Me senté en la última fila de la sala y observé cómo Abby dirigía la sesión sobre Emily Dickinson. Me quedé hipnotizado por sus lecturas: poemas sobre la muerte, la pérdida y la vida. Hubo uno en particular, «¡Acércate lentamente, Edén!», que me dejó cautivado. Lo leyó en un tono de voz lento y seductor y cuando recitó el último verso, levantó la cabeza para mirarme:
—«¡Acércate lentamente, Edén! / Labios poco acostumbrados a ti / indecisos, saborean tus jazmines / cual desfallecida abeja / que al alcanzar su flor por fin, / zumba en torno a su morada / cuenta sus néctares / entra, y se pierde entre fragancias».
¿Quién diría que la poesía podía resultar tan erótica?
Cuando la lectura estaba llegando a su fin, me cambié de postura en la silla. Seguía pareciéndome bien dejar que fuera Abby quien dictara el ritmo de nuestra relación física, pero no sabía cuánto más aguantaría si seguía lanzándome aquellas indirectas.
Y, sin embargo, cuando nos despedimos aquella noche, lo único que hice fue darle un suave y casto beso.
La noche siguiente fuimos a la clase de sushi. Disfruté mucho estando con ella mientras aprendía algo nuevo. Estaba tan cerca de mí que podía oler su ligera fragancia. Pero lo mejor fue que, sencillamente, disfrutamos estando juntos, riendo cuando uno de los dos hacía algún desastre y sorprendiéndonos cuando las cosas salían bien.
El beso que nos dimos aquella noche fue más apasionado.
Jackson preguntó si queríamos salir con él y Felicia el fin de semana siguiente y los dos aceptamos un tanto vacilantes. Lo pasamos muy bien los cuatro. Felicia me habló con calidez y vi cómo le hacía muecas a Abby de vez en cuando. Ella ponía los ojos en blanco cuando me sorprendía mirando.
Apolo se ponía cada vez más nervioso cuando yo volvía a casa después de haber estado con Abby. Tenía muchas ganas de pedirle que viniera un día, pero me preocupaba que interpretara que esperaba algo físico.
Sin embargo, unas tres semanas después de haber asistido a la obra de teatro de Kyle, me pasé por la biblioteca un jueves por la tarde. Elegí un jueves porque no quería hacerlo un miércoles: demasiados recuerdos para ambos.
A Abby se le iluminaron los ojos cuando me vio entrar en la biblioteca.
—Nathaniel.
Me incliné sobre el escritorio y le di un rápido beso.
—¿Cómo te está yendo el día?
—Bien. ¿Y a ti?
—Mucho mejor ahora.
No pude evitar sonreír cuando vi que se sonrojaba suavemente. Carraspeé.
—Quería preguntarte si quieres venir a cenar a mi casa.
No dijo nada.
—Para ver a Apolo—aclaré—. Te echa de menos y cuando te huele en mí…
Abby levantó una mano.
—Ya te entiendo. Me encantaría ir a cenar. Yo también le he echado de menos.
—Gracias.
No pensó mal de mí por haberla invitado a mi casa, al contrario, aceptó. Apolo se iba a poner muy contento.
Aunque no tanto como yo.
Apolo es vidente, estoy casi convencido. Porque la noche siguiente se negó a entrar en casa. Quería esperar fuera y prácticamente bailaba de nerviosismo. Cuando vio aparecer a Abby por el camino conduciendo el coche de Felicia, empezó a dar vueltas en círculos.
Yo abandoné mi puesto de vigilancia frente a la ventana y corrí fuera.
—Apolo, por favor —lo reprendí. Casi la tiró al suelo al intentar lamerla—. Tienes que perdonarlo, Abby. Lleva muy nervioso todo el día.
Ella le acarició la cabeza y él se quedó a su lado mientras subía la escalera.
—Pues ya somos dos.
Cuando llegó hasta mí, le di un beso.
Luego Abby tiró del trapo que yo sostenía en la mano.
—¿