Cuando llegó Michael, Finn fue a recogerlo al aeropuerto y Hope decidió esperarlos en casa. No quería inmiscuirse en la relación, puesto que disponían de tan poco tiempo para compartir. Se sentía feliz de tener al chico con ellos. Había preparado para él uno de los dormitorios de invitados recién pintados, y había incluido un enorme jarrón con flores amarillas. También le había comprado unas cuantas revistas en el pueblo, y trataba de pensar en todos los detalles que pudieran gustarle. Sabía cuánto se querían Finn y él, tras pasar solos tantos años hasta que Michael se hizo adulto. Tenía muchas ganas de conocerle mejor. Finn pensaba llevárselo unos cuantos días a pescar a los lagos de Blessington, había hecho una reserva para volar en ala delta y tenía previsto alquilar caballos. Quería que el chico lo pasara bien, y Hope estaba dispuesta a contribuir en todo lo posible, aunque para ello tuviera que mantenerse al margen, pero Finn le dijo que no se molestara.
Esa vez iban a contarle a Michael que tenían pensado casarse en diciembre. Puesto que para entonces sería invierno, Hope había accedido a que la boda se celebrara en Irlanda, aunque también le atraía la idea de casarse en Londres para que a los invitados como Mark les resultara más fácil llegar. Finn era partidario de que la ceremonia tuviera lugar en la diminuta iglesia de Russborough y de ofrecer luego una recepción en casa, y comentó que le daba igual si estaban los dos solos. No estaba seguro de que Michael fuera a ir desde Boston, y dijo que eso tampoco le importaba. La única que le importaba que estuviera presente era Hope, no necesitaba que hubiera ninguna otra persona. Finn distaba mucho de ser el animal social que Hope creía que era cuando se conocieron. En realidad, era una especie de ermitaño que no deseaba estar con nadie más que con ella. Él insistía en que era la prueba del inmenso amor que le profesaba, y ella le daba crédito. El mayor tributo que podía rendirle era querer dedicarle cada instante de su vida.
Cuando Michael y su padre llegaron del aeropuerto, el chico obsequió a Hope con un cálido abrazo y dio su opinión sobre los cambios en la casa. Estaba muy impresionado.
—¿Qué ha pasado? ¿Es que te ha tocado la lotería, papá? —bromeó Michael. Padre e hijo siempre se hablaban con un ligero retintín y en los comentarios del chico solía apreciarse cierta ironía, pero la cosa no revestía mayor importancia. Era el tipo de cosas que se decían los hombres cuando uno de ellos pujaba por entrar en el dominio de la hombría y el poder mientras el otro luchaba con uñas y dientes por mantenerse en él. Hope los observaba y se preguntaba si era por eso por lo que Finn quería a toda costa tener un bebé. Era una forma de aferrarse a la virilidad y la juventud y demostrarse a sí mismo y al mundo que aún conservaba todo el vigor. Pero, en su opinión, había otros modos de hacerlo patente.
Hope guio a Michael por la casa y le mostró todos los cambios y las obras de restauración. Las paredes, antes tan deslucidas, habían mejorado mucho con la mano de pintura que les habían dado en verano. Hope se había deshecho por fin de las alfombras y había conseguido que repararan los bonitos suelos antiguos. La casa seguía siendo la misma, pero tenía otro aspecto, y Michael elogió con amabilidad todas las mejoras a las que Hope había contribuido.
Al día siguiente los dos hombres partieron hacia el lago. Tenían previsto estar fuera tres días. Después, Michael quiso que su padre lo acompañara un par de días a Londres, y Hope se quedó en casa para seguir con las obras. En realidad, no tuvo ocasión de pasar tiempo con Michael hasta el día anterior a su partida. El chico debía regresar al MIT para empezar el tercer curso. Finn se encontraba en el pueblo comprando el periódico cuando Hope se sentó a desayunar con él. Katherine les había preparado huevos, salchichas y té, y a Michael pareció gustarle. Al principio se mostró callado, y los dos se concentraron en el desayuno. Finn le había confesado a Hope que todavía no le había contado a su hijo lo de la boda y no quería ser ella quien le diera la noticia; no le correspondía. Decírselo era cosa de Finn, y se preguntó cuándo pensaba hacerlo puesto que el muchacho tenía previsto marcharse al día siguiente.
—Tu padre te echa muchísimo de menos —dijo para iniciar la conversación—. Después de vivir juntos tantos años, a ti también debe de costarte el cambio; supongo que acusas igual que él la distancia.
