Nos llegó un encargo de Contención para que nos ocupáramos de un tal DeFors Lewis de Tysons Corner. Consulté la ficha y examiné su foto. Era bajo y rechoncho, con una melena de pelo negro rizado que le llegaba a los hombros. Lucía una pequeña calva en la coronilla. Tenía una barba frondosa y todo el aspecto de dirigir una banda de moteros. Un orgánico puro que estaba cerca de cumplir los cincuenta. En su actual domicilio, se ocultaba bajo el alias de Murray Holdman.
Matt compró un vehículo blindado la semana pasada y ésta iba a ser nuestra oportunidad de estrenarlo. Era muy grande y muy naranja e incorporaba una pala gigantesca delante. El único problema de la pala es que no recibe corriente eléctrica del motor.
Cogí un bote de pintura en espray y escribí: Que pases un buen día, en la pala. Pensé que era un detalle bonito. Bautizamos el vehículo con el nombre de Gran Berta.
Abrí las puertas del muelle número ocho en el recinto de la Iglesia de East Falls, y Ernie condujo al interior. Justo al otro lado de la puerta del muelle, se oía gente. Podíamos haber esperado, no suelen entretenerse demasiado ahí fuera, pero con el tráfico que nos aguardaba en el exterior, no teníamos tiempo que perder. Oímos a algunos arañando la fachada, tratando de abrir una grieta. Fui hacia Berta y giré la manivela que elevaba la pala. Ernie puso en marcha el motor. Dos de los guardas del recinto nos acompañaban, los rifles listos para abrir fuego. Ernie me dio la señal. Deslicé el pestillo de la puerta y corrí al vehículo. Ernie metió una marcha y embistió. La pala arremetió contra los protectores de goma de la parte inferior de la puerta del muelle, lo que provocó que se abriera de golpe. A continuación, impactó en la parte superior del marco conforme avanzábamos hacia el exterior. Arrollamos a algunos tipos que no se apartaron a tiempo. Ernie levantó el pie del acelerador y avanzó con lentitud, abriéndose paso entre la muchedumbre. La puerta del muelle se volvió a cerrar con la suficiente rapidez para que nadie se colara. De todas formas, la presencia de los guardas en el interior bastaba para disuadir a la mayoría.
Un par de tíos golpearon el vehículo, mientras el resto se limitaba a mirar. Llovía un poco y vi a mucha gente con la cabeza echada hacia atrás y las bocas abiertas, bocas como buzones, intentando atrapar toda la lluvia posible. Polluelos aguardando el alimento de Dios. Todos se apartaron del camino de la pala. Un hombre se agarró al capó de nuestro vehículo y suplicó, haciendo el gesto de beber. Ernie lo ignoró, puso música y empezó a acelerar. Se puso a charlar.
—Los militares se han quedado sin combustible.
—Eso he oído —dije yo.
—Excepto en los silos de misiles. Ahí sí que hay. Todo el combustible que nos queda lo tienen ellos.
—Ajá.
—Es lo único que frena a Soloviev. ¿Qué te parece? Salvados por unas gotas de combustible.
—Tío, ya sé que estás acostumbrado a conducir con gente sobre el capó, pero a mí me está distrayendo.
—¿Te refieres a él? —Dio un volantazo hacia la izquierda y el tipo cayó del capó al suelo, sin consecuencias—. Perdona. Ni siquiera me había dado cuenta, es como cuando te olvidas de encender las luces.
Nos incorporamos a la autovía, por la que circulaba un revoltijo de coches viejos recubiertos con chatarra recogida en los desguaces. Capas y más capas de viejas planchas de metal soldadas unas sobre otras… lo que me trajo la imagen de un crío que de pronto hubiese decidido ponerse a la vez toda la ropa que tiene en el armario. Fuimos avanzando con mucha lentitud. Algunos de los desgraciados que deambulaban por el arcén intentaron abordar a Berta, pero desistieron en seguida. Vi que uno de ellos lograba meterse en el interior de un vehículo mal blindado que iba por delante. El conductor sacó un arma. El indigente acabó por salir con un gesto de contrariedad en el rostro.
Intenté ignorar lo que sucedía en el exterior, concentrándome en la pantalla del WEPS.8. Ernie tenía razón sobre el tema del combustible. El feed del capitán Strong decía que la mayor parte de las reservas de combustible del continente estaban guardadas en almacenes particulares y fortalezas. Matt cuenta con su propia reserva. No nos quiere decir dónde la tiene. Dice que es para su barco.
