No nos cruzamos con ninguna banda en el viaje de regreso a casa. Hablamos durante horas y podríamos haberlo hecho durante varias horas más. Llevé a Solara al recinto de Fairfax (los guardas de la entrada me conocían y no se molestaron en registrar el coche) y me fui de inmediato a comprar algunos artículos que le iban a hacer falta. Entre otros, quería conseguir unos de esos tintes antiguos no genéticos. Solara había estado viviendo con una amiga y no podía volver a por su ropa, así que cogí algunas prendas en el Dress for Less y las eché encima de la manta de los asientos traseros del coche. Le compré un WEPS nuevo con una dirección IP limpia y lo registré a nombre de Katie Baker. Cuando llegamos a casa, ya había oscurecido.
Yo había llegado a perder la cuenta de los días. El tiempo transcurría en una monótona sucesión de cambios de luz.
Me encontraba al borde del agotamiento.
Solara empleó mi WEPS para borrar todas las cuentas en redes sociales que tenía bajo el nombre de Ingrid Malmsteen y también las que tenía con su nombre auténtico. Le indiqué que no usara su nuevo WEPS para localizar a nadie relacionado con su antigua identidad, o los buscadores acabarían estableciendo una relación con sus nuevos datos. Sugerí que podíamos ver una película y me dijo que sí. Preparé una pizza congelada, casi la quemé, y le ofrecí la mitad. Ella se sentó en el sofá y yo en el sillón. Los dos necesitábamos algo de distracción.
La Guerra más Fría fue una mala elección. Tendría que haber elegido una película que no me obligara a pensar, una con la que dejar la mente en blanco. Pero no, tuve que poner un documental sobre la guerra del Ártico, el mismo que había suscitado comentarios llenos de indignación y horror en la nube:
Carl Laing:
El cineasta David Coggeshall ha conseguido filmar unas impresionantes entrevistas hechas a soldados y a oficiales que participaron en la guerra que acabó con las vidas de diez millones de seres humanos y se zanjó con la anexión de Canadá y Alaska por parte de los rusos. Pero son las escenas con los testigos forzosos del conflicto las que ofrecen una visión más profunda del desastroso enfrentamiento. Una de estas escenas relevantes es la entrevista que le hizo a Sadie Carruthers.
Como ya saben, Alaska sirvió de base de operaciones para los norteamericanos durante la guerra. Lo que la mayoría de los estadounidenses ignoran, es que el estado fue arrasado por muchas UMC tanto rusas como norteamericanas, compuestas por desertores, y que se dedicaron a saquear todo lo que podían. Sadie nos relata la historia de una UMC norteamericana que invadió su casa y comenzó a comérselo todo, hasta las plantas. Esos soldados habían tomado parte en un programa de ensayos de la vacuna Clave Esqueleto (los rusos estaban desarrollando un programa similar). Uno de los efectos de la vacuna era la pérdida de peso y muchos de los soldados, según se relata en la película, llegaban a ingerir más de diez mil calorías al día. Coggeshall encontró grabaciones de WEPS en las que aparecía una UMC no identificada devorando una foca viva. Sólo dejaron los huesos. Aunque la grabación está hecha desde lejos, se distingue a la perfección la sangre que empapa los rostros de los soldados. Es lo más terrorífico que hayas visto, más que cualquier película de terror.
—Las UMC rusas y norteamericanas llegaban, se metían en casa y se lo comían todo. Todo —comentó Carruthers—. Habíamos ocultado bolsas de arroz de dos kilos en el sótano, pero las encontraron. Se comieron el arroz crudo, como si fueran bolsas de aperitivos. Vivía atemorizada por si algún día llegaba una UMC e intentaban comerme si no encontraban otra cosa. Sé que una mujer que vivía en Barrow fue devorada por desertores norteamericanos. Seguro que han oído más historias como ésta. Les llamábamos los «Vivos Vivientes».
Los Vivos Vivientes es lo que la guerra del Ártico nos trajo.
