«¿Cómo fuiste tan tonto?»

Tenía que salir de Manhattan. La presencia alegre de Katy me perseguía por todas partes, y merecía que su recuerdo me acosara. La veía por todas partes: en la cocina, mirando la televisión, asomada a la ventana. En ocasiones estaba en tantos sitios que me sentía atrapado. Pensé que si me quedaba, mi salud mental corría peligro. Tenía que ir a visitar a mi hermana.

Tengo la suerte de no tener que recurrir a la Estación de Pennsylvania para mi transporte diario. Parecía imposible que el funcionamiento de la «Penn» pudiera empeorar a causa de los atentados. Tenía el convencimiento de que ya había alcanzado la cima del horror en ese aspecto. Me equivocaba.

Se estaba produciendo un éxodo. Había cola para entrar en la estación. Lo nunca visto. Y en cada entrada había agentes de protección civil que no permitían el acceso a nadie hasta que salía alguien del interior. En resumen, dejaban pasar a la misma cantidad de gente que la que abandonaba la estación. Era igual que intentar meterse en un club nocturno exclusivo.

Mi objetivo era el tren de las seis y media. Como pasaban cada media hora, calculé que si perdía el de las seis treinta, siempre podía coger el de las siete con la inestimable compañía de una lata grande de Budweiser para entretener la espera…

Casi perdí el de las diez y media.

Llegué a mi destino alrededor de la medianoche. Mi hermana estaba esperándome. Parecía cansada, pero considerando que tiene dos críos, imagino que tiene el mismo aspecto a las doce de la noche que a cualquier otra hora del día. Polly siempre arrastra sueño atrasado, sus tareas como madre le hacen perder tantas horas de sueño que ya son imposibles de recuperar. Dudo mucho que Polly vuelva jamás a estar despierta por completo.

Le había pedido a mi padre que no le contara nada a Polly acerca de que me habían administrado la Cura, porque la conozco y conseguiría que me sintiera culpable por haberlo hecho. Ya lo había pasado bastante mal con la espera de cuatro horas en la Penn y luego con un viaje en un tren tan abarrotado que no habría cabido un alfiler. Sin embargo, en cuanto la vi, cambié de parecer y decidí soltárselo lo antes posible. Me llevó en coche a casa y, cuando llegamos, me sirvió un trago.

Confesé de inmediato.

—Me he hecho lo de la Cura.

Se espabiló como por ensalmo (es capaz de hacerlo durante cortos períodos de tiempo).

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Hace tres semanas. Pero eso no es todo. Mi compañera de piso y el médico que me facilitó la Cura, murieron en los atentados del 3 de julio.

—¡Oh, Dios mío! ¿Katy? ¿Se llamaba así? ¿Estás hablando en serio?

—Sí. Yo mismo la envié al médico que me había tratado. Cuando iba a que le extrajeran sangre, estalló la bomba en la consulta.

—¡Santo cielo! ¿Tú estás bien?

—No demasiado. Yo… yo estaba entusiasmado por la idea de que ella fuera a hacérselo. Nunca pensé que pudiera ocurrir algo así, y aún me cuesta aceptar que haya sucedido. Ahora está muerta, y creo que yo también debería estarlo.

—¿Por qué te hiciste el tratamiento? ¿Cómo fuiste tan tonto? Júrame ahora mismo que no le dirás nada a Mark. No hace más que hablar sobre el tema. Lo último que quiero es que le animes a que se lo haga.

—Por favor, no me machaques.

—¿Es que no te diste cuenta del peligro que corría tu amiga? ¿Del que corrías tú? Esa gente, esos locos, llevan tiempo matando médicos, John. Y ni siquiera tienes garantías de que la Cura sea efectiva. Me cuesta creer que hayas acudido a un medicucho, a un matasanos, para que te arreglaran la vida.

—No era un matasanos —dije, poniéndome a la defensiva—. Era un profesional en toda regla y muy bien considerado en su especialidad.

—Ya, ¿y por qué se metió en algo tan turbio? Explícamelo.

—Era por una cuestión de ego, creo.

—¿Y una cosa así no te hizo dudar? Conocí al médico que Mark había elegido para que se lo hiciera a él. Se llamaba Frankie y tenía el mismo aspecto que la gente que trabaja «encontrando» objetos de valor tirados por la calle. He oído que algunos de los que ofrecen la Cura, no son médicos de verdad. Son quiroprácticos y cosas así. No estoy juzgándote por hacértelo, sólo estoy preocupada por ti.