Tenía un padrastro en el pulgar y me lo arranqué con los dientes. En seguida brotó sangre de la herida, que rodeó la uña como si fuera un marco. Chupé la sangre, pero seguía brotando. Sangre y más sangre. Me mordí la uña del índice y la escupí en el suelo. Tenía todas mis armas al alcance de la mano.
Las señas que nos habían dado correspondían a un callejón sin salida dentro de un parque empresarial de oficinas, cerca del Boulevard Dolley Madison.
La calle estaba abarrotada de coches, aparcados sobre la acera y también en doble fila. Ernie tuvo que alejarse más de un kilómetro para encontrar un sitio donde aparcar. Me guardé una pistola en la espalda, otra en la cintura del pantalón y otra en la bota. Nos pusimos el equipo antidisturbios y bajamos del coche. Nos cruzamos con un puesto de arepas por el camino. Me compré una y un refresco de naranja. Cuando el vendedor me tendía el refresco, un indigente se abalanzó entre los dos y me lo arrebató. Se lo bebió de un trago, y luego se volvió, mirando la arepa. Me la metí entera en la boca, pero estaba tan caliente que tuve que escupirla. El indigente se apresuró a cogerla del suelo. Estoy seguro de que había visto el rifle que llevaba al hombro y mi licencia colgada al cuello. También estoy seguro de que le importaba una mierda.
Nos metimos por una maraña de tiendas de campaña y cocinas improvisadas hasta llegar a la entrada principal del parque empresarial. Allí nos quedamos esperando. La verja estaba cerrada y vi el foco que daba al bulevar apagado, aunque no estoy muy seguro de si funcionaba o no. Un hombre salió por la puerta unos minutos más tarde, y lo asaltamos en la entrada. No tuvimos que explicarle qué hacíamos allí. Introdujo la clave que abría la puerta interior y nos abrió paso.
El parque empresarial lo componían una serie de edificios de diez plantas. Todos de un gris anodino. El interior de los bloques se había compartimentado en viviendas diminutas, apenas cubículos, cada uno con un ventanuco patético. Comprobé las señas. La vivienda que buscábamos se encontraba a cinco bloques de donde estábamos. Ernie se acercó al muro y avanzó pegado a él, medio agachado. Yo fui por el otro lado, donde me encontré con una valla de madera. La salté, metiéndome en el patio trasero de la consulta de un dentista. No encontré a nadie en el patio que tenía una zona con césped. Divisé la silueta del dentista en una ventana justo encima del patio. El hombre dejó el taladro que tenía en la mano y me observó con atención. No tardó en coger el instrumento de nuevo. Recorrí los cuatro bloques siguientes con cautela. Entre bloque y bloque, sobresalía un murete a modo de separación, lo que me permitió ponerme a cubierto para evitar ser visto desde arriba. Al mirar, no vi a nuestro objetivo en su ventana. Ernie se comunicó conmigo por el WEPS.
—¿Confirmado? —preguntó.
—Confirmado.
—Vamos.
Oí a Ernie echar la puerta abajo. No se oyeron disparos. Dos segundos más tarde, un tipo bajo, gordo y con barba salió corriendo por la puerta trasera. Estaba armado e iba descalzo. Al verme, levantó su arma, una pistola grande, pesada y reluciente. Le disparé en la barriga y cayó de forma torpe, como si hubiera tropezado con algo en el suelo. Su arma se disparó cuando golpeó el suelo, y el penetrante olor a pólvora impregnó el aire a su alrededor. Esperé a Ernie, que salió por la puerta trasera poco después. Apuntaba al señor Lewis con su rifle. El señor Lewis no se movió. El humo del disparo se disipó y me acerqué a su cuerpo, apartando su arma de una patada. Era una Desert Eagle. Una arma que sólo sirve para presumir. No le habría acertado a la fachada de una casa con ella. El señor Lewis seguía vivo, la respiración entrecortada agitaba su corpachón. Le di la vuelta. Tenía briznas de hierba adheridas a la herida de bala; la sangre manaba con abundancia del orificio, del tamaño de la cabeza de un animal pequeño. Regueros rojos comenzaron a deslizarse desde su pecho hacia los costados, dejando el mismo rastro que el buen vino en una copa. Intentó escupirme a la cara, pero el proyectil aterrizó sobre su propio pecho, fundiéndose en la camiseta negra que llevaba. Activé la grabadora del WEPS. Ernie volvió al interior para registrar y asegurar la casa. Los vecinos se asomaron a las ventanas y contemplaron la escena.
