Desde el día en que Finn pidió dinero a Hope por primera vez, las cosas iban de mal en peor. La tensión era insoportable, discutían continuamente, él bebía más y más y las conversaciones giraban siempre en torno al mismo tema. Quería cuatro o cinco millones de dólares a tocateja; no había lugar para preguntas. Y encima pretendía que cuando se casaran le diera más dinero. También le pidió que fuera a ver a la especialista en medicina reproductiva, pero esa vez Hope se negó en redondo.
Lo único que la mantenía allí era el tierno recuerdo de lo cariñoso que Finn había sido con ella en el pasado. Se comportaba como si le faltara un tornillo, o como si estuviera metido en una pesadilla; y ella estaba aguardando a que se despertara y volviera a ser él mismo. Solo que de momento eso no había ocurrido. Cada vez estaba peor, y ella se aferraba al convencimiento de que un día volvería a ser el hombre del que se había enamorado. Pero había días en que se preguntaba si ese hombre, el de los once primeros meses, existía de verdad. Alrededor de Acción de Gracias empezaba a preguntarse incluso si había existido alguna vez. Quizá el hombre a quien había conocido y amado era un papel interpretado para atraerla, y el auténtico Finn era el actual. Ya no sabía qué pensar. Se sentía desconcertada y confusa, y siempre estaba triste. Llevaba semanas así.
El día de Acción de Gracias preparó el tradicional pavo, pero la celebración se truncó cuando Finn empezó a discutir a media cena. Seguía con la horrorosa cantinela del dinero que ella debía entregarle y por qué debía hacerlo. Al final Hope se levantó de la mesa sin haberse terminado el plato. Se ponía enferma oyendo cómo trataba de engatusarla y luego estallaba en cólera y la insultaba.
Después de que se hubieran ido a la cama, Hope estaba pensando que tal vez debería hacer las maletas y marcharse bien lejos cuando Finn se volvió hacia ella y empezó a hacerle arrumacos otra vez. No mencionó el dinero, le dio las gracias por la estupenda cena y le dijo lo mucho que la amaba, y fue tan cariñoso y tan amable con ella que acabaron haciendo el amor, cosa que llevaba días sin ocurrir. Pero después Hope tuvo la sensación de haber perdido el juicio; ya no sabía qué creer ni dónde residía la verdad.
Él la despertó en mitad de la noche y empezó a discutir otra vez sobre el mismo tema hasta que ella se quedó dormida. Pero por la mañana le llevó el desayuno a la cama y volvía a ser el hombre atento, jovial y cariñoso de siempre. Hope creyó que se estaba volviendo loca; o tal vez el loco fuera él. La cuestión era que uno de los dos no estaba bien de la cabeza; no tenía muy claro quién, pero temía ser ella. Además, cuando le comentó a Finn que la había despertado de madrugada para discutir, él insistió en que no era cierto, y Hope se sintió aún más desconcertada y se preguntó si lo habría soñado. Necesitaba hablar con alguien para tratar de encontrarle sentido a todo aquello, pero no sabía con quién. En Irlanda no tenía amigos y no quería llamar a Mark y preocuparlo. Tampoco quería llamar al abogado que él le había recomendado porque no lo conocía. Y Paul estaba demasiado enfermo. La única persona disponible era Finn, y la acusaba de hacer cosas raras. Hope empezaba a plantearse en serio que se había vuelto loca, y la cosa la tenía muy asustada.
Lo único que la salvó fue que el lunes posterior a Acción de Gracias la telefoneó el médico de Paul para explicarle que su exmarido había contraído una neumonía y que temían que se acercaba el final. Si quería verlo, debía viajar a Boston lo antes posible. Sin decir una palabra a Finn, Hope hizo la maleta, y estaba a punto de salir cuando él llegó del pueblo con una bolsa llena de material que había adquirido en la ferretería y un paquete de jabón de lavadora que le había pedido Katherine. También había comprado un bonito ramo de flores para Hope, lo cual la conmovió pero aún la dejó más confundida.
Él se quedó de piedra al verla vestida y cerrando la cremallera de la maleta.
—¿Adónde vas? —Parecía aterrorizado, y entonces ella le explicó lo de Paul. Hope estaba muy preocupada, y él la rodeó con los brazos y le preguntó si quería que la acompañara. A ella no le apetecía, pero tampoco quería hacerle un feo rechazándolo.
