En Nueva York, Hope se mantuvo ocupada prácticamente todo el tiempo. Hizo un reportaje de moda para Vogue, realizó un retrato del gobernador y colaboró con una galería que estaba montando una exposición de obras suyas. Quedó para comer con Mark Webber y le contó que salía con Finn. Él se quedó anonadado y le recordó que ese hombre era un crápula. En Nueva York se le conocía bien por ello, pero eso Hope ya lo sabía. Aun así estaba segura de que a ella le sería fiel. Apenas la perdía de vista. Le explicó a Mark que Finn no paraba de hablarle de su teoría de la fusión de la pareja y que tenía celos de los otros hombres. Incluso se había molestado cuando quedó para comer con su representante. Esas eran las únicas cosas que le preocupaban de él. Nunca había salido con un hombre celoso, y Finn se mostraba muy posesivo. Ella seguía necesitando tiempo para estar sola. Trabajar en Nueva York le estaba sentando bien, la llenaba de energía y le hacía tener más ganas de volver a verlo. No quería que la relación la asfixiara al verse encadenada a Finn, tal como a él le habría gustado. El hecho de pasar unas semanas sola le sirvió para ver las cosas con mayor perspectiva y volver a sentirse independiente, lo cual le parecía importante. Daba la impresión de que Finn se sentía amenazado por todo aquel a quien Hope veía. Y cada vez que la llamaba le preguntaba cuándo pensaba volver. Ella no hacía más que recordarle que aún estaría fuera dos semanas, como si fuera una madre hablando con su hijo pequeño.
—Mantente alejada de los celosos —la previno Mark Webber—. A veces se pasan de la raya. Yo tuve una novia celosa y, cuando la dejé y le propuse a otra chica que fuera mi acompañante en el baile de la escuela, quiso atacarme con un cuchillo. Desde entonces, cada vez que alguien menciona los celos me acojono. —Hope se echó a reír al imaginar la situación.
—Me parece que Finn está bastante cuerdo. Pero en algunos sentidos es muy dependiente. No soporta que lo deje solo. Dentro de dos semanas volveré con él. —Hope llevaba en Nueva York una semana, y Finn se quejaba todos los días de su ausencia. Siempre que hablaban por teléfono se mostraba triste y desanimado.
—¿Crees que la cosa va en serio con él? —preguntó Mark con aire preocupado.
—Sí —respondió ella en voz baja. La cosa iba muy en serio. Pero no quería que Mark se inquietara por ella ni por su trabajo—. Aunque esté en Dublín, puedo venir siempre que tenga trabajo aquí —lo tranquilizó—. O volar a donde sea desde allí. No está tan lejos. Finn vive en una casa preciosa, más bien parece un castillo, aunque hace falta restaurarla.
Mark seguía sin poder dar crédito a lo que le estaba contando, pero se alegraba por ella.
—¿Se lo has explicado a Paul?
—Es demasiado pronto —respondió ella con aire pensativo. Pensaba hacerlo algún día, pero todavía no. No tenía ni idea de cómo reaccionaría, o de si le dolería. El día anterior había hablado con él. Había ido a Harvard para recibir tratamiento y no parecía encontrarse nada bien, pero le aseguró que no tenía de qué preocuparse. Ella se quedó triste y muy inquieta. Cada vez lo notaba más débil.
Cuando Mark y ella se separaron, Hope caminó un rato sin rumbo y luego regresó a su casa. Sabía perfectamente qué día era, y Finn también. Ya la había interrogado dos veces. Era el gran día, el primero en que la prueba indicaría si estaba embarazada o no. Respiró hondo y entró en el cuarto de baño con el test que Finn le había regalado. Estaba convencida de que todo iría bien, pero aun así se sentía asustada. Siguió las instrucciones del prospecto, dejó la prueba en la repisa del lavabo después de realizarla y salió del cuarto de baño. El resultado tardaba cinco minutos en aparecer, y se le hicieron eternos. Estuvo unos momentos asomada a la ventana y luego regresó al cuarto de baño con miedo a saber la verdad y sin parar de repetirse que no estaba embarazada. Le parecía muy tonto preocuparse por una cosa así a su edad. Hacía años que no se sentía de esa forma, desde poco antes de cumplir los treinta, cuando también temía haberse quedado embarazada. Paul no quería tener más de un hijo, y a ella le bastaba con Mimi. En aquella ocasión el resultado fue negativo, y Hope se sorprendió a sí misma al descubrir que en lugar de sentirse aliviada estaba disgustada. Nunca más volvió a suceder. Siempre obraban con prudencia, no se descuidaban ni se dejaban llevar por la pasión como le había ocurrido con Finn. Paul y ella habían tomado la decisión de tener a Mimi de forma conjunta y consciente; no fue un desliz en el suelo del cuarto de baño.
