Hope regresó a Irlanda al cabo de tres semanas de haberse marchado, tal como había prometido. Finn estaba esperándola en el aeropuerto, y en cuanto se encontraron la levantó en brazos. Estuvieron hablando del bebé durante todo el trayecto hasta su casa, y al llegar y verla, Hope tuvo la sensación de que ese era su hogar. Esa vez pensaba quedarse un mes entero como mínimo, tal vez un poco más. No tenía ningún compromiso en Nueva York hasta mayo, y para entonces ya estaría embarazada de diez semanas, así que era un momento delicado para viajar. Finn quería que aplazara todos los encargos y ella le dijo que tal vez lo hiciese. Antes de dejar Nueva York había ido a ver a su ginecóloga, y, según ella, todo marchaba bien. Sus niveles de HCG eran correctos y todo progresaba adecuadamente. Aún era demasiado pronto para saber gran cosa, así que le recomendó que volviera en cuanto regresara del viaje. También le aconsejó que los primeros tres meses se tomara las cosas con calma. A su edad había un elevado riesgo de aborto, por lo que le advirtió que no hiciera ningún esfuerzo grande. Las relaciones sexuales, sin embargo, no constituían problema alguno. Hope sabía que a Finn le aliviaría oír eso, aunque deseaba tanto tener ese hijo que incluso habría estado dispuesto a renunciar a su vida sexual; de hecho, llegó a preguntarle si debían hacerlo, y se había alegrado mucho al saber que no había problema. El sexo jugaba un papel importante en su relación. Él quería hacer el amor todo el tiempo; como mínimo una vez al día y a menudo más. Hope jamás había tenido una vida sexual tan activa.
En cuanto entró en Blaxton House descubrió que Finn había dispuesto flores por todas partes. El lugar estaba inmaculado y a Winfred y a Katherine les hizo mucha ilusión volver a verla por allí. Empezaba a sentirse como en casa. Y cuando subió al estudio de Finn vio que había estado trabajando mucho en la nueva novela. Por todo el escritorio se extendían montones de folios y documentación sobre los temas que estaba investigando. En cuanto entró en el dormitorio, él volvió a levantarla en brazos y la besó. Hope se sumergió en la bañera llena de agua caliente y él se bañó con ella, tal como hacía siempre. Era raro que le permitiera bañarse sola, decía que le agradaba demasiado su compañía y que en el agua estaba muy sexy. Y, como siempre, acabaron en la cama haciendo el amor, y él se mostró muy tierno. Estaba impresionado por el bebé que habían concebido y el milagro que iban a compartir. Decía que era su mayor sueño.
Katherine les sirvió la comida en sendas bandejas, y después salieron a dar un largo paseo por los montes Wicklow. Por la noche disfrutaron de una cena tranquila, y al día siguiente ella reemprendió el trabajo en la casa. Los muebles que habían enviado a restaurar ya estaban listos y tenían un aspecto magnífico, y todas las piezas tapizadas con la tela comprada en Dublín volvían a ocupar sus lugares originales en las diversas habitaciones. La casa ya se veía más luminosa, más limpia y más alegre, y la carpintería relucía en las zonas que Hope había pulido antes de marcharse. Se le habían ocurrido más ideas para decorar la casa y se las contó a Finn, pero él solo quería hablar del bebé. Decía que los uniría para siempre, y cada vez que lo mencionaba le brillaban los ojos. No cabía duda de que era el sueño de su vida, y poco a poco se estaba convirtiendo también en el de Hope, aunque todavía tenía que acabar de hacerse a la idea. Había transcurrido mucho tiempo desde su anterior embarazo, y ese estado le traía muchos recuerdos agradables. En secreto, deseaba que fuera una niña, y Finn también. Decía que quería tener una hija que fuera igual que Hope. Los cambios que estaban viviendo, y los que ella empezaría a experimentar pronto, requerían un importante esfuerzo de asimilación. Una y otra vez, al mirar a Finn, Hope tenía que recordarse a sí misma que aquello estaba ocurriendo de verdad, que era real.