Michael levantó la vista del plato de salchichas y se quedó mirando a Hope con expresión perpleja, pero no dijo nada.
—Seguro que estáis muy unidos al haber pasado tantos años los dos solos. —Hope se sentía un poco extraña hablando con él; Michael se mostraba amable y simpático, pero no daba mucho pie para que conversaran. Se preguntaba si las figuras maternas lo incomodaban puesto que había crecido sin madre, lo cual era muy triste—. Tu padre me ha explicado que lo pasabais muy bien cuando vivíais en Londres y en Nueva York. —Se estaba esforzando porque interviniera, pero Michael se recostó en la silla y la miró fijamente. Cuando habló, lo resumió todo en una frase.
—No he vivido nunca con mi padre. —No lo dijo en tono de enfado ni de decepción, sino como un simple dato objetivo, y Hope se quedó estupefacta.
—¿No vivíais juntos? Él… Me dijo… Lo siento, debo de haberlo entendido mal. —Se sentía como una imbécil, y la verdad era que lo parecía. Con todo, Michael estaba impasible.
—Mi padre dice en cada momento lo que le parece bien, o lo que cree que le hace quedar bien. Se inventa las cosas, igual que en los libros. Él es así, confunde la realidad con la ficción —dijo sin condenarlo, aunque era una apreciación muy grave. Hope no sabía qué responder ni qué pensar.
—Seguro que la que está confundida soy yo —se retractó llena de pánico. Sin embargo, los dos sabían que lo único que pretendía era salvar la incómoda situación y buscar alguna excusa para defender a Finn.
—No, no es cierto —repuso Michael terminándose la salchicha—. Me crie en California, con mis abuelos. A mi padre apenas le vi el pelo hasta que empecé la universidad. —De eso solo hacía dos años, lo cual significaba que lo de que habían vivido juntos en Londres y en Nueva York era una mentira, o una fantasía, o un mero deseo, o a saber qué. Hope no lo comprendía, y se esforzaba porque Michael no notara lo afectada que estaba—. Sé que mi padre se preocupa por mí, y que ahora quiere compensar su negligencia, pero para mí ha sido casi toda la vida un extraño; en muchos aspectos todavía lo es.
—Lo siento —dijo Hope, con aire desolado—. No quería sacar a colación un tema tan doloroso. —Se sentía fatal, pero el chico sentado frente a ella no parecía haberse alterado lo más mínimo. Estaba acostumbrado a tratar con Finn y conocía sus rarezas; y, al parecer, una de ellas era inventarse cosas.
—Por eso es tan buen escritor. Creo que, de hecho, él mismo se cree lo que se inventa. Desde el momento en que dice algo, lo considera cierto. Son los demás los que no lo ven así. —El chico demostraba una clarividencia asombrosa, y Hope no pudo evitar pensar en lo bien que lo habían educado sus abuelos. Era un joven llano, íntegro, sano, equilibrado; solo que no lo era gracias a Finn, sino precisamente a pesar de no haberlo tenido a su lado.
—Supongo que son tus abuelos maternos. —Hope decidió averiguarlo, y Michael asintió—. ¿Tu madre murió?
—Cuando yo tenía siete años —confirmó él con bastante frialdad, lo cual sorprendió a Hope. Por lo menos ese dato era cierto, pero todo lo demás acerca de su infancia era invención de Finn. Y en ese momento se le ocurrió algo.
—Mira, Michael, yo detesto los secretos, pero, si no te importa, sospecho que a tu padre todo esto podría resultarle violento. Creo que es mejor que no le digamos que hemos tenido esta conversación, no quiero que se disguste contigo por habérmelo contado. —De hecho, era ella quien estaba muy disgustada, y con razón. El tema sobre el que Finn le había mentido era muy importante, se trataba de la infancia y la adolescencia de su hijo y de su relación con él. Se preguntó por qué lo habría hecho, y no se le ocurría cómo iba a arreglárselas para sacar el tema. No quería ponerlo entre la espada y la pared, pero sabía que en algún momento tendría que acabar aclarando las cosas. Michael, por su parte, asintió enseguida a su sugerencia.
