En octubre viajaron a Londres, pero no fueron a ver a la especialista en medicina reproductiva. Se alojaron en el Claridge’s, visitaron tiendas de antigüedades y acudieron a dos subastas en Christie’s. Hope se sorprendió un poco cuando Finn pujó por dos muebles, un ropero espectacular y un escritorio doble, cuyo precio ascendía a casi cincuenta mil libras cada uno. Se había dejado llevar por el entusiasmo, y cuando regresaron al hotel se deshizo en disculpas e incluso se ofreció a revenderlos en Christie’s si Hope no estaba dispuesta a gastarse todo ese dinero. Pero a ella también le encantaban, así que al día siguiente fueron a pagarlos y dejó de importarle su precio, aunque al principio lo encontró desorbitado. Nunca había comprado muebles tan caros. Finn tuvo remordimientos el resto del día; claro que habían conseguido dos piezas preciosas. Pidieron que se las enviaran a Irlanda en barco, y esa misma noche volaron a Dublín. Hacía un tiempo otoñal muy agradable y ambos se alegraron de estar de vuelta. En la casa se respiraba paz y tranquilidad, y dedicaron la velada a pensar dónde colocarían los muebles nuevos. Estuvieron de acuerdo en todo. Lo único que estropeó el ambiente fue que a Hope le vino la regla y Finn sufrió una tremenda decepción. Se pasó el resto de la noche malhumorado y bebió en exceso, y luego se enfadó con ella y la culpó por no haberse quedado embarazada todavía; decía que no se esforzaba lo suficiente. Sin embargo, no había nada que Hope pudiera hacer al respecto, excepto empezar a tomar medicamentos para aumentar la fertilidad, y a eso sí que no estaba dispuesta. Además, la doctora de Londres les había dicho que no era necesario. Solo necesitaban tener paciencia.
Al día siguiente le alivió descubrir que Finn estaba más alegre. Él le contó que había recibido el nuevo contrato de su editor y que le supondría unos ingresos tremendamente suculentos. Lo firmó y fue a la oficina de DHL para enviarlo, y por la noche la invitó a una agradable cena en Blessington. Le explicó que era un contrato muy importante que incluía tres obras. A raíz de eso, estaba de un humor excelente y dio la impresión de haberla perdonado por no conseguir quedarse embarazada. El tema se estaba convirtiendo en un gran obstáculo para la relación. Ya habían pasado cuatro meses desde el aborto, pero Finn se mostraba mucho más impaciente que Hope. Ella seguía albergando sentimientos encontrados al respecto, mientras que Finn lo tenía muy claro. Quería un bebé. ¡Y lo quería ya!
Los muebles antiguos que habían comprado en Londres llegaron al cabo de unos días, y cuando los transportistas los colocaron en su sitio el efecto fue espectacular. Finn dijo que bien valían cada penique que Hope había pagado por ellos, y a ella no le quedó más remedio que darle la razón. Además, los dos sabían que podía permitírselos.
Al día siguiente, Hope estaba hablando por teléfono con Mark sobre las tres sesiones de fotos que tenía programadas en noviembre y la siguiente exposición en la Tate Modern cuando él hizo un comentario sobre Finn.
—Qué lástima lo del contrato. Debe de estar muy disgustado. —Hope se sintió desconcertada al instante. Hacía tan solo unos días que lo habían celebrado.
—¿Qué quieres decir?
—Me he enterado de que se lo han cargado. No llegó a entregar los dos últimos manuscritos, y las ventas de sus obras han caído en picado. Supongo que la gente encuentra sus argumentos demasiado retorcidos. A mí me ponen los pelos de punta —añadió—. Ayer publicaron un artículo sobre él en The Wall Street Journal. Le han rescindido el contrato, e incluso lo han amenazado con presentar una demanda para recuperar el dinero de los dos libros que no ha llegado a entregar. Es impresionante cómo a veces la gente se jode la vida por no tener disciplina e incumplir los acuerdos. —Hope se estaba poniendo mala escuchándolo, y se preguntó si Finn estaba escondiendo otra vez la cabeza bajo el ala por vergüenza. Pero a ella bien podía habérselo contado, y, además, celebrar la firma de un nuevo contrato era llevar las cosas al límite. Se preguntó qué era lo que había firmado y enviado.
