12

Miré por encima del hombro para asegurarme de que nadie estaba mirando. No, nadie. Me acerqué al ordenador que tenía delante.

«Hazlo», me animó Abby la mala.

«Pero eso está mal», contrarrestó Abby la buena.

«Nadie se enterará». Abby la mala era muy mala.

«Lo sabrás tú». Abby la buena era un grano en el culo.

Tenía los dedos sobre el teclado. Ya los había posado sobre las letras. Nathaniel West.

Sólo tardaría unos segundos en escribir su nombre.

Nathaniel. Además de haberse quedado ya con mis fines de semana, ese hombre estaba empezando a apoderarse también de los días de mi semana. No podía dejar de pensar en él.

Incluso después de aquella terrible azotaina. Lo normal sería que no quisiera volver a verlo.

Tendría que haberme quitado el collar y habérselo mandado por correo.

Y, sin embargo allí estaba, contando las horas que quedaban para que llegara el viernes por la noche. A las seis. Ese fin de semana nos veríamos a las seis en punto. Aquella semana no había recibido ninguna llamada impersonal. Tampoco había ninguna necesidad.

Miré el reloj. Quedaban treinta horas y media. Era una idiota. Estaba segura de que ninguna de sus sumisas habría llevado la cuenta de las horas que les faltaba para verlo.

Aunque estábamos hablando de Nathaniel West. Al pensarlo mejor decidí que todas sus sumisas lo habrían hecho.

Pero debía volver a lo que me ocupaba. Inspiré hondo, cerré los ojos y tecleé su nombre lo más rápido que pude.

«Oh, sí, claro —se burló Abby la buena—. Si no miras no cuenta».

El ordenador zumbó mientras cargaba la información que le había pedido. Se me aceleró el corazón. Volví a mirar por encima del hombro. Luego posé de nuevo los ojos en la pantalla.

Y ahí estaba. Premio.

Nathaniel West era socio de la biblioteca pública. O por lo menos tenía un carné. Aunque nunca lo utilizaba. Interesante. ¿Cuándo se lo habrían expedido? Conté hacia atrás. Hacía seis años y medio. Hum… Yo ya trabajaba en la biblioteca hacía seis años y medio.

Mientras me preguntaba quién le habría hecho el carné, miré a mi alrededor. Por allí había pasado mucha gente en ese tiempo. Podría haber sido cualquiera. De lo único que estaba segura era de que no había sido yo. Si pinchaba en el siguiente enlace…

—¿Abby?

—¡Ahhh!

Estaba segura de que mis pies se habían elevado treinta centímetros del suelo.

Cuando aterricé de nuevo vi que Elaina Welling me estaba mirando de una forma un poco rara.

—¡Elaina! —dije, llevándome la mano al corazón desbocado—. Me has dado un susto de muerte. —Ella sonreía con sorna y me pregunté si habría visto la pantalla—. ¿Estás preparada para el gran partido? —le pregunté.

Los Giants de Jackson habían llegado a los play-offs que se jugarían la semana siguiente en Filadelfia. Y él, después de pasar toda la semana con Felicia, le había dado entradas para que pudiera ir a ver el encuentro. Para ser sincera, debía admitir que me resultaba un poco difícil vivir con esa realidad. A mí Nathaniel sólo me había dado una buena zurra.

«Déjalo ya. Aquí y ahora, ¿recuerdas?»

Estaba segura de que Nathaniel iría al partido, cosa que significaba que sólo podríamos estar juntos el sábado por la mañana. Únicamente una noche…

—Aún me quedan algunos detalles por resolver, pero esperaba poder invitarte hoy a comer —dijo Elaina, sacándome de mis pensamientos.

—Oh. —Miré el reloj—. No salgo a comer hasta el mediodía.

—No pasa nada. Tengo que hacer algunos recados. ¿Qué te parece si nos vemos en Delhina a las doce y media?

Nos pusimos de acuerdo y una hora y media después entré en el restaurante que ella había elegido.

Me estaba esperando en un reservado. Las dos pedimos té helado y, cuando la camarera se marchó, Elaina se inclinó sobre la mesa.

—Voy a decirte un secreto —anunció—. Sé lo tuyo. Y también sé lo de Nathaniel.

Me quedé con la boca abierta. Lo sabía. Y si Elaina lo sabía, entonces Todd también lo sabía, y si Todd lo sabía…

—Te he pillado desprevenida. Debería habértelo dicho de otra forma. Es só-sólo —tartamudeó—. Bueno, he pensado que lo mejor era hablar sin tapujos. Y no me importa. Eres estupenda. Y quiero mucho a Nathaniel. Lo quiero incondicionalmente.

—Espera un momento —intervine, levantando una mano—. ¿Lo sabe Nathaniel? ¿Sabe que tú lo sabes y está al corriente de que me has invitado a comer?

Porque, maldita fuera, no sería ella la que acabaría con el culo dolorido.

Asintió.

—Sabe que te he invitado a comer. Pero no sabe que yo lo sé.

