El hippy en el cementerio

El cementerio de coches más grande que he visto jamás se encontraba en la I-76 de Nebraska. La gente venía de lugares como Florida y la costa de Texas para vivir allí. No tenían dinero, ni dónde vivir. Habían llegado al final del camino. Acudía a diario para establecerse en lo que antes había sido una franja desierta de Nebraska, y ahora era un mar muerto de coches viejos alineados a lo largo de la carretera.

El sitio solía ser un lugar de paso. La gente pasaba con sus vehículos en dirección a Denver, o la Costa Oeste —cualquier sitio que fuera más interesante que Nebraska— y podían conducir durante horas y horas sin ver un alma. Ver una vaca ya era todo un logro. Pero cuando llegué, no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que las cosas habían cambiado. Una gigantesca oleada migratoria había elegido ese punto como destino. Era como si todo el país estuviera replegándose hacia el interior. A lo largo de la franja se extendía una sucesión de tiendas de campaña, parabrisas, fogatas y tendederos.

Y coches. Desde ambos lados de la carretera y hasta perderse en el horizonte, se desplegaba una enorme colcha metálica que combinaba verdes vapor, blancos galácticos, azules islandia y mil colores más que nunca encontrarías en la naturaleza. La gente del lugar llamaba McMansiones a las viejas limusinas aparcadas. Y las autocaravanas eran el equivalente a las grandes propiedades. Era la exposición de coches usados más grande del mundo, petrificada como un fósil y reconvertida en una de las ciudades más desagradables del mundo. Dicen que fue aquí donde nació la banda D36. No fui testigo porque se formó bastante después de marcharme yo. Al parecer, algunos de los vagabundos decidieron que la mejor manera de sobrevivir era unirse y saquear al resto. Cuando se unieron a ellos los traficantes de drogas, toda la zona se convirtió en un gigantesco tumor maligno.

El desguace de Bowie no tenía nada que ver con eso. Cuando Ernie y yo llegamos, salimos del coche (Ernie cogió un petate con dos escopetas y su equipo de ejecución) y pegamos un vistazo a nuestro alrededor. Era un desguace más bien pequeño, habría unos mil vehículos, con música rock cutre sonando por todas partes; era un gueto construido en hormigón.

Vi a un grupo de macarras, luciendo músculos con sus camisetas de tirantes, mientras bebían vodka barato e intentaban ligar con todas las tías que se cruzaban con ellos. Observé que había al menos dos partidos de fútbol en marcha, aunque en realidad el botellón organizado alrededor de los jugadores convocaba más interés que el juego en sí.

Matt nos había indicado que nuestro objetivo era una auto-caravana. No costó demasiado encontrarla. No había otra en toda la zona. Su color blanco original había tomado el aspecto de la cáscara de un huevo de codorniz. Nos dirigimos hacia ella. Llamamos a la puerta. Desde el interior llegaba el sonido de la música de los MMJ a todo volumen. El sitio apestaba a hierba. Llamamos de nuevo. El volumen de la música descendió y oímos una voz:

—¿Hola?

—¿Alguien ha pedido un especialista en consumación?

—Tío, si ves este trasto moviéndose, no… esto… No entres, ¿vale?

—Tu trasto no se mueve.

—¿No?

—No.

—Joder. Pues lo parece. Mierda. —La puerta se abrió y del interior saltó un tipo flaco y paliducho con una melena pelirroja. Iba sin camisa, con unos pantalones blancos muy sucios, y zapatillas blancas, igual de sucias. Tenía el pecho cubierto por un eccema rojo. Nos invitó a entrar.

—Me llamo Chuck. Vamos dentro. Todo el mundo intenta robarme la hierba cuando salgo afuera.

Entramos. El piso del vehículo había desaparecido y mis pies se hundieron en la tierra blanda que hacía las veces de suelo. El interior apestaba.

Ernie bajó la mirada.

—¿Qué estoy pisando?

—Barro. Lo juro, muchacho.[4] Uso el Lincoln que hay cinco coches más allá para hacer mis cosas. Cuando hace calor se puede oler la mierda desde aquí. Pero hoy no huele demasiado, ¿verdad?

Nos ofreció gominolas, que rechazamos dando las gracias. Firmó los papeles y rellenó un formulario para el testamento. Puse en marcha el grabador del WEPS y empezamos. Chuck enumeró los motivos por los que nos había llamado: se aburría, no tenía adónde ir, todo el mundo en el desguace intentaba robarle la hierba, etc.

—¿Por qué no te marchas? —pregunté.

—¿Marcharme? ¿Para qué? Hay gente por todas partes, tío. Éste es mi espacio y es a todo lo que puedo aspirar, colega. Una vez me fui a Bonnaroo y me tiré tres días allí. Me fumé toda la mierda que pude. Bebí todo lo que cabía en un vaso. Me comí todo el ácido que pillé. Fue algo salvaje, tío. Salvaje. Pero pasaron los tres días y se acabó. Eso es lo que hace que una fiesta sea una fiesta: es una ocasión especial. Cuando llegas al tercer día, ya no te sientes tan especial. Te entran ganas de abrirte. Y así es cómo me siento ahora. Me siento atrapado. Quiero sentir algo que vaya más allá. Más allá. Por eso os he llamado.

—¿Cómo quieres que lo hagamos?

—Vale. Espero que estéis preparados porque vais a flipar. Vamos, por la puerta de atrás. —Abrió la puerta del otro lado y lo seguimos al exterior. Nos condujo a través del barro hasta un montón de chatarra que había en un extremo del desguace. Reconocí artilugios y parafernalia circense entre los desperdicios; trozos enteros de tela roja de carpa, trapecios que costaba reconocer a primera vista y viejos muelles procedentes de trampolines. Chuck sorteó el montón y nos condujo a un gigantesco tubo metálico pintado de rojo, blanco y azul. Señaló con el mentón.

