Rubias por todas partes

Caminaba hoy por la Tercera Avenida cuando distinguí a una chica al otro lado de la calle, tenía un cuerpo espectacular y una melena rubia que le llegaba justo por debajo de los omóplatos. Sentí que un escalofrío me recorría el cuerpo. Me colé entre el tráfico y crucé la calle a toda prisa. Un taxi procedente de la Cuarenta y Tres estuvo a punto de atropellarme. No aparté la vista de la rubia a pesar de los trescientos bocinazos que el taxista me dedicó en apenas cuatro segundos. La chica no se volvió y siguió su camino por la Tercera, conmigo pisándole los talones mientras intentaba urdir un plan antes de asaltarla. Me mantuve a unos veinte metros por detrás de ella, esquivando gente con perros, turistas y los habituales batallones de parados que deambulaban de un lado para otro. Saqué el móvil, busqué el número de la policía y lo dejé listo para llamar en cuanto hiciera falta. Le saqué una foto por si era ella, para utilizarla más tarde. Si esa rubia era La Rubia, avisaría a la policía y la seguiría hasta que llegaran para arrestarla.

Decidí adelantarla. Aceleré el paso hasta ponerme a su altura y entonces fingí mirar al escaparate de un Hot and Crusty por el que pasábamos. Le vi la cara. No era ella. No se parecía en nada.

Este tipo de persecuciones han pasado a formar parte de mi rutina diaria. Veo a una rubia. Sospecho que es La Rubia. Persigo a La Rubia. No es La Rubia.

Aún recuerdo a mi amiga, que estalló en llamas hace dieciséis días, mientras yo me quedaba en la calle, actuando como un imbécil que se deja llevar por lo primero que llama su atención.

Fecha de modificación

19/7/2019, 9:34 p.m.