—No es la primera vez que ocurre —se limitó a decir—. Mi padre suele contarle a la gente que me crio él. Creo que le resulta violento reconocer que se desentendió y que no me veía nunca, o casi nunca. —Hope estaba de acuerdo con él, pero aun así la cosa resultaba preocupante—. No te preocupes por mí, estoy bien. No le diré nada. —Y casi en el instante en que acababa de pronunciar las palabras, Finn entró en la cocina con una amplia sonrisa. Hope se quedó mirándolo fijamente de forma involuntaria, y de repente reaccionó y se puso en pie para besarlo, aunque la sensación fue muy distinta a la de otras veces. Ahora sabía que le había mentido, y no podría volver a comportarse con naturalidad con él hasta que no supiera por qué.
Esa noche salieron a cenar los tres juntos al pub del pueblo, y, mientras se tomaba una cerveza, Finn mencionó como de pasada que Hope y él tenían pensado casarse en algún momento. Michael asintió y pareció alegrarse por ellos vagamente. Hope le caía bien, pero al chico no le iba ni le venía demasiado lo que hiciera su padre; y, en consecuencia, tampoco ella. Ahora Hope comprendía por qué. Finn y su hijo apenas se conocían, si lo que el chico le había contado era cierto, y la verdad era que a ella se lo parecía; no tenía motivos para no creerle. Estaba claro que uno de los dos mentía, y Hope intuía que era Finn.
No había invitado a su hijo a la boda, ni siquiera le había hablado de cuándo pensaban casarse. Claro que, de momento, no tenían nada planeado. Pero Hope quería que hubiera una pequeña ceremonia a la que asistieran sus amigos más íntimos; y, por supuesto, el hijo de Finn. En ese momento se dio cuenta de que Finn hablaba en serio cuando decía que prefería que lo celebraran los dos solos. A ella le parecía muy triste, pero no dijo nada. Esa noche tenía muy poco que decir, y Michael y ella evitaron todo contacto visual. Al día siguiente, antes de marcharse, lo abrazó y le dio las gracias por haber ido a visitarlos.
—Espero que vuelvas otro día —dijo, y hablaba en serio.
—Lo haré —respondió Michael con cortesía, y le dio las gracias por su hospitalidad. Finn lo acompañó en coche al aeropuerto, y entonces Hope reparó en lo curiosa que resultaba aquella visita. Tenía la sensación de que Finn y Michael eran dos extraños, o meros conocidos. Y, en vista de lo que el chico le había contado el día anterior, le chocaba incluso que se hubiera dejado caer por allí.
Seguía dándole vueltas al tema cuando Finn regresó, y lo miró extrañada. Él se dio cuenta y le preguntó qué ocurría. Hope estaba a punto de obviar la explicación, pero decidió ser franca. De todos modos, tenía la impresión de que no le quedaba otro remedio. Necesitaba saber por qué se había inventado aquella historia. Si iba a pasar el resto de su vida con él, tenía que estar convencida de que era sincero con ella, y de momento no lo había sido.
—Lo siento… —dijo disculpándose de antemano—. Odio tener que sacar este tema, no quiero que tengas problemas con Michael. Ayer estuve hablando con él y le expliqué lo mucho que le quieres y lo importante que es para ti haberlo educado solo. —Respiró hondo y prosiguió—. Pero él me dijo que se había criado con sus abuelos maternos en California. ¿Por qué no me lo habías contado? —Miró a Finn a los ojos, y él entristeció al instante.
—Ya lo sé. Te mentí, Hope —admitió de inmediato, sin rodeos ni vacilación—. Me siento fatal por ello. Cuando me hablaste de Mimi vi que habías sido una madre maravillosa, y no creía que comprendieras que yo había dejado la educación de mi hijo en manos de los padres de mi mujer. Intenté encargarme yo —explicó tomando asiento, y enterró la cara en las manos. Estaban en el jardín y se había sentado en el tocón del árbol caído, y entonces levantó la cabeza para mirarla—. Pero no fui capaz. No estaba por la labor, y era consciente de que lo que hacía no bastaba. Sus abuelos eran buena gente y lo querían mucho, así que dejé a Michael a su cargo. Por aquel entonces me estaban amenazando con llevarme a juicio para conseguir la custodia de su nieto, y yo no quería que nos peleáramos ni hacer pasar al niño por una cosa así; por eso permití que se fuera a vivir con ellos. Al principio lo pasé fatal, pero a la larga creo que para él ha sido mejor así. Es un chico magnífico, han hecho un buen trabajo con él. —En ese momento Finn miró a Hope con pesadumbre—. Creía que si te lo contaba, tendrías mala opinión de mí, y no quería que pasara eso. —Levantó los brazos y la rodeó por la cintura para atraerla hacia sí, y ella lo miró compadecida—. Quería que me amaras, Hope, no que me consideraras indigno de ti. —Entonces un sollozo ahogó sus palabras y por la mejilla le rodó una lágrima. Hope se sentía fatal viéndolo así.