Emily Hinton:
Coggeshall entrevista a un ranger llamado Michael Armstead, un «superguerrero» que ha participado en la increíble cantidad de cincuenta misiones consecutivas, aunque en la actualidad este tipo de proezas se estén convirtiendo en algo habitual. En la entrevista, Armstead aclara que los desertores norteamericanos no son sólo soldados convertidos al colectivismo o ex convictos, también hay veteranos como él mismo.
—Hablamos de personas que han dedicado décadas de su vida a luchar en el frente por su país —comenta Armstead—. El ejército no va a echarles sólo porque sufran estrés de combate y no sean capaces de seguir luchando. La mayoría de los «superguerreros», con treinta misiones o más, obtuvieron permiso del ejército para hacer lo que quisieran. Lo sé porque yo fui uno de ellos. Lo que nos venían a decir era algo a medio camino entre «Confiamos en ti» y «No sabemos qué hacer contigo». ¿Qué creen que tantos años de luchar y matar le hace a la mente de un hombre? Yo he luchado durante cincuenta años y soy un tipo bastante equilibrado en comparación con otros. Algunos han estado luchando desde que tienen memoria y no conciben otro futuro que no consista en derramar sangre. Y están capacitados para hacerlo. Ésos son los hombres que saquearon Alaska y Escandinavia.
Y han organizado sus propios ejércitos.
Evan Bruni:
En las imágenes enviadas por satélite se puede comprobar el incremento de barcos y plataformas petrolíferas en el Ártico a lo largo de la última década. Los barcos y la presencia humana se multiplican de forma exponencial, como si fueran esporas. Y lo más trágico son las imágenes en las que se ven extensiones inmensas del océano con osos polares, ballenas, y otros animales marinos flotando en la superficie del agua. Muertos. Existe una foto donde aparece un portaviones ruso rodeado de leones marinos muertos. Los animales están boca arriba, con los vientres al sol, vientres que han reventado a causa de los gases de la descomposición. Hay bandadas de gaviotas alimentándose de esa carroña. Y al observar esa muerte flotante, eres consciente de que han muerto porque necesitábamos el espacio que ocupaban. Ya no queda sitio. No hay una pizca de tierra que no esté ocupado por el ser humano. Estamos en todas partes y por eso mismo, estamos cada vez más solos.
Cuando la película terminó, Solara se quedó mirando mi impresora. Tengo un portátil con una IP anulada. Es el que utilizo para imprimir la documentación necesaria para los sujetos falsamente ejecutados. El sitio oficial del gobierno de Estados Unidos que uso para crear los documentos está controlado. Pero los cincuenta mil sitios espejo ilegales rusos, no. En la bandeja de mi impresora había un carnet de conducir nuevo a nombre de Katie Baker. Se volvió hacia mí.
—¿No crees que todo esto es una estupidez?
—¿Qué?
—Todo lo que estás haciendo por mí es una estupidez. No tardaremos en estar todos muertos.
—Te sorprendería lo que la gente es capaz de soportar y durante cuanto tiempo.
—¿Tienes hijos?
—Tenía un hijo. Lo mató la insurgencia.
—Y por eso te hiciste un especialista en consumaciones.
—No, me convertí en un especialista en consumaciones porque me gusta. ¿Y tú? ¿Has tenido hijos?
Se puso una mano sobre el vientre y se acarició suavemente.
Me quedé helado.
—No me jodas.
—Catorce semanas.
—¿Quién es el padre?
—Un gilipollas que nunca va a ver lo que salga de aquí dentro. —Le dio un trago a su refresco—. Después de cumplir los treinta, aborté. Tres veces. Después del tercero, el médico me dijo que no podría tener hijos. Era el castigo que merecía por mi egoísmo. Entonces me puse la Clave Esqueleto, y lo que el médico olvidó decirme fue que esos robotitos tan simpáticos iban a arreglar mi útero y dejármelo como nuevo. También olvidó decirme que volviera a tomar precauciones cuando mantuviera relaciones sexuales. Tiene gracia lo que los médicos olvidan decirte.
La miré con asombro.
—Es un milagro.
Ella estaba leyendo los créditos finales del documental.
—No, no lo es.
Fecha de modificación
27/6/2079, 5:59 a.m.