23

Después de salir de la piscina de agua caliente, fuimos a otra sala donde nos hicieron la manicura y la pedicura, las cuatro sentadas en fila frente a otras tantas esteticistas. Todas nos decidimos por el mismo tono de intenso color rojo llamado After Sex. A Elaina le hizo mucha gracia el nombre del esmalte y todas nos sumamos a su iniciativa como un grupo de colegas de hermandad.

Cuando acabamos, nos dimos un abrazo y cada una se fue a su habitación. Al día siguiente había bufé libre al que todos asistiríamos. Elaina me lanzó un beso despidiéndose hasta la cena.

Yo me moría de ganas de ver a Nathaniel.

Me estaba esperando en la suite, leyendo el periódico. Cuando entré, levantó la cabeza con los ojos brillantes.

—¿Has disfrutado del día? —preguntó como un completo caballero. Como si su mirada no me estuviera diciendo de seis formas diferentes que me deseaba. Que me deseaba mucho.

—Sí, Amo.

Él se puso en pie con el collar en la mano.

—¿Añoras algo?

Yo asentí.

—¿Quieres recuperarlo? —preguntó, acercándose a mí.

Asentí de nuevo.

—Dilo —me dijo. Su voz se tornó más grave—. Dime que lo quieres.

—Lo quiero —susurré, mientras se colocaba detrás de mí—. Quiero tu collar.

Nathaniel me quitó la camiseta y me apartó el pelo hacia la derecha. Luego me besó la marca del hombro y murmuró contra mi piel:

—Ayer por la noche te marqué. Te marqué como mi propiedad y lo volveré a hacer. —Me rozó el hombro con los dedos—. Te puedo marcar de muchas formas.

Tuve que hacer acopio de todo mi autocontrol para no suplicarle, porque, maldita fuera, yo quería que me marcara. Sentí cómo me temblaban las piernas sólo de pensarlo.

—Por desgracia —continuó, abrochándome el collar—, tenemos que ir a cenar con Todd y Elaina. Ve a cambiarte. Te he dejado la ropa en la cama.

Allí me esperaba un vestido de algodón de manga larga junto a un par de bailarinas. No había medias. Comprendí la indirecta y no me puse bragas.

Cuando regresé, Nathaniel estaba junto al sofá.

—Inclínate sobre el brazo del sofá, Abigail.

Hice lo que me pedía, preguntándome cuál sería su propósito, pues teníamos que irnos enseguida. Se puso detrás de mí, me levantó la falda y me pasó la mano por la piel desnuda. Se rio.

—Qué bien me conoces. Es una lástima. Esperaba poder darte unos azotes antes de cenar.

Tomé nota mental de que la próxima vez tenía que ponerme bragas.

Fuimos a un restaurante del puerto que probablemente no debía de estar muy lejos de donde Felicia y Jackson habían estado hablando la noche anterior.

—Habrá varios platos de pescado en el menú —dijo Nathaniel mientras íbamos en el coche—. Quiero que pidas alguno de ellos.

Por suerte, me encanta el pescado. Me pregunté qué pasaría cuando me ordenara que hiciera algo que no quería hacer.

Llegamos antes que Todd y Elaina y los esperamos sentados en un reservado. Nathaniel me hizo un gesto para que entrara yo primero.

Estábamos leyendo la carta y yo intentando decidirme entre el salmón y el mero, cuando llegaron.

—Abby —saludó él con sequedad.

Me quedé sorprendida. ¿Había hecho algo que le hubiera molestado? Levanté la vista, pero estaba fulminando a Nathaniel con la mirada; por lo visto no era conmigo con quien estaba enfadado.

Miré a Elaina, que se encogió de hombros. O no quería que yo supiera lo que había pasado o ella tampoco lo sabía.

El camarero vino a tomar nota de las bebidas y, cuando se marchó, Todd soltó la carta sobre la mesa con rabia. Nathaniel lo miró frunciendo el cejo.

—Dime, Nathaniel —habló Elaina, mirando alternativamente a él y a su marido—, ¿dónde está Apolo este fin de semana?

—En una guardería —respondió Nathaniel sin dejar de mirar a Todd.

—Entonces, ¿ya está mejor? —preguntó—. ¿Lo puedes ya dejar allí?

Yo quería preguntar por qué no podía dejar a Apolo en una guardería, pero fui incapaz de pasar por alto la expresión de Todd. ¿Qué había pasado entre él y Nathaniel?

—Ha mejorado bastante.

Todd murmuró algo entre dientes.

El camarero regresó con nuestras bebidas.

—¿Ya saben lo que van a cenar? —se interesó.

Su mirada se posó sobre la mano de Elaina. La luz del local se reflejaba en su enorme anillo de compromiso y su alianza. El hombre anotó su pedido y luego miró hacia nuestro lado de la mesa.

—¿Señora? —me preguntó.

—Tomaré el salmón —contesté, dándole la carta a Nathaniel.

—Maravillosa elección —se felicitó—. El salmón es uno de nuestros mejores platos.

Y me guiñó un ojo.

Nathaniel carraspeó.

—¿Sí, señor? —dijo el camarero, mirándolo ahora a él—. ¿Qué va a tomar?

—El salmón también —respondió Nathaniel y le entregó las cartas.

El hombre anotó el pedido y se meció sobre los talones.

—¿Han venido a la ciudad para ver el partido? —inquirió entonces, mirándome.

Yo me acerqué un poco más a Nathaniel. «Lo siento —intentaba decirle al camarero—. No estoy disponible».

Él esbozó una leve sonrisa.

