Pasé la mayor parte de los dos días siguientes pensando en todo lo que me había contado Nathaniel. Repasé nuestra conversación una y otra vez y traté de decidir cómo me hacía sentir todo lo que me había confesado:
Que me había estado observando durante años.
Que no había querido acercarse a mí.
Que me lo había ocultado.
Y luego pensé en mí.
En que yo llevaba años fantaseando con él. Que había seguido su trayectoria a través de las páginas de los periódicos. ¿Habría sido peor si me hubiera colocado en lugares donde sabía que lo iba a ver? ¿Habría hecho yo lo mismo si la situación hubiera sido al revés?
Pues sí.
Y si lo pensaba bien, en realidad yo había sido la que había dado el primer paso, porque fui yo quien se puso en contacto con el señor Godwin.
Llamé a Nathaniel la noche del martes.
—Hola —contestó.
—Nathaniel, soy yo.
—¡Abby! —exclamó y en su voz pude notar lo nervioso que estaba.
—Hay un restaurante de sushi en la misma calle de la biblioteca —dije—. ¿Nos vemos allí para comer mañana?
Esta vez, yo fui la primera en llegar. Elegí un sitio y lo esperé.
Cuando entró en el restaurante, se me encogió el corazón. Sus ojos escudriñaron todas las mesas y sonrió al verme. Y entonces, ese glorioso hombre de más de metro ochenta se dirigió directamente a mi mesa ignorando por completo los ojos de las mujeres que lo seguían.
Pensé: «Este hombre me deseaba. Me estuvo observando durante años. Justamente éste».
Le brillaron los ojos y en ese momento supe que lo había perdonado.
—Abby —dijo cuando se sentó y me pregunté si diría mi nombre a menudo porque le gustaba llamarme así.
—Nathaniel.
Me encantó advertir lo fácil que me resultaba a mí también llamarlo por su nombre.
Pedimos la comida y hablamos de cosas sin importancia. Estaba empezando a hacer calor. Le conté que habíamos programado una lectura de poesía en la biblioteca y él me preguntó por Felicia.
—Antes de que hablemos de nada más —expuso, poniéndose serio—, tengo que decirte algo.
Me pregunté qué podría decir que no me hubiera dicho ya.
—Como quieras.
—Necesito que entiendas que estoy acudiendo a terapia para trabajar mis problemas con la intimidad y mi estabilidad emocional. Esto no tiene nada que ver con mis necesidades sexuales.
Ya me imaginaba por dónde iba.
—Soy sexualmente dominante —continuó—. Y siempre lo seré. No puedo ni quiero olvidarme de esa parte de mí. Eso no significa que no pueda disfrutar de otros… sabores. Al contrario, los demás sabores ayudan a fomentar una buena variedad. —Arqueó una ceja—. ¿Te parece bien?
—Sí —asentí y me apresuré a añadir—: Yo nunca esperaría que abandonaras esa parte de ti mismo. Sería como negar quién eres.
—Exacto.
—Igual que yo no puedo negar mi naturaleza sumisa.
—Claro.
El camarero nos trajo las bebidas y yo le di un largo sorbo a mi té frío.
—Siempre me he preguntado una cosa —dijo Nathaniel—. No tienes por qué contestarme, pero ¿cómo te enteraste de lo mío?
Oh, oh.
Era mi turno.
—Por favor. —Hice un gesto con la mano—. Todo el mundo conoce a Nathaniel West.
—Es posible —contestó, sin dejarse engañar—. Pero no todo el mundo sabe que encadena mujeres a la cama y las azota con una fusta.
Me atraganté con el té.
Le bailaron los ojos.
—Tú te lo has buscado.
Me limpié la boca con la servilleta, agradecida de no haberme echado el té en la camisa.
—Es verdad.
—¿Me vas a contestar?
—La primera vez que me fijé en ti fue cuando intercediste para salvar la casa de mi madre. Hasta aquel día sólo eras un hombre sobre el que leía de vez en cuando en las noticias de sociedad. Una celebridad. Pero entonces te convertiste en alguien real.
Nos trajeron el sushi: makis de atún picante y de anguila para mí. Y un variado de nigiris para él.
Vertí un poco de soja en mi cuenco y la mezclé con wasabi.
—Poco después de aquello, vi tu foto en el periódico. Ya no me acuerdo del motivo. —Fruncí el cejo—. Es igual. El caso es que mi amiga Samantha pasó por allí cuando yo estaba leyendo el artículo. Yo hice algún comentario sobre lo guapo que eras y me pregunté cómo serías. Y entonces ella se puso nerviosa y se mostró inquieta.