Dos días después de regresar a Irlanda estaba examinando un bello escritorio antiguo de la biblioteca, tratando de decidir si valía la pena enviarlo a restaurar o era mejor que lo puliera ella misma, cuando abrió un cajón y en el fondo encontró la fotografía de una chica extremadamente bella posando junto a Finn. En la imagen ambos eran muy jóvenes. Él le pasaba el brazo por los hombros y se le veía tan enamorado que Hope supuso que la chica era la madre de Michael, puesto que nunca había visto ninguna foto suya. En otro cajón del escritorio encontró varias fotos más. No sabía si contárselo a Finn o no, pero sentía curiosidad. Estaba observando con detenimiento una de las imágenes cuando él entró en la biblioteca.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó sonriéndole—. Te he estado buscando por todas partes. ¿Qué diabluras te traes entre manos? —quiso saber; y, al acercarse, vio que sostenía la foto. Se la quitó de las manos, la miró fijamente y sus ojos se entristecieron al instante. Hope nunca lo había visto ponerse así hablando de su difunta esposa, y se sorprendió.
—¿Es la madre de Michael? —preguntó en voz baja, y Finn negó con la cabeza mientras dejaba la fotografía en el escritorio y miraba a Hope.
—No, no es ella. Es una chica con la que salí hace mucho tiempo. Yo tenía veintidós años y ella, veintiuno. —Costaba creerlo, pero a juzgar por la imagen medio desvaída, Finn era entonces aún más atractivo. Desde la fotografía situada sobre el escritorio sonreía una pareja joven y bella.
—Es muy guapa —dijo Hope sin alterarse. A diferencia de Finn, ella no sentía celos, y menos de una chica con la que había salido veinticuatro años atrás.
—Lo era —repuso él volviendo a mirar la imagen. La chica tenía una melena rubia y lisa—. Se llamaba Audra. Murió dos semanas después de que nos hiciéramos esa foto. —Hope se demudó al oírle decir eso. Se la veía tan joven y llena de vida… Por fuerza tenía que haber ocurrido algún accidente.
—Qué horror. ¿Qué pasó? —Volvió a acordarse de Mimi. Era muy injusto que la gente muriera cuando aún era joven y no había tenido la oportunidad de vivir la vida. Esas personas no llegarían a casarse nunca, no tendrían hijos, ni envejecerían, ni serían abuelos, ni podrían experimentar las cosas buenas o malas que les sucedían a los demás.
—Se suicidó —confesó Finn con la cara desencajada—. Fue culpa mía. Tuvimos una discusión tremenda, por un motivo muy tonto en realidad. Yo estaba celoso. La acusé de haberse acostado con mi mejor amigo y le dije que no quería volver a verla nunca más. Ella me juró que no había ocurrido nada entre ellos, pero yo no la creí. Después mi amigo me contó que había quedado con ella para ayudarle a comprar un regalo de cumpleaños para mí. Me dijo que estaba locamente enamorada de mí, y yo estaba igual de loco por ella. Pero al pensar que me había engañado me enfadé tanto que le dije que todo había terminado, y me fui. Ella me suplicó que no me marchara. Más tarde su hermana me contó que estaba embarazada. Se había encariñado mucho conmigo y estaba especialmente sensible. Pensaba explicármelo después de mi cumpleaños, pero tenía miedo de mi reacción. Y, para serte sincero, no sé cómo me lo habría tomado. Ella quería que nos casáramos, pero yo no lo tenía claro. La cuestión es que tuvimos una trifulca tremenda y yo la planté y le dije que no quería volver a saber nada de ella porque estaba convencido de que me había engañado. Cuatro horas más tarde fui a verla para disculparme. Su familia se había marchado de viaje unos días. Estuve rato y rato llamando al timbre, pero no contestaba, así que me marché a casa. Al día siguiente me telefoneó su hermana. Audra se había cortado las venas, y me había dejado una carta. Entonces fue cuando su hermana me contó lo del bebé. Pasé una temporada fatal. Creo que por eso me casé con la madre de Michael cuando me dijo que estaba embarazada, aunque no la amaba. No quería que volviera a ocurrir otra vez lo mismo. Desde entonces, llevo cargando con ese peso en la conciencia.
Mientras se lo explicaba, Hope alargó la mano para acariciarlo y volvió a coger la fotografía. Costaba creer que aquella joven tan guapa había muerto tan solo unos días después. Era una historia tremenda, y había que reconocer que él no se había comportado de un modo muy responsable. Claro que era muy joven, y también era cierto que a veces la gente hacía cosas sin ton ni son tuviera la edad que tuviese; no siempre se era consciente de hasta qué punto alguien podía estar desesperado ni de lo intensos que podían ser sus miedos o sus sentimientos.