Por lo que Mark decía, seguro que no era un contrato de trabajo. A lo mejor eran documentos. O nada. No quería reconocer ante su representante que Finn le había ocultado la verdad. En Irlanda no tenía opción de leer The Wall Street Journal, y Finn lo sabía, así que, en teoría, estaba a salvo. De hecho, apenas leía ningún periódico a excepción de la prensa local. Vivían aislados al pie de los montes Wicklow, y Finn se había aprovechado de ello. Sin embargo, la historia resultaba muy chocante. Si era cierta, Finn debía de encontrarse en serios apuros económicos; y si lo demandaban, la situación aún empeoraría más. Seguramente por eso no se lo había dicho. Se estaba comportando como un niño que esconde a sus padres las notas con los suspensos, pero Hope era consciente de que, en su caso, la cosa revestía una gravedad mucho mayor. Le estaba mintiendo sobre lo que ocurría en su vida presente, no solo sobre el pasado. Y no sabía hablar de otra cosa que no fuera el embarazo.
Entonces reparó en otro detalle, y cuando colgó el teléfono comprobó la cuenta bancaria. Finn no le había pagado el alquiler mensual desde que compraron la casa en abril. A ella el dinero le daba igual, y no lo mencionaba nunca ante Finn por no avergonzarlo, pero eso era una clara señal de que estaba teniendo problemas económicos y no se lo había dicho. Estaba segura de que, si dispusiera del dinero, lo habría ingresado en la cuenta. Y no lo había hecho. Ella nunca se acordaba de comprobarlo, puesto que, de todos modos, era un mero formalismo.
Utilizó eso como excusa para sacar el tema a colación esa noche, y le preguntó a Finn si todo iba bien ya que había notado que no había ingresado el dinero del alquiler. Él se echó a reír ante la pregunta.
—¿Acaso mi casera se está impacientando? —dijo, y le dio un beso antes de sentarse a cenar con ella en la cocina—. No te preocupes por eso. Dentro de pocos días recibiré el anticipo por la firma del contrato. —No le dijo de qué cantidad se trataba, pero a ella se le cayó el alma a los pies. Le estaba mintiendo otra vez, y no sabía si enfadarse o asustarse. La cuestión era que la habilidad de Finn para eludir las verdades, tergiversarlas o directamente fabricar mentiras empezaba a sacarla de quicio, y en su cabeza se disparó la alerta roja. No volvió a hacerle ningún comentario al respecto, pero Finn acababa de suspender el examen y eso supuso un gran escollo para la relación durante las semanas siguientes, que Hope vivió con preocupación hasta que llegó el momento de hacer las maletas para marcharse a Nueva York.
Finn entró en el dormitorio en el instante en que Hope estaba a punto de cerrar la maleta, y enseguida puso su cara de niño abandonado.
—¿Por qué tienes que irte? —preguntó enfurruñado, y la arrastró a la cama con él. Quería que lo dejara todo y se pusiera a jugar, pero ella tenía mucho que hacer antes de marcharse a la mañana siguiente. Además, estaba molesta con él. Aún no le había contado la verdad sobre el contrato, y si todo lo que decía Mark era cierto, su situación laboral era desastrosa. Seguía trabajando en el libro, pero hasta entonces ella no se había percatado de que, en realidad, llevaba dos obras de retraso. Él no se lo había dicho; más bien se mostraba displicente al respecto. A Hope la ponía nerviosa saber que no le estaba contando la verdad, pero no quería forzar otro enfrentamiento. Lo que él hiciera con su vida laboral no era asunto suyo, pero la sinceridad sí. Y, de momento, no estaba siendo sincero—. Quiero que anules el viaje —dijo mientras la retenía en la cama y le hacía cosquillas. Y, a pesar suyo, Hope se echó a reír. A veces Finn era como un niño, un niño guapo y crecidito que mentía a su mamá; pero sus mentiras eran adultas y cada vez más graves. La última era monumental. Hope estaba segura de que actuaba así por vergüenza. Entre ellos nunca había habido competitividad, los dos tenían carreras importantes en distintos campos y brillaban con luz propia. Pero si a Finn la editorial le había dado la patada y pensaba demandarlo, eso lo situaba en una posición inferior y era probable que supusiera un golpe para su ego al compararse con Hope y su carrera estable, sólida y de éxito creciente. Hope no sabía qué decirle, y él tampoco abría la boca sobre el tema.
—No puedo anular el viaje —respondió—. Tengo que trabajar.
—A la mierda el trabajo. Quédate conmigo. Te echaré demasiado de menos.
Ella estaba a punto de pedirle que la acompañara cuando se dio cuenta de que necesitaba un respiro. Se pasaban el día juntos. Además, le costaría trabajar teniéndolo cerca. Finn solicitaba atención constante y la quería para él solo. En su casa de Irlanda eso no suponía ningún problema, pero le resultaba imposible intentar trabajar así en Nueva York. Y tenía ganas de pasar unas semanas en su loft del SoHo. Le prometió a Finn que estaría de vuelta para el día de Acción de Gracias, al cabo de tres semanas.
