Durante las semanas que siguieron a mi ruptura con Nathaniel, ocurrieron varias cosas.
Lo primero fue que me levanté del sofá y me confeccioné mi propio plan de ejercicios.
Me había esforzado mucho para conseguir mi nuevo cuerpo y no lo quería echar a perder.
Lo segundo era que Felicia y Jackson fijaron la fecha de la boda para el 1 de junio. Me sentí aliviada: eso quería decir que aún me quedaba tiempo para prepararme. Una boda en junio significaba que disponía de cuatro meses antes de tener que ver a Nathaniel. Y yo sabía que estaría mucho mejor al cabo de cuatro meses. Cuatro meses después, sería capaz de seguir a Felicia hasta el altar con la cabeza bien alta e ignorar a ese bastardo.
Y eso se debía al tercer punto de la lista: Felicia me había pedido que fuera su dama de honor, cosa que acepté encantada. En mis momentos más filosóficos, pensaba que quizá el propósito de mi relación con Nathaniel hubiese sido unir a Felicia y Jackson. En esos momentos filosóficos, sentía que todo había valido la pena sólo por ver a mi amiga tan feliz.
Ella se merecía ser feliz. Aunque esos momentos filosóficos pronto escasearon, en especial debido al acontecimiento número cuatro.
¿Y qué fue lo cuarto que ocurrió? Que la revista People publicó mi nombre, aunque lo hizo en un artículo muy corto. Estoy segura de que mucha gente habría pasado por alto el compromiso entre Jackson y Felicia si no lo hubieran anunciado inmediatamente después de la Super Bowl. Pero todo pasó muy deprisa y allí estaba mi nombre, en la revista People: «Ésta es Abby King, la mejor amiga de Felicia Kelly; según algunas fuentes, mantiene una relación romántica con Nathaniel West, el primo de Jackson».
En fin. Tenía que seguir adelante.
Y todo eso ocurrió antes del acontecimiento número cinco: Linda decidió dar una fiesta de compromiso para Felicia y Jackson en marzo.
Ello significaba que yo ya no disponía de cuatro meses para prepararme para ver a Nathaniel. Sólo tenía uno.
Elaina me llamó poco después de que Felicia le diera la noticia. Yo me sentía un poco mal, pues la había ignorado después de romper con Nathaniel.
—Hola, Elaina.
—¡Abby! Por fin. Tenía muchas ganas de hablar contigo.
—Lo siento. —Suspiré—. Es que… no estaba preparada.
—Lo entiendo perfectamente —dijo, y sabía que era cierto—. Quería saber cómo estabas.
—Estoy genial. —Me senté en el sofá—. Aunque me molesta un poco la fiesta.
—Ha sido cosa de Linda —me explicó—. Quería dar una gran fiesta para los novios.
Como la boda será tan íntima…
Felicia y Jackson se iban a casar en junio, en la casa de campo de Elaina y Todd. Tanto la novia como el novio querían una boda íntima.
—No pasa nada —repuse—. Lo soportaré.
—Está fatal —me explicó, cambiando de tema—. Ya sé que probablemente no te importe y no te culpo por ello, pero está destrozado. Habló con Todd y le pidió algunos nombres. Va a pedir ayuda.
—Eso está muy bien —dije—. Porque necesita ayuda. También necesita que alguien le dé una patada en las pelotas, pero eso no viene al caso.
Elaina se rio.
—En eso estamos todos de acuerdo contigo. Y en cuanto nos lo pidas, estaremos encantados de ayudarte.
—Ya te lo haré saber —respondí sonriendo. Me sentí muy bien al hacerlo—. Si no te importa que lo pregunte, ¿me puedes explicar por qué discutieron Nathaniel y Todd cuando estábamos en Tampa?
Ya había dicho su nombre en voz alta.
Elaina suspiró.
—Todd sigue sin querer contármelo. Dice que es Nathaniel quien debe hacerlo. —Bajó la voz—. Y, créeme, he intentado sonsacárselo de todas las formas posibles.
Me reí y eso también me sentó bien.
—Estoy segura de que sí.