—Su hermana me dijo que su padre la habría matado al enterarse de que estaba embarazada, sobre todo si yo no me casaba con ella —prosiguió Finn—. Era un ser despreciable que se emborrachaba y trataba fatal a sus hijas. Su madre había muerto, así que Audra no tenía a nadie a quien acudir ni en quien refugiarse aparte de mí. Y yo la abandoné. Ella creyó que todo había acabado porque yo se lo aseguré, y por eso se mató. —Se le veía muy arrepentido; era obvio que le remordía la conciencia desde entonces.
—Lo siento mucho —dijo Hope en voz baja.
—Su hermana murió en un extraño accidente de barco poco después. Salí un tiempo con ella porque me recordaba mucho a Audra, pero eso hizo que nos sintiéramos aún peor. Fue una época de mi vida muy triste —explicó con un suspiro, y apartó las fotografías. Había sido completamente sincero—. Es una mierda tener que cargar con un peso así en la conciencia. No sé por qué fui tan cabrón, supongo que porque era joven y estúpido y me lo tenía muy creído, pero eso no es ninguna excusa. En realidad no tenía intención de dejarla, solo estaba cabreado y pretendía darle una lección por querer ligarse a mi amigo. Pero, en vez de eso, fue ella quien me dio una lección que no he olvidado y no olvidaré jamás. —Cuando lo dijo, Hope no pudo evitar pensar en las veces que se había mostrado celoso con ella y que le había hecho preguntas sobre las personas a quienes retrataba, sobre su exmarido, su representante, el camarero del restaurante de Cabo Cod y los dos hombres del pub de Blessington. Seguía siendo posesivo, pero últimamente se controlaba más. Y con Hope no tenía motivos para serlo; aunque, al parecer, con Audra tampoco. La historia era horrorosa, y Hope se sintió muy apenada por Finn. Veía en sus ojos lo culpable que seguía sintiéndose al cabo de tantos años.
—A lo mejor tenía problemas emocionales y tú no lo sabías —apuntó Hope tratando de consolarlo—. Las personas normales no hacen cosas así, no se suicidan por muy desesperadas que estén. —No podía imaginarse a Mimi haciendo algo así, ni a sí misma a esa edad. Pero, fuera cual fuese el motivo, la cuestión era que la chica de la foto estaba muerta.
—A veces las jovencitas sí que hacen cosas así —repuso Finn—, e incluso no tan jovencitas. Nunca he estado del todo seguro de que la madre de Michael no muriera por algo parecido. Era alcohólica, y nuestra vida en pareja era un desastre. Sabía que no la amaba, y creo que ella tampoco me amaba a mí. Era una mujer muy infeliz. Estábamos atrapados en un matrimonio sin amor y nos odiábamos el uno al otro. Yo no quería divorciarme por Michael, pero tendría que haberlo hecho. A veces no merece la pena aguantar —dijo con aire sombrío, y entonces miró a Hope y le sonrió. Y, por un instante, a Hope se le pasó por la cabeza la idea absolutamente descabellada de que, en el fondo, Finn estaba orgulloso de que aquellas mujeres hubieran muerto por él. Al pensarlo, se le pusieron los pelos de punta. Y entonces, como para confirmar su idea, él la miró de forma extraña y le formuló una pregunta peculiar—: ¿Tú serías capaz de suicidarte, Hope? —Ella negó con la cabeza despacio, pero fue sincera con él.
—Cuando murió Mimi se me pasó por la cabeza. Más de una vez. Y también cuando Paul me dejó. Pero no fui capaz de hacerlo. Por muy mal que me sintiera y muy desesperada que estuviera, no me cabía en la cabeza hacer una cosa así. En vez de eso, me marché a la India y traté de recuperarme; le encontraba más sentido. —Claro que Hope era, en general, una persona sana y tenía los pies en el suelo. Además, cuando le sucedió aquello era bastante más mayor, ya había cumplido los cuarenta. En cambio, las otras dos personas eran jóvenes, y a esa edad las mujeres tendían a dramatizar más, lo vivían todo con mucha intensidad y llevaban las cosas al extremo. Aunque, de todos modos, no concebía que Mimi hubiera sido capaz de hacer una cosa así, ni por una relación rota ni por cualquier otro motivo. No cabía duda de que aquellas mujeres estaban traumatizadas y se encontraban en situaciones muy desesperadas; la una se había quedado embarazada sin estar casada y tenía un padre alcohólico al que enfrentarse y un novio que creía que la había abandonado, y la otra estaba atrapada en un matrimonio sin amor con un hijo que no deseaba y un marido a quien, según Finn, odiaba. Resultaba duro pararse a pensarlo. Pero Finn se limitó a salir de la biblioteca y subir a su estudio para seguir trabajando en el libro.
