Estuve sentada sobre el regazo de Nathaniel durante todo el tercer cuarto. Nos quedamos allí viendo el partido, envueltos en las mantas. De vez en cuando, me pasaba la mano por el pelo y me acariciaba el contorno de la oreja.
—Deberíamos volver al palco —dijo, cuando el tercer cuarto llegaba a su fin.
Claro, el partido.
Yo hice ademán de levantarme, pero sus brazos me lo impidieron.
—¿Sabes por qué hemos tenido que esperar? —preguntó.
«Porque querías que me sentara en tu regazo».
«Porque querías abrazarme».
«Porque estás fascinado por los diminutos detalles de mi oreja».
«Porque, por mucho que intentes negarlo, sientes algo».
«Porque es posible que me quieras».
—Porque tu cara lo revela absolutamente todo —respondió—. Eres un libro abierto.
Yo me reí.
«Vale, eso también».
Nos levantamos. Yo seguía envuelta en la manta.
—Será mejor que te cambies —comentó él—. Felicia me cortará la cabeza si te ve con esa falda.
Yo presentía que Felicia nos cortaría la cabeza a los dos de todos modos, pero en ese momento no me importaba.
Me cambié y regresamos al palco. Mientras estaba en los servicios, oí la conversación de unas chicas: los Giants iban ganando. Era bueno saberlo, dado que pasaría el resto del partido rodeada de gente que, muy probablemente, sí habría visto el último cuarto.
Cuando entramos en el palco, Felicia vino directa a mí y me llevó a un lado.
—¿Dónde estabas? —me preguntó en voz baja.
—Estábamos ocupados.
Intenté decirlo con la cara seria, pero por lo visto mi expresión me delató.
—Joder, Abby. ¿En la Super Bowl? ¿Eso no es ilegal?
—Felicia —le dije, apoyándole una mano en el hombro—, lo que debería ser ilegal es no hacer lo que he estado haciendo.
—Algún día conseguirás que te detengan.
—Puritana.
—Pervertida.
Los Giants ganaron el partido. Cuando se detuvo el reloj, Jackson corrió hasta el medio del campo y miró en dirección a nuestro palco para lanzarnos un beso. Todos nos deshicimos en «oooohs» y «aaaaahs».
Todos menos Nathaniel, que se limitó a negar con la cabeza y murmurar sobre lo mucho que le debía su primo. Pero me di cuenta de que se alegraba por Jackson. Igual que yo me alegraba por Felicia.
Nos marchamos del estadio después de que les entregaran el trofeo. Nathaniel y Todd intercambiaron una mirada recelosa, pero al final se dieron un amistoso abrazo.
—Tres semanas —me pareció oírle susurrar a Nathaniel, pero no estaba segura.
Elaina me estrechó entre sus brazos.
—Te llamaré si averiguo algo.
Felicia se iba a quedar en Tampa con Jackson, pero Nathaniel tenía que volver, así que yo me fui con él al aeropuerto. El vuelo de vuelta fue mucho más tranquilo que el de ida.
Pasamos todo el tiempo sentados.
—¿Me has reservado una cita para el miércoles? —preguntó Nathaniel—. ¿O sólo se lo dijiste a Linda porque sí?
—Esperaba que quisieras pasarte por allí —respondí. ¿Es que no sabía ya que yo nunca le mentiría?
—Pues entonces nos vemos el miércoles. —Sonrió—. ¿Leo algo?
—Necesitas ayuda con la literatura. Si te esfuerzas en serio, estoy segura de que la próxima vez podrás citar a más gente, aparte de Mark Twain y Jane Austen.
—¿De verdad? ¿A quién me sugieres?
—A Shakespeare —contesté, recostándome en el asiento y cerrando los ojos.
Llamé a la esteticista y pedí hora para depilarme a la cera la tarde del miércoles, justo después de salir del trabajo. Podría haberlo hecho antes, pero quería ver si Nathaniel se desdecía cuando se presentara el miércoles a la una.
No lo hizo.
Y respecto a la depilación a la cera, sólo diré: «¡Ohdiosmíocómoduele!».
Pero después —mucho, mucho, después—, decidí que me gustaba bastante. Me sentía pulcra, limpia y sólo podía imaginar lo sexy que me sentiría. Incluso llegué a pensar que cabía la posibilidad de que el sexo fuera aún mejor, si es que eso era posible.
También decidí pensar en lo que me había dicho Nathaniel sobre comprarme un coche.
Yo sola, claro. Le pedí a Felicia que me prestara el suyo para el fin de semana. De todos modos, ella no lo utilizaba mucho.
A las seis en punto del viernes, estaba en el vestíbulo de Nathaniel.
Él me señaló la ropa.
—Quítatelo todo. Lo recuperarás el domingo.
Me tomé mi tiempo para desnudarme. Llevaba toda la semana pensando en el fin de semana, justo como Nathaniel había planeado que hiciera, estaba segura de ello. Me pregunté cómo me sentiría caminando por la casa completamente desnuda. Abby la loca estaba muy emocionada y me prometió mantener a Abby la racional ocupada con la nueva regulación de impuestos o alguna tontería por el estilo.
