13

Hope partió hacia Nueva York al cabo de dos semanas, en junio. Estaba delgada y pálida, y carecía de vitalidad. Sabía que Finn seguía enfadado con ella, la culpaba totalmente del aborto e insistía en que todo había ocurrido por su falta de cuidado. Se negaba a aceptar que la edad podía haber influido, o que tal vez habría sucedido de todos modos. No perdía ocasión de inculcarle que era culpa suya. Le decía que ambos se sentirían mejor cuando se quedara embarazada de nuevo y la cosa acabara bien, lo cual solo servía para exacerbar el propio sentimiento de culpa que Hope no manifestaba. Ya se había disculpado mil veces ante Finn, pero él actuaba como si lo hubiera traicionado y, al mismo tiempo, hubiera traicionado a su hijo. Cada vez que lo miraba, tenía la sensación de ser una asesina, y se preguntaba si llegaría a perdonarla algún día. Él no sabía más que repetir que tenían que intentarlo de nuevo. Para Hope fue casi un alivio subir al avión rumbo a Nueva York y perderlo de vista. No estaba en absoluto preparada para quedarse embarazada otra vez, y menos tan pronto. Finn se comportaba como si le debiera un hijo. Pero el aborto la había hecho revivir de forma inesperada el duelo por la pérdida de Mimi y la había dejado muy afligida. Y, para colmo, la relación con Finn atravesaba un mal momento, lo cual le provocaba una pena muy profunda.

Consiguió cumplir con los compromisos adquiridos en Nueva York, y esperaba poder ver a Paul puesto que ya habían transcurrido seis meses desde su último encuentro, lo cual le parecía muchísimo tiempo. Pero cuando lo llamó al móvil, él le explicó que se encontraba en Alemania probando un nuevo tratamiento para el Parkinson y que tenía previsto quedarse allí algún tiempo. Hope sintió mucho que no pudieran verse, pero convinieron en aplazarlo hasta el otoño.

Quedó para comer con Mark Webber, quien le dijo que tenía aspecto de estar agotada y que trabajaba demasiado. Pero ella insistió en que era feliz, y Mark se esforzó por creerlo. Sin embargo, su aspecto no se correspondía con el estado de ánimo que le había transmitido por teléfono. Las duras críticas de Finn por la pérdida del bebé habían hecho mella. Se había mostrado tan cruel que a Hope le costaba olvidarlo. Era la primera vez que la trataba mal en los seis meses que llevaban juntos, y el único momento en que su relación se había enfriado.

Mark le había conseguido varios encargos para el otoño, pero Hope no sabía si aceptarlos o no. Si volvía a quedarse embarazada, Finn no le permitiría volar a Nueva York. De repente, algo que había sido fruto de un afortunado accidente se había convertido para él en una cuestión de vida o muerte. Y por primera vez Hope se sintió insegura de sí misma. Tenía un profundo sentimiento de culpa y le inquietaba plantearse un nuevo embarazo.

Acudió a su ginecóloga de Nueva York, y ella le recomendó esperar por lo menos tres meses antes de volver a intentarlo. También le recordó con sensatez que podría haber perdido al bebé de todos modos, aunque no hubiera hecho otra cosa que permanecer en cama. Pero después de todo lo que Finn le había dicho, Hope se sentía culpable y deprimida. Ya había decidido retrasar la boda hasta diciembre, puesto que ahora no había ninguna prisa. Estaba demasiado abatida para hacer planes.

Finn se presentó en Nueva York en cuanto Hope hubo cumplido con todos sus compromisos. Estaba de mucho mejor humor que la última vez, y se comportaba de un modo muy cariñoso con ella. Hope trató de evitar el tema del aborto, pero él insistió varias veces en que, cuando regresaran, quería que pidiera consejo a la especialista de Londres. No estaba dispuesto a perder tiempo y actuaba de una forma que hacía que Hope se sintiera en deuda con él. Ella todavía se encontraba demasiado débil, cansada y deprimida para discutir o plantarse, así que acabó por transigir. Resultaba más fácil que llevarle la contraria. Iban a pasar juntos los meses de julio y agosto en Cabo Cod, mientras los decoradores pintaban Blaxton House de arriba abajo. Hope estaba segura de que después del verano se sentiría mejor y dejaría de verlo todo tan negro. Aún estaba recuperándose de los cambios hormonales derivados de un aborto tras tres meses de embarazo y de la gran pérdida de sangre. Todavía tenía el cuerpo descolocado. Además, la brutal respuesta de Finn y sus duras acusaciones la habían trastornado de forma considerable. Su reacción ante el aborto era muy poco coherente con el habitual comportamiento extremadamente cariñoso de los últimos seis meses. Hope estaba ansiosa porque se serenara; estaba segura de que lo haría.