—¿Samantha?
—Una vieja amiga. Hace años que no hablo con ella. —Me metí un maki en la boca, mastiqué y tragué—. Resulta que ella había asistido con su novio a una fiesta o una reunión o algo, no sé cuál es la forma correcta de llamarlo, un evento para Dominantes y sumisas. Ellos eran aficionados.
—¡Ah! —exclamó—. Y yo estaba allí.
—Sí y me contó que eras un Dominante. Luego dijo que no debería habérmelo dicho y me hizo jurar que guardaría el secreto. Yo nunca se lo dije a nadie, excepto a Felicia, y sólo cuando tuve que hacerlo. Pero Samantha no quería que me hiciera ilusiones contigo ni que fantaseara con historias del príncipe encantador y su cenicienta.
—¿Y tú lo hiciste?
—No, pero sí imaginé que me encadenabas a la cama y me azotabas con una fusta.
Entonces fue él quien se atragantó con el té.
—Tú te lo has buscado —le dije.
Nathaniel se rio, llamando la atención de los clientes de otras meses.
—Es verdad.
Esperé hasta que todo el mundo volvió a centrar su atención en su propia mesa.
—Durante mucho tiempo, no hice otra cosa que fantasear. —Agaché la cabeza para fijar la vista en el plato, porque no quería mirarlo—. Y entonces hice algunas preguntas. Algunos de los amigos de Samantha siguen viviendo por aquí, así que no me costó mucho encontrar al señor Godwin. Me quedé con sus datos durante meses antes de hacer nada. Sabía que acabaría llamándolo en algún momento; cualquier cosa tenía que ser mejor que…
—El sexo insatisfactorio —completó la frase por mí.
—O en mi caso sólo pura insatisfacción —dije, mirándolo al fin—. Era incapaz de mantener una relación con un chico. Sencillamente, no podía.
Él esbozó una sonrisa cómplice, como si supiera exactamente de lo que estaba hablando.
—Supongo que hay varios grados de normalidad, Abby. ¿Quién se supone que puede decidir lo que es normal y lo que no?
—Sinceramente, yo ya he hecho lo que es normal a los ojos de todo el mundo y es aburridísimo —contesté.
—Son distintos sabores —afirmó él, mirándome con cautela—. Y todos pueden ser deliciosos cuando se disfrutan con la persona adecuada. Pero sí, la tendencia natural de cada uno encuentra la manera de definir lo que ve como normal.
—Tú también intentaste mantener lo que se conoce como una relación normal —señalé—. Con Melanie.
—Sí. —Comió un poco. Lo observé mientras movía la boca y tragaba—. Con Melanie.
Fue un desastre. Fracasamos por varios motivos: ella no es sumisa por naturaleza y yo no pude reprimir mi naturaleza dominante. —Suspiró—. Pero Melanie no quería admitir que no funcionábamos. Nunca llegué a entender por qué.
—En cualquier caso, ahora ya parece haber superado lo vuestro.
—Gracias a Dios. —Sonrió. Entonces se puso serio de nuevo y bajó la voz—. ¿Y tú?
¿Superar a Nathaniel West?
—No —susurré.
—Menos mal.
Alargó el brazo por encima de la mesa y entre los platos y me cogió de la mano.
—Yo tampoco.
Nos quedamos así durante algunos segundos, cogiéndonos de la mano y mirándonos a los ojos.
—Haré todo lo que sea necesario para volver a ganarme tu confianza, Abby, y durante el tiempo que haga falta. —Me acarició los nudillos con el pulgar—. ¿Me dejarás?
Yo quería gritar y lanzarme a sus brazos, pero me contuve.
—Sí —me limité a responder.
Nathaniel me estrechó la mano antes de soltarme.
—Gracias.
Entonces vino el camarero para servirnos más té.
—¿Alguna vez has preparado sushi? —le pregunté a Nathaniel con la intención de rebajar la tensión de la conversación.
—No, nunca, pero siempre he querido aprender.
—Aquí impartimos clases —dijo el camarero—. El próximo jueves por la tarde. A las siete.
Miré a Nathaniel. ¿Deberíamos intentar tener una cita? ¿Actuar como una pareja «normal»? ¿Vernos sin ninguna expectativa? ¿Dejar que intentara volver a ganarse mi confianza?