Entonces me di cuenta de lo mucho que añoraba sentirme bien: reír, sonreír.
—¿Qué ha dicho Nathaniel sobre nuestra ruptura?
¿Lo ves? Me dije a mí misma que cada vez sería más fácil.
—Que te fuiste. No nos creímos ni una sola palabra. Todos sabemos que nos está ocultando cosas. Tuvo que comportarse como un capullo eunuco para que te marcharas.
—¿Capullo eunuco? —Me reí—. ¿Eso existe?
Elaina también se rio.
—En el caso de Nathaniel sí.
Luego seguimos hablando de otras cosas. Y todo parecía normal.
Y la normalidad me hacía sentir bien.
El día de San Valentín, Felicia se presentó con un anillo y discutimos.
—¿No crees que Jackson y tú vais demasiado rápido? —le pregunté, después de deshacerme en los «oohs» y «aahs» de rigor.
—Y eso lo dice la misma mujer que…
—Venga sigue —la animé, preparándome para la pelea—. Dilo de una vez.
—No.
Frunció los labios.
—Pero quieres hacerlo —la provoqué para apremiarla—. Tú sabes que quieres hacerlo.
Venga. Dilo. Y esto lo dice la misma mujer que dejó que Nathaniel West la jodiera como le dio la gana y luego volvió a casa llorando porque al final la jodió demasiado.
—No me presiones.
—Suéltalo. Te sentirás mejor.
—Está bien. —Puso los brazos en jarras—. ¿Y qué pensabas que iba a pasar? ¿Que se enamoraría de ti y todo saldría bien? ¿Que chasquearías los dedos y vendría arrastrándose como un perro? Si lo querías, si de verdad lo amabas, quizá deberías haberte quedado y, no sé —levantó las manos—, haber hablado con él. Pero no, cuando las cosas no salieron como tú querías, a ti sólo se te ocurrió volver corriendo a casa. ¿Crees que Nathaniel tiene problemas?
Pues todos tenemos problemas. Afróntalos, maldita sea. No te encierres aquí a llorar para hacernos sentir mal a todos.
—¿Ya has acabado?
—Pues no. Ya sé que esta fiesta será dura para ti. No va a ser fácil para nadie. Tú eres mi dama de honor y Nathaniel es el padrino…
—¿Nathaniel es el padrino?
—Sí. Y no va a ser fácil para ninguno de los implicados. Jackson dice que Nathaniel no es ni la sombra del hombre que era. Que, desde que te fuiste, no hace más que beber hasta caer redondo. Linda…
—¿Eso hace?
—Sí. Linda está muy preocupada y no deja de pedirle a Jackson que posponga la boda.
Cree que si esperamos algunos meses, Nathaniel y tú lo llevaréis mejor. Pero al final Jackson y yo la convencimos para que celebrara la fiesta de compromiso…
—¿La convencisteis vosotros?
—Sí, maldita sea. Y deja de interrumpirme.
—Perdona.
—Jackson y yo la convencimos para que la celebrara. —Se acercó un poco más a mí—. Y tú vas a asistir, serás amable y hablarás con ese hombre, Abby. ¿Me entiendes? Y le hablarás civilizadamente. No me importa que le digas que coma mierda y se muera, mientras lo hagas de una forma educada. ¿Y sabes por qué? Porque yo soy la novia y no pienso dejar que me estropees la boda.
Vaya, ésa era Felicia. Pero pensé que tenía razón en algunas cosas.
—Di algo —dijo.
—Tienes razón —reconocí—. Debería haberme quedado a hablar con él. Huí como una cobarde. Supongo que pensé que intentaría detenerme.
—Por lo que me has dicho, él estaba manteniendo las distancias desde el principio.
¿Nunca se te ocurrió pensar que estabas haciendo exactamente lo que él quería?
—Alguna vez.
Me apoyó las manos en los hombros.
—Ya sé que estás enfadada con ese hombre. Qué narices, hasta yo lo estoy. Y, según Jackson, Todd y Elaina también. Pero si lo quieres, habla con él. —Me sacudió con suavidad—. Y debes estar preparada para admitir que tú también cometiste errores.
