al que era muy alérgico. Se lo había dado ella, pero durante la investigación convenció al juez de que no lo había hecho. Heredó todo el dinero de su marido. Y le hará lo mismo al hombre con quien está casada ahora, o al siguiente que se le cruce en el camino. No tiene escrúpulos. Su sitio está en la cárcel, pero no tengo claro que lleguen a encerrarla algún día. Está tan perturbada que es capaz de cualquier cosa, y tiene una gran sed de vengarse del mundo entero por el mal que le han hecho. Nadie está seguro con ella.

»Ya ve que sé de lo que le hablo, y creo que entiendo cómo se siente. A mí me costó años comprender que la Nuala buena no era más que una farsa, pero fingía tan bien que siempre acababa creyéndome lo que me decía, daba igual en qué me mintiera o lo graves que fueran sus acciones. Las niñas acabaron viniéndose a vivir conmigo, y a ella le dio igual. Ese tipo de personas no son muy buenos padres. Utilizan a sus hijos para sus fines, o estos se convierten también en sus víctimas. En la actualidad no tiene contacto con mis hijas, y no creo que le importe. Está demasiado ocupada gastándose el dinero de su difunto marido, el tipo al que mató dándole un antibiótico del botiquín. Tuvo un paro cardíaco fulminante, tal como ella sabía que ocurriría, y tardó una hora en avisar al médico porque estaba demasiado afectada; al principio ni siquiera oyó que se estaba muriendo porque dormía profundamente. La cuestión es que la creyeron. Nadie ha llorado tanto como ella en una investigación criminal. Era imposible consolarla. Luego se casó con su abogado defensor, otra vez lo mismo; y cualquier día hará algo parecido con él o con cualquier otra persona. Todos los hombres a los que les da plantón se quedan destrozados; excepto los que acaban muertos, claro. A mí también me pasó.

»Tardé años en superarlo, en acabar por dejarla y no querer saber nada más de ella. Hasta entonces, había vuelto centenares de veces a buscarla. Y vaya si la encontré. Así que si sigue teniendo la necesidad de intentar salvar el barco a pesar de la evidencia, nadie puede impedírselo. En un lado de la balanza tiene lo que vivió durante nueve meses y lo que siente por Finn, y en el otro está el informe del detective y lo que dice todo aquel que lo conoce y se las ha visto con él. Pero si opta por regresar, Hope, actúe de forma inteligente. Con las personas así, cuando se vuelven en contra de uno, lo único que se puede hacer es salir corriendo. Es el mejor consejo que puedo ofrecerle. Si regresa para darle otra oportunidad, esté preparada; manténgase atenta, confíe en su intuición, y si ocurre algo que le preocupa o la aterra, márchese volando sin dudarlo un instante. Salga de allí a toda pastilla. No se detenga ni a hacer la maleta. —Era el mejor consejo que podía darle, basándose en su propia experiencia, y Hope se quedó estupefacta. Era una historia espeluznante. Claro que la de Finn también.

—Él es todo lo que tengo —repuso ella con tristeza—. Y se portó muy bien conmigo durante aquellos meses. La única familia que me quedaba era Paul, y ha muerto, igual que mi hija. —Hope estaba llorando al otro lado de la línea.

—Esa gente funciona así. Buscan víctimas inocentes, personas de buena fe, solas y vulnerables. E incomunicadas. No pueden practicar su magia negra si hay más gente observándolos. Siempre aíslan a sus víctimas, como le ha ocurrido a usted; y las eligen con esmero. Finn sabía que usted solo tenía a su exmarido, que no lo veía a menudo y que estaba muy enfermo. Por eso se la llevó a Irlanda, donde no tiene familia, ni amigos, ni nadie que se preocupe por usted. Es la víctima ideal. Téngalo en cuenta cuando regrese. ¿Cuándo será, por cierto? —No le preguntó si pensaba hacerlo, sino cuándo. Sabía que lo haría. Él también lo había hecho en su momento, y notaba que Hope todavía no estaba preparada para zanjar el asunto. Necesitaba volver a tratar con Finn para convencerse, porque la parte buena y su recuerdo seguían pesándole demasiado. Era un claro ejemplo de disonancia cognitiva. Los sociópatas ponían en práctica dos tipos de comportamiento absolutamente contrarios. Al principio todo era un puro derroche de amor, y después las muestras de cariño eran cada vez más escasas. Y por otra parte estaba la crueldad desmesurada, sin límites, que demostraban cuando se quitaban la máscara; hasta que volvían a ponérsela para confundir aún más a sus víctimas y tratar de hacerles creer que estaban locas. Muchos acababan provocando que estas se suicidaran; personas perfectamente cuerdas que no eran capaces de comprender lo que les estaba ocurriendo y que cada vez se encontraban más al borde del abismo. Robert no quería que a Hope le sucediera eso. Su único objetivo ahora era estar allí por si lo necesitaba, ayudarle a seguir con vida y a salir del pozo cuando estuviera preparada para ello; pero ese momento aún no había llegado. Sabía muy bien que solo podía comprenderlo quien hubiera pasado por la misma situación. Y ese era su caso.