—¿Por qué no te dedicas a terminar el libro mientras estoy fuera? —En Irlanda hacía muy mal tiempo en esa época del año, y no parecía que Finn tuviera muchas opciones. A lo mejor así la editorial no lo demandaba. Tras hablar con Mark Webber, Hope había buscado el artículo de The Wall Street Journal en internet, y la situación la asustaba. De hecho, si le ocurriera a ella estaría aterrada, y era probable que él se sintiera así y quisiera ocultárselo para no quedar mal. Iban a reclamarle más de dos millones de dólares, y con los intereses sumaban tres en total. Era una cantidad enorme que él no podría pagar de ningún modo si perdía. Por suerte, la casa estaba a nombre de Hope. Se le había pasado por la cabeza ponerla a nombre de él, y pensaba hacerlo como regalo de boda; pero ahora se alegraba de ser ella la propietaria, y si cuando se casaran el proceso seguía abierto, la conservaría tal cual. Claro que lo de la boda la tenía cada vez más intranquila. Finn le había contado demasiadas mentiras, y le estaba costando mucho olvidarlo. También sabía que era muy infrecuente que una editorial demandara a un escritor en lugar de mantener el asunto de puertas para adentro. Tenían que estar muy furiosos con él para llegar tan lejos.
Finn estaba de muy mal humor al día siguiente cuando la acompañó al aeropuerto, y por primera vez desde que se conocían, Hope se sintió aliviada cuando el avión despegó. Recostó la cabeza en el respaldo y se pasó todo el viaje intentando dilucidar qué estaba ocurriendo. Se sentía desconcertada. La mayoría de las veces, Finn era el hombre más maravilloso con que se había topado en la vida. Pero se había comportado con mucha crueldad cuando perdió al bebé; se había puesto hecho un basilisco y la había culpado sin motivo. También estaba obsesionado con dejarla embarazada otra vez, se gastaba su dinero sin mesura, le había mentido sobre la compra de la casa y sobre la educación de Michael, y ahora no abría la boca sobre el lío monumental que tenía con su editor. Hope tenía un nudo del tamaño de un puño en el estómago, y se alegró de encontrarse de vuelta en su cómodo piso y retomar su vida anterior por unas semanas. De repente, necesitaba espacio y aire.
Era demasiado tarde para telefonear a Finn cuando el avión aterrizó, y por una vez también eso le supuso un alivio. Tenía la sensación de que sus conversaciones estaban teñidas de insinceridad porque él callaba demasiadas cosas y ella tampoco podía mencionarlas puesto que él no era consciente de que las sabía. El sueño se estaba convirtiendo en una pesadilla, y Hope necesitaba aclarar las cosas antes de que lo que compartían quedara destruido de modo irreparable.
Se había tomado dos días de margen para organizarse antes de la primera sesión de fotos, y al día siguiente fue a hacer una visita a Mark Webber. Él se sorprendió de verla en la oficina; nunca se presentaba sin llamar primero, y notó que estaba alterada. La guio hasta su despacho particular y cerró la puerta. Ella tomó asiento en el lado opuesto del escritorio y lo miró con expresión preocupada.
—¿Qué ocurre? —Mark siempre iba directo al grano, y ella tampoco era amante de andarse con rodeos. Además, estaba demasiado preocupada.
—Finn no me ha contado que su editor quiere llevarlo a juicio ni que le han rescindido el contrato. De hecho, me dijo que acababa de firmar uno, y al parecer todo es una pantomima. Creo que le da vergüenza contármelo, pero a mí me pone nerviosa la gente que hace eso. —Mark también se puso nervioso escuchándola. Siempre había tenido la mosca detrás de la oreja con respecto a Finn. Solo se habían visto una o dos veces, y le parecía demasiado deslumbrador y un poco marrullero—. Es la primera vez que hago una cosa así en la vida —prosiguió Hope en tono de disculpa—, pero ¿hay alguna forma de que podamos averiguarlo todo sobre él, su pasado, su presente, lo que sea? Hay cosas que no me incumben, pero al menos así sabré lo que es cierto y lo que no. Quizá hay más cosas que tampoco me ha contado. Solo quiero saberlo. —Mark asintió, aliviado de oírla decir eso. Llevaba pensando en sugerírselo desde que ella le dijo que estaba enamorada de él y que planeaban casarse. Mark creía que, en según qué circunstancias, valía la pena llevar a cabo una investigación previa, y en el caso de Hope resultaba esencial.
—Mira, Hope, conmigo no tienes por qué disculparte —la tranquilizó—. No estás metiendo las narices donde no te llaman, solo estás actuando con prudencia. Eres una mujer muy rica, y por muy noble que alguien te parezca, no puedes olvidar que eres un bocado muy suculento. Incluso el hombre más bueno sobre la faz de la tierra adora el dinero. Vamos a echar un vistazo a sus cuentas y a lo que ha hecho en la vida.