Me arrodillé al lado del señor Lewis.
—Necesito que me confirme que es usted el DeFors Lewis, de Tysons Corner, Virginia.
—Jódete —respondió.
—¿Lleva alguna identificación encima?
—Jódete.
—¿Tiene algún familiar al que desee que notifiquemos su muerte?
—Jódete.
—Mis archivos me indican que es usted padre de Darienne Lewis del 2309 de Cribbage Road en Palo Alto, California. ¿Desea legarle sus pertenencias? Está exento de pagar impuestos por este tipo de transmisiones patrimoniales.
Lo pensó un segundo.
—Jódete.
—Tío, es tu hija. Si no le dejas tus cosas, el gobierno está autorizado a quedárselas. En el fondo, no quieres que pase eso.
Acabó cediendo.
—Vale. Lego mis pertenencias a mi hija. Ahora, jódete.
—Todavía no hemos acabado —anuncié. Seguí con voz solemne—: Fue usted juzgado in absentia por el atentado con bomba en el Salón del Bronceado de Remo en Sterling, Virginia, del tres de mayo de 2077. En el atentado resultaron heridas cinco personas. Se le asignó un abogado de oficio, llamado Ken Blodgett. El señor Blodgett lo representó ante el tribunal del distrito de Loudoun, ofreciéndole la mejor defensa posible dentro de su capacidad. Un jurado popular lo encontró culpable el 16 de febrero del 2079. El juez lo condenó a muerte y JonesPlus Especialistas en Consumaciones, S. A., aceptó el encargo de ejecutar la sentencia. Le ofrezco la posibilidad de que haga una declaración. Su última oportunidad. Si reconoce su culpabilidad y da muestras de arrepentimiento, enviaremos su declaración de inmediato al juez Harry Edwards, que fue quien dictó su sentencia. Si el juez Edwards hallara satisfactoria su declaración, podría declarar procedente que sus herederos disfrutaran de una desgravación fiscal de 1.800 dólares. ¿Desea hacer una declaración reconociendo su culpabilidad y mostrando su arrepentimiento?
—Jódete. Te odio.
—Es tu hija. No puedes hacer nada por ti, pero puedes hacerlo por ella. Tu declaración puede ser sólo para ella, si quieres. Se la enviaremos.
Bufó con desprecio.
—Quédate con tu desgravación y tu declaración de despedida y jódete y muérete.
—De acuerdo.
Apagué la grabadora, le apunté a la cabeza con el rifle y apreté el gatillo. Cuando disparas un arma de fuego, accionar el gatillo exige un esfuerzo físico. Tienes que apretar con fuerza y, justo en el momento en el que cede, se produce la explosión, mucho antes de que hayas tirado del gatillo a tope. Es algo que siempre consigue sorprenderme. Se oyó un ruido sordo, como el de un petardo bajo un cojín. Observé cómo la sangre y los sesos de Lewis surgían del interior de su cráneo, igual que las llamaradas de un cohete que estuviera despegando. Esquirlas de hueso se desparramaron por el césped. Su cuero cabelludo se despegó. Me miró. Sus ojos eran los de un niño. Buscaban consuelo. Añoraban respuestas. Todo el odio y la perversidad habían desaparecido.
Ernie salió con una caja de tubos de PVC y otros objetos para fabricar bombas caseras. También había dos pistolas. Lo introdujimos todo en bolsas de frío Ziploc y las etiquetamos. Saqué la foto del cadáver de Lewis para el archivo.
—No hay nada más ahí dentro —comentó Ernie—. Sólo un montón de libros. Y el piso es de alquiler. Te vas a ahorrar los trámites de bienes inmuebles.
—¿Has comprobado la nevera?
—¿Para qué? ¿Por si guardaba nitroglicerina?
—No. Agua. Tengo sed. Voy a ver si tiene algo de beber y también de comer. Avisa a Mosko para que haga la recogida.
Tenía agua embotellada en la nevera. Como había graduado la temperatura a casi cero grados, el líquido estaba medio congelado. Cogí una de las botellas y apreté con fuerza el hielo que tenía dentro. Me bebí el líquido de un trago. El resto lo guardé para más tarde.
Fecha de modificación
23/6/2079, 6:07 a.m.