Lo mejor que ocurrió desde la llegada de Finn a Nueva York fue que su hijo Michael viajó desde Boston para cenar con ellos, y a Hope le pareció un muchacho de lo más entrañable. Era inteligente, extrovertido, cariñoso, bien educado y encantador en todos los sentidos. Acababa de cumplir veinte años y se parecía mucho a Finn. No paraba de provocar a su padre y era bastante descarado con él, pero Hope se sorprendió de lo bien que se llevaban. Decía mucho en favor de Finn haber criado solo a un chico tan maravilloso, y ella pensó que por fuerza tenía que ser un buen padre para que su relación fuera tan fluida.

Hope invitó a Michael a ir con ellos a Cabo Cod, pero él se disculpó diciendo que iba a pasar el verano en California con sus abuelos maternos, tal como hacía todos los años. Les explicó que tenía una oferta de trabajo en la Bolsa de Valores de San Francisco para los meses de julio y agosto, y se mostró entusiasmado al respecto. El hecho de tener allí a Michael hizo que Hope volviera a echar mucho de menos a Mimi; y por la noche, cuando el chico se hubo marchado, lo alabó ante Finn.

—Es un chico fabuloso. Has hecho un buen trabajo —dijo, y él le sonrió. Por primera vez, Hope tuvo la sensación de que las cosas entre ellos estaban volviendo a su cauce. La pérdida del bebé había supuesto un duro golpe para ambos. No quisieron contarle a Michael de buenas a primeras que estaban planeando casarse; convinieron en explicárselo en septiembre, cuando fuera a visitarlos a Irlanda. Hope no veía la hora de mostrarle todos los cambios que estaban haciendo en la casa; ella misma se moría por verlos. Tenía muchas ganas de volver a pasar tiempo con Michael, quería conocerlo mejor.

Cuando llegaron a Cabo Cod era como si entre ellos no hubiera habido roce alguno. Finn no volvió a mencionar el aborto y abandonó las acusaciones y los comentarios mordaces que amedrentaban a Hope. Se mostraba tan cariñoso, gentil y agradable como siempre. Volvía a ser el hombre del que ella se había enamorado unos meses antes; mejor, incluso. Y ella empezó a relajarse y a sentir que podía comportarse con más naturalidad. Ganó algo de peso y recuperó la salud. Estaban juntos a todas horas. Finn se había llevado consigo el manuscrito y aseguraba que el trabajo iba viento en popa.

Lo único que molestaba a Hope era que él se negaba a conocer a sus amigos de Cabo Cod. Paul y ella siempre habían tenido la puerta de su casa abierta y solían recibir visitas a menudo. Sin embargo, Finn decía que no le parecía bien, que le impedía trabajar; y las pocas veces que alguien se dejaba caer por allí, se le notaba incómodo. El Cuatro de Julio, Hope lo llevó a una comida informal en casa de una pareja a la que conocía de toda la vida, pero él se mostró distante y desagradable. Varias personas alabaron sus novelas, y aun así su respuesta fue fría y le insistió a Hope para que se marcharan temprano.