—No tiene dinero —dijo Hope en voz baja—. O eso creo. A lo mejor sí que lo tiene. Quiero saberlo todo, desde el principio. Sé que se crio en Nueva York y en Southampton, y que luego se mudó a Londres. Tiene una casa allí. Y hace dos años se trasladó a Irlanda. La casa en la que vivimos ahora era de su tatarabuelo. También sé que se casó hace más o menos veintiún años, y que tiene un hijo de veinte llamado Michael. Su esposa murió cuando el niño tenía siete años. Eso es todo. Ah, y sus padres eran irlandeses. Su padre era médico. —Reveló a Mark la fecha de nacimiento de Finn—. ¿Conoces a alguien que pueda comprobar esos datos sin que se entere nadie? —A Hope aún le costaba hacerse a la idea de que iba a indagar en la vida de una persona a quien amaba tanto, en quien deseaba confiar y no podía por culpa de las mentiras. Finn tenía explicación para todo, pero ella estaba intranquila.
—Conozco a la persona ideal. Lo llamaré personalmente —se ofreció Mark con tranquilidad.
—Gracias —respondió ella con aire abatido, y al cabo de unos minutos salió del despacho con un tremendo sentimiento de culpa. Estuvo fatal el resto del día, sobre todo cuando Finn la llamó y le dijo lo mucho que la amaba y lo triste que se sentía sin ella. Casi le propuso coger un avión y plantarse en Nueva York, pero ella le recordó con tacto que tenía que trabajar. Incluso le habló en un tono más cariñoso de lo habitual por lo mal que se sentía a causa del encargo que le había hecho a Mark. Sin embargo, su representante tenía razón; era lo más sensato. Si no encontraban ningún trapo sucio ni ningún otro problema al margen de la demanda, sabría que no tenía de qué preocuparse y que podían casarse con toda tranquilidad. Había empezado la cuenta atrás, puesto que tenían pensado celebrar la boda en Nochevieja y faltaban menos de dos meses. Quería estar segura de antemano de que todo iba bien, y de momento no se lo parecía en absoluto. La voz de alarma era cada vez más fuerte, y se sentía tensa y mareada.
Le costó muchísimo cumplir con su trabajo al día siguiente. Estaba nerviosa y distraída, y no era capaz de conectar con el cliente, lo cual resultaba insólito. Al final consiguió concentrarse haciendo un esfuerzo enorme y completó la sesión de fotos, pero no fue una de las mejores. Y el resto de la semana le ocurrió más o menos lo mismo. Ahora que por fin alguien estaba investigando la vida de Finn, quería tener ya la información, afrontar lo que fuese y zanjar el tema. La incertidumbre la estaba matando. Deseaba que todo saliera bien.
El fin de semana fue a Boston a visitar a Paul, que estaba ingresado en el hospital de Harvard. Había cogido una grave infección respiratoria en el barco y temían que derivara en neumonía. El capitán había conseguido que una ambulancia lo trasladara por aire hasta Boston, y seguramente eso le había salvado la vida.
Paul se encontraba mejor, pero solo un poco, y durante la visita estuvo durmiendo casi todo el tiempo. Hope se sentó a su lado y le cogió la mano, y él de vez en cuando abría los ojos y le sonreía. Resultaba doloroso pensar que había sido un hombre tan vital, tan brillante en su campo, tan lleno de vida en todos los sentidos, y que ahora estaba así. Se le veía envejecido y débil, aunque acababa de cumplir tan solo sesenta y un años. Le temblaba todo el cuerpo. En un momento dado, miró a Hope y sacudió la cabeza.
—Yo tenía razón —musitó—. No querrías seguir casada conmigo.
Al oír eso, a Hope se le arrasaron los ojos de lágrimas y lo besó en la mejilla.
—Sí que me gustaría seguir casada contigo, y lo sabes. Fuiste un tonto divorciándote de mí, y te costó demasiado dinero —le riñó.
—Pronto recibirás el resto, a excepción de lo que irá a parar a Harvard. —Paul apenas podía hablar, y Hope arrugó la frente mientras lo escuchaba.
—No digas eso. Te pondrás mejor. —Él no respondió, se limitó a sacudir la cabeza y luego cerró los ojos y se quedó dormido. Hope estuvo sentada a su lado durante unas horas, y por la noche regresó a Nueva York. Nunca se había sentido tan sola en su vida, a excepción de cuando murió Mimi, pero entonces tenía a Paul. Ahora, en cambio, no tenía a nadie; solo a Finn. Al día siguiente intentó explicarle la situación por teléfono.
—Fue muy triste verlo así —dijo con voz temblorosa, y se enjugó las lágrimas que le rodaban por las mejillas—. Está muy enfermo.