Hope guardó las fotografías en el cajón del escritorio y decidió no restaurarlo. Después fue a dar un paseo sola y estuvo pensando en Finn. Había tenido unas relaciones muy turbulentas y dolorosas con las mujeres, y llevaba más de veinte años cargando con el peso de la muerte de una joven. Debía de ser muy duro vivir con todo eso a cuestas. Entonces pensó en lo rara que era la pregunta que le había hecho. A lo mejor solo quería asegurarse de que, ocurriera lo que ocurriese, no tendría que volver a afrontar una cosa así. Con Hope podía estar tranquilo; no había peligro de que se suicidara. Si la muerte de su hija no había acabado con ella, seguro que nada lo haría. En aquel momento también había tenido miedo de perder a Paul; y sabía que un día lo perdería. Solo esperaba, por el bien de ambos, que ese día tardara mucho, mucho tiempo en llegar.
Mientras caminaba pensaba con tristeza en la muerte y entonces se acordó del bebé que llevaba en su seno. El niño que Finn y ella habían concebido era una afirmación de la vida y de la esperanza, un antídoto contra todas las tragedias que a ambos les había tocado soportar. Nunca en toda su vida había sido tan consciente de la maravilla que eso suponía, y de pronto comprendió lo que pretendía Finn; se aferraba a la vida para ahuyentar los fantasmas de la muerte que llevaban persiguiéndolo durante años. Resultaba conmovedor, y Hope sintió que lo amaba más que nunca. Pensó en Audra y, aun sin conocerla, lloró su muerte en silencio. Hope estaba conmovida por la sinceridad con que Finn había reconocido su parte de culpa en la tragedia. No había hecho el mínimo intento de negarlo ni ocultarlo, lo cual decía mucho a su favor. Y Hope se arrepintió del fugaz pensamiento de que, en cierto modo, Finn se enorgullecía de que aquellas mujeres lo amaran tanto como para suicidarse por él. Estaba segura de que no era cierto y sentía habérselo siquiera planteado. Había sido una idea disparatada, pero, por un instante, algo en su mirada y la pregunta que le había formulado justo después la habían llevado a pensarlo. Se alegraba de no habérselo dicho. Le habría dolido que sospechara una cosa así de él, y con razón.
Cuando regresó a la casa se sentía mejor y decidió vaciar dos armarios que estaban llenos de ajuares antiguos saturados de polvo. Estaba en lo alto de una escalera de mano, estornudando sin cesar, cuando Finn la buscó a última hora de la tarde. No le costó nada encontrarla a causa de los estornudos, y lo primero que hizo fue llamarle la atención.
—¿Qué estás haciendo subida a la escalera? —preguntó con una mueca de desaprobación mientras ella lo miraba sonándose la nariz por enésima vez.
—Tirar toda esta porquería. —Estante por estante, iba retirando las ropas amarillentas y las arrojaba al suelo, y cada vez levantaba una nube de polvo que la hacía volver a estornudar—. Estos trapos deben de llevar aquí por lo menos cien años. Están roñosísimos.
—Y tú estás atontada —contestó él enfadado—. Baja de ahí ahora mismo. Si quieres, ya lo haré yo, pero si te caes matarás al bebé. —Ella se quedó mirándolo, y al cabo de un momento sonrió, emocionada de que se preocupara tanto.
—No voy a caerme, Finn. La escalera está en perfectas condiciones. La hemos encontrado en el establo. —Era la única lo bastante alta para poder llegar a los últimos estantes de los armarios porque los techos eran muy altos. Pero Finn hablaba en serio y sujetó la escalera mientras ella bajaba poco convencida—. No soy ninguna inválida, por el amor de Dios, y aún estoy al principio del embarazo. —Bajó la voz para que no la oyeran, aunque tanto Winfred como Katherine estaban tan sordos que era poco probable que captaran nada, y en la casa no había nadie más.
—Me da igual. Ahora tienes que ser responsable por los tres. No hagas estupideces —recalcó, y se subió a la escalera en su lugar. En menos de un minuto estaba estornudando también, y los dos se echaron a reír, lo cual era un alivio después de las cosas tan tétricas que habían salido a la luz ese día. Hope seguía teniendo en mente la lamentable historia de Audra, pero no volvió a mencionársela a Finn. Ahora ya sabía lo doloroso que le resultaba su recuerdo, y lo compadecía—. ¿Por qué no lo tiramos todo y punto? —preguntó él contemplando las prendas amarillentas amontonadas en el suelo. La mayoría eran manteles que nadie había usado en muchos años y el resto eran sábanas para camas de medidas que ya no existían.
