«Vamos a coger todo lo que necesitamos para sobrevivir… y luego, es posible que cojamos algo más»

El texto que viene a continuación es una transcripción de un reportaje de Joe Mascis para la CBSNN.

Mascis: Petr Dimitrov ha estado alistado en el ejército ruso durante casi veinte años. Durante ese tiempo, participó en las invasiones rusas de Georgia, Ucrania, Letonia, Lituania, Kazajistán y los territorios del norte de Mongolia. También declara haber tomado parte en las invasiones encubiertas de países como Finlandia, Rumanía y el este de Polonia. Estas últimas son acciones que el gobierno ruso se niega a reconocer. El ejército ruso ha vivido una era de expansión relativamente cómoda, gracias, en gran parte, al férreo control que el presidente Boris Soloviev ha mantenido sobre los ciento cuarenta millones de soldados que componen sus fuerzas armadas. Sin embargo, es posible que ese dominio absoluto se esté resquebrajando. Y los soldados como Dimitrov son la razón de ese cambio.

Mascis (narrando): Nos encontramos con Dimitrov y su compañía al completo en una ciudad no revelada cerca de Dubrovnik, Croacia. Su presencia aquí no obedece a ninguna orden dada por el gobierno ruso. En teoría, deberían encontrarse en las afueras de Odessa. Sin embargo, hace tres meses Dimitrov, que es el oficial al mando de la compañía, decidió trasladar a su compañía en lo que se podría considerar una deserción colectiva.

Dimitrov: Nuestra última misión, justo antes de que decidiéramos desertar, era infiltrarnos en una pequeña población fronteriza rumana, no recuerdo el nombre. Lo he olvidado a propósito.

Mascis: ¿Cuáles eran sus órdenes?

Dimitrov (suspira): Habíamos llegado a un punto en el que ya no era necesario recibir órdenes. Sabíamos muy bien lo que esperaban de nosotros. Se limitaban a señalar un objetivo y ya está.

Mascis: ¿Y cuáles eran esas órdenes implícitas?

Dimitrov: Explorar la población, localizar en ella cualquier recurso útil que hubiera para la causa y, entonces, diseñar un plan que nos permitiera recolectar esos recursos.

Mascis: Donde dices «recolectar», podríamos decir «saquear», ¿verdad?

Dimitrov: Verdad.

Mascis: ¿Qué recursos teníais que recolectar?

Dimitrov: Comida, combustible, agua y hombres. Y no por ese orden de importancia. La mayoría de las poblaciones que exploramos estaban localizadas cerca de masas de agua: lagos, ríos, arroyos. Donde hubiera agua dulce, allí íbamos nosotros.

Mascis: Has mencionado «hombres» al enumerar los recursos que teníais que buscar. ¿Estamos hablando de secuestros?

Dimitrov: Correcto. También había mujeres en la lista, pero eran para uso temporal.

Mascis: ¿Y qué pasaba con los hombres que secuestrabais?

Dimitrov: Los enviaban a las granjas.

Mascis (narrando): Las llaman «granjas», aunque lo más correcto sería definirlas como campos de trabajos forzados. El ejército ruso es el cuerpo militar con más efectivos del mundo. Las necesidades de mano de obra para proveer de alimentos y vestuario a todos esos soldados siempre jóvenes, son cada vez mayores. De manera que, para que el ejército pueda seguir funcionando, se ven obligados a secuestrar cada vez a más hombres para trabajar en las granjas. Conforme crece el ejército, crece el número de granjas.

Mascis: ¿Disfrutabas llevando a cabo lo que te ordenaban?

Dimitrov: No, no disfrutaba. Pero también sabía que mi opinión contaba bien poco. Vengo de una familia que no tenía nada. Cualquier cosa que conseguíamos, con mucha frecuencia acababa en manos de la mafiya, las mafias locales, o la policía. La verdad es que son la misma cosa. Sólo cambia la vestimenta. Un día, un policía entró en mi casa y se llevó a mi abuela. Estaba sentada a la mesa de la cocina haciendo pan y no pudo ni lavarse las manos manchadas de harina. El policía se limitó a agarrarla y ¡zas! desapareció. No he vuelto a verla. Y cuando el dolor por su ausencia se convirtió en algo soportable, llegué a la conclusión de que no quería que me pasara lo mismo. Y para evitarlo, supe que tenía que apuntarme al bando que tenía el poder. Así que cuando me llegó la orden de alistamiento, no me lo pensé dos veces.

Cuando has servido en el ejército tanto tiempo como yo, aprendes que no estás sirviendo a tu patria, que en realidad estás al servicio de los caprichos del pequeño grupo de hombres que controla el país. Estás a su disposición. Sabía que para sobrevivir, tendría que obedecerles en todo, pero nos ordenaron hacer cosas que… Hemos estado en lugares muy, muy tenebrosos.

