Envié a Faajir al apartamento con una carta para Mustafá, dándole nuestra palabra clave acordada de antemano. Pasado lo que parecieron unos minutos, regresó con el astrario. Amelia lo sacó de su envoltorio y vi en su rostro la misma reverencia que en el de Hermes cuando vio por primera vez el aparato: una expresión de rapto religioso. Pero, a los pocos segundos, su adoración dio paso a una postura científica. Utilizando lo que parecía una aguja de dentista, apretó en la base desde un extremo. Para mi asombro, se movió y se deslizó hacia afuera. Con cuidado, la sacó y cogió una lupa para mirar su superficie.
—Tal como sospechaba.
Amelia me ofreció la lupa. Sobre el delgado panel se veían con toda claridad un conjunto de jeroglíficos y una línea dibujada. Reconocí los símbolos de Osiris, del dios sol Ra y de Tot, pero eso era todo.
—Este es un amduat —explicó—, un mapa de la vida futura para ayudar al difunto a convertirse en aj aper, un espíritu preparado. Describe cómo debe viajar el espíritu a la mansión de Osiris —un primitivo prototipo del Hades— y al campo de Hetep en un viaje de doce horas que imita el viaje de Ra, o el sol, en las horas que median entre el ocaso y el alba. El mapa nos muestra que el espíritu del fallecido debe viajar del este al oeste siguiendo un canal azul por el cielo interior. Después tiene que regresar, del oeste al este, por un camino negro a través del cielo exterior. Por último, el espíritu se convierte en estrella en el cielo próximo al dios Tot. Sin embargo, sospecho que este mapa concreto no es solo alegórico; es una deliberada cortina de humo. Ya he visto antes esta artimaña en el dorso de un espejo de mano encontrado en la tumba del tío de Nectanebo.
Amelia extendió la mano y sacó un encendedor del bolsillo de la camisa de Faajir. Lo encendió y pasó la llama sobre la superficie metálica. Sorprendido, le agarré la muñeca.
—Espero que sepas lo que haces…
Sonriendo, se soltó.
—Querido, ¡naturalmente que no lo sé! Siempre es igual: el diez por ciento de hechos y el noventa por ciento de adivinación. Pero la llama no puede dañarlo.
Cuando la superficie del metal se ennegreció, aparecieron las líneas de otro mapa. Oí la súbita inspiración de Amelia. La forma característica del Nilo, así como las delicadas ramas de un árbol caprichoso, quedaron a la vista al instante. Abajo, Asuán, y la antigua ciudad de Menfis, cerca de la parte superior; y las ciudades de Luxor y Tebas en medio, pequeños puntos pálidos en la minúscula ilustración. En el metal aparecía grabada una ruta, desde Alejandría a Marsa Matruh, siguiendo la línea de la costa, virando después hacia el sudoeste, cerca de la frontera libia.
Amelia asintió varias veces. Podía ver sus ojos, ligeramente empañados.
—Así que realmente lo mataron —murmuró—. Este es el mapa auténtico; sospecho que añadido más tarde, después del asesinato de Nectanebo; se trata de un cartograma que describe la ruta que siguió la momia del faraón antes de que la colocasen en una tumba secreta. Los asesinos nunca la habrían dejado insepulta sin alguna ceremonia: el peligro de encolerizar a los dioses era demasiado grande. Oliver, por fin hemos resuelto el misterio de la desaparición de Nectanebo.
—¿Y cómo me ayudará el seguimiento de este mapa?
—Tu papel consiste en devolver el astrario a su auténtico dueño: ponerlo en los brazos de la momia de Nectanebo. El alma del astrario se unirá con la de Nectanebo y el instrumento dejará de funcionar; incluso puede que deje de existir. No es solo la única esperanza de mantener Egipto sano y salvo; ahí radica también tu propia redención, Oliver.
Miré el pequeño mapa en medio del hollín; me pareció terriblemente tenue, como unos grabados plateados de un sueno nebuloso. Todavía me parecía difícil creer completamente en los poderes del astrario, pero había caído bajo el hechizo de la aguja de la muerte y sus tics insistentes y silenciosos. Y, como observaba amargamente, mi supuesta increencia no me había impedido mezclarme en los acontecimientos que lo rodeaban. Aparte de mi propia ambivalencia, era obvio que Amelia creía en lo que el astrario podía hacer en manos inadecuadas y no tenía nada que perder confiando en ella. Era una apuesta calculada: seguir adelante con su plan, que podía desconectar el mecanismo o no. Según el astrario, solo me quedaban unas horas de vida.
—Siguiendo este mapa —prosiguió Amelia— la momia de Nectanebo está en algún lugar del oasis de Siwa, cerca de la frontera libia. Las instrucciones inscritas no solo muestran la ruta que siguió el cadáver momificado del faraón; son también nuestra guía a través de las doce etapas del viaje al más allá.
Levanté los párpados y miré a Faajir. Interpretando mi expresión, apagó el cigarrillo y dijo:
—Amigo, Egipto está lleno de misterios. Aquí, la división entre lo inanimado y lo animado no es igual que en Occidente. Nuestra tierra tiene sus propios espíritus. Esto no es una historia nueva.
—Si acepto ir, ¿vendrás conmigo?
Faajir miró a Amelia, que respondió por él.
—Faajir tiene que cumplir otra misión, igualmente importante. Yo seré tu guía y protectora.
Faajir me puso la mano en el brazo para tranquilizarme.
—Ella conoce la zona mejor que nadie y, lo creas o no, tiene más de soldado que yo.
Tuve que haberla mirado con aprensión, pero Amelia no me hizo caso. Con mucho cuidado, volvió a poner en su sitio la base del mecanismo.