Hope estaba profundamente impactada por la historia de Robert, por su disposición para contársela, su sinceridad y la comprensión que había demostrado ante su dilema y su amor por Finn. Resultaba demasiado difícil aceptar la evidencia y asimilar la extrema contradicción entre, por una parte, la forma de tratarla del principio y los sentimientos que había despertado en ella y, por otra, lo que todos los demás pensaban de él y sus propias dudas sobre su comportamiento actual. Era la confusión y la contradicción en esencia pura. Y nadie podía comprenderlo a menos que hubiera vivido una experiencia similar, como Robert. A Mark le resultaba incomprensible la necesidad que Hope tenía de regresar y volver a comprobar las cosas por sí misma.

—Gracias por no decirme que soy una tonta por querer regresar. Creo que sigo esperando que Finn sea la persona que conocí al principio.

—Nos pasa a todos con los asuntos del corazón. Y es más que posible que vuelva a encontrarse con esa misma persona una noche de vez en cuando, o durante unas horas. Lo que pasa es que no durará porque está fingiendo solo para conseguir lo que quiere. Tenga claro que en el momento en que interfiera con sus planes o no le dé lo que espera, tendrá serios problemas; y no se andará con chiquitas. Con suerte, lo máximo que conseguirá será aterrorizarla. Haga lo posible porque la cosa no pase de ahí. —Esa era la única esperanza de Robert. La de Hope era que Finn se convirtiera en la persona que aparentaba ser, que cambiara y la tratase bien. Robert sabía que eso no era posible, pero Hope tenía que comprobarlo por sí misma. Tal vez necesitara más de una demostración, aunque él esperaba que no. Hope haría las delicias de todo sociópata; se sentía sola y confusa, no daba crédito a lo que le ocurría, era vulnerable, albergaba muchas esperanzas y no estaba preparada para aceptar lo que tenía ante las narices—. ¿Por qué no me hace una visita antes de volver a casa? Podría pasar por mi despacho cuando llegue a Dublín, antes de emprender el camino hacia Russborough. Le daré todos mis números de teléfono. Podemos tomarnos un café juntos, y luego vuelve junto a Jack el Destripador. —Robert estaba intentando dejarle las cosas claras, y Hope se echó a reír. No era una imagen muy agradable, y se sentía un poco tonta, pero él tenía razón—. Me ofrecería a ir a verla yo a su casa, pero deduzco que eso le traería problemas. Casi todos los sociópatas son celosos en extremo.

—Finn lo es, desde luego. Siempre me está acusando de querer ligarme a alguien, incluso a los camareros de los restaurantes.

—No me extraña. Mi esposa siempre me acusaba de acostarme con mis secretarias, con la niñera, con mujeres a las que ni siquiera conocía. Y al final empezó a decirme que mantenía relaciones con hombres. Yo me pasaba la vida justificándome y tratando de convencerla de que no era cierto. Y resulta que quien me engañaba era ella. —Un claro ejemplo de proyección.

—No creo que Finn me esté engañando con nadie —soltó Hope en tono categórico—. Pero me acusa de acostarme con todos los hombres del pueblo, incluidos los albañiles que se ocupan de las obras en casa.