—No te preocupes por mí. Creo que es mejor que vaya sola —dijo con tristeza—. Me parece que se acerca el final. —Era lo que le había dicho el médico por teléfono. Llevaban años temiendo ese momento, pero de todos modos resultaba duro afrontarlo. Y lo último que le apetecía era que Finn la acompañara. Necesitaba alejarse de él y tratar de dilucidar qué le estaba ocurriendo y quién era ese hombre. Ya no estaba segura de nada. Había llegado un punto en que Finn o bien la ponía verde o bien se deshacía en atenciones; o la colmaba de besos en la cama o le exigía dinero despertándola en mitad de la noche para discutir, y luego, cuando al día siguiente andaba cayéndose de sueño, insistía en que era ella quien lo había despertado a él. Hope no estaba segura, pero creía que la podía estar sometiendo a maltratos psicológicos, y en parte funcionaba porque se sentía totalmente confusa. Y a él, en cambio, se le veía tan tranquilo.
Finn la acompañó al aeropuerto, y ella se despidió con un beso y corrió hacia el avión. Cuando ocupó su asiento en primera clase, se sintió muy aliviada de haberse alejado de él, y estalló en llanto. Durmió durante todo el vuelo y se despertó aturdida en el momento del aterrizaje en el aeropuerto Logan, en Boston. Tenía la impresión de que toda su vida con Finn era surrealista.
Cuando llegó al hospital, el médico de Paul la estaba esperando. La había llamado por teléfono durante el trayecto desde el aeropuerto, y a Hope se le cayó el alma a los pies cuando la llevó hasta donde estaba Paul. En el poco tiempo transcurrido desde que lo vio por última vez se había consumido por completo. Tenía los ojos hundidos y las mejillas chupadas. Llevaba puesta una máscara de oxígeno, y al principio no estaba segura de que la hubiera reconocido, hasta que él asintió y cerró los ojos en paz, como si se sintiera aliviado de tenerla allí.
Se pasó los siguientes dos días sentada a su lado; no lo abandonaba nunca. Llamó a Finn una vez, pero le explicó que desde la habitación de Paul no podía hablar, y él le dijo que lo comprendía y fue muy agradable con ella, lo cual a Hope se le hizo extraño. Muchas veces la trataba mal, y otras se mostraba muy cariñoso. Hope casi odiaba hablar con él porque nunca sabía qué actitud iba a adoptar. Y después siempre la culpaba de haber iniciado las discusiones, aunque ella estaba segura de que había sido al revés.
Telefoneó a Mark para explicarle que estaba en Boston y le prometió que lo mantendría al corriente. Al tercer día, Paul murió en silencio; y mientras su luz se apagaba, Hope, con las lágrimas rodándole por las mejillas, le susurró que lo amaba y le pidió que cuidara de Mimi, hasta que se fue. Permaneció de pie a su lado mucho rato, cogiéndole la mano, y luego salió de la habitación con sigilo y el alma destrozada por su partida.
Paul había dejado instrucciones explícitas. Quería que lo incineraran y depositaran sus restos junto a los de su hija en New Hampshire, donde también se encontraban los padres de Hope. En dos días estuvo todo hecho; y al verlo reposando junto a Mimi, a Hope le invadió la abrumadora sensación de que todo había terminado. Nunca se había sentido tan sola en toda su vida. Ahora no le quedaba nadie excepto Finn. Esos días había sido amabilísimo con ella por teléfono, pero últimamente Hope siempre se preguntaba cuánto duraría la cosa esa vez. Ya no era el mismo de antes.
Viajó a Boston desde New Hampshire en un coche de alquiler, y luego cogió un avión con destino a Nueva York y se dirigió a su piso. Tenía la impresión de que aquello era el fin del mundo, y estuvo encerrada varios días sin llamar a nadie, sin ir a ninguna parte. Apenas probaba la comida. Solo deseaba pensar en lo ocurrido, y en todo lo que Paul había significado para ella. Le costaba hacerse a la idea de que ya no estaba en este mundo.
Se reunió con los abogados de Paul. Iban a poner el barco a la venta. Todo estaba en orden, no le quedaba nada por hacer. Después fue a ver a Mark a su despacho, y él notó que estaba agotada.
—Lo siento mucho, Hope. —Sabía que debía de resultarle muy duro, Paul era todo lo que tenía en el mundo. La secretaria de Mark le sirvió una taza de té y estuvieron un rato sentados charlando—. ¿Qué tal va todo por Irlanda? —Al principio, Hope no respondió a la pregunta, pero luego lo miró con una expresión extraña.