Cuando al día siguiente ella le cuestionó su comportamiento, él alegó que detestaba el ambiente de las urbanizaciones veraniegas y que no tenía nada en común con aquella gente. Además, ¿de qué servía que intimaran? Ellos vivían en Irlanda. De lo que Hope se daba cada vez más cuenta era de que la quería para él solo. Se quejaba incluso si iba a comprar comida sin él. Quería que lo hicieran todo juntos. A Hope por una parte le resultaba halagador, pero había veces en que la agobiaba. Finn le dijo que prefería el invierno al verano en Cabo Cod; se respiraba más tranquilidad y no se veía ni un alma alrededor. Rechazó a todos los amigos de Hope sin excepción. Ella los veía muy poco desde que no vivía en Boston, y siempre le había gustado la atmósfera que se creaba allí, pero estaba claro que eso no iba a formar parte de su vida con Finn. Aunque él había disfrutado de una gran vida social cuando era joven y había salido con millones de mujeres antes de conocerla a ella, cuando tenía una relación estable prefería llevar una vida tranquila y no dedicar el tiempo libre a nadie más.

A veces a Hope eso le provocaba una sensación de aislamiento, pero él insistía en que así era más romántico, y se negaba a compartirla. La verdad era que se mostraba tan cariñoso con ella que no cabían las quejas. Al final del verano, el desencuentro pasajero que habían experimentado en torno al aborto estaba por fin superado y olvidado. Finn volvía a ser el príncipe azul en persona, y aunque Hope apenas había visto a sus amigos, se sentía aliviada de notarlo a él más cerca que nunca. En definitiva, tenía la impresión de que el disgusto por la pérdida del bebé había servido para unirlos y había despertado en Finn un sentimiento de amor más profundo. Y si ello implicaba tener que renunciar a ver a sus amigos de Cabo Cod, el sacrificio merecía la pena. Era más importante su vida con Finn y el bien de la relación.

Regresaron a Nueva York después del día del Trabajador, que en Estados Unidos se celebraba el primer lunes de septiembre. Finn tenía planeada una importante reunión con su editor en Gran Bretaña y regresó a Londres de inmediato, y Hope aprovechó para ultimar unos cuantos detalles en Nueva York. Antes de dejar la ciudad tenía que ir a ver al director del banco y a su abogado, y también tenía que reunirse con su representante. Había previsto regresar a Irlanda el fin de semana siguiente y pasar allí todo septiembre. En realidad, no tenía motivos para volver a Nueva York hasta noviembre. Trató de no pensar en que esa era la fecha en que habría nacido el bebé. A lo mejor Finn tenía razón y era buena idea que intentaran tener otro hijo. Que fuera lo que Dios quisiera. La cuestión era que se sentía recuperada y podía afrontar el tema con más filosofía. Además, desde julio Finn no había vuelto a mencionar a la especialista en medicina reproductiva.

Cuando se encontró con Mark, él le contó que tenía un encargo fabuloso en América del Sur para el mes de octubre. Hope tenía que admitir que la cosa pintaba muy bien, pero vaciló. Sabía que a Finn le molestaría, y si por casualidad volvía a quedarse embarazada no querría que viajara en avión por mucho que el médico asegurara que no había peligro. No tenía ganas de volver a despertar su ira ni de arriesgarse a sufrir otro aborto, así que miró a Mark con tristeza y le dijo que no creía que fuera a aceptarlo.

—¿A qué viene esto ahora? —se extrañó él, descontento.

—Creo que mi relación con Finn no está atravesando el mejor momento para que me vaya a la otra punta del mundo. Estamos haciendo obras en la casa, y a él no le gusta que viaje. —No quería confesarle a Mark que había estado embarazada hacía poco y que era posible que volviera a intentarlo.

—Me parece que te equivocas de medio a medio dejando que él influya en los encargos que aceptas y los que no, Hope. Nosotros no nos entrometemos en su vida profesional, y no hay ningún motivo de peso para que él se entrometa en la tuya. Menuda gilipollez. ¿Qué le parecería si tú le dijeras que no quieres que escriba la siguiente novela? Los dos tenéis mucho talento y una trayectoria importante, la única forma de que lo vuestro funcione es que los dos respetéis la parcela del otro. Él no es nadie para convencerte de que no trabajes; y si lo intenta, no debes permitírselo.