—Sí, pero antes como mínimo tenemos que sacarlo del armario, no podemos dejarlo ahí por los siglos de los siglos. —Hope actuaba como si fuera la señora de la casa, y Finn estaba encantado.
—Menuda amita de casa estás hecha —la provocó, y le sonrió desde lo alto de la escalera—. No veo el momento de que tengamos al bebé rondando por aquí, entonces sí que parecerá un auténtico hogar. Hasta que tú viniste, Hope, esto no era más que una casa.
Ella le había infundido su vida y su espíritu tan solo limpiando y cambiando las cosas de sitio, y los muebles que había restaurado estaban preciosos, aunque aún quedaba muchísimo trabajo por hacer. La casa estaba prácticamente vacía y costaría una fortuna amueblarla entera. Hope no quería pasarse de la raya, así que intentaba hacer cuanto podía por salvar lo que había y solo añadió unos cuantos objetos que ofreció como regalo a Finn. Él le estaba profundamente agradecido por todo lo que hacía. Y el resultado era positivo, aunque no cabía duda de que costaría muchos años devolver a la casa su buen estado original, y probablemente más dinero del que Finn ganaría en toda su vida. Pero al menos se estaba ocupando de lo que había sido el hogar de la familia de su madre, y Hope sabía lo mucho que eso significaba para él.
Adoraba esa casa casi tanto como la adoraba a ella. Allí había hallado sus orígenes y los había recuperado. Era un paso muy importante para él. Se sentía como si hubiera pasado toda la vida esperando ese momento, y a menudo se lo decía a Hope. Sabía que, si su madre viviera, se habría sentido orgullosa. Y Hope estaba encantada de compartir la experiencia con Finn. Sus esfuerzos por mejorar el estado de la casa y devolverle su esplendor original eran un gesto de amor hacia él.
Finn pasó varias semanas más trabajando en el libro y Hope se dedicó a tomar fotografías. A veces hacía discretos retratos en el pub, la mayoría de personas de edad, y a nadie parecía importarle. En general, la gente se sentía halagada. Por las tardes, cuando Finn dejaba de escribir, salían a dar largos y tranquilos paseos por las montañas. Él le contó cosas de su trabajo y de cómo estaba evolucionando la novela. Ella prestaba mucha atención a todo lo que le decía y estaba fascinada por su forma de trabajar, igual que le sucedía a él con ella. Ya antes de conocerla le encantaban sus fotografías, y la nueva serie de retratos de personas mayores en pubs le gustaba especialmente. Tenían unos rostros fascinantes y unos ojos muy expresivos, y, vistos a través de la lente de Hope, reflejaban toda la ternura y el patetismo del alma humana. Respetaban mucho su trabajo mutuo. Nadie se había interesado nunca tanto por las obras de Hope, y a Finn le ocurría lo mismo.
Hablaron del bebé, aunque a ella no le apetecía ahondar en el tema. No quería formarse demasiadas expectativas ahora que había conseguido acostumbrarse a la idea. Los primeros tres meses siempre eran inciertos, y a su edad aún más. Cuando pasara ese período, daría rienda suelta a sus emociones y se atrevería a celebrarlo. Pero hasta entonces, aunque estaba esperanzada y emocionada, prefería esforzarse por conservar la calma y ser realista; y albergaba ciertas reservas. Finn, en cambio, ya había puesto toda el alma en ello, y por eso hacía tiempo que Hope lo había perdonado por la espantosa tarde que le había hecho pasar en la consulta de la especialista de Londres e incluso por emborracharla y dejarla embarazada esa misma tarde. El resultado de todo ello era demasiado goloso para resistirse, y Hope amaba a Finn más que nunca, sobre todo ahora que tenían un vínculo tan especial. Se sentía relajada, feliz y muy, muy enamorada.
Habían empezado a hablar de la posibilidad de casarse, y a los dos les encantaba la idea. Hope quería pasar con él el resto de su vida, y él deseaba exactamente lo mismo. Y los planes de boda a corto plazo aún hacían que Hope sintiera más suya la casa.
