Anoche tuve una pesadilla sobre el inminente nacimiento de mi hijo. Me encontraba en una ambulancia con Sonia. Sólo que no parecía Sonia. Se parecía más a una rubia con un cuerpo imposible, la misma que ocupa mis pensamientos al menos una vez al mes. En el sueño la identifiqué con Sonia, y su voz era la de Sonia. Estaba tumbada sobre una camilla en la parte delantera de la ambulancia y yo me encontraba en la parte trasera del vehículo. Un grupo de policías pertrechados con cascos antidisturbios que ocultaban sus ojos, me aplastaba contra la puerta trasera de la ambulancia. Otros tres o cuatro policías inmovilizaban a la Sonia rubia contra la camilla, mientras ella se retorcía de dolor. Uno de los policías tenía un hierro para marcar, incandescente, con el nombre de Sonia, y avanzaba hacia ella. Intenté chillar, pero el pánico que sentía era tan grande que estaba paralizado, era incapaz de abrir la boca. Quería con toda mi alma poder gritar a pleno pulmón, estaba convencido de que si lo conseguía, el hierro no alcanzaría su destino. Intenté gritar una y otra vez, pero era como si alguien me hubiera puesto un candado en la mandíbula. Me debatí contra el imaginario candado y, justo cuando el policía comenzaba a presionar el hierro contra el hombro de Sonia, me desperté. Tenía los puños apretados y por fin había conseguido abrir la boca. Sólo que en lugar de gritar: «Sonia», surgió un sonido ininteligible, extraño: «¡¡Swahhhh!!». Recuperé en seguida el control y cerré la boca.
El contacto chino del bufete nos ha comentado que existen muy pocas posibilidades de que consiga averiguar alguna vez dónde se encuentran Chan, su mujer y su hijo. No puedo hacer nada para ayudar a mi amigo. Y a pesar de ello, mientras estoy aquí sentado, tengo la sensación de que soy culpable de permitir su desaparición sin hacer nada.
Fecha de modificación
13/5/2030, 8:12 a.m.