No había olvidado lo que me dijo la noche del viernes y cuando me quité los pantalones —«Mira, Nathaniel, no llevo bragas»—, la mirada que vi en sus ojos me dejó bien claro que no estaba bromeando sobre la fiebre del viernes noche. En realidad, la primera vez me folló allí mismo, en el vestíbulo.
Y, oh, sí, el sexo era mejor.
Al principio me sentí un poco cohibida por tener que ir sin ropa, especialmente cuando tenía que hacer algo rutinario como cocinar. Pero a medida que avanzaba el fin de semana, empecé a sentirme más segura. El modo en que me miraba Nathaniel, la manera en que sus ojos seguían mis movimientos… Me hacía sentir poderosa. Y quizá eso fuera precisamente lo que él esperaba desde el principio.
Cuando fui a prepararle el desayuno la mañana del domingo, me lo encontré sentado a la mesa de la cocina.
—Sube y ponte algo de ropa —dijo muy serio.
¿Qué ocurría? Estaba tan nerviosa que no pregunté. Salí de la cocina y volví a mi habitación, donde rebusqué hasta encontrar un par de vaqueros y una camiseta de manga larga.
Luego bajé de nuevo.
—Siéntate —me ordenó.
—¿Va todo bien?
Me senté, tratando de imaginar qué podría haberle puesto aquella expresión de culpabilidad en la cara.
—Lo siento —se disculpó, mirándome por fin. Sus ojos reflejaban su preocupación—. Debería haberlo planeado mejor. Tendría que haber prestado más atención.
—Me estás asustando. ¿Qué pasa?
Hizo un gesto en dirección a la ventana.
«Mierda».
La nieve llegaba a la mitad del cristal; había como un metro y medio y seguía cayendo.
—Debería haber escuchado el parte meteorológico —se lamentó—. Tendría que haber mirado las noticias. Algo.
—¿Y cuál es el veredicto? —pregunté, mirando la nieve—. ¿Tan malo es?
Él negó con la cabeza.
—Nadie lo sabe con seguridad. Podrían pasar días antes de que pudieras irte. Lo siento.
Debería haberte mandado a casa ayer.
Así que estaba atrapada con Nathaniel durante algunos días más. Eso era mucho mejor que estar atrapada en mi apartamento…
—Felicia —susurré—. ¡Tengo su coche!
—Está con Jackson —dijo Nathaniel—. He hablado con él hace un rato. La recogió ayer; estará bien.
Asentí. Felicia estaba perfectamente bien con Jackson y a mí me gustaba la idea de estar con Nathaniel en lugar de atrapada en mi apartamento.
—Tenemos que hablar de las pautas que seguiremos durante la semana —sugirió él—. Me ha parecido que sería más fácil hablar si estabas vestida.
Aquello explicaba que estuviera sentado a la mesa de la cocina: quería mi opinión.
—He pensado que podemos dividir las comidas. Yo preparo una y tú cocinas la siguiente. —Me miró y yo asentí—. Yo estaré trabajando la mayor parte del tiempo y quiero que te sientas como en tu casa. Puedes hacer uso de todas las estancias, a excepción de mis dos habitaciones.
Supongo que eso significaba que no iba a dormir en su cama.
—Mis reglas siguen en pie —prosiguió—. Puedes utilizar el gimnasio y los DVD de yoga. Espero que me llames Señor, pero no esperaré nada sexual. No creo que haya problemas con el tema del sueño. Seguirás durmiendo tus ocho horas.
Atrapada por la nieve con Nathaniel. Abby la loca estaba haciendo piruetas. Abby la racional tenía la sospecha de que quizá no fuera tan buena idea.
—¿Tienes alguna pregunta? —me dijo.
—Sí. No esperas nada sexual, pero no has dicho que no podamos practicar sexo.
¿Significa eso que hay posibilidades de que ocurra?
—He pensado que podemos dejar que las cosas fluyan con naturalidad, si te parece bien.
¿Sexo natural con Nathaniel? Me sonrojé y empecé a sentir ese conocido dolor del deseo tensándome el vientre.
«Relájate —dijo Abby la racional—. No dejes que se dé cuenta de lo mucho que te excita la idea».
«Idiota, eso lo sabe desde hace mucho tiempo», contestó Abby la loca.
Nathaniel esbozó una sonrisa astuta desde el otro lado de la mesa. Maldita Abby la loca, siempre tenía razón.
—Ya he actuado con naturalidad todo el fin de semana —repuse con serenidad—. ¿Por qué iba a dejar de hacerlo ahora?
Él se rio. No lo oía reír muy a menudo. Quizá nos fuera bien habernos quedado atrapados por la nieve.
—¿Dónde dormiré? —pregunté.
Él arqueó una ceja.
—En tu habitación.
Vaya. Bueno, tenía que intentarlo.
—Muy bien —convine—. ¿Y cuándo empiezan las nuevas reglas?
—Hoy a las tres. —Se miró el reloj—. Eres mía durante las ocho horas siguientes, así que si no tienes más preguntas, quiero que te quites la ropa y luego bajes a preparar el desayuno.
«Te equivocas —pensé, mientras subía para desnudarme—. No soy tuya durante las próximas ocho horas. Soy tuya para siempre».