Yo no quería esconderle secretos a Nathaniel. Suspiré. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?

—¿Lo sabe Todd? —inquirí.

—Sí. Pero Linda no y no estoy segura de que lo sepa Jackson. —Bebió un sorbo al té—. Todd y yo no lo sabríamos si Melanie no se hubiera presentado en casa hace cuatro meses, llorando como una desesperada.

¿La chica de las perlas había ido a llorarles a Todd y a Elaina? Vale, eso era demasiado jugoso para negarme a escucharlo.

—Melanie, ¿su última sumisa? —pregunté.

Elaina se volvió a inclinar sobre la mesa.

—Melanie nunca fue su sumisa.

La camarera nos interrumpió. Tuve que hacer tres intentos hasta que conseguí pedir.

¿Melanie no había sido su sumisa? Y entonces, ¿qué fue para él?

—No creo que se la pudiera llamar sumisa —prosiguió Elaina cuando se fue la camarera—. No conozco la terminología del mundillo, pero él nunca le dio un collar. Y eso la irritó muchísimo.

Eso no tenía sentido.

—Pero Jackson la llama «la chica de las perlas» porque siempre llevaba un collar de perlas.

—Eso era cosa de ella. Quizá estuviera fingiendo que llevaba un collar. No lo sé. —Elaina negó con la cabeza—. Poco después de que Nathaniel rompiera con ella, Melanie se presentó en nuestro apartamento. Conoce a Todd desde la escuela primaria.

Bebí un largo sorbo de mi té. Era demasiada información para poder procesarla tan deprisa.

—Melanie creció con ellos —continuó Elaina—. Y a ella siempre le gustó Nathaniel. Él se esforzó mucho por ignorarla, pero la chica era muy insistente. Al final lo consiguió, pero sólo durante seis meses o así.

Me recosté en la silla y traté de decidir si el hecho de que nunca le hubiera puesto su collar era bueno o malo. ¿Qué decía eso de mí?

—¿Nathaniel la besaba? —pregunté.

—¿Si la besaba? Sí, claro.

Maldita fuera. Entonces eso sólo iba conmigo. No quería besarme a mí.

—En cuanto Melanie se marchó de casa, yo empecé a pensar —dijo Elaina, sin advertir mi decepción—. Pensé en las otras chicas. Recuerdo a Paige y a Beth. Las dos llevaban collares, pero eran muy sencillos. —Hizo un gesto en dirección al mío—. Nada comparado con el tuyo. Estoy segura de que habrá tenido otras, pero nunca llegó a presentárnoslas.

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Porque te mereces saber lo que has hecho por él y Nathaniel no te lo va a explicar.

Yo estaba completamente desconcertada.

—Primero te da ese increíble collar casi inmediatamente después de haberte conocido —dijo Elaina—. Habla de ti. Desprende una energía que nunca había visto en él y… no sé.

Sencillamente, está cambiado. —Arqueó una ceja—. He oído decir que haces tostadas francesas.

¿Nathaniel hablaba de mí? ¿Les había explicado lo que cocinaba?

La camarera nos trajo las ensaladas.

—Abby —prosiguió Elaina—, escúchame. Tienes que tratar a Nathaniel con cuidado. Sus padres murieron en un accidente de coche cuando tenía diez años.

Asentí. Ya había oído hablar de ese accidente.

—Él iba en el coche con ellos —dijo—. El vehículo quedó tan destrozado que tardaron horas en cortarlo para poder sacarlos. —Su voz se apagó hasta convertirse en un susurro—. No creo que murieran en el acto, pero no lo sé. Él no habla de ello. Nunca lo ha hecho. De lo que sí estoy segura es de que Nathaniel cambió después del accidente. Antes de que murieran sus padres siempre estaba muy alegre, pero después de la tragedia empezó a mostrarse retraído y triste. —Me miró esperanzada—. Y ahora tú lo estás volviendo a cambiar. Tú nos estás devolviendo a Nathaniel.

Después de la pequeña bomba, hablamos sobre otras cosas: el trabajo de Elaina, las clases que yo daba, sobre Felicia y Jackson… El tiempo pasó muy deprisa y pronto llegó la hora de volver al trabajo.

Me metí en un taxi pensando en lo que había dicho Elaina, eso de que yo estaba cambiando a Nathaniel, que yo se lo estaba devolviendo.

Quería creerla, pero no podía.

Vale, me había ofrecido muy rápido el collar, pero eso no significaba nada. ¿Y qué si me había llevado a la gala benéfica de su tía? Nada de eso importaba. Él era quien era y nuestra relación era la que era. No había cambiado nada.

Volví la cabeza. Elaina estaba en la acera justo detrás del taxi, mirando en mi dirección y hablando con alguien por teléfono. Su expresión cambió de repente. Estaba gritando.

¿Por qué estaba gritando?

Se oyó el sonido de metal contra metal. Las bocinas pitaron con fuerza. El mundo se puso boca abajo. Mi cabeza chocó contra algo duro.

Y luego nada.