—Eso es mucho pedir.
—¿Él lo vale?
—Hubo un tiempo en que pensaba que sí —susurré.
—Pues sigue siendo el mismo hombre y eso significa que lo vale.
Me sequé una lágrima.
—Pero no se lo pongas demasiado fácil. Nathaniel tiene que admitir sus errores. Y, según mi baremo, los suyos fueron mucho peores. —Sonrió—. Y tú y yo sabemos que ése es el único baremo que importa.
Los días anteriores a la fiesta se me hicieron largos y pasaron rápido al mismo tiempo.
Un día estaba mirando el calendario y agradeciendo poder disponer de dos semanas antes de ver a Nathaniel y al día siguiente ya sólo me quedaban dos horas para vestirme.
Me puse un vestido plateado que encontré en las rebajas. No era tan bonito como el que me ofreció Elaina, pero se lo rechacé porque quería hacerlo todo yo sola. A mi manera.
El día de la fiesta, Felicia se fue con Jackson muy temprano. Supuse que era normal, dado que ella era la invitada de honor. Jackson pasó por mi apartamento cuando vino a recogerla y me abrazó antes de que se marcharan. Me gustaba mucho ese chico. No dijo ni una sola palabra, pero sus acciones hablaban por sí mismas. Nunca hablaba mucho sobre su primo.
Supongo que sabía lo mucho que me incomodaría.
Temblaba en el taxi que me llevó al Penthouse, el restaurante donde se iba a celebrar la fiesta. Intenté recordar cuándo fue la última vez que me había puesto tan nerviosa y fracasé estrepitosamente.
Jamás. Nunca había estado tan nerviosa.
¿Llegaría antes él o yo? ¿Me hablaría él primero o sería yo quien daría el primer paso?
¿Qué aspecto tendría? ¿Habría cambiado durante aquel último mes? ¿Me miraría con los fríos ojos inexpresivos que recordaba o me dirigiría una mirada llena de arrepentimiento?
Mientras caminaba hacia la puerta del restaurante, me dije que sólo lo hacía por Felicia.
Elaina me estaba esperando dentro. Al verme, me dio un largo abrazo.
—¡Oh, Abby! —se lamentó—. No podemos volver a pasar tanto tiempo sin vernos.
Prométemelo.
—Te lo prometo —contesté y en ese momento lo decía de corazón.
Ella se secó los ojos.
—Aún no ha llegado.
—Me alegro. Necesito un minuto.
—Ven a saludar a Linda.
Ésta también se emocionó al verme.
—Abby —dijo—. Gracias por venir.
—No me lo perdería por nada —respondí, devolviéndole el gran abrazo que me dio.
Cuando conseguí recomponerme, paseé la vista por la sala. Las paredes blancas parecían de color crema a la tenue luz de las velas. Había un bufé de aperitivos pegado a la pared justo al lado del bar y el pinchadiscos estaba en un rincón, mezclando canciones. También había una pista de baile y varias mesas rodeadas de sillas.
—Qué bonito —exclamó.
—No podía imaginar un sitio mejor para celebrar que Felicia va a formar parte de nuestra familia. —Linda se rio con suavidad—. Jackson está contando los días que faltan para que llegue junio.
—Ella también.
La conversación bullía a nuestro alrededor, era un murmullo suave y constante, como el delicado zumbido de las avispas. El salón se fue llenando lentamente y por algún motivo la presencia de toda aquella gente me resultaba reconfortante. Mis ojos recorrieron la estancia y pocos segundos después aterrizaron en la persona que entraba por la puerta en ese momento.
Nathaniel.
Tenía buen aspecto. No me quedaba más remedio que reconocerlo. Su pelo oscuro despeinado le daba ese aire de recién levantado que tanto me gustaba y el traje negro que había elegido se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Cuando entró, le dio la mano a varias personas, pero no parecía estar prestándoles mucha atención a ninguno de ellos. Sus ojos estaban demasiado ocupados escaneando la multitud.
Cuando me vio, su sonrisa vaciló por un segundo.
Inspiró hondo y echó a andar hacia nosotras. Linda se alejó con discreción.