Mascis: ¿Eliminando a la gente de más edad?

Dimitrov: Sí. A todos los que eran demasiado viejos o estaban demasiado enfermos para ser útiles, en especial si se habían aplicado la cura. Se los consideraba un lastre para el futuro del país. Al principio, teníamos órdenes de dispararles.

Mascis: ¿Llegaste a disparar?

Dimitrov: Sí, algunas veces.

Mascis: ¿Por qué?

Dimitrov: Porque si no hubiera obedecido, me habrían pegado un tiro a mí.

Mascis: ¿No habría sido más noble negarse y morir?

Dimitrov (riendo): La nobleza es un concepto maravilloso. Pero cuando la realidad te da a elegir entre la vida y la nada, uno tiende a mandar la nobleza a hacer puñetas.

Mascis: ¿A cuánta gente has matado?

Dimitrov: No demasiada.

Mascis: ¿Recuerdas sus caras?

Dimitrov: Al detalle. Cada rasgo. Cada gesto. Intento no pensar en ello, porque tampoco sirve de nada. Por fortuna, llegó un momento en el que ya no tuve que disparar a más gente. Hubo filtraciones sobre los fusilamientos y Soloviev decidió que las purgas de agua eran mucho más efectivas. Fue algo que aprendió de los Ndiaye del Congo.

Mascis (narrando): Purgas de agua como la que se efectuó en la pequeña población de Dunsk, que carece de red de suministro de agua de cualquier tipo. En el 2032 más de cincuenta personas de la tercera edad fueron trasladados a un sector amurallado de la ciudad y abandonadas para morir de sed.

Mascis: ¿Estuviste involucrado en lo de Dunsk?

Dimitrov: Sí.

Mascis: ¿Te sentiste mal?

Dimitrov: Claro que sí, pero por otra parte también sentí un extraño alivio al no tener que dispararle a nadie como antes. Está claro que no existe una gran diferencia entre pegarle un tiro a alguien y abandonarlo en medio de la nada para que muera. Pero a mí me afectaba menos. «No es un asesinato cuando se supone que tendrían que estar muertos», es lo que nos decían los mandos una y otra vez, cuando enviábamos a los viejos carcamales a Dunsk. Al final, lo acepté como si fuera el Evangelio.

Me acuerdo de una vez en la que entramos en una casa para llevarnos a una vieja. Queríamos meterla en uno de los camiones y su familia se agarraba a ella y nos suplicaban que la dejáramos. Y de pronto me acordé de mi abuela. A ella se la llevó la policía, uno de ellos. Y ahora yo era uno de ellos. ¡Yo era el que se había llevado a mi abuela! ¡Era yo! (Risas.)

Mascis: Te estás riendo.

Dimitrov: ¿Y qué esperabas? La risa me ayuda a soportarlo. No se me ocurre otra forma de enfrentarme a mis recuerdos.

Mascis (narrando): Tras muchas misiones, Dimitrov comenzó a hastiarse de su trabajo. No soportaba cumplir las terribles órdenes que le daban y tampoco le satisfacía la paga que recibía su compañía por llevarlas a cabo.

Dimitrov: Advertimos que los suministros de alimentos eran cada vez menores. Y no nos quedaba casi vodka. Nos obligaban a buscar recursos, pero cuando los conseguíamos, se los quedaban para repartirlos entre los mandamases.

Mascis: No te parecía que el reparto fuera justo.

Dimitrov: Lo que me parecía es que no había reparto. Nosotros corríamos con todos los riesgos, estábamos sacrificando nuestras mismísimas almas, y la paga era cada vez más pequeña. Toda el agua. Todo el carbón. Todas las mujeres. Todo iba a parar a la gente del gobierno o a la mafiya. Estaba pasando lo mismo que cuando era un crío. Pensé que no sólo enviábamos a gente a las granjas, en realidad éramos parte de las granjas. Éramos esclavos igual que los letones y los ucranianos que capturábamos.