—Para serte sincera, no lo sé. Me siento confusa. A veces Finn se porta de maravilla conmigo, y otras se pone hecho una fiera. Y luego vuelve a tratarme con cariño. Dice que me estoy volviendo loca, y yo ya no sé si es cosa mía o de él. Me despierta de madrugada para ponerse a discutir y al día siguiente me dice que no es verdad. No lo entiendo —dijo con lágrimas en los ojos—. No sé qué está ocurriendo. Creía que conocerle era lo mejor que me había pasado en la vida, pero ahora me siento como si estuviera viviendo una pesadilla y ni siquiera sé si la provoco yo o él. —A Mark lo que le estaba explicando le pareció aterrador, y se quedó muy preocupado.
—Creo que ese tío está loco, Hope. Empiezo a pensarlo de veras. Me parece que su hermano tiene razón y que es un sociópata. Más vale que te marches; o, mejor, no vuelvas.
—No lo sé. Necesito pensármelo mientras estoy aquí. Cuando estamos bien, me siento estúpida por preocuparme por ello. Pero luego empieza otra vez y me entra el pánico. Además, me ha pedido dinero. —Al oír eso, Mark aún se inquietó más.
—¿Cuánto?
—Quiere que le abra una cuenta corriente con cinco millones de dólares.
Mark parecía furioso.
—No está mal de la cabeza. Es un cabrón. Pretende sacarte el dinero, Hope. —Ahora Mark estaba seguro de ello.
—Creo que lo que pretende es acabar con mi salud mental —repuso ella con un hilo de voz—. Tengo la sensación de que me está volviendo loca.
—Seguramente quiere hacértelo creer. En mi opinión, no deberías volver. Y si lo haces, antes quiero que llames al abogado de Dublín para que tengas a mano a alguien de confianza.
—De acuerdo —prometió Hope—, pero me quedaré aquí unos cuantos días. —Todavía estaba demasiado afectada por lo de Paul para regresar. Y en Nueva York se sentía mejor. Cada día veía las cosas más claras, y la confusión en que Finn la estaba sumiendo surtía menos efecto. La llamaba a menudo, pero muchas veces Hope no cogía el teléfono. Y luego él le preguntaba dónde estaba y con quién, y ella solía explicarle que se había quedado dormida. A veces se dejaba el móvil en casa expresamente.
Mark volvió a llamarla dos días más tarde, y su tono de voz era sombrío. Esa vez se ofreció a ir a verla a su piso. Hope estuvo de acuerdo, y al cabo de media hora lo tenía allí con su maletín. Llevaba encima el informe completo que el detective acababa de enviarle. Se lo entregó a Hope sin pronunciar palabra y esperó a que lo leyera. El informe era largo y detallado, y a Hope casi todo la dejó de piedra. La mayoría de lo que explicaba distaba mucho de lo que le había contado Finn. Había cosas que él no había mencionado jamás.
Empezaba justo donde terminaba el informe anterior, después de la infancia y juventud de Finn y sus primeros empleos, y proseguía hablando de su matrimonio con la madre de Michael. Decía que era una modelo medianamente conocida. Cuando se casó con Finn tenía veintiún años, y él, veinte. Explicaba que la pareja tenía fama de llevar una vida licenciosa, de ir de fiesta en fiesta y consumir alcohol y drogas, y que ella se quedó embarazada y se casaron cinco meses antes de que naciera Michael. Según el informe, se habían separado varias veces, ambos habían cometido infidelidades; pero siempre acababan juntos. Hasta que una noche sufrieron un grave accidente cuando regresaban de una fiesta en Long Island. Finn había bebido mucho y era quien conducía. Los embistió un camión en un cruce. El coche quedó destrozado y la esposa de Finn sufrió heridas muy graves. El conductor del camión resultó muerto. No hubo testigos presenciales, y al final un coche que pasaba por allí avisó a la policía estatal desde un teléfono público de la misma carretera y les pidió que enviaran ayuda urgentemente. Cuando llegó la patrulla, encontraron a Finn consciente; no había sufrido daños y estaba ebrio, pero no en exceso. Fue incapaz de explicar por qué no se había acercado él mismo hasta la cabina para pedir ayuda. El informe reconocía que estaba desorientado y en estado de shock por culpa de un golpe en la cabeza, y él había alegado que no quería dejar sola a su esposa herida. El accidente había ocurrido media hora antes de que llegara el otro coche, y los médicos dedujeron que si Finn hubiera avisado antes, el otro pasajero del vehículo, o sea su esposa, no habría perdido la vida. No había hecho el más mínimo esfuerzo por salvarla.