Él arqueó una ceja, quería que lo decidiera yo.
—Hagámoslo —propuse.
Cuando salíamos del restaurante, se volvió hacia mí.
—Kyle va a participar en la obra de teatro de su escuela. El estreno es este sábado y me ha pedido que vaya. ¿Vendrás conmigo?
¿Otra cita? ¿Estaba preparada para eso?
Sí, lo estaba.
—¿A qué hora?
—Puedo recogerte a las cinco. ¿Quieres que comamos algo antes de la obra?
¿Quería volver a estar en el coche de Nathaniel y dejar que fuera a buscarme a mi apartamento? Parecía un paso en la dirección adecuada.
—Nos vemos a las cinco.
El sábado estaba nerviosa. Felicia pasó por mi apartamento antes de irse a casa de Jackson y nunca me alegré tanto de que se marchara. En aquel momento no podía soportar sus astutas sonrisas y su expresión petulante. Estaba muy orgullosa de sí misma, como si hubiera sido la responsable de organizarlo todo.
Nathaniel llegó a las cinco y nos fuimos enseguida. No lo invité a entrar en el apartamento porque aún no estaba preparada.
La cena fue todo lo que esperaba. Él se comportó como un auténtico caballero y la conversación fluyó con naturalidad. Lo invité a la lectura de poesía de la biblioteca y aceptó.
Hablamos sobre Felicia y Jackson, sobre Elaina y Todd, incluso sobre la asociación benéfica de Linda.
Disfruté mucho de la obra de teatro. Kyle no tenía un papel muy largo —su parte estaba integrada en el coro—, pero puso todo el corazón en sus líneas. Cada vez que aparecía en el escenario, a Nathaniel se le iluminaba el semblante. Me pregunté lo que se sentiría al salvar una vida como lo había hecho él. Cómo se sentiría Nathaniel sabiendo que Kyle estaba en aquel escenario gracias a su sacrificio.
Nathaniel se mantuvo a cierta distancia de mí toda la noche; se aseguró de que nuestros codos no se tocaban mientras veíamos la obra y que nuestros brazos no se rozaban accidentalmente mientras paseábamos. Yo sabía que se estaba esforzando para que no me sintiera presionada y aprecié su cortesía.
Si seguía existiendo una sutil corriente de electricidad fluyendo entre nosotros, los dos hicimos un gran esfuerzo por ignorarla.
Después de la obra, Nathaniel me presentó a Kyle y a sus padres. Yo reprimí una sonrisa cuando vi la adoración con la que el pequeño lo miraba.
El único momento incómodo de la noche fue cuando Nathaniel me acompañó hasta la puerta de mi apartamento.
—Gracias por invitarme —dije—. Lo he pasado muy bien.
Me pregunté si intentaría besarme.
—Me alegro de que hayas venido conmigo. La noche no habría sido lo mismo sin ti. —Me cogió la mano y me la estrechó con delicadeza—. Nos vemos el jueves por la noche.
Me dio la impresión de que quería decir algo, pero en lugar de hablar, sonrió, se dio media vuelta y empezó a alejarse.
No, no me iba a besar.
Porque estaba dejando que fuera yo quien diera el paso.
Y yo no quería que se marchara todavía.
—Nathaniel —lo llamé. Él se volvió para mirarme con ojos oscuros y ardientes, mientras yo me acercaba. Levanté una mano para posarla en su rostro y dejé resbalar un dedo por el contorno de su mandíbula. Luego deslicé la mano por su pelo y tiré de él hacia mí—. Bésame —susurré—. Bésame y siéntelo.
—¡Oh, Abby! —exclamó con voz estrangulada y ronca. Me puso un dedo bajo la barbilla, me levantó la cara y bajó los labios hacia los míos.
Nos besamos con suavidad y delicadeza. Sus labios eran tan suaves y fuertes como los recordaba. Me acerqué un poco más a él y me abrazó.
Lo provoqué con la lengua. Nathaniel suspiró y me estrechó con más fuerza. Entonces separó los labios y me dejó entrar. Y fue muy dulce y tierno.
Cuando el beso se hizo más intenso, Nathaniel lo utilizó para dejarme ver todo lo que sentía por mí.
En aquel beso lo encontré absolutamente todo: su amor, su arrepentimiento, su pasión, su necesidad.
Me arrasó. Sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo, sus dedos deslizándose por mi espalda con delicadeza. Su boca. Su sabor. Su olor.
Él.