Ése es mi padre. Se pasó todo el día de Acción de Gracias refunfuñando, no dejó de hacerlo ni siquiera durante el partido de fútbol.
—No debería haberme hecho el tratamiento —dijo.
—¿Por qué no?
—¿Sabes que el otro día se rieron de mí? Iba hacia el supermercado y había un grupo de críos en la puerta. No creo que tuvieran más de doce años. Comenzaron a burlarse y a reírse de mí. Me llamaron «viejo» y cosas así.
—¿Y qué? No eran más que críos.
—Sí, y me lo recalcaron. Disfrutaron recordándome que ya no debería estar aquí. Me siento como si estuviera a las puertas de una sala de fiestas y todo el mundo estuviera dentro divirtiéndose menos yo.
—Creía que eras feliz, que todos tus amigos se lo habían hecho.
—Y se lo han hecho. Ted Maxwell se lo hizo y luego fue a que le estiraran la cara. Le han colocado las mejillas detrás de las orejas. Parece imbécil. Sabía que no tenía que habérmelo hecho. ¡Lo sabía! —La tapicería de los reposabrazos de sus sillones estaba desgastada. Tiró con rabia de los hilos que sobresalían.
—¿Por qué estás tan cabreado ahora? —pregunté.
—Porque hice lo que estaba haciendo todo el mundo en lugar de hacer lo que quería de verdad. Fue una estupidez y ahora no hay marcha atrás. Me siento viejo y cansado, y odio despertarme todos los días con esa sensación.
—Pero la vida es así, papá. Eso no habría cambiado, aunque no te hubieras hecho el tratamiento. De hecho, hubiera empeorado conforme te hubieras hecho más viejo.
—Y me habría acercado más a tu madre. Podría haberme reunido ya con ella en un lugar mejor.
—Venga ya. Todo ese rollo de un lugar mejor es una farsa. Sólo sirve para consolar a los que se van a morir, o los que han perdido a un ser querido. No te hace falta nada de eso. Ya no tienes que enfrentarte a esos miedos.
Golpeó la mesa con su cerveza y me agarró del brazo.
—¿Qué quieres decir, que me tengo que sentir bien porque no hay nada después de esto? ¿Me tengo que sentir bien sabiendo que tu madre se ha evaporado? ¿Que es mentira que tuviera un alma? ¿Que su amor por mí murió con ella? ¿Es así como quieres que me sienta feliz, John?
Intenté rectificar a toda prisa. Hay veces en que no pienso lo que digo cuando hablo con mi padre.
—No quise decir eso.
—No me gusta la idea de quedarme aquí sentado para siempre.
—No lo hagas —repliqué—. Levántate. Sal ahí fuera.
—Eso ya lo hice en su momento. ¿No lo entiendes? Me he pasado toda la vida intentando encontrar un sitio que me gustara de verdad. Éste es el sitio. Aquí es donde me siento cómodo. Aquí es donde quiero vivir. El problema es que no se me ocurre qué más puedo hacer. Antes de todo esto, me sentía satisfecho. Sabía lo que iba a pasar. Pero ahora… Ahora no tengo ni idea de lo que me espera. Soy una persona mayor, John. Y sabes que la gente de mi edad odia los cambios. Éste ha sido un cambio enorme. Recuerdo que tu madre compró un horno hace veinte años y todavía echo de menos el antiguo. ¡Y sólo era un puñetero horno! Todo ha dado un vuelco. No tengo trabajo. No tengo bastante dinero para vivir aquí siempre, ni para comprar comida, ni para pagar los impuestos por esta casa. Me acabaré quedando sin un centavo.
—Yo te mantendré.
—¿Para siempre? Tienes un hijo en camino y te aseguro que no tienes ni idea del gasto que supone un hijo. Vas a necesitar cada dólar que ganes, te lo garantizo. No quiero que tengas que mantenerme para siempre.
—Lo solucionaremos. Te lo prometo.
—Sí, ya. De todas formas, fue una equivocación. He cometido un error terrible. Y me siento muy desgraciado. —Cogió el recipiente de la salsa—. Y encima nos hemos quedado sin salsa. Eso es lo que me espera los próximos doscientos años: un día de Acción de Gracias tras otro, sin bastante salsa para el pavo.
Fecha de modificación
30/11/2029, 2:03 p.m.