Un día estaba vaciando los cajones bajos del comedor en su incesante esfuerzo por despojar al caserón de los trastos viejos y sin interés, cuando dio con un documento que alguien había dejado en el interior de uno de ellos. Parecía bastante nuevo. Se disponía a guardarlo en el escritorio de Finn cuando reparó en lo que era. Se trataba del contrato de alquiler de Blaxton House por seis años que Finn había firmado hacía dos. Al leerlo comprendió que lo que había hecho con la casa era alquilarla, no comprarla. Se quedó de una pieza. Él le había dicho que la casa era suya.
Pensó en volver a dejar el contrato en el cajón y no mencionarlo; en realidad, no era asunto suyo. Pero estuvo dándole vueltas toda la tarde. No se trataba solo de que le hubiera mentido; sobre todo, lo que le extrañaba era que le hubiera dicho que la casa era de su propiedad cuando en realidad solo la había alquilado. Al final no pudo soportarlo más y decidió aclarar las cosas con él. Le parecía una cuestión lo bastante seria. La sinceridad era uno de los pilares de la relación que estaban construyendo y que los dos querían que durara muchos años; toda la vida, a ser posible. Así que Hope no estaba dispuesta a que hubiera secretos entre ellos. Ella no los tenía con él.
Esperó a la hora de la cena para preguntarle por el tema. Estaban tomándose los sándwiches y la sopa que Katherine les servía todas las noches. A mediodía siempre les preparaba un menú caliente con mucha carne y verduras, y patatas a la irlandesa, y Finn lo disfrutaba pero Hope no probaba bocado. Ella prefería las comidas más ligeras. Estaba contenta de encontrarse bien a medida que avanzaba el embarazo. Comía más de lo habitual y aun así no había notado ni una sola náusea. Claro que con Mimi tampoco las había tenido. En los veintitrés años transcurridos desde su anterior embarazo nada había cambiado; se sentía más sana que nunca y eso se traslucía en su aspecto. Toda la frescura de la juventud y la futura maternidad se reflejaban en sus ojos y en sus mejillas a pesar de la edad. De hecho, se la veía más joven que nunca.
Abordó la cuestión con delicadeza cuando estaban terminando de cenar. No sabía muy bien cómo decírselo, y no quería violentarlo ni que sintiera que lo ponía en evidencia por lo que había descubierto. Al final, decidió ir al grano.
—He encontrado una cosa en uno de los cajones del comedor —anunció mientras doblaba la servilleta, y Finn dio un gran trago de vino. Siempre bebía más por las noches cuando estaba escribiendo un libro. Lo ayudaba a relajarse después de haberse pasado todo el día concentrado en el argumento. Hope se daba cuenta de que era un trabajo agotador.
—¿Y qué es? —preguntó con aire distraído. Ese día había estado escribiendo un capítulo especialmente difícil.
—El contrato de alquiler de esta casa —se limitó a responder Hope mirándolo a los ojos para observar cómo reaccionaba. Él tardó un minuto en hacerlo, y acabó apartando la mirada.
—Vaya —respondió al fin, y la miró de nuevo a los ojos—. Me daba vergüenza reconocer que no soy el propietario. La verdad es que me siento como si lo fuera, pero no puedo permitirme comprarla, así que me ofrecieron alquilarla. Mi esperanza es ser capaz de reunir el dinero durante los seis años que dura el contrato, pero de momento algo es algo. Siento no haberte contado la verdad, Hope. Es humillante reconocer que no puedes comprar la casa de tu propia familia, pero de momento me es imposible, y tal vez no lo logre nunca. —Se le veía incómodo al contarlo, pero no por haberle mentido. En realidad, no lo había hecho, o no del todo. Hope se dijo que Finn no tenía por qué darle explicaciones, ni sobre la casa ni sobre su situación económica, aunque era el padre de su hijo y el hombre a quien amaba. Con todo, de momento no la mantenía, y era posible que nunca tuviera que hacerlo. Ella no necesitaba ese tipo de ayuda por su parte. Llevaba pensándolo toda la tarde desde que dio con el contrato. Lo único que le preocupaba de verdad era que estaban gastándose el dinero, por lo menos el de ella, en una casa que pertenecía a otra persona, y eso no le parecía sensato. Le chocaba un poco que Finn se lo hubiera permitido, pero lo cierto era que él sentía pasión por Blaxton House, fuera suya o no. La casa había pertenecido a sus antepasados y debería ser el legítimo heredero, aunque de momento solo la tuviera alquilada.
