Ahora, cuando miro el desierto, recuerdo el año que pasé en Egipto, el más decisivo de mi vida. Nunca deja de asombrarme hasta qué punto se asemeja la arena a gránulos de vidrio, esferas que forman los granos de arena cuando chocan entre sí al moverse, se deslizan y vuelan en nubes invisibles a través del horizonte.
Y recuerdo que, si aquel año hubiese tenido la visión de Dios, si hubiese tenido una visión aérea omnipresente que pudiera haber contemplado todos los desiertos del mundo, habría visto que, cuando las tormentas de arena se calman, lo hacen creando unas formas, y esas formas configuran una clave, una profecía oculta.