—¿Sigues enamorada de él? —preguntó Finn con frialdad, y Hope cerró los ojos al otro lado del hilo telefónico.
—¿Cómo puedes decir eso? —le preguntó—. Por el amor de Dios, Finn. Estuve veinte años casada con él, es mi única familia. Y solo me tiene a mí.
—Pero tú me tienes a mí —respondió Finn. Todo giraba siempre en torno a él.
—Eso es diferente —intentó explicarle—. A ti te amo, pero Paul y yo tenemos un pasado en común, tuvimos una hija, aunque ya no siga entre nosotros.
—Nuestro hijo tampoco está entre nosotros, gracias a ti. —Era un comentario muy cruel, pero Finn tenía celos de Paul y quería herirla sin importarle cómo. Hope detestaba esa faceta de su personalidad. El hecho de insistir en que toda la culpa del aborto era suya no lo convertía en algo cierto, solo le hacía parecer mezquino. No le gustaba nada que se comportara así, aunque había muchas otras cosas de él que le encantaban. Era muy bueno con ella en muchos sentidos.
—Tengo que volver al trabajo —repuso ella parándole los pies. No quería discutir con él otra vez sobre el aborto, ni sobre sus celos de Paul, y menos ahora. Si pensaba ponerse tonto era problema suyo, no de ella. Resultaba muy decepcionante oírle hablar de esa forma.
—Si fuera yo quien estuviera tan enfermo, ¿también estarías a mi lado? —Parecía un niño pequeño.
—Pues claro —respondió ella con voz sombría. A veces la infinita necesidad de atención de Finn resultaba imposible de satisfacer, y ahora era uno de esos momentos.
—¿Cómo puedo estar seguro?
—Porque te lo digo yo. Te llamaré esta noche —lo atajó mirando el reloj. Tenía que estar en la zona alta al cabo de media hora.
Allí le esperaba otra jornada dura e interminable, puesto que estaba de un humor de perros. Tenía la sensación de que últimamente Finn no hacía más que sacarla de sus casillas. Le molestaba que se hubiera marchado, y le dijo que no le estaba yendo bien con la novela. Hope aún esperaba noticias del detective contratado por Mark y le inquietaba lo que pudiera contarles. Esperaba que Finn tuviera un historial limpio. Claro que eso no eliminaba la mentira sobre su situación laboral actual, pero por lo menos, si todo lo demás estaba en orden, Hope sabría que solo se trataba de una reacción equivocada ante una situación difícil. Y podría perdonarle.
No volvió a recibir noticias de Mark hasta finales de semana; el detective tenía órdenes de enviarle a él la información. El viernes por la tarde Mark telefoneó a Hope y le preguntó si podía ir a verlo al despacho porque tenía unos documentos y unas fotografías que mostrarle. No parecía muy contento, y Hope prefirió no hacerle preguntas hasta que estuviera allí. Pasó muchos nervios durante el trayecto. Mark la recibió con cara de póquer y no cambió la expresión hasta que hubieron tomado asiento. Entonces abrió la carpeta que tenía sobre el escritorio y le entregó una fotografía pequeña y vieja. Su semblante era grave.
—¿Quiénes son? —preguntó Hope al contemplar la imagen. En la fotografía amarillenta y medio rota se veía a cuatro niños pequeños.
—Uno es Finn. —Hope le dio la vuelta y vio que en el reverso había anotados cuatro nombres: Finn, Joey, Paul y Steve—. No sé cuál de ellos. —Los cuatro llevaban sombrero de vaquero y tenían edades parecidas—. Los otros son sus tres hermanos. —Cuando Mark dijo eso, Hope sacudió la cabeza.
—Tiene que tratarse de un error. Finn es hijo único. Estos deben de ser otros O’Neill, es un apellido muy común. —Estaba segura de que esa parte era cierta, pero Mark la miró y le leyó un documento—. Finn es el menor de cuatro hermanos. Joey ingresó en la prisión federal y sigue cumpliendo condena por secuestrar un avión con destino a Cuba hace un montón de años. Cuando ocurrió eso, estaba en libertad condicional por haber robado un banco. Una joya de muchacho. Steve murió a los catorce años atropellado por un conductor que se dio a la fuga en el Lower East Side, donde vivían. Paul es policía y trabaja en la sección de narcóticos. Es el mayor de los cuatro y fue quien le entregó la foto al detective. Le prometimos que se la devolveríamos. El padre murió durante una pelea en un bar cuando Finn tenía tres años. Se dedicaba a todo y a nada en particular. La madre, según Paul, trabajaba de criada para una familia adinerada de Park Avenue, y vivía con sus cuatro hijos en un piso de un solo dormitorio que tenía alquilado en uno de esos bloques sin ascensor del Lower East Side. El dormitorio lo ocupaban los niños, y ella dormía en un sofá de la sala de estar. Creo que se llamaba Lizzie. Murió a causa de un cáncer de páncreas hace unos treinta años, cuando los chicos aún eran jovencitos. La cosa estaba sentenciada. Poco después, a Finn y a uno de sus hermanos les asignaron una familia de acogida, y Finn se escapó de casa.
