«Una generación infinita»

A continuación, el discurso completo del presidente, copiado de la CNN:

Mis queridos compatriotas:

Éstos son tiempos difíciles. El mundo se enfrenta a un avance médico que conlleva un cambio sustancial en nuestra mismísima naturaleza y, también, en las formas en que nos relacionamos los unos con los otros. No estoy en contra de la ciencia, ni quiero obstaculizar su avance. Hace tres años, cuando promulgué el primer decreto prohibiendo la venta de la Cura, no lo hice con la idea de imponer una prohibición permanente. Al igual que muchos de vosotros, me siento maravillado ante las posibilidades que supone la Cura para todos nosotros. Podremos compartir nuestras vidas con aquellos a los que amamos durante un milenio, o incluso más.

Sin embargo, hay que calibrar el impacto que esa longevidad tendría sobre el resto de los seres humanos y también, sobre este planeta al que llamamos nuestro hogar. A lo largo de los últimos 243 años, hemos existido como una nación unida por un solo propósito: la libertad para todo el mundo. Creemos en la libertad no sólo como un derecho de cada hombre, mujer y niño, sino también como el catalizador de nuestras ambiciones más elevadas.

Sobre esta idea, la de que la libertad puede convertir nuestro mundo en un lugar mejor, hemos construido nuestra nación. Es una idea por la que muchos valientes jóvenes norteamericanos han luchado y muerto. En Valley Forge. En Gettysburg. En Normandía e lwo Jima. En Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. Nuestros hombres y mujeres no sólo lucharon por sus compatriotas, también lo hicieron por las generaciones venideras, generaciones que nunca llegarían a conocer en persona.

Pero ya no habrá generaciones venideras. No después de esto. Sólo estaremos nosotros. Una única e infinita generación que no dejará de crecer hasta adquirir dimensiones desconocidas. Por lo tanto, de nuevo se nos encomienda que hagamos un sacrificio por el bienestar del futuro de nuestra nación; un futuro en el que jugaremos un papel que jamás habríamos podido imaginar. Porque ahora que contamos con una esperanza de vida virtualmente ilimitada, tenemos que considerar que nuestros recursos naturales no son ilimitados. Combustibles. Agua. Tierra. La Madre Naturaleza nos ha bendecido con una cantidad finita de recursos.

Ya sabíamos, antes de que se descubriera la Cura, que estábamos consumiendo nuestros recursos a un ritmo inaceptable. Ahora este ritmo se incrementará de forma brutal.

Somos una nación de gente fuerte y trabajadora. Sin embargo, me temo que la capacidad de adaptación con que cuenta el ser humano sólo se pone en marcha cuando nos vemos obligados a ello. Nos han dicho infinidad de veces que las reservas de petróleo se están agotando. Pero, como podemos repostar combustible siempre que lo deseamos en cualquier estación de servicio y a un coste razonable, no hemos variado nuestros hábitos de consumo porque nada nos ha empujado a hacerlo.

Sólo al enfrentarnos a la cruda realidad, vemos lo que somos capaces de hacer. Y esa cruda realidad está ya en camino. No estoy en posición de pronosticar cuándo llegará, quizá lo haga tiempo después de mi mandato. Pero llegará. Y la pregunta que todos nos deberíamos hacer es: ¿estamos preparados para afrontar esa realidad?

Prohibí la Cura hace tres años porque quería que estuviéramos preparados para cuando ese día llegara, que fuéramos capaces de asumir la responsabilidad que la Cura conlleva.

Y ahora ha llegado la hora de que deje de posponer lo inevitable.

Hace una hora he firmado un decreto que deroga la prohibición de vender la Cura contra la vejez. La Cura será remitida a la FDA para su aprobación y, cuando haya superado las pruebas pertinentes, se pondrá a la venta para que quien lo desee pueda solicitar a su médico la Cura con total libertad. Sin embargo, quisiera insistir en que todos tenemos la obligación de pensar en lo que es justo y lo que no. El decreto que acabo de promulgar, incluye la decisión de que aquellos que decidan someterse al tratamiento no podrán seguir disfrutando de los beneficios de la Seguridad Social, con independencia de los años que vivan. Y además, tras haber consultado con profesionales de la medicina de todo el país, ningún ciudadano menor de veintiséis años podrá aplicarse la Cura. A los médicos que infrinjan esta parte del decreto, se les retirará la licencia y serán procesados de inmediato.

Quiero aprovechar esta oportunidad para condenar de nuevo los atentados contra los médicos que facilitaban la Cura tanto en Nueva York como en Oregón. Y quiero añadir que cualquiera que orqueste atentados terroristas contra los médicos que ofrezcan la Cura, será procesado y sentenciado a muerte, en el caso de ser hallado culpable.

El día de hoy ocupa un lugar terrible y trágico en nuestra historia. Cuatro de nuestros conciudadanos han fallecido en New Hampshire. Nuestros corazones están con ellos y sus familias. Nos sumamos a su dolor y rezamos con ellos, y hacemos la solemne promesa de que adoptaremos todas las medidas posibles para que algo así no vuelva a suceder. Eran sólo cuatro jóvenes, que se dejaron llevar por la apasionante posibilidad de conservar su juventud para siempre y de la vida infinita que les aguardaba merced a un milagro de la ciencia. Estaban dispuestos a luchar por sus creencias, por su libertad personal, y esa actitud es la esencia de cualquier norteamericano, que es lo que ellos eran. No los olvidaremos, ni permitiremos que sus muertes hayan sido en vano.

La nación que consiga adaptarse antes a las consecuencias de la aplicación de la Cura y se desenvuelva con soltura en un mundo alterado por el fin de la mortalidad, será la nación que lidere al mundo al siglo que viene y más allá.

Hoy quiero declarar que tengo total confianza en que podemos ser y seremos esa nación. Muchos lo han dado todo por el futuro de nuestra patria y ahora ese futuro nos pertenece a todos nosotros. Estamos preparados. Tampoco tenemos otra elección.

Dios nos bendiga a todos y Dios bendiga a los Estados Unidos de América.

Pude oír los gritos de alegría procedentes de la calle cuando el presidente se despidió. Miré por la ventana y vi a los manifestantes abrazándose y levantando los puños en el aire para celebrar su victoria. Entonaban cánticos y bebían. Distinguí sus gestos de entusiasmo, el delirio que les provocaba pensar en las nuevas (y legales) maravillas que podrían vivir. Sus expresiones eran iguales que la de Katy cuando fuimos juntos a ver al médico.

Fecha de modificación

14/8/2019, 9:11 p.m.