«Jamás tuvimos reparos en quererla como a una más de la familia»

Del feed de Bruce:

La oveja de la señora O'Neill

por Dara Hughes, iWire

Federica tenía treinta y cinco años cuando Abbey O'Neill notó que algo iba mal.

—No parecía la misma —declara la señora O'Neill—. Cuando conoces a una oveja desde hace tanto tiempo, en seguida te das cuenta cuándo algo no va bien.

O'Neill compró a Federica en una granja cercana a la suya en el 2023 cuando sólo era una cría. Cuando la oveja alcanzó la madurez, O'Neill la llevó a un bioquímico especializado en ganado próximo a su granja de Goshen, Connecticut, para que le hiciera el tratamiento.

—Le pusieron el vector original —nos cuenta O'Neill—. Fue en tiempos anteriores al Vectril. Así que tuvieron que atarla sobre una mesa y ponerle tres grandes inyecciones. Estar ahí dentro, con ella, fue una experiencia más emotiva de lo que había previsto. Es lo paradójico de los granjeros. Yo me paso el día con animales. Ordeño las vacas. Echo de comer a las gallinas. Tranquilizo a los caballos cuando se alteran. He sacrificado bastante ganado, pero que nadie piense que me resulta sencillo hacerlo. Quiero a todos los animales que criamos aquí. Cuando los acaricias y miras a los ojos, percibes que existe un vínculo con ellos. No son sólo una bandeja de carne que has comprado en la carnicería.

Abby se llevó a su oveja a casa esa noche y pronto se convirtió en una habitante más de la casa. Aportaba más de seis kilos de lana cada mayo, en la época de la esquila, unos dos kilos por encima de la media nacional de los Estados Unidos.

—Usábamos la lana para todo: ropa, guantes de cocina, cubreteteras —recuerda O'Neill—. Cuando abría los armarios de mis hijos solía bromear diciendo que Federica se había encargado de que estuvieran bien abastecidos. Dejábamos que entrara en casa. Jamás permitimos que lo hicieran las otras ovejas.

Gracias a la relación que mantuvo con su «marido», Wally, Federica también proveyó a la familia O'Neill con un buen suministro de corderos, pariendo al menos uno al año, y en ocasiones, hasta dos.

Un par de años después de comprar a Federica, la familia O'Neill compró otras dos ovejas más y las llevaron para que les inyectaran el vector. La familia aprovechó para que también le hicieran el tratamiento a tres vacas y una docena de pollos, con lo que se aseguraban carne de ternera, leche, carne de pollo y huevos para todo el año.

Aparte de inyectarles el vector, cada animal de la granja O'Neill fue vacunado contra el tétanos, la enterotoxemia tipos C y D, la rabia y la necrobasilosis. Dos de las vacunas que le pusieron a Federica y también, al resto del ganado, fueron contra la gripe.

—No le dimos mayor importancia —dice O'Neill—. Era el procedimiento rutinario.

A lo largo de las tres décadas siguientes, Federica y el resto de los animales de la granja O'Neill llevaron unas vidas, en apariencia, saludables y sin problemas. La granja prosperó, a pesar de que la zona urbana que las rodeaba era cada vez mayor. Sin embargo, el paso del tiempo estaba a punto de sacar a la luz unas consecuencias imprevistas de las vacunas.

—Es imposible saber con exactitud cuánto tiempo estuvo incubándose la cepa del virus en el cuerpo de Federica —nos explica el bioquímico Arlen Maxwell a través de Ping—. Mi teoría es que la cepa tardó años en desarrollarse. Es probable que el virus de la gripe atacara el organismo de Federica muchas veces y que en cada ocasión se viera rechazado por el sistema inmune del animal. Pero la naturaleza cuenta con una capacidad ilimitada de adaptación al entorno. Es algo así como una banda de ladrones intentando forzar la caja fuerte de un banco. Pueden fracasar las diez primeras veces que lo intentan, pero no dejarán de buscar la manera de forzarla. Mientras nadie advierta su presencia, su éxito sólo es una cuestión de tiempo.