—Ya lo sé —repuso ella, nerviosa—. ¿Qué quieres que te diga? Se comporta como un niño pequeño. Pensamos casarnos a finales de este año, tal vez luego se tome las cosas con más calma. —Tenía la esperanza de que fuera así, aunque de momento, siempre que se marchaba, Finn le hacía sentir que lo estaba abandonando, por mucho que el viaje se debiera a motivos de trabajo. Por otra parte, insistía en que estaba orgulloso de su talento y demostraba respeto por su obra. Hope recibía mensajes contradictorios y eso le hacía sentirse insegura y dudar de sí misma.

—¿Y si no es así? —preguntó Mark con aire preocupado.

—Ya hablaremos de eso cuando llegue el momento. Solo llevamos juntos nueve meses.

—Precisamente por eso. Me parece un poco pronto para que te joda la carrera; de hecho, eso no debería ocurrir nunca.

—Ya lo sé, Mark —repuso ella con un hilo de voz—. Finn necesita que le demuestre continuamente cuánto me importa, es algo muy curioso. Requiere mucha atención.

—Pues entonces adóptalo en vez de casarte con él. Será mejor que pongas las cosas en su sitio cuanto antes; si no, acabarás lamentándolo.

Hope asintió. Sabía que Mark tenía razón, pero costaba menos decirlo que hacerlo. Además, a excepción de la desacertada reacción que había tenido con respecto al aborto, Finn se había comportado con ella como nadie lo había hecho jamás. La mezquindad con que había respondido en aquella ocasión se debía a un mero desliz, estaba convencida de ello; y en los meses transcurridos desde entonces lo había compensado mostrándose más amable que nunca. Ella, por su parte, no tenía problema en ajustar la agenda durante un tiempo para amoldarse a sus necesidades. De todos modos, ya tenía tres importantes encargos previstos para noviembre; no necesitaba para nada un cuarto. No valía la pena jugársela, así que rechazó la oferta. Bien había hecho eso mismo por Mimi cuando era pequeña. Claro que ella era una niña, no su pareja. Pero Hope había perdido a demasiados seres queridos en la vida como para arriesgarse a perder a uno más. Si Finn volvía a ponerse igual de furioso que con lo del aborto, tal vez acabaría dejándola, y no quería correr ese riesgo.

Quedó con Paul su último día en Nueva York. Pensaba explicarle lo de Finn, quería decirle que iban a casarse, pero lo vio tan enfermo que no tuvo agallas. Apenas podía andar y tuvo que darle ella la comida; había envejecido veinte años en uno solo, y al verlo se asustó. Él le contó que el tratamiento que había probado en Alemania no había funcionado, y que luego había estado en varios balnearios y había acabado ingresado en el hospital por culpa de una infección. Se sentía contento de haber regresado a Estados Unidos; estaba de paso en Nueva York antes de regresar a Boston para someterse al tratamiento. De camino al aeropuerto, tras despedirse de él, Hope se echó a llorar. Era horrible comprobar que se iba apagando de esa forma y verlo tan débil. Cuando subió al avión, aún se sentía deprimida.

Se pasó casi todo el viaje durmiendo y llegó a Dublín a primera hora de la mañana. Finn la estaba esperando con aquella sonrisa amplia y pausada que Hope conocía tan bien y que tanto le gustaba. En el instante en que lo vio supo que entre ellos todo iba bien. Él la llevó en su coche hasta Blaxton House, y diez minutos después de llegar ya se estaban acostando juntos. Finn se mostró más apasionado que nunca con ella, y muy cariñoso. Estuvieron en la cama charlando, susurrando y haciendo el amor hasta el mediodía, y luego él la llevó a la planta baja y le mostró lo bella que se veía la casa recién pintada. Hope se estaba dejando una fortuna allí, pero los dos convinieron en que valía la pena.

Sentaba muy bien estar de vuelta; se sentía la dueña y señora de la casa. Al cabo de unos días estaba previsto que Michael fuera a visitarlos, y Hope se alegró de poder disfrutar antes de unos días con Finn. Empezaba a pensar que él tenía razón, que era mejor cuando estaban los dos solos. Cada momento que compartían estaba lleno de amor y romanticismo, y resultaba imposible lamentarse de eso. Al terminar el día, tras haber disfrutado recorriendo sus dominios, subieron la escalera cogidos de la mano y volvieron a meterse en la cama.