—Intente no ponerlo nervioso por nada, si puede evitarlo, aunque sé que cuesta. Esas acusaciones nunca son racionales ni se basan en sospechas reales; al menos, normalmente. No insistirá a menos que le dé verdaderos motivos para preocuparse. —No daba la impresión de que Hope fuera de ese estilo. Parecía sincera, honrada y franca, y gracias a aquella conversación con Robert se encontraba mucho más tranquila y ya no tenía la impresión de estar volviéndose loca—. Me temo que el primer enfrentamiento será por el dinero; no cabe duda de que su objetivo principal es hacerse con él. Eso y casarse con usted. Y tal vez tener un hijo. —No le dijo que la mayoría de los sociópatas eran sexualmente muy activos; Nuala era lo mejor que había conocido en la cama. Se trataba de una de las muchas formas de ejercer control sobre las víctimas. En el caso de su exmujer, se follaba a su pareja hasta que perdía el mundo de vista; tanto que luego no sabía de dónde le venían los palos. Y entonces se la cargaba. Robert se había librado por poco. Un buen terapeuta y su sentido común innato lo habían salvado de sus garras. Y aunque Hope seguía enamorada de Finn, o del Finn imaginario, también parecía una persona sensata. La verdad era difícil de creer y asimilar, y el contraste, demasiado extremo para que una persona en su sano juicio le encontrara sentido, así que le estaba concediendo el beneficio de la duda, tal como solían hacer todas las víctimas. No es que fuera tonta; la movían la esperanza, la ingenuidad, la fe y el amor, aunque este fuese inmerecido.

Hope estaba reflexionando sobre eso mientras hablaba con Robert, y decidió que volvería a Irlanda al día siguiente en el vuelo nocturno, que era su preferido; así por la mañana estaría en Dublín. Le agradaba la perspectiva de verse con Robert Bartlett antes de regresar a casa. Le serviría para poner los pies sobre la tierra. Quedó en encontrarse con él a las diez, así tendría tiempo de pasar por el servicio de inmigración y control de aduanas, y de desplazarse desde el aeropuerto.

—De acuerdo. Me reservaré la mañana entera —le aseguró él. Y entonces pensó en plantearle otra pregunta—: ¿Qué querrá hacer con la casa cuando todo esto haya terminado? —No se trataba de un divorcio y, por tanto, no era necesario que llegaran a un acuerdo para poner fin a la relación.

—No lo sé. Lo he estado pensando, pero no veo clara la solución. —Seguía teniendo esperanzas de que no hiciera falta llegar a tal punto, pero cada vez era más consciente de que cabía esa posibilidad, y de que tenía que pensar en ello—. Podría conservarla y seguir alquilándosela, pero no estoy segura de que me apetezca. Seguiría estando vinculada a él, y no quiero. Pero echarlo me parece una marranada. —En opinión de Robert, era lo que Finn se merecía, pero estaba claro que Hope aún no había alcanzado esa etapa. Y seguía creyendo que tal vez no llegaría a ocurrir. Sin embargo, él no quiso pasarlo por alto.

—De momento no tiene que preocuparse por eso. Disfrute de su estancia en Nueva York, la veré pasado mañana. —Hope volvió a darle las gracias y colgó el teléfono. Eran las seis y media de la mañana cuando por fin se acostó; no se sentía tan tranquila desde hacía meses. Por lo menos ahora contaba con apoyo legal en Irlanda, y era obvio que Robert Bartlett conocía el tema a fondo. Daba la impresión de que lo que le había tocado vivir con su exmujer era peor con diferencia. Nuala representaba un caso extremo de sociopatía; claro que con dos muertes sobre las espaldas y toda una vida de mentiras, las cosas con Finn no pintaban mucho mejor. Hope era consciente de ello. Lo más triste era que, a pesar de todo lo que sabía de él, seguía amándole. Al principio había dado crédito a todo lo que él le contaba, y ahora resultaba muy duro aceptar que solo había sido un sueño. Se sentía muy apegada a él, sobre todo ahora que Paul había muerto. Finn era la única persona que tenía en el mundo, y eso hacía que le resultara aún mucho más difícil renunciar a él. Significaba que se quedaría completamente sola por primera vez en toda su vida.

Finn la llamó dos veces mientras dormía. Se estiró y vio su número en la pantalla del móvil, pero se dio media vuelta y no contestó. No le explicaría que regresaba a Irlanda, porque antes de ir a casa se encontraría con Robert Bartlett en Dublín. Y luego le daría una sorpresa. Pero primero necesitaba pasar unas cuantas horas a solas con el abogado.