—Es importante que entiendas el simbolismo del viaje antes de partir —me dijo.
—¿El alma del difunto no tiene que superar pruebas y tribulaciones morales al tratar de pasar al más allá, un poco como en el día del Juicio Final?
—En la primera hora, Ra, el dios sol, entra en el ajet, el horizonte oriental, un lugar que está entre el día y la noche. El espíritu del difunto lo acompaña. En la segunda y en la tercera horas, Ra y el espíritu viajan a través de las aguas de Osiris, un dominio también conocido como Wernes. La hora cuarta y la hora quinta se pasan en el mundo del desierto, Sokar. En la quinta hora, el espíritu encuentra la tumba de Osiris, reconocible por la pirámide funeraria construida sobre ella, un lago de fuego oculto bajo el recinto interior.
—¿Y viajaremos realmente a través del desierto?
—Tanto física como psicológicamente. El Nuevo Testamento también contiene una versión de esto…
—¿La tentación de Cristo?
—Para ser ateo, conoces bien tu Biblia.
—La culpa la tiene mi madre. ¿Qué ocurre después?
—La sexta hora del viaje es la más crucial. En ella es cuando el ba del dios Sol tiene que unirse con su cuerpo. Si esto no ocurre, el sol no saldrá el día siguiente y ese acontecimiento simboliza el fin del mundo. A menor escala, el espíritu que acompaña al dios no pasará al más allá. Según los antiguos egipcios, no hay peor destino. La unificación de ba y forma ocurre tradicionalmente dentro de un círculo celestial hecho por la serpiente Mehen, la serpiente que se muerde su cola, que es símbolo de infinitud en muchas culturas. La hora séptima nos lleva a una transición aun más difícil. El enemigo de Ra y de la renovación, el enorme dios serpiente Apofis, estará esperando para atacar y destruir a Ra y al espíritu que le acompaña. Se invoca a Isis para que proteja tanto a Ra como al difunto. En esta hora, serás más vulnerable. Pero no hay nadie que conozca los hechizos de Isis, del Libro de los muertos, como yo, excepto Hermes Hemiedes, que, ahora, evidentemente, es irrelevante.
—¿Y cómo concluye este viaje metafísico?
—A la octava hora, las puertas de la tumba se abren para que el espíritu pueda alejarse de Solear. La novena hora se emplea en el regreso sobre las aguas. La hora décima contempla la regeneración del espíritu mediante la inmersión en las aguas.
—¿Va ser muy peligroso?
Amelia y Faajir cruzaron sus miradas. Amelia respondió:
—Es tu última esperanza. Mosry está ahí fuera y Hugh Wollington también… ambos quieren esto más que cualquier otra cosa. Sospecho que Hugh se habrá imaginado adónde vamos a ir, aunque quizá no sepa todavía que formamos un equipo. Pero yo intentaré protegerte por todos los medios.
—¿Y si me quedo en Alejandría?
—Mosry te matará —respondió Faajir sin rodeos. Me volví a Amelia. Ella se encogió de hombros; después empezó a empaquetar el astrario.
—Según el mapa, hacia la undécima hora, estarás en una isla del lago Arachie y los ojos del dios, y los del espíritu acompañante, quedarán plenamente restaurados. En la duodécima y última hora, Ra entra por el horizonte oriental, como el amanecer de un nuevo día, mientras que el alma del difunto asciende para convertirse en una estrella en el cielo.
—¿Significa eso que yo aparezco tras haber reunido el astrario con Nectanebo y que la fecha de mi muerte se traslada a algún punto de un futuro distante? —dije—. No tenía pensado convertirme en una estrella en el cielo.
—Si los dioses lo quieren, Oliver —dijo Amelia muy en serio—. Yo creo que hay muchos caminos de vida, que discurren todos en paralelo. La libre voluntad radica en las elecciones que hacemos, en qué caminos tomamos en cada momento, pero esos caminos de la vida ya están escritos. Isabella sabía que era posible que muriese aquel día en el agua. También sabía que tú heredarías su tarea. La cuestión es: ¿tienes la fuerza de carácter necesaria para llevarla a cabo?
De nuevo, pensé en mi matrimonio. La idea de que Isabella se hubiese casado conmigo a causa de alguna profecía había estado inquietándome. ¿Había estado realmente tan obsesionada?
Miré el astrario, una antigua combinación de engranajes y adivinación, y recordé cuánto me frustraba la obsesión de Isabella por encontrarlo; lo ausente que estaba cuando estaba trabajando, como si fuese incapaz de percatarse de nada fuera de ese círculo de atención. Yo había empezado a considerar aquella ausencia como un rival. Quizá mi instinto estuviese acertado.
¿Y qué decir con respecto a mi padre y a Gareth? ¿Volvería a verlos otra vez? Miré el reloj. Llevaba ya aquí una hora, una preciosa hora de las pocas que supuestamente me quedaban.
—¿Qué tengo que perder si no voy? —pregunté.
—¡Solo tu vida, si crees la predicción… o si crees en Mosry!
Faajir señaló la televisión. Se veía ahora el convoy de Sadat cruzando la frontera siria, antes de iniciar la travesía del desierto; el mismo convoy en el que iba Rachel.
—Hay algo más que debes saber —continuó Faajir.
—Creemos que Mosry conoce todos los detalles de la reunión secreta entre Sadat y Begin, hasta la hora de la misma. El príncipe Majeed quiere el astrario ahora, Oliver. Quiere destruir cualquier posibilidad de acuerdo.
Amelia puso su mano sobre la mía.
—Salimos en una hora.