Posteriores investigaciones habían concluido que la pareja tenía problemas matrimoniales y que Finn le había pedido el divorcio, pero ella se lo había denegado. No estaba claro hasta qué punto él había provocado el accidente, pero, en cualquier caso, la había dejado morir. Llegaron a formularse cargos contra Finn y obtuvo una pena de prisión de cinco años que no llegó a cumplir. Le concedieron la libertad condicional y le retiraron el carnet de conducir por el homicidio involuntario del conductor del camión.
El detective se había puesto en contacto con los padres de la viuda de Finn, que vivían en California y seguían resentidos con él porque creían que había matado a su hija a propósito para cobrar la herencia. El padre de la chica era un acaudalado corredor de bolsa de San Francisco, y entre su esposa y él habían criado a su nieto, que en el momento de la muerte de su madre tenía siete años. Decían que Finn se había negado en redondo a hacerse cargo del niño. Le habían explicado al detective que Finn había visto a su hijo dos veces durante los años siguientes, hasta que empezó a estudiar en la universidad; y creían que después había vuelto a verlo un par de veces más, pero no parecía tener un papel muy relevante en la vida del chico. Más bien lo consideraban una mala influencia para él y un hombre peligroso. Tras la muerte de su hija había intentado extorsionarlos bajo la amenaza de hacer público que la chica llevaba una vida licenciosa y que consumía alcohol y drogas. Sus suegros lo habían denunciado a la policía, pero nunca habían vuelto a presentar cargos contra él. Solo querían que los dejara en paz a ellos y a su nieto.
Durante los años posteriores a la muerte de la chica supieron que Finn había alcanzado el éxito literario, pero seguían considerándolo responsable del accidente y decían que era un hombre sin escrúpulos que solo andaba detrás del dinero y a quien no le importaba nadie excepto él mismo. También explicaban que al principio decía amar mucho a su hija y que era encantador con ella. Y en el funeral lloró a lágrima viva. El dossier llevaba adjunto un informe médico según el cual, en opinión del firmante, la chica habría muerto de todos modos, con o sin ayuda. Las heridas eran demasiado graves y había sufrido daños cerebrales.
Entraban escalofríos leyendo aquello, y Hope miró a Mark sin pronunciar palabra. La muerte de la esposa de Finn había resultado ser un accidente, pero él no había hecho nada para ayudarla. El informe proseguía con varias páginas que hablaban de las mujeres con quienes había salido. También había un documento aparte que evidenciaba que Finn había llegado incluso a reclamar el patrimonio de su viuda, y había solicitado ayuda económica de sus suegros a pesar de que ya se encargaban de mantener al nieto. Todos los esfuerzos, legales o ilegales, para sacarles dinero habían fracasado. No cabía duda de que había actuado mal, pero eso no lo convertía en ningún asesino. Solo ponía de manifiesto que era un sinvergüenza o que estaba desesperado por las deudas. También había intentado quedarse con la herencia que le correspondía al chico, pero los abuelos habían conseguido frenarlo. Hope no podía dejar de preguntarse si Michael era consciente de todo eso. Sabía que su padre era un mentiroso, pero Finn era algo mucho peor. Carecía de toda moralidad.
Entre las mujeres con quienes Finn había salido había varias millonarias, y con algunas había convivido durante cortos períodos de tiempo durante los cuales se creía que había obtenido dinero y obsequios. Su economía se había mantenido inestable a lo largo de los años a pesar del éxito literario, y al parecer sus ansias de dinero eran insaciables. Había un anexo que contenía la demanda que había interpuesto su editor, y un listado de otras querellas que habían presentado contra él pero que casi siempre habían fracasado. Había una en particular, de una mujer con la que había convivido, que lo acusaba de maltrato psicológico, pero ella había perdido el juicio. En conjunto, el informe describía la imagen de un hombre que explotaba a las mujeres, y todos los entrevistados opinaban que era un mentiroso compulsivo. Dos lo consideraban un sociópata, y una fuente anónima de la editorial decía que era un hombre informal, nada de fiar, que carecía de ética y que era incapaz de atenerse a ningún tipo de norma. Y todos los sujetos entrevistados, incluidos sus suegros, lo consideraban un hombre con un gran magnetismo pero sin escrúpulos, peligroso, impulsado tan solo por la avaricia y que no se detenía ante nada que se hubiera propuesto conseguir. El informe no contenía ningún atributo agradable excepto el magnetismo, y el hecho de que al principio siempre se comportaba de modo cariñoso y agradable, pero acababa convirtiéndose en alguien cruel y sin corazón. Era justo lo que Hope estaba descubriendo y no quería acabar de creerse. Sin embargo, el informe era la prueba irrefutable.
