«¿Duele?»

Me quitaron los puntos ayer. Recorrí los números con el dedo. Estaban en relieve, ahora tenía la fecha bordada sobre la piel, igual que en una de esas tarjetas de visita tan de moda. Se lo enseñé a Alison cuando volvimos a mi piso después de cenar.

—¡Jesús, John!

—Sí, supongo que no es una visión agradable.

Recorrió los cortes con uno de sus dedos. Tuve la loca esperanza de que el tacto de su piel haría desaparecer las cicatrices.

—¿Duele? —preguntó.

—Depende de quien me esté tocando.

—¿Te duele ahora mismo?

—No. En realidad, me siento genial.

—¿Estás sacando bíceps?

—No.

—¡Sí que estás!

—Te juro por Dios que no.

—Sí que estás sacándolo, un poco al menos.

Siguió acariciando la cicatriz como si fuera suya.

—No puedo creer que esto te ocurriera después de que nos viéramos. Me siento fatal. Soy gafe.

—No eres gafe.

—Lo malo es que sí que lo soy. —Observé que su rostro se oscurecía, su mente volvía al pasado—. ¿Sabes que mi padre abandonó a mi madre cuando yo apenas tenía un mes? ¿Te lo había contado?

—Sí.

—Y la semana después de que volviera a casarme con mi ex marido, sufrió un accidente de tráfico. Se destrozó cinco vértebras. A partir de entonces, le acompañó el dolor las veinticuatro horas del día. No había droga que lo mitigara. No podía dormir. No podía dar diez pasos sin caer vencido por la agonía. El dolor hacía que estuviera enfadado todo el día. Enfadado conmigo. Enfadado con Dios. Enfadado con todo. Sé que resulta bastante irracional sentirme culpable por eso. Pero la forma que tenía de mirarme mientras se encogía a causa del dolor en la cama… Necesitaba culpar a alguien y yo era la que estaba a su lado. Recibí esa mirada tantas veces que acabé por creer que era la verdadera culpable de su accidente. Y con motivos o sin ellos, no he conseguido deshacerme de ese sentimiento de culpa. Soy gafe, John. Soy una gafe asquerosa.

—No lo eres. Nos hemos vuelto a encontrar y lo hemos hecho en el momento adecuado, cuando yo estaba preparado para estar contigo. Eso no es ser gafe, es justo lo contrario.

Me dio un apretón en el brazo. La cogí del otro brazo y nos fundimos en un abrazo. Cada átomo de mi cuerpo dio un respingo. No podía ocultar que estaba enamorado de ella. Ella lo detectó en seguida.

—¿Has pensado en mí todos estos años?

—No —respondí—. No me habría hecho ningún bien.

Se acercó más a mí. El adolescente de mi interior se puso tenso ante la proximidad de su cuerpo.

—¿Estás pensando en mí ahora?

—Ahora mismo no estoy pensando.

Había esperado veintisiete años. Decidí que no iba a esperar un segundo más. Por primera vez en muchos días, no había hombres verdes armados con navajas esperándome al otro lado de la puerta.

Fecha de modificación

14/11/2030, 2:43 p.m.