—¿Eh? ¿Eh?

—No lo pillo.

—Bala humana.

—¿Quieres que te disparemos con un cañón?

—Igual que Hunter S., amigo.[5]

—Ya. Sólo que Hunter S. Thomspon se pegó un tiro en la cabeza, luego lo incineraron y dispararon sus cenizas desde un cañón. Nadie lo disparó desde un cañón mientras estaba vivo.

Chuck pensó en lo que le había dicho y su rostro se iluminó.

—¡Entonces seré mejor que él!

—Nos haría falta un equipo de ingenieros para hacer algo así. Sé que hay un montón de gente que trabajaba para la NASA por ahí, pero me temo que no conozco a ninguno.

—¡Usa el WEPS, hermano! Contacta con uno. No puede ser tan complicado.

—Los extras suponen gastos extras —intervino Ernie.

—Sin problemas. Tengo pasta. Ésta es mi última movida y quiero que salga de puta madre.

—Los lanzamientos cuestan cien dólares más.

—¡Guay! ¡Guay, colega! ¡Puedo pagarlo!

Ernie y yo nos disculpamos para discutir el asunto entre nosotros. Contactamos con Matt en el WEPS y le conté que Chuck quería que lo disparáramos desde un cañón.

—¿Tiene la pasta?

—Sí.

—Entonces mete su culo en el cañón y dispara.

—¿Cómo?

—Ni idea. Averígualo. Ése es tu trabajo. Ahora, largo. Estoy a punto de ganar la puja por un repuesto de coche.

Cortó la comunicación. Miré a Ernie, sintiéndome bastante confuso. Me puso la mano en el hombro.

—Hay un par de cosas que deberías saber sobre Matt —me dijo—. Una es que le encanta perder el tiempo comprando tonterías que no necesita. La otra es que es un jodido psicópata. Por eso mola tanto trabajar para él. —Volví con Ernie a la caravana, allí abrió su petate y sacó una carga explosiva—. Me han asegurado que esto tiene un alcance de quince metros.

—¿Siempre llevas eso encima?

Se encogió de hombros.

—Nunca sabes cuándo vas a tener que reventar algo.

Me tocaba añadir a los contratos unas cláusulas relativas a la exención de responsabilidad. Mientras redactaba, apareció Chuck con una pequeña manta roja que se anudó al cuello a modo de capa. También se colocó un viejo casco de motorista que había encontrado por ahí. El toque final fueron unas viejas gafas rojas de mujer. Calculo que había dedicado al menos cinco minutos a preparar la representación. Cuando estuvo listo, salió al exterior y se dirigió a los de fuera.

—¿Quién quiere verme reventar? ¡Al que me eche una mano le doy toda la hierba que me queda!

Al instante, hubo docenas de voluntarios rodeándonos. Los acompañamos hasta donde descansaba el viejo cañón tirado en el suelo. En cuestión de segundos ya lo habían enderezado y orientado hacia el noroeste. Si para algo sirven los macarras musculados es para demostrar lo fuertes que son a todo el que quiera mirar.

Alguien trajo una escalera de mano. Ernie preparó el explosivo y lo dejó caer al fondo del cañón. Entonces apareció Chuck por la puerta de la autocaravana y le ofrecieron una estruendosa ovación. Se colocó el casco y fue hacia el cañón.

—Esto saldrá bien, ¿verdad? —nos preguntó a Ernie y a mí.

—Como la seda —mintió Ernie—. Te vamos a enviar derechito al cielo, chaval.

—Genial. ¿Y qué pasará si no sale como toca?

—Podrías exigir que te devolviéramos la pasta, pero me temo que estarás demasiado muerto para eso.

—Cierto.

Chuck comenzó a subir por la escalera. Ernie se volvió hacia mí y se encogió de hombros. No tenía ni idea de lo que pasaría cuando estallara la carga. Al alcanzar el extremo del cañón, Chuck apuró el porro que llevaba, lo que provocó una salva de aplausos y silbidos de aprobación. Saltó al interior del cañón y se deslizó hasta la base del mismo. Hice que todos los presentes firmaran un documento que nos eximía de cualquier responsabilidad por si algo iba mal. Ernie le preguntó a Chuck si estaba listo.

—¡Hazme volar, muchacho![6]

Todos los presentes se pusieron a cubierto tras una fila de coches que había a unos cuarenta metros de distancia. Ernie colocó su WEPS sobre el capó de un viejo camión y enfocó el cañón con la cámara. Luego cogió el control remoto y se unió al resto, tras los coches. Abrió la tapa del interruptor. De repente, la tensión sustituyó el ambiente festivo reinante hasta ese momento. Pero Ernie no perdió el tiempo. Apretó el interruptor y desde el fondo del cañón nos llegó un estallido similar al de un gigantesco estornudo. Partes de Chuck salieran expulsadas por la boca del cañón y aterrizaron sobre los parabrisas más próximos. Desde el cañón surgió una voluta de humo, como si fuera un Marlboro tamaño extra. Corrimos hacia allá con extintores que habíamos cogido prestados de la autocaravana. Me envolví la mano en un trapo y golpeé el lateral del cañón.

—¿Chuck?

No hubo respuesta. Tres de los musculitos empujaron el cañón hasta que cayó de nuevo al suelo. Echamos un vistazo al interior. Quedaba algo de Chuck en el fondo. El resto se había convertido en ceniza. Nunca llegó a acercarse al cielo.

Fecha de modificación

3/3/2059, 3:08 a.m.