Cuando terminó la lectura, Hope se recostó en el sillón y miró a Mark. Además de todo aquello, aunque el informe no lo mencionara, estaba la chica que se había suicidado por culpa de Finn. O sea que de forma indirecta era responsable de dos muertes. De repente Hope recordó que cuando encontró la fotografía de Audra, Finn le había preguntado si sería capaz de suicidarse por él; lo había planteado casi como un cumplido. Ahora esa pregunta adquiría una dimensión totalmente distinta. Hope se echó a temblar ante la idea y trató de asimilar todo lo que acababa de leer. Resultaba horripilante pensar que todas esas historias terribles y los detalles escabrosos de su vida se habían ido desdibujando y habían permanecido encubiertos a lo largo de los años. El detective había hecho un trabajo concienzudo para sacar todo eso a la luz.
—No es muy agradable, ¿verdad? —comentó Mark con expresión preocupada.
—No, nada agradable —reconoció ella con tristeza. Finn poseía un gran magnetismo, tal como decía el informe, y al principio había sido muy cariñoso con ella. Pero casi todo el mundo lo consideraba un sujeto peligroso—. ¿Qué voy a hacer? —dijo, casi preguntándoselo a sí misma, con la mirada perdida en algún punto del exterior mientras pensaba en Finn y deseaba con todas sus fuerzas que fuese el hombre a quien había conocido.
—Creo que no debes volver —opinó Mark sabiamente, y ella lo pensó unos momentos y recordó lo confusa que se sentía cuando se marchó. Se preguntaba si Finn la estaba induciendo a suicidarse; pero antes quería sus cinco millones de dólares. Si se casaba con él aún tendría más dinero. Y si de su unión nacía un niño, tendría carta blanca para esquilmar su patrimonio de por vida, y a su hijo, o a ella misma.
—Pues a mí me parece que debo regresar y aclarar las cosas. Por lo menos necesito poner orden mental. —Finn tenía dos personalidades. La del hombre de quien se había enamorado y la del sujeto descrito en el informe. Hope no podía evitar preguntarse si los padres de su viuda lo culpaban porque no habían llegado a aceptar la muerte de su hija y les resultaba más fácil responsabilizarlo a él. Deseaba poder creerlo, y luchaba consigo misma. Quería concederle el beneficio de la duda, pero le resultaba muy difícil a la luz del informe—. Se supone que íbamos a casarnos, y por mi propio bien necesito descubrir la verdad.
—¿Y si te mata? —soltó Mark en tono lacónico.
—No lo hará. A su esposa no la mató él, fue un accidente. El informe policial y el del juez de instrucción coinciden en eso. Creo que lo único que quiere es sacarme todo el dinero que pueda. —Eso también era horrible, y ella quería seguir creyendo que la amaba—. Llamaré al abogado de Dublín antes de regresar, así tendré alguien de confianza a mano, como tú decías. —En Irlanda se sentía muy sola, y ya no podía confiar en Finn ni contar con él. Fuera quien fuese y lo que fuese, había en él una faceta malévola. Pero, curiosamente, a pesar de todo lo que acababa de leer no le tenía ningún miedo. Sabía que también poseía un lado bueno, seguía estando convencida. Y sabía que ella no estaba loca, pero cabía la posibilidad de que Finn sí lo estuviese. Por eso escribía aquellos libros, todos los personajes oscuros existían dentro de su cabeza, representaban distintas facetas de su personalidad que mantenía ocultas—. Estaré bien. Necesito ver de qué va todo esto y aclarar las cosas —tranquilizó a Mark. Le devolvió el informe y le dio las gracias—. Te llamaré antes de marcharme. —Quería estar sola para elaborar el duelo por el hombre a quien amaba y que posiblemente no existía ni había existido jamás.
En su casa reinaba un silencio absoluto cuando Mark se marchó. Hope solo era capaz de pensar en los meses maravillosos que había compartido con Finn, en cómo lo amaba y confiaba en él plenamente, en lo real que parecía todo. Las lágrimas le rodaron por las mejillas al plantearse que era muy probable que en todo momento hubiera estado viviendo una mentira. Costaba creerlo, y aún más aceptarlo. El sueño que había vivido a su lado tal vez no hubiera sido nunca nada más que eso. Un sueño. Y de repente se había convertido en una pesadilla. Ya no sabía quién era Finn. ¿El hombre de quien se había enamorado o el desgraciado del que hablaba el informe? Todo cuanto sabía era que necesitaba volver, mirarlo a los ojos y descubrir la verdad.