—No tienes por qué darme explicaciones, Finn —repuso ella en voz baja—. No pretendía ponerte entre la espada y la pared, pero sentía curiosidad. En realidad, no es asunto mío. —Él la miraba fijamente, era obvio que se sentía incómodo—. Quiero proponerte una cosa. Yo tengo mucho dinero gracias a Paul, y no tengo hijos… —Sonrió y posó la mano sobre la de él con suavidad—… de momento, aunque eso está a punto de cambiar. Paul fue muy generoso conmigo y me ayudó a hacer algunas inversiones muy acertadas que siguen dándome beneficios.
Hope no se planteaba ocultarle a Finn cuál era su situación económica, no tenía motivos para hacerlo. Era obvio que no estaba con ella por su dinero, y ella lo amaba. Se amaban el uno al otro y respetaban mucho el vínculo y la confianza que los unían; y más ahora, con el bebé. Finn le merecía a Hope todo el crédito del mundo, y estaba convencida de que no se equivocaba. Era una persona bondadosa e íntegra, aunque no dispusiera de mucho dinero. Eso a ella le daba igual. Paul tampoco era precisamente rico cuando se casaron, Hope no era ninguna cazafortunas. Lo que más valoraba era el amor que se tenían.
—Lo que quiero proponerte es comprar yo la casa. Si te sientes violento, puedes pagarme un alquiler, aunque en mi opinión no tienes por qué hacerlo. También puedes aportar una cantidad simbólica para que te parezca un trato legal, como un dólar al mes, o cien al año. A mí me da completamente igual. Podemos preguntar a los abogados cómo debe hacerse. Cuando nos casemos te la ofreceré como regalo, o te incluiré como heredero en mi testamento. Y si no nos casamos y no seguimos juntos, lo cual me pondría muy triste… —En ese momento Hope le sonrió; tal como les estaban yendo las cosas, los dos sabían que no corrían ese riesgo—… podemos hacer un trato para que me devuelvas el dinero dentro de treinta años, o cincuenta si de mí depende. La cuestión es que no pienso arrebatarte la casa; debería ser tuya, y yo estaré más tranquila sabiendo que te pertenece, o que pertenece a alguien que te ama y que no va a cambiar de opinión y rescindir el contrato. Esta es tu casa, Finn. Ha pertenecido a tu familia durante cientos de años. Si estás de acuerdo, a mí me parece bien comprarla y conservarla para ti y para nuestros hijos. Y, para asegurarme de que todo está claro, si por algún motivo el bebé no llega a nacer, seguiré manteniendo mi palabra. Yo no necesito ese dinero. No sé cuánto piden por ella, pero creo que será una cantidad ínfima comparada con todo lo que Paul me traspasó. —Hope estaba siendo completamente sincera con Finn, y él la miraba anonadado. Era el gesto más bonito que jamás habían tenido con él, y encima Hope no le pedía nada a cambio. Lo hacía solo porque lo amaba.
—Dios mío, ¿cuánto dinero te dejó? —Finn no pudo evitar preguntárselo. Hope no estaba preocupada en absoluto por la compra de la casa ni por el dinero que iba a costarle. Y Finn se daba cuenta de que lo estaba haciendo por amor hacia él.
Hope no vaciló ni un instante al contestar. Era algo que no le habría contado absolutamente a nadie a excepción de Finn, a quien no solo se sentía capaz de confiar su fortuna, sino también su vida y la del bebé. De todos modos, ella no consideraba que aquel dinero fuera suyo. Era de Paul, y debería haberlo heredado Mimi. Ahora sería el bebé que llevaba en el vientre quien lo heredaría al cabo de los años; y, a fin de cuentas, Blaxton House debería formar parte de su patrimonio porque pertenecía a Finn. Tan solo estaba ayudándole a reunir la herencia que iría a parar al hijo de ambos. Y, en cualquier caso, era un gesto hacia él.
—Me dejó cincuenta millones de la venta de su empresa. Le quedaron doscientos netos después de la operación. Cuando él muera, recibiré cincuenta más, pero espero que eso tarde mucho en ocurrir. Además, todo está muy bien invertido; el año pasado gané una cantidad importante. Supongo que dinero llama dinero. Francamente, es más que excesivo para alguien con tan pocas necesidades como yo. La cuestión es que puedo permitirme comprar la casa —dijo sin rodeos—. Y me gustaría hacerlo por ti. ¿Sabes cuánto piden? —Hope no tenía ni idea de lo que podía costar una casa así en Irlanda.
En respuesta, Finn se echó a reír.
—Un millón de libras esterlinas; es un poco menos de dos millones de dólares. —La cifra era irrisoria en comparación con las cantidades de las que Hope estaba hablando, unas cantidades que a él le resultaban inconcebibles. Sabía que Hope tenía dinero; era evidente, y además le había explicado que Paul había sido muy generoso con ella. Pero no tenía ni idea de que fuera tantísimo dinero. Aquellas cifras superaban con creces sus expectativas más disparatadas—. Y seguramente podríamos conseguir una rebaja si pagamos en efectivo; una rebaja importante. La casa está en bastante mal estado, como ya sabes. Podríamos llegar a conseguirla por setecientas u ochocientas mil libras. Para el vendedor sería una cifra muy golosa, y para nosotros, una ganga. Equivaldría a un millón y medio de dólares. —Entonces la miró muy serio—. Hope, ¿estás segura? Solo llevamos juntos cuatro meses y esto supone hacerme un favor inmenso. —Lo que ella estaba proponiéndole era el mayor regalo que podrían hacerle en la vida; escapaba a todo lo imaginable.
—Me gustaría que la arregláramos juntos, y ayudarte en todo lo que haga falta. Es una lástima permitir que un sitio como este quede reducido a un puñado de escombros, sobre todo si la compramos.
—Deja que me lo piense —respondió él. Parecía desbordado. Se inclinó hacia delante y la besó; luego apuró la copa de vino, volvió a llenarla y la apuró de nuevo. Y entonces soltó otra carcajada—. Creo que esta noche no me queda más remedio que emborracharme. Todas esas riquezas son demasiado para el cuerpo. Ni siquiera sé qué decirte, excepto que te quiero y que eres una mujer extraordinaria.
Poco después los dos se fueron a la cama. Estaban cansados, a Finn lo abrumaban tantas emociones juntas y acabó perdiendo el mundo de vista a causa del vino. Ambos se despertaron en mitad de la noche. Había estallado una terrible tormenta y Finn se volvió hacia Hope en la oscuridad y levantó la cabeza apoyándose sobre un hombro.
—¿Hope?
—Sí. —Ella le sonrió. Estaba satisfecha del ofrecimiento que le había hecho. Le parecía lo más normal y era muy poco dinero comparado con todo lo que poseía. Además, así tendrían una casa magnífica.
—¿Puedo aceptar tu oferta ahora, o tengo que esperar a mañana? —Parecía un niño grandote en medio de la oscuridad, con los ojos haciéndole chiribitas de puro entusiasmo. Hope estaba dispuesta a hacerle el mayor regalo de su vida y tenía miedo de que lo pensara mejor y se retractara. Claro que si pensaba eso era porque no conocía bien a Hope. Ella era una mujer de palabra.
—Puedes aceptarla cuando te plaza —respondió ella posándole la mano en el cuello con suavidad mientras el viento aullaba en el exterior. Estaba lloviendo mucho. En Irlanda costaba que llegara la primavera, y a ella se le hacía raro, sobre todo sabiendo que ahora ese era su hogar; aunque también le encantaba. Además, estaba orgullosa de la casa solariega de Finn, de compartirla con él y esperaba que también con su hijo, o sus hijos. Tenían un magnífico futuro por delante.
—A lo mejor deberíamos esperar a ver si la casa se viene abajo esta noche. Hace un aire tremendo —observó Finn con gesto risueño.
—A mí me parece que resistirá —dijo ella aún sonriendo.
—Entonces quiero aceptar tu generoso ofrecimiento. Gracias por devolverme mi casa. Te prometo que cuando estemos casados y reúna el dinero suficiente te pagaré. Te la alquilaré por lo mismo que me cuesta ahora. Y te iré entregando el resto a plazos siempre que pueda. Seguramente tardaré bastante en cubrirlo todo, pero lo conseguiré.
—Puedes hacerlo como te venga en gana. Pero quiero que sepas que la casa es tuya y no podrán arrebatártela. De hecho, nadie debería hacerlo; tú eres el legítimo heredero.
Él asintió con lágrimas en los ojos, aunque estaba feliz. Hope volvía a inspirarle un respeto reverencial.
—Gracias. No sé qué más decir. Te amo, Hope.
—Yo también te amo, Finn.
Él apoyó la cabeza en su hombro y se dispuso a dormir, igual que un niño. Parecía sentirse a salvo y en paz, y ella permaneció tendida abrazándolo y acariciándole el pelo con suavidad. Y por fin también se quedó dormida mientras fuera seguía rugiendo la tormenta.