—Claro —intervino Elaina cuando vio que nadie le contestaba—. ¡Arriba los Giants!

—Cuanto antes tramite nuestro pedido, antes nos traerán la comida y antes podremos irnos —le espetó Nathaniel al camarero.

Éste me lanzó una última mirada y se marchó.

Nos quedamos todos en silencio durante varios minutos. Yo miré por la ventana y observé el agua del puerto, mientras intentaba averiguar lo que podría haber ido mal entre Todd y Nathaniel. Me pregunté si tendría que ver conmigo.

—Tengo que ir al servicio —anunció Elaina—. ¿Abby?

—Claro —accedí.

Nathaniel se levantó para dejarme salir.

—¿Qué está pasando? —le pregunté, cuando estuvimos en los servicios.

—No tengo ni idea —respondió ella—. Creo que ha pasado algo después del partido de golf, pero no estoy segura. Espero que mañana ya se les haya pasado. Si no, el día va a ser muy largo.

—¿Crees que tiene algo que ver conmigo?

Elaina negó con la cabeza.

—No lo creo. Él ya sabe lo que hay entre Nathaniel y tú. —Se volvió hacia el espejo y se atusó el pelo—. Pero me extraña que Todd no me haya explicado el motivo de su enfado.

Cuando salimos del servicio, vi que Nathaniel y Todd estaban discutiendo. Entonces éste levantó la mirada, vio que nos acercábamos, y los dos dejaron de hablar.

La cena fue muy tensa. Elaina no dejó de sacar temas de conversación, pero nunca cuajaban. Se dio cuenta hasta el camarero, que nos trajo la cena y sólo regresó para llenarnos las copas.

Cuando volvimos a la habitación del hotel, Nathaniel y yo estábamos muy incómodos. Él dio un portazo detrás de mí y yo me sobresalté. Después me empotró contra la puerta de un solo movimiento.

—Joder, joder, joder —exclamó contra mi piel, mientras me quitaba el vestido por encima de la cabeza. Luego me desabrochó el sujetador y lo tiró al suelo.

Su actitud salvaje y descontrolada me excitó y una ráfaga de pura lujuria me recorrió entera. Lo deseaba. Lo deseaba tanto como él a mí. Dio un paso atrás y se bajó los pantalones, quitándoselos de una patada.

Luego me cogió y me acorraló contra la puerta.

—El fin de semana que viene no te pondrás nada de ropa desde que llegues hasta que te vayas de mi casa.

«Sí. Sí».

—Quiero que te depiles a la cera para entonces, Abigail —añadió—. No quiero que te dejes ni un solo pelo.

¿Qué?

—Abre las piernas y flexiónalas —me ordenó—. No pienso esperar más.

Hice lo que me pedía y él se agachó para penetrarme y levantarme de un solo movimiento. Yo di un pequeño grito; estaba sorprendida de lo mucho que se había internado en mi cuerpo de una sola embestida. Luego se retiró y volvió a arremeter, apretándome contra la puerta. Yo le rodeé el cuerpo con las piernas.

Me clavó contra la madera una y otra vez. Yo le rodeé la espalda con los brazos e incluso lo arañé.

—¡Sí! —gritó con otra embestida que lo introdujo más en mí de lo que lo había estado nunca. Estaba tan adentro que inspiré hondo tratando de acostumbrarme a la invasión, mientras me agarraba a él con fuerza—. ¡Joder, sí!

Bum.

Bum.

Bum.

Esperé que no pasara nadie por el pasillo y oyera el ruido que estábamos haciendo. Cada nuevo golpe me provocaba vibraciones en los brazos, en la espalda, y justo en el punto donde estábamos conectados.

Entonces, la conocida sensación de la inminente liberación empezó a crecer en mi interior. Gemí cuando sentí que amenazaba con superarme.

—Aún no, Abigail —dijo, embistiéndome de nuevo. Mi espalda golpeó otra vez la puerta—. Aún no he acabado.

Yo gemí y apreté los músculos internos a su alrededor.

—Será mejor que no te corras antes de que te dé permiso para hacerlo —me advirtió, retirándose para volver a empotrarnos contra la puerta—. He traído la correa de piel.

Yo le clavé las uñas en la espalda y sus músculos se tensaron bajo mis manos. Volvimos a golpear la puerta. No iba a aguantar mucho más. Otra vez. Recolocó las piernas y, cuando me embistió, mi trasero golpeó contra la madera, absorbiéndolo todavía más profundamente.

«Joder, qué bueno es». Otra vez.

Me mordí la mejilla por dentro. Bum. Mala idea. Percibí el sabor de la sangre. Bum. No podía aguantar más. Estaba a punto de explotar. Bum. Gimoteé.

Él agachó la cabeza.

—Ahora.

Eché la cabeza hacia atrás y dejé que el clímax me embargara. El fruto de su orgasmo se deslizó en mi interior, mientras él me mordía el hombro, provocándome otra oleada de placer que me recorrió entera.

Cuando me volvió a dejar en el suelo, poco después, Nathaniel respiraba con pesadez. A mí me temblaban las piernas y apenas podía tenerme en pie. Se fue al cuarto de baño y volvió con un paño húmedo. Luego me lavó con suavidad, tal como había hecho la noche anterior.

—Lo siento —dijo, y por un momento pensé que se estaba disculpando por la aspereza del sexo—. Tengo que salir. Volveré más tarde.

Esa noche no lo oí volver, aunque estoy segura de que lo hizo en algún momento. Yo acabé yéndome a la cama y caí en un sueño inquieto.