Cuando nos enviaron a esa pequeña población rumana, nuestro objetivo era el habitual: quemar el pueblo y llevarnos todo lo que fuera útil, tanto cosas como personas. Así que comenzamos con la recolección y, entonces, justo en el centro del pueblo me encontré con una niña pequeña. No podía tener más de cuatro años. Y era preciosa. Hermosísima. Unos ojos azules que despedían luz propia. La vi y supe que nos la tendríamos que llevar. Me acerqué y no se movió. Tenía un pequeño tren de madera en la mano y se quedó allí sentada, como si supiera lo que le esperaba y hubiera decidido aceptarlo con resignación. Entonces sentí que no podía seguir haciéndolo. No quería formar parte de una cadena en la que una niña de cuatro años se ve obligada a aceptar un destino que terminará en la prostitución o el mercado negro de órganos para trasplantes. Fui hacia ella, la cogí en brazos y corrí al extremo occidental del pueblo. Le di toda la comida que llevaba y una pistola. Le dije que se marchara. No sé si conoces Rumanía, pero ahí los bosques son los más sombríos que he visto en mi vida. Desde fuera, no se distingue el suelo, sólo una especie de abismo oscuro. Así que cuando la niña se adentró en el bosque con mi pistola, fue como si desapareciera. Como si jamás hubiera existido. Y recuerdo que pensé que eso era lo mejor que podía ocurrirle: no haber existido jamás.

Mascis (narrando): Después de saquear aquella población rumana, Dimitrov reunió a sus hombres y todos estuvieron de acuerdo en desertar. Dedicaron el año siguiente, entre misión y misión, a planear su huida. Cuando los enviaron de nuevo a Rumanía en el invierno de 2057, se internaron en los bosques y desaparecieron.

Dimitrov: Decidimos entre todos que valía la pena correr el riesgo de desertar e ir por libre, por decirlo así. Convertirnos en nuestros propios jefes.

Mascis: ¿Crees que os perseguirán?

Dimitrov: Bueno, cuentan con efectivos para hacerlo. Pero no, creo que encuentran el porcentaje de deserciones aceptable.

Mascis (narrando): Sin embargo, las deserciones van a más. Las UMC, unidades militares clandestinas, comienzan a proliferar. Es un problema con el que el Departamento de Defensa de Estados Unidos lleva tiempo bregando, y ahora le ha tocado al ejército ruso sufrir sus efectos. Batallones enteros están desertando para convertirse en bandas armadas que se guían por su propia ley.

David Miles: Dudo que Soloviev tolere esta situación.

Mascis (narrando): David Miles, profesor de Historia rusa de la Universidad online de Georgetown, calcula que hay más de mil quinientas unidades desertoras rusas repartidas por Europa del Este, China y Oriente Próximo.

Miles: No hay que olvidar que Soloviev no es sólo un cruel dictador, también es un visionario. Sabía que tenía que actuar para vencer en esta carrera demográfica, así que elaboró un plan para aumentar y poner al día la población de Rusia. Y también sabía que controlar a una población tan grande sólo era viable mediante una dictadura. Con el asesinato de millones de personas, ha conseguido un ritmo de crecimiento demográfico aceptable. Su ejército no ha sufrido tanto como el nuestro a causa de las deserciones o el exceso de efectivos. Dentro de sus fronteras, Rusia no sufre el problema de la violencia de las bandas, como el que tenemos aquí y en México. La población está bajo control. Oprimida, eso sí, pero controlada. Nuestros corredores de la muerte están más saturados que nunca y, sin embargo, los índices de criminalidad son los peores de la Historia.

Soloviev supo ver que la Cura desembocaría en una tragedia global, y fue capaz de elaborar un plan en el que su país fuera capaz de beneficiarse de esa tragedia. Y lo peor de todo es que ha tenido éxito.

Las UMC son una consecuencia natural de contar con unas fuerzas armadas de la envergadura de las rusas. Pero cuando oigo a alguien sugerir que Soloviev tolerará la presencia de las UMC, en especial las que alardean en público de su condición, sólo tengo una respuesta: no. No va a consentirlo en absoluto. Perseguirá a cualquiera que amenace la cohesión de Rusia y lo aplastará.

Dimitrov: Si deciden venir a por mí, estupendo. Nos enfrentaremos a ellos. Y si muero, lo haré como un hombre libre y no como una de las marionetas de Soloviev.

Mascis: ¿Has matado a alguien desde vuestra deserción?

Dimitrov: Todavía no ha sido necesario. La gente cree que pertenecemos al ejército todavía, y deponen las armas cuando nos ven llegar.

Mascis: Pero seguís saqueando. Arrebatáis a la gente lo suyo.

Dimitrov: ¡Ése es el mundo que nos ha tocado vivir! O robas o te roban. Y seguiremos así hasta que alguien nos detenga. Vamos a coger todo lo que necesitamos para sobrevivir… y luego, es posible que cojamos algo más.

Mascis: ¿Y piensas que tu vida es mejor que antes, cuando estabas en el ejército? ¿Crees de verdad que es más ético lo que hacéis ahora?

Dimitrov: No, no lo creo. Pero ahora lo que cogemos es para nosotros. Para mí. Lo merezco después de todos estos años. Merezco tener lo mío. El mundo me lo debe.

Fecha de modificación

19/6/2059, 1:34 p.m.