Yo deseé tener una bebida, algo para mantener las manos ocupadas. Entrelacé las manos y dejé colgar los brazos por delante de mi cuerpo.
Se me aceleró el corazón y el sudor me perló la frente.
Ya casi estaba a mi lado.
Me aparté un mechón de pelo de la cara. A nuestro alrededor, la gente conversaba animadamente, se reía y brindaba.
Y entonces se detuvo delante de mí con una mirada delicada y suplicante.
—Hola, Abby —susurró.
Abby.
—Nathaniel —dije y me enorgullecí de que no me temblara la voz.
—Tienes buen aspecto. —Sus ojos no se apartaron de los míos ni un momento. Me había olvidado de lo verdes que los tenía.
—Gracias.
Dio un paso adelante.
—Quería decirte…
—Pero ¡si estás aquí! —exclamó una rubia, interrumpiéndonos.
Él volvió la cabeza hacia ella.
—Melanie, no es un buen momento.
¿Melanie?
Era guapa. El vestido de color hueso que llevaba se ceñía a su cuerpo y resaltaba cada una de sus curvas. Lucía un delicado collar de diamantes y sus mechones rizados se mecían sobre sus hombros.
Me guiñó un ojo.
¡¿Qué?!
—Tú debes de ser Abby. —Me tendió la mano—. Me alegro de conocerte por fin.
Le estreché la mano, desconcertada. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué se proponía? ¿Qué me iba a decir Nathaniel?
Lo miré y vi que la estaba fulminando con la mirada.
—Melanie, yo…
—¡Nathaniel! —Un hombre con sobrepeso y entradas muy pronunciadas se acercó y le dio una palmada en la espalda—. Justo el hombre que estaba esperando. Ven conmigo. Tengo que presentarte a unas personas.
Él dejó que se lo llevaran, pero sus ojos siguieron observándome desde la otra punta del salón, incluso mientras estrechaba algunas manos y hablaba con unos y otros.
—Vaya —dijo Melanie—, ha estado a punto.
—¿Lo has hecho a propósito?
Me apoyó la mano en el hombro.
—Querida, lo que fuera a decirte Nathaniel habría sido demasiado fácil. Si quiere recuperarte, deja que luche por ti.
Me la quedé mirando con asombro.
—No soy una arpía vengativa —aseveró ella—; soy perfectamente capaz de ver cuándo un hombre está enamorado.
Me estrechó el hombro.
Yo me reí mientras la miraba marcharse.
Melanie estaba de mi parte.
Dos horas más tarde, me resultó evidente que Nathaniel no iba a pelear por mí. No nos volvimos a cruzar más en toda la noche y yo me dije que era lo mejor.
—Lo odio —confesó Elaina, mientras observaba cómo él hablaba con un numeroso grupo de hombres—. Lo odio. Lo odio. Lo odio.
—Elaina —la reprendí—. Todo va bien. De momento todo va bien. No puedes esperar más que esto.
—No está bien. No ha ido bien. Y sí que puedo esperar más de esto.
Entonces empezó a sonar una canción lenta y Jackson se llevó a Felicia a la pista de baile.
—Es por Felicia —repuse—. Todo es por Felicia.
Elaina se cruzó de brazos.
Yo la abracé.
—Pero ya he tenido bastante por esta noche. Me voy a marchar. Nos vemos pronto, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
Yo miré a mi alrededor por última vez. Felicia y Jackson giraban en la pista de baile.
Linda estaba hablando con Melanie y con sus padres. Todd se acercó a Elaina y la rodeó con el brazo, luego se inclinó hacia ella y le susurró algo al oído.
No busqué a Nathaniel.
Ya estaba a pocos pasos de la puerta principal, cuando la música cesó de repente. La conversación se apagó y oí cómo se acoplaba un micrófono.
—No me dejes, Abby.
La voz de Nathaniel resonó por todo el salón.
Me di media vuelta. Él estaba en la plataforma del pinchadiscos, con el micrófono en la mano.
—Te dejé marchar una vez y casi me muero. Por favor —me suplicó—. Por favor, no me dejes.