El día posterior a la tormenta Hope llamó al banco y completó todos los trámites para comprar la casa, y Finn la ayudó. Durante la noche habían perdido un árbol, pero no les importaba. No había ningún herido por el temporal, y tampoco había provocado daños materiales. El dueño de la propiedad, que la había comprado para hacer una inversión, se mostró satisfecho con la oferta de setecientas ochenta mil libras; un millón quinientos mil dólares. El precio era irrisorio, y Finn no cabía en sí de gozo. Hope ordenó la transferencia y, puesto que Blaxton House estaba libre de cargas, al cabo de ocho días se convirtieron en los propietarios. Legalmente la finca era de Hope, pero arregló todos los papeles para legársela a él en caso de morir, y de momento se contentó con que pagara un alquiler simbólico. Cuando estuvieran casados, su hijo pasaría a ser el heredero legítimo de la propiedad. Y si por algún motivo no llegaban a casarse o no tenían hijos, siempre cabía la posibilidad de que, pasado cierto tiempo, él se la comprara.
A él le pareció un trato estupendo, no habría podido conseguirlo de otro modo. Y Hope ya estaba haciendo planes para devolver a la casa su esplendor original. No veía la hora de poder dedicarse de lleno a restaurarla. Ella no ganaba nada con aquello, excepto la satisfacción de hacer feliz a Finn y de saber que eran los dueños de la casa donde vivían y donde criarían a su hijo. A ese respecto le recordó a Finn que el acuerdo no estaba condicionado al embarazo. Si por algún motivo perdían al bebé, no cambiaba nada. Y si la relación fracasaba, seguiría estando dispuesta a permitir que le comprara la casa cuando transcurriera el plazo reglamentario. Para él era un trato ideal, y le dijo que era la mujer más generosa del mundo, pero Hope le recalcó que era bueno para los dos. No había pedido consejo a nadie y no necesitaba que nadie le diera permiso. Lo hizo y punto; y notificó al banco que transfiriera el dinero al actual propietario. Todo el mundo quedó más que satisfecho con la operación. Sobre todo Finn, pero Hope también estaba contenta. Finn guardó la escritura en el cajón de su escritorio como si fuera oro en paño. Y entonces se dio la vuelta y se arrodilló ante Hope mirándola a los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella riendo, pero entonces observó su expresión grave. No cabía duda de que para él era un momento importante.
—Te estoy pidiendo formalmente que te cases conmigo —dijo en tono solemne, y le cogió la mano. Hope no tenía a nadie a quien pedir consejo, su única familia era Paul y no habría resultado apropiado que se lo preguntara a él, aunque Finn le estaba igualmente agradecido por lo generoso que había sido con ella—. ¿Quieres ser mi esposa, Hope? —A ella se le arrasaron los ojos de lágrimas al verlo arrodillado, y asintió. Estaba demasiado emocionada para hablar, y ahora que llevaba un hijo en el vientre lloraba con mucha más facilidad.
—Sí, sí que quiero —respondió con la voz quebrada, y entonces la ahogó un sollozo. Él se levantó, la estrechó en sus brazos y la besó.
—Te prometo que cuidaré de ti durante toda tu vida. No lo lamentarás ni un solo instante. —Eso ella ni se lo había planteado—. La próxima vez que vayamos a Londres te compraré un anillo de compromiso. ¿Cuándo te parece bien que nos casemos? —Estaba previsto que Hope tuviera al bebé en noviembre, y ella quería que se casaran antes, aunque solo fuera porque su hijo naciera dentro del matrimonio. De todos modos, no le apetecía demorarlo. Los dos estaban muy seguros de sus sentimientos.
—Tal vez deberíamos esperar a que se lo hayas contado a Michael antes de planearlo más en serio —dijo Hope pensando en el hijo de Finn, quien no deseaba que se sintiera al margen—. A lo mejor podemos casarnos el próximo verano en Cabo Cod. —A ella le habría hecho mucha ilusión.
—Prefiero que nos casemos aquí —repuso Finn con sinceridad—. No sé por qué me parece más formal. Claro que puede ser en verano, cuando venga Michael. Siempre pasa unos días aquí, aunque no muchos.