—Y te lo agradezco, Polly. En serio, te lo agradezco de corazón. Pero estoy bien. A nivel mental estoy hecho un desastre, pero en lo que al físico se refiere, me encuentro genial, por raro que pueda sonar.

Vi la curiosidad en su expresión.

—¿Entonces, crees que funciona?

—Aún no estoy seguro. Me saco una foto a diario para comprobar si hay algún cambio que no sea capaz de detectar a simple vista.

—¿Y no te preocupa que, si todo el mundo se toma la Cura, tengamos problemas con la comida y cosas así?

—Prometo no zamparme todos los bollos de la despensa como hice la última vez.

—No seas tonto. La gente que está luchando para que la Cura no se aplique, tiene buenos motivos para hacerlo. Tú no tienes hijos, pero yo sí. Y le estoy dando muchas vueltas a todo este asunto. Pienso en lo que les quedará a ellos.

—¿Quieres decir que nunca te lo vas a hacer? ¿Y tampoco dejarás a Mark que se lo haga?

—No tengo ni idea —admitió a regañadientes—. En serio, no lo sé. Imagino que llegará el día en el que será legal y todo el mundo irá corriendo a por la Cura y que yo también lo haré. Ocurrirá lo mismo que me pasó con los móviles: fui la última de mis amigas que se hizo con uno. Todo el mundo tenía uno, y yo seguía dependiendo de un teléfono público que estaba estropeado casi siempre. Ahora tengo un móvil y ya no puedo vivir sin ese trasto. Es mi manera de ser, me tienen que llevar a rastras a veces. Reconozco que es muy probable que acaba tomando la Cura, y que todo el mundo haga lo mismo. Pero es una situación que abre interrogantes que prefiero no plantearme ahora mismo. Por ejemplo, ¿qué pasaría con Mark y conmigo?

—¿Tenéis problemas?

—¡No! En absoluto. Pero resulta inquietante pensar que vas a estar con alguien durante tanto tiempo. Lo quiero y hoy por hoy, estoy dispuesta a quedarme a su lado. Sin embargo, me resulta… extraño. Y los niños… Joder, tener hijos es garantizarte una vida llena de preocupaciones. No puedes dejar de pensar en cómo se encuentran y en si estarán bien. La idea de que esa situación se prolongará tanto tiempo, estar siempre preocupada por ellos… Esa idea me provoca ansiedad. Estoy preocupada y me preocupa estar tan preocupada.

Le conté lo de los banqueros que estaban solicitando el divorcio.

—¡Joder! —exclamó—. No me cuentes esas cosas.

—Perdona.

—Compréndelo, ese tipo de historias me da pánico. Algún día los dos nos haremos el tratamiento para la Cura y entonces, los amigos de Mark le preguntarán qué hace con una vieja foca como yo.

—Pero no te harás vieja.

—Ya soy vieja. Tengo dos hijos. Eso te hace envejecer. Así que tengo un motivo para preocuparme. ¿Podré hacer feliz a mi marido por los siglos de los siglos? ¿Tendré que hacerme liposucciones para tener el aspecto de una animadora? No tengo ni idea y no me apetece enfrentarme a esos dilemas ni ahora ni nunca. Ya tengo una vida repleta de decisiones: qué voy a hacer para comer; a qué colegio tendríamos que enviar a los críos; a qué fiesta de cumpleaños deberíamos ir este fin de semana. Es una decisión tras otra, unas más triviales, otras más trascendentales. Al final del día estoy derrotada. No ceno porque no quiero tener que decidir qué me preparo. Tomo unos cereales y doy el día por terminado. Y ahora llega esto: una decisión enorme, tremenda. Cada vez que me planteo el tema, me vienen una docena de preguntas. En este mismo instante tengo dolor de cabeza sólo de pensar en ello, y no he hecho nada todavía.

—Sin embargo, es la mejor opción.

—¿Lo es? No lo tengo tan claro.

—Dices que ya eres vieja, ¿cómo has llevado lo de envejecer hasta el momento?

Suspiró.

—Es una mierda.

—En ese caso, lo que he hecho ya no me parece tan malo.

Cambiamos de tema. Polly me preparó un poco de fiambre y una mazorca. Conversamos mientras comía y por primera vez desde que ocurrió, pude dejar de pensar en la muerte de Katy, aunque sólo fuera durante un rato. Observé a Polly y me di cuenta de que seguía pensando en la Cura. Había intentado dejarse arrastrar por la marea de los acontecimientos; pero entonces había llegado yo como un tsunami aporreando su puerta.

Fecha de modificación

17/7/2019, 5:09 p.m.