Y alcanzaron el éxito. A principios de 2059, O'Neill dejó que Federica entrara en casa y observó que los ojos de la oveja habían adquirido un fuerte color amarillento. Llevó a Freddie a la consulta de un veterinario de Goshen, llamado David Millet, que llevaba años atendiendo a los animales de la granja. El veterinario no supo diagnosticar lo que le ocurría a Federica, por lo que le propuso a O'Neill que le dejara la oveja en su consulta para tenerla en observación.

—Estuve a punto de negarme —comenta O'Neill, recordando lo sucedido—. Quiero decir, era Federica. Había estado con nosotros durante años y no había motivos para pensar que no fuera a estar siempre a nuestro lado. Era lo bueno de la Cura y por eso la dejábamos entrar en la casa. No nos preocupaba cogerle afecto. Jamás tuvimos reparos en quererla como a una más de la familia. Mis hijos podían meterla en la cama con ellos y siempre supe que no tendría que explicarles algún día que «Federica se ha tenido que ir al cielo de las ovejitas». Para mí la Cura era una bendición por motivos como ése. No tenía nada que ver con el suministro de lana o carne. Era que no tenías que romperle el corazón a nadie.

Ante la insistencia de Millet, O'Neill acabó cediendo y dejó a Federica esa noche en la consulta, mientras ella volvía a casa con su familia. Cuando volvió a la mañana siguiente, había una ambulancia y un coche de la policía estacionados delante de la consulta de Millet. O'Neill nos cuenta que salió un agente de la policía de la casa y le explicó que Federica, Millet y la esposa de éste habían fallecido de manera repentina por la noche, y que los servicios sanitarios habían aislado la zona.

—No tenía ni idea de lo que estaba pasando —cuenta O'Neill—. Y el agente de policía tampoco supo darme una explicación. Le pregunté si las muertes habían sido violentas y me dijo que no. Me explicó que habían muerto a causa de una enfermedad que él jamás había visto; que tenían las caras llenas de manchas moradas. Me quedé allí sentada en el coche, sin saber qué decir.

Lo que el agente había presenciado eran los síntomas de los primeros casos de gripe bovina en Estados Unidos. Hace tres días, desde el puesto de trabajo que tiene en su casa, Maxwell remitió un mensaje a la comunidad científica determinando que la granja de Abby O'Neill fue el origen del brote que ha matado a más de cien millones de norteamericanos y quinientos millones de personas en el resto del mundo.

—Ahora que contamos con la Clave Esqueleto, pude viajar hasta la granja de los O'Neill y recoger muestras de tierra contaminada —nos explica Mawell—. Buscaba restos de los animales que la familia se vio obligada a sacrificar. Ahora sabemos que esos restos contienen fragmentos de la cepa del virus S36. También sabemos que en esta parte del noreste del país, en concreto la región de Berkshire, fue donde surgieron las primeras noticias del brote. Y, asimismo, los informes médicos sobre David Millet fueron los primeros en describir los síntomas, aunque no supieran a lo que se estaban enfrentando. Uno de los aspectos positivos de la gripe bovina es que sus síntomas son inconfundibles.

Por su parte, Abby O'Neill ignora los motivos por los que ella y su familia no contrajeron la letal gripe. Tras verse obligados a sacrificar todo su ganado, la familia se marchó, a una pequeña granja en Ontario del Norte, Canadá. No tienen ganado; se dedican al cultivo de árboles frutales, hierbas medicinales y verduras. Han tenido algunos encuentros violentos con algún desertor ruso y bandidos de la zona. Abby ha guardado todas las prendas que hicieron con la lana de Federica, incluso aquellas que se han quedado pequeñas para sus hijos.

—No sé por qué fue Federica, entre todos los animales de la granja, la que propagó el brote. Estoy convencida de que no hicimos nada malo. Así que, cuando alguien me echa en cara que ese animal inocente al que adoraba, el mismo que había formado parte de la familia durante tantos años… Cuando alguien me echa en cara que ella fue la culpable de tantas muertes… Millones de hombres, mujer, niños y animales…

Nos muestra un par de guantes azules y los besa.

—Es injusto. No es justo echar la culpa a un solo ser vivo. Lo único que queríamos era vivir nuestras vidas. Sin molestar a nadie. Federica jamás quiso hacerle daño a nadie.

Fecha de modificación

3/6/2079, 3:11 a.m.