—Antes de que se lo digamos, tendrás que presentármelo —observó Hope con buen criterio, y los dos convinieron en que no querían comunicárselo por teléfono. Michael no sabía nada de Hope, y sería raro llamarlo para decirle que su padre iba a casarse con una extraña y que iban a tener un bebé. Eran demasiadas novedades para digerirlas de golpe. Hope quería darle tiempo para que la conociera y se hiciera a la idea. Ella, por su parte, tendría que explicárselo a Paul, y sabía que de entrada sería un duro golpe para él enterarse de que salía con otro hombre y que iba a tener un hijo suyo. Necesitaban tiempo para que las personas de su entorno asimilaran sus planes. El verano, o incluso el otoño, le parecía una fecha lo bastante cercana. Así también ellos dispondrían de tiempo para organizarse. Les habían ocurrido muchas cosas en muy pocos meses; habían empezado a salir juntos, iban a tener un hijo y ahora estaban pensando en casarse. Era todo tan trepidante que Hope sentía que le faltaba el aire. En cuestión de cuatro meses su vida había cambiado por completo. Un hombre, un hijo, una casa. Pero Finn le parecía maravilloso y estaba segura de lo que hacía.
Una vez completada la compra, Hope descubrió que tenía más trabajo que nunca. Ya era bien entrado abril, y decidió retrasar los trabajos que tenía previstos para mayo en Nueva York; no quería coger ningún avión hasta haber cumplido el primer trimestre, para cuando disminuyese el riesgo de perder al bebé. Le pidió a Mark que retrasara todos los compromisos hasta mediados de junio sin explicarle el motivo, aunque se había enterado de lo de la compra de la casa por el banco.
—Así que has comprado una casa en Irlanda —dijo con interés—. Tendré que ir a ver qué te llevas entre manos por allí. ¿Qué tal te va todo con Finn?
—Perfectamente —respondió ella, exultante—. No había sido tan feliz en toda mi vida. —Él se lo notaba en la voz, y se alegraba por ella. Lo cierto era que había atravesado momentos muy difíciles y se merecía que por fin le sonriera la suerte.
—Nos veremos en junio. Me encargaré de solucionarlo todo, no te preocupes por eso. Tú diviértete en tu castillo, o lo que sea. —Ella le describió un poco la casa y a él le encantó oír su voz alegre y emocionada. Hacía años que no la oía tan bien.
Durante los dos meses siguientes, Finn y Hope no pararon ni un instante. Hope contrató a un albañil y empezaron las reparaciones que tanta falta hacían en la casa. Tenían que construir un nuevo tejado; valía la pena hacerlo aunque costase una fortuna. Colocaron burlete en las ventanas por las que llevaba cincuenta años filtrándose el agua. Retiraron toda la madera podrida y Hope se encargó de que pintaran la casa por dentro mientras ellos pasaban el verano en Cabo Cod. Entretanto iba adquiriendo piezas antiguas en tiendas y subastas para amueblar la casa tal como merecía. Y cada vez que Finn se fijaba en ella la veía cargando con algún paquete, arrastrando una caja, trepando por la escalera de mano o retirando el revestimiento de alguna pared. Guardó todos los libros de la biblioteca en cajas para que pudieran reparar la estantería. No paraba nunca, y más de una vez Finn tuvo que cantarle las cuarenta y recordarle que estaba embarazada. Ella se comportaba igual que durante el embarazo de Mimi, y Finn le insistía en que ya no tenía veintidós años. A veces Hope era consciente de que debía andarse con cuidado, pero el resto del tiempo se reía de él y le decía que no estaba enferma. Nunca se había sentido más sana ni feliz en su vida. Era como si estuviera recibiendo la compensación por todo lo que había sufrido en el pasado. Estaba convencida de que Finn era una bendición de Dios, y no paraba de repetírselo.
Una tarde trabajó con especial ahínco para embalar la vajilla y que así pudieran pintar el interior de las vitrinas, y luego se quejó de dolor de espalda. Llenó la bañera de agua caliente y una vez dentro se sintió mejor, pero dijo que aun así le dolía mucho, por lo que Finn volvió a leerle la cartilla, pero luego sintió lástima y le dio un masaje.