—Lo siento —se disculpó abrazándolo con fuerza—. No tienes que hacer nada para ganarte mi aprobación. Yo te amo y puedes decirme siempre la verdad, sea cual sea. Te habría costado mucho criar a un niño tú solo. —Otros lo habían hecho, pero Hope imaginaba lo difícil que le habría resultado. Y le sabía mal que hubiera tenido que mentirle pensando que, si no, no le amaría—. Te quiero, sea lo que sea lo que hayas hecho. Créeme, yo también he cometido errores.
—No lo creo —dijo estrechándola con más fuerza, con la cara enterrada en su vientre. Y entonces recordó una cosa y la miró a los ojos—. ¿Verdad que hoy es el día en que se supone que estás ovulando? —Ella se echó a reír; Finn no perdía la cuenta de los días de su ciclo menstrual. Y ahora comprendía mejor por qué estaba tan desesperado por tener un bebé. No había podido disfrutar de la infancia de Michael, y, después de lo que acababa de confesarle, se sentía capaz de perdonarle por haberle mentido. Sobre todo después de ver que tenía tantos remordimientos.
—¿Me prometes una cosa? —preguntó Hope, y él la miró con mucha atención—. Sea cual sea la verdad, no volverás a ocultármela. Una mentira siempre es peor. —Él asintió—. Una mentira puede destruir toda una relación, mientras que el dolor causado por la verdad es pasajero.
—Ya lo sé. Tienes razón. Yo también pienso lo mismo. He sido un cobarde. —Era la segunda vez que le mentía; primero por lo de la casa y ahora por lo de Michael, y en ambas ocasiones lo había hecho porque se avergonzaba de la verdad. Hope no lo comprendía, pero se sentía mucho mejor después de que hubieran hablado de ello. Finn sabía hacerse perdonar, y ella lo amaba a pesar de todos sus defectos.
Entonces él se puso en pie, la rodeó con los brazos y la estrechó. Luego la besó y volvió a preguntarle si estaba ovulando.
—No lo sé. Dímelo tú, que parece que lo sabes mejor. Yo siempre pierdo la cuenta. Tal vez es mejor que esperemos a estar casados, solo faltan unos cuantos meses. —Hope seguía disgustada porque Finn no había invitado a Michael a la boda y quería que la celebraran los dos solos. Ella le había prometido a Mark Webber que podría asistir; si no, lo lamentaría, y ella también.
—No tenemos tiempo de esperar a estar casados para que te quedes embarazada —soltó Finn de modo un tanto desagradable—. No andamos sobrados precisamente.
—Te refieres a que yo no ando sobrada —le espetó ella. Por lo menos ahora comprendía por qué tenía tanta prisa. Trataba de recuperar el tiempo perdido, y era lógico. A su edad, el reloj biológico corría más deprisa—. Bueno, que sea lo que Dios quiera —concluyó con vaguedad. Temía que acabara ocurriéndole lo mismo que en junio, fuera cual fuese el motivo; aunque sabía que para él lo del bebé era un tema importante, así que no descartaba un segundo embarazo. Además, una pequeña parte de su ser tenía miedo de que, si no colaboraba, él se buscara a una mujer más joven que le diera hijos sin problemas; aunque eso no pensaba decírselo.
—A lo mejor podemos ir a ver a la doctora de Londres y pedirle que obre el milagro —sugirió Finn mientras subían los escalones de la entrada.
—La última vez nos fue bastante bien solos —le recordó Hope—. Estoy segura de que volveremos a conseguirlo. —Finn no estaba tan seguro como ella, tenía más fe en la ciencia, aunque el vino blanco y el champán habían surtido su efecto seis meses atrás. Esa noche quiso que Hope se hiciera el test de ovulación, pero resultó negativo. Aun así, hicieron el amor por puro placer, lo cual a ella le parecía más agradable. Finn seguía siendo el mejor amante que había tenido jamás, y el incidente con Michael quedó olvidado. Estaba segura de que en adelante sería siempre sincero con ella. No tenía motivos para mentir. Lo quería, y con eso bastaba.