»A los diecisiete años, después de la muerte de su madre, encontró trabajo de estibador. Pero su hermano dice que siempre fue muy listo, y escribió un libro que tuvo un éxito aplastante. Desde entonces no ha parado, y ha vivido muy bien hasta hace poco. —Mark miró la carpeta que tenía enfrente con evidente gesto reprobatorio mientras Hope escuchaba en silencio, llena de pesar. Mark detestaba hacerle eso, pero ella quería saber la verdad y ahora ya la conocía. Casi nada de lo que Finn le había contado sobre su vida era cierto. De nuevo se avergonzaba demasiado para contarle la verdad, en este caso sobre sus orígenes humildes y poco sólidos en comparación con los de ella. Se sintió muy apenada por él y por lo que Mark acababa de contarle sobre su juventud—. Paul sabe que consiguió ingresar en el City College, y a partir de ahí nunca ha vuelto a ver a sus hermanos.
»La madre de Finn le puso ese nombre por un poeta irlandés, y supongo que resultó profético. Paul dice que la mujer era una soñadora, que siempre les explicaba cuentos antes de que se fueran a dormir y luego se tumbaba en el sofá y se emborrachaba hasta que perdía el mundo de vista. Nunca volvió a casarse, y parece que llevó una vida bastante miserable, igual que ellos. Dan mucha lástima. —Le entregó una fotografía de Finn a los catorce años aproximadamente. Era un chico muy guapo, y no cabía duda de que se trataba de él. Su aspecto no distaba mucho del actual, las facciones eran las mismas—. No tenían dinero. Su madre acabó perdiendo el trabajo y tuvo que acogerse a las ayudas sociales hasta que Paul pudo contribuir con su sueldo de policía. Pero no debió de resultarle nada fácil ayudarla puesto que ya se había casado y tenía hijos.
»Su madre murió en la sala de asistencia social de un hospital benéfico. Nunca tuvieron un solo centavo. No hubo ningún piso en Park Avenue ni ninguna casa en Southampton. El padre de Finn no era médico. Sus abuelos eran emigrantes irlandeses, su puerta de acceso a Estados Unidos fue Ellis Island, pero Paul no sabe nada de que la casa en la que estáis viviendo perteneciera a ningún antepasado, y duda que sea cierto. Me ha contado que sus abuelos y sus bisabuelos se dedicaban a cosechar patatas, y que emigraron a Estados Unidos durante la Gran Hambruna, como muchos otros irlandeses. Era imposible que tuvieran una mansión semejante. Después de ser estibador, Finn se dedicó a varias cosas: fue camarero, chófer, portero y voceador en un club de striptease. También fue camionero y repartidor de periódicos, y supongo que empezó a escribir siendo bastante joven; sus libros se vendían bien. Su hermano no sabe muy bien qué fue de él después de terminar la universidad. Cree que dejó embarazada a una chica y se casó, pero no la conocía y no ha visto nunca a su hijo. Llevan muchos años desconectados.
»Según el detective, la situación económica de Finn es una mierda. Está de deudas hasta el cuello, algunas son enormes; y su clasificación crediticia es desastrosa. Se declaró en quiebra, y seguramente por eso acabó marchándose a Irlanda. Parece que es incapaz de tener un centavo en el bolsillo, a pesar de que en los últimos años ha ganado bastante dinero con las novelas. Pero ahora la editorial lo ha mandado al carajo, así que se ha quedado sin su fuente de ingresos. Parece que lo mejor que le ha sucedido en la vida fue tropezarse contigo hace un año. Y permíteme que te diga que el muy cabrón dará el braguetazo del siglo si llegáis a casaros. Claro que para ti no será precisamente una suerte.
»Sus orígenes no tienen nada de malo, no es nada vergonzoso haber nacido pobre. Mucha gente ha superado situaciones parecidas y ha llegado a ser alguien en la vida. Así fue precisamente como se formó este país. La verdad es que el tipo es digno de admiración por haber conseguido salir del pozo. Su economía es un desastre, pero eso tampoco es el fin del mundo si estás dispuesta a ayudarle. Lo que no me gusta —prosiguió Mark mirándola por encima de la carpeta— es que no ha hecho más que contarte una maldita mentira tras otra. Es posible que se avergüence de sus orígenes, lo cual me parece muy triste. Pero casarse con una mujer aparentando ser quien no eres y lo que no eres demuestra tener muy poca integridad, aunque eso no es asunto mío si es que le amas. Solo te digo que todo esto me huele mal. Ese tipo es un mentiroso de marca mayor. Se ha sacado la vida entera de la manga, incluidos los antepasados aristócratas, los títulos nobiliarios, un padre médico y toda una serie de personas que no existen. O tal vez sí, pero en todo caso no guardan ninguna relación con él, y eso me asusta.
Entregó a Hope la carpeta sin más comentarios, y ella echó un vistazo al informe bien documentado y mecanografiado con pulcritud del detective privado. Mark le contó que pensaban seguir indagando y le prometió más información sobre el pasado de Finn durante las semanas siguientes. Lo cierto era que hasta el momento se habían esmerado mucho, y cuando Hope le devolvió la carpeta a Mark se sentía fatal, no porque la información fuese terrible o inaceptable, sino porque todos y cada uno de los detalles que Finn le había contado eran un puro embuste, y le dolía pensarlo. Había tenido una infancia horrible viviendo en un cuchitril con una madre borracha y un padre que había muerto en una pelea de bar, y había acabado en manos de una familia de acogida, lo cual también debió de ser una auténtica pesadilla. Pero en lugar de confiar en ella y explicárselo, se había inventado una madre irlandesa de alta alcurnia guapísima y consentida y un padre que era médico en Park Avenue. No era de extrañar que se aferrara a ella como si fuera un niño abandonado cada vez que se alejaba dos pasos. ¿Quién no lo haría con una infancia semejante? El problema era que le había mentido con respecto a demasiadas cosas. Hope se preguntó qué más se habría inventado, qué secretos le ocultaba. Ni siquiera le había explicado que su editor le había dado la patada y pensaba demandarlo. Miró a Mark desde el otro lado del escritorio con los ojos arrasados de lágrimas.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó él con delicadeza. Lo sentía mucho por ella. Después de lo de Paul, solo le faltaba caer en las garras de Finn O’Neill. Mark sabía que Hope estaba enamorada, pero tenía miedo de que él le estuviera ocultando cosas peores. Y Hope temía lo mismo. Había pasado once meses maravillosos al lado de aquel hombre, once meses dorados exceptuando el aborto y su consiguiente reacción. Aparte de eso, todo había sido puro amor y felicidad. Sin embargo, ahora tenía la impresión de que su vida se estaba desmoronando, y con ella su imagen de Finn, lo cual resultaba muy deprimente.
—No lo sé —respondió ella con sinceridad—. Necesito pensarlo. No estoy segura de lo que significa todo esto. No sé si el problema es que le da demasiada vergüenza reconocer sus orígenes y quiere quedar bien conmigo, lo cual no demuestra una actitud admirable, pero puedo llegar a aceptarlo, o si es que carece de toda honradez. —Mark se decantaba más por la segunda opción, e incluso creía que estaba con Hope solo por su dinero. Vista la situación actual de Finn, no costaba convencerse de ello, y a Hope también se le había pasado la misma idea por la cabeza. No obstante, quería concederle el beneficio de la duda y pensar bien. Lo amaba, pero no quería andar a ciegas ni comportarse como una estúpida. Había sido ella quien había solicitado la información, y ya la tenía, así que debía asimilarla y sacar sus propias conclusiones. No quería explicarle nada a Finn hasta que decidiera qué iba a hacer. No estaba dispuesta a que le contara más mentiras; eso solo serviría para empeorar la situación.
—Todavía no han averiguado gran cosa de su anterior matrimonio. Tienen el nombre de la mujer, y las fechas y las circunstancias parecen coincidir con lo que tú sabes. A lo mejor en eso no te ha mentido, solo en lo relacionado con su infancia. Seguirán investigando para verificar la causa de la muerte. Según tú, fue en un accidente de coche. El detective me ha dicho que tendrá la información la semana que viene, o como mucho para Acción de Gracias.
—Para entonces ya estaré de vuelta en Irlanda —se lamentó ella.
—Ten cuidado, Hope —le advirtió Mark—. Más vale que te andes con pies de plomo con lo que le cuentas. Aunque le ames, puede que no sepas quién es ese hombre ni lo que es capaz de hacer. Lo más probable es que se trate de un mentiroso compulsivo, y por eso es tan buen escritor. Pero también existe la posibilidad de que sea algo mucho peor. Nunca se sabe. No se te ocurra acorralarlo y vomitarle toda esta información. Guárdatela para ti, para tomar la decisión más conveniente. Pero ten mucho, mucho cuidado con cómo lo tratas. No despiertes a la bestia. Si te sirve de algo, su hermano cree que es un sociópata, pero él no es psiquiatra, solo es un policía que considera que su hermano está chalado. Lo más sorprendente es que hasta ahora nadie ha desenmascarado a Finn, ni siquiera su propio hermano, lo cual me parece alucinante. Según Paul O’Neill, el tipo miente más que habla, y por lo que sabemos no cabe duda de que debe de ser así, aunque hasta ahora todos sus embustes parecen inofensivos. La cosa no pasa de ser lamentable. Pero ten cuidado y no despiertes en él algo peor. Si lo violentas con esto, las cosas podrían ponerse feas para ti. —Mark estaba preocupado de veras, sobre todo después de haber leído toda la información de que disponía. Sospechaba que Finn O’Neill era un verdadero psicópata, y dadas las circunstancias le costaba creer que quisiera a Hope por otra cosa que no fuera su dinero. Y en Irlanda estarían solos y alejados del mundo, en un caserón desierto en plena montaña. A Mark Webber la perspectiva no le gustaba ni un pelo.
—Lo más triste es que nadie había sido tan agradable conmigo en toda mi vida. Finn es la persona más encantadora que hay sobre la faz de la tierra, exceptuando un par de veces en que se ha puesto hecho un basilisco. En general es amable y cariñoso, y se hace querer. —Hope se había tragado todo lo que él le había dicho.
—Y, por lo que parece, también es un mentiroso compulsivo. Si lo acorralas, aunque sea sin proponértelo, es posible que deje de ser tan agradable. —Hope asintió. Era consciente de que Mark estaba en lo cierto, y cuando tuvo el aborto Finn había sido muy cruel con ella. Por algún motivo se lo tomó como una ofensa personal, como si ella hubiera perdido al bebé expresamente para fastidiarlo. Se preguntó si de verdad lo creía, aunque empezaba a ocurrírsele que el hecho de tener un hijo con ella lo situaba en una posición más fuerte. Había llegado un punto en que costaba saber cuáles eran sus verdaderos motivos y qué era cierto y qué no—. Quiero que me prometas una cosa, Hope. Los abogados con los que solemos tratar en la agencia tienen un bufete en Dublín. —Mark sonrió—. Como todos los escritores que quieren dejar de pagar impuestos se trasladan a Irlanda, hace unos doce años abrieron un despacho allí.
»He hablado con ellos esta mañana. El actual encargado del bufete de Dublín estuvo trabajando con nosotros en Nueva York durante años; es un hombre muy serio y responsable, y un abogado excelente. Hoy me han pasado sus números de teléfono fijo y móvil, y les he pedido que se pongan en contacto con él y le den tu nombre. Es posible que incluso hubiera colaborado en tus asuntos mientras trabajaba aquí. Es norteamericano y se llama Robert Bartlett. Si tienes cualquier problema, quiero que le llames. También puedes llamarme a mí, pero yo estoy mucho más lejos. Si en un momento dado lo necesitas, él puede coger el coche e ir a verte. —En cuanto terminó de decirlo, Hope sacudió la cabeza.
—A Finn le daría un ataque y sospecharía algo raro. Siempre está celoso de todo el mundo, y a menos que ese tipo sea un viejo decrépito se pondría hecho una fiera. —Esa confesión no dejó a Mark muy tranquilo, pero de todos modos le entregó los números de teléfono anotados en el bloc de notas de su escritorio.
—Creo que tiene unos cuarenta años, si te sirve de algo saberlo. En otras palabras, no es ningún chaval ni tampoco un carcamal. Es amable, sensato, maduro, espabilado y respetable. Nunca se sabe, igual algún día necesitas su ayuda. —Hope asintió y se guardó los números de teléfono en el bolsillo interior del monedero, aunque esperaba no tener que utilizarlos.
La reunión no había resultado muy agradable y Mark se entristeció al verla marcharse, sobre todo en esas circunstancias. Estaba metida en un buen embrollo con un elemento peligroso que cuando menos mentía como un bellaco, y tendría que tomar decisiones muy difíciles. Por lo que Hope decía, el tipo no parecía peligroso, pero de todos modos no iba a resultarle fácil vérselas con él. Mark detestaba pensar que se marchaba tan lejos.
—No me pasará nada —lo tranquilizó ella, y entonces se le ocurrió una cosa—. Si me llamas, ándate con cuidado. Guardaré la carpeta en un cajón de mi piso, bajo llave. No quiero que Finn la encuentre. Y, por favor, no la menciones cuando hablemos por teléfono.
—Claro que no —dijo él sin animarse un ápice.
Hope lloró durante todo el trayecto en taxi hasta su piso. Tenía el corazón partido por la cantidad de mentiras que le había contado Finn. Sentía mucho que lo hubiera pasado tan mal de pequeño, pero estaba llevando la cosa al extremo con tanta patraña. No tenía ni idea de qué iba a hacer.