—Eres tonta —la riñó—. Al final tendrás algún problema y todo será por tu culpa, y te advierto que me voy a enfadar mucho. Trabajas como una mula y te estás jugando a nuestro hijo con tanto meneo. —Pero Finn también estaba emocionado de ver que ponía tanto empeño en su casa y que lo hacía por él. Quería dejarla bonita para que estuviera orgulloso. Lo hacía por amor a Finn, y también tendría un hijo por él.
Esa noche a Hope le costó dormir, y al día siguiente se quedó toda la mañana en cama. Se quejaba de que seguía doliéndole la espalda y él se ofreció a avisar a un médico, pero ella dijo que no hacía falta. Él le dio crédito, aunque no tenía buen aspecto. La encontraba pálida y era evidente que sufría dolores. Al cabo de una hora fue a ver qué tal estaba y la encontró en el cuarto de baño con un charco de sangre en el suelo. Ella lo miró, pero apenas era capaz de sostenerse a cuatro patas. Al verla así, a Finn le entró pánico y corrió hacia el teléfono. Llamó a urgencias y le suplicó a la telefonista que se dieran prisa, y luego regresó al cuarto de baño donde estaba Hope. Cuando llegaron los médicos, Finn la sostenía entre sus brazos y tenía los vaqueros empapados de sangre. Había perdido al bebé y estaba sufriendo una hemorragia; perdió el conocimiento cuando la levantaron para colocarla en la camilla y llevarla a la ambulancia. Finn salió corriendo tras ellos. No paraba de rezar para que sobreviviera, y cuando al cabo de varias horas y después de que le hubieran vaciado el útero hubo pasado el peligro, vio que Finn la miraba con aire sombrío. Ella le tendió la mano, pero él se levantó de la silla y se dio media vuelta. Hope se echó a llorar. Él estuvo un rato frente a la ventana y luego se volvió a mirarla. Se le veía enfadado y triste a la vez, y también tenía los ojos arrasados de lágrimas. Pensaba más en su propia pérdida que en la de ella.
—Has matado a nuestro hijo —soltó con brutalidad, y ella estalló en un sollozo y volvió a tenderle la mano, pero él no se acercó. Hope intentó incorporarse, pero estaba demasiado débil. Habían tenido que hacerle dos transfusiones para reponer la sangre que había perdido.
—Lo siento —consiguió balbucir entre sollozos.
—Con tanto ir y venir tontamente, mira lo que has conseguido. Habías logrado superar los tres primeros meses y ahora lo has enviado todo al carajo. —No dijo nada para consolarla ni tranquilizarla, y Hope estaba completamente abatida cuando volvió a arremeter contra ella—. Nos has hecho una buena faena al bebé y a mí. Te has cargado a un niño sano, Hope. —No se le ocurrió pensar que tal vez el niño no estuviera tan sano puesto que no había sobrevivido más tiempo, pero tampoco había forma de saberlo seguro, y lo último que necesitaba Hope era ponerse a discutir—. ¿Cómo has podido ser tan egoísta y estúpida? —Ella seguía sollozando mientras aguantaba el chaparrón, y al cabo de unos instantes él se marchó enfurecido. Ella se quedó tumbada en la cama, desconsolada, pensando en todas las acusaciones de Finn, hasta que al fin la enfermera, al verla gritar cosas incoherentes, le inyectó un tranquilizante. Cuando se despertó al cabo de varias horas, Finn volvía a estar sentado a su lado. Seguía teniendo la expresión adusta, pero le había cogido la mano—. Siento todo lo que te he dicho —se disculpó con brusquedad—. Es que estaba muy disgustado, tenía muchas ganas de tener ese hijo. —Ella asintió y se echó a llorar de nuevo, y esa vez él la estrechó entre sus brazos y la consoló—. No pasa nada —dijo—, ya tendremos otro. —Ella asintió y se limitó a permanecer sollozando entre sus brazos—. Aunque a veces me comporte como un estúpido, te quiero, Hope. —Y cuando dijo eso, también a él, como a ella, le rodaron las lágrimas por las mejillas.