Se dirigió hacia la repisa del lavabo como si se estuviera acercando a una serpiente venenosa. Las instrucciones del test dejaban muy claro cómo debía interpretarse. Si aparecía una línea, no estabas embarazada; si aparecían dos, sí. Podía hacerlo cualquiera. Desde cierta distancia distinguió una línea, y resopló aliviada. Entonces se acercó y cogió el test solo para asegurarse, y ya estaba a punto de soltar un gritito de alegría ante el resultado negativo cuando se fijó mejor. Había otra línea. Dos líneas, aunque la segunda era más débil que la primera; pero, según las instrucciones, eso también indicaba un resultado positivo. Mierda.
Miró la prueba horrorizada, la dejó de nuevo en la repisa y volvió a cogerla. Seguía habiendo dos líneas. La orina había cumplido su cometido debajo del protector de plástico blanco. Dos líneas. Sostuvo el test en alto bajo la luz y se quedó mirándolo perpleja y sin dar crédito. Dos líneas. Tenía cuarenta y cuatro años y estaba embarazada. Se sentó en el borde de la bañera, temblorosa, con el test aún en la mano. Y entonces lo tiró. Pensó en repetir la prueba, pero sabía que el resultado sería el mismo. Había preferido ignorarlo, pero llevaba dos días con los pechos doloridos. Se dijo que sería porque estaba a punto de venirle la regla, pero no era cierto. Y ahora tendría que explicárselo a Finn. Él se había salido con la suya. Le había tendido una trampa emborrachándola y ella se lo había permitido, y se preguntó si en lo más profundo de su ser deseaba quedarse embarazada. Amaba a Finn, pero aún no hacía tres meses que salían juntos y ya llevaba dentro un hijo suyo. Sí; en algún lugar recóndito de su fuero interno también ella deseaba ese hijo. Estaba confusa y muerta de miedo. Necesitaba tiempo para asimilarlo y decidir qué pensaba al respecto.
Fue a la sala de estar, se sentó y se quedó mirando al vacío. Y, al cabo de unos minutos, él la llamó por teléfono. Se sentía culpable por engañarlo, pero todavía no quería decírselo. Ya sabía cuál sería su reacción; de lo que aún no estaba segura era de lo que opinaba ella. En Irlanda eran las diez de la noche, así que sabía que Finn estaría escribiendo. Él le dijo que llevaba todo el día esperando el momento de llamarla y quiso saber si se había hecho la prueba. Sintiéndose una traidora, le mintió y le dijo que no con las lágrimas asomándole a los ojos. Una parte de ella deseaba ese bebé, pero otra no. Tenía miedo. Lo que se traía entre manos no era ninguna broma. Dentro de sí había empezado a formarse una nueva vida.
—¿Por qué no lo has hecho aún? —Parecía dolido y a Hope no se le ocurría ninguna excusa convincente.
—No sé dónde he metido el test. Lo guardé al llegar a casa y ahora no lo encuentro. Es posible que la mujer de la limpieza lo haya tirado.
—Pues cómprate otro, por el amor de Dios —saltó él con voz insistente y angustiada. Hope volvía a estar entre la espada y la pared. Se sentía acorralada y traicionada por su propio cuerpo y por sus emociones trepidantes tanto como por él—. Vamos —dijo Finn en tono suplicante—. Sal y compra otro test. Quiero saberlo, cariño, ¿tú no? —Pero ella ya lo sabía, y no le hacía ninguna gracia. Le prometió que por la tarde se haría con otro test y lo llamaría en cuanto supiera el resultado. Él le propuso esperar juntos al teléfono hasta que lo obtuviera, y Hope se alegró mucho de no haberlo hecho así. Al cabo de dos horas volvió a llamarla, pero ella no cogió el teléfono. Sabía que no podía ocultárselo siempre, pero al menos necesitaba unas horas para serenarse y poner en orden sus ideas. De momento lo que sentía era más bien miedo teñido de algo más que aún no tenía claro qué era, pero se preguntó si podía tratarse de esperanza.
Finn volvió a llamarla a medianoche, cuando para él eran las cinco de la madrugada. Le dijo que se había pasado la noche levantado, trabajando en su nueva novela y preocupado por ella.
—¿Dónde te habías metido? Me tenías muy angustiado.
—He tenido que salir a comprar unos carretes —explicó ella, retrasando unos momentos lo inevitable. Sus vidas estaban a punto de cambiar de forma radical. Ese niño los ataría el uno al otro para siempre. Amaba a Finn, pero un paso así representaba un compromiso muy serio, tanto con el bebé como con él.
—¿Te has hecho la prueba? —Finn estaba empezando a molestarse, y ella respondió con un hilo de voz.
—Sí.
—¿Y bien?
Hope contuvo la respiración unos momentos y soltó el aire de golpe. No podía retrasar más la respuesta.
—Ha dado positivo. Acabo de verlo. —Volvió a mentirle. Finn se habría puesto hecho una furia si le hubiera dicho que hacía horas que lo sabía y no lo había llamado—. Hace nada que me he hecho la prueba, pero no quería despertarte. —Hope tenía la expresión triste y un nudo en el estómago, pero trató de aparentar normalidad, incluso mostrarse contenta.
—¡Oh, Dios mío! —gritó él desde el otro extremo de la línea telefónica—. ¡Oh, Dios mío! ¡Vamos a tener un bebé! —A pesar suyo, Hope sonrió ante la evidente explosión de júbilo de Finn—. Te quiero tanto, tanto… —Se apresuró a añadir, y dio la impresión de que estaba llorando. Se mostró tan cariñoso que, poco a poco, ahuyentó el miedo de Hope y la arrastró a los abismos de su propio entusiasmo. Ella se preguntó si, a fin de cuentas, era buena idea. Ojalá lo fuera. Mientras hablaba con Finn observó las fotografías de Mimi y rezó porque a ella le hubiera parecido bien. Y de repente le entró pánico otra vez. ¿Y si también perdía a este hijo? No lograría superarlo.
—¿Cuándo nacerá? —preguntó Finn emocionado.
—Creo que alrededor de Acción de Gracias. Quiero tenerlo aquí —dijo con firmeza tratando de avenirse a la idea mientras la expresaba. De pronto empezó a sentirlo como algo real. Iban a tener un bebé y tenía que tomar decisiones al respecto. Dentro de ella estaba creciendo un nuevo ser, una personita diminuta cuyo padre era Finn, un hombre a quien amaba pero al que apenas conocía.
—Como tú quieras. Te amo, Hope. Por el amor de Dios, cuídate. ¿Cuándo podrás volver a casa? —Ella no quiso decirle que ya estaba en casa. Ahora su casa estaba al lado de Finn, y para él eso equivalía a Blaxton House.
—Iré dentro de dos semanas —susurró sintiendo cuánto lo quería y cuánto la quería él; y empezó a tranquilizarse. Desde que se había hecho la prueba por la tarde, estaba muerta de miedo.
—¿Irás al médico?
—Sí, dentro de unos días. Deja que antes me haga a la idea, solo hace cinco minutos que lo sé. Esto es un paso muy importante, Finn. Muy, muy importante.
—No te arrepientes, ¿verdad? —preguntó él en tono preocupado, y un poco dolido.
—Aún no sé cómo me siento. Asustada, impresionada, aturdida en cierto modo. Feliz. —Al decir eso cerró los ojos y se sorprendió al descubrir que hablaba en serio. Se sentía feliz. Deseaba ese hijo, solo que habría preferido no tenerlo tan pronto. Antes le habría gustado asegurarse. Pero el mal ya estaba hecho. El deseo de Finn se había convertido en realidad.
—Vuelve a casa cuanto antes —dijo él con voz ahogada—. Os quiero a los dos.
—Yo también —respondió Hope, y colgaron. Se sentía conmocionada. Le costaba creer que estuviera embarazada, pero tal vez era lo que quería y el destino había jugado su papel. Amaba a Finn, y ese paso representaba un compromiso muy firme. Sabía que acabarían casándose en algún momento. De todos modos lo habrían hecho, pero seguramente ahora se darían más prisa. Tenía que explicárselo a Paul, y estaba segura de que también él se sorprendería mucho. Pero ahora su vida estaba junto a Finn. Tenían muchas cosas de las que hablar. Muchos planes que hacer. Mucho trabajo. Su vida juntos había empezado de verdad, y muy en serio. Esa noche trató de conciliar el sueño sin éxito; en su cabeza daban vueltas muchas ideas relacionadas con Finn y con el bebé. Los temores y las esperanzas se confundían. Se sentía completamente desbordada.
Cuando se despertó por la mañana descubrió que le habían dejado en la puerta un ramo de la floristería. Finn le enviaba dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta que rezaba: TE ADORO. ESTO ES UN REGALO PARA LOS DOS. VUELVE A CASA PRONTO. Al leerlo, se echó a llorar. Sus emociones parecían una montaña rusa. Deseaba y no deseaba tener ese hijo, amaba a Finn y estaba asustada. Claro que ¿quién no lo habría estado? Alrededor de Acción de Gracias tendría a su bebé en brazos. Había muchas cosas en las que pensar. Y ahora todo cuanto quería era regresar a Irlanda y refugiarse en Finn, cuyo deseo se había convertido en realidad. De repente, Hope se acordó de la teoría de la fusión de la que él tanto le había hablado. Con aquel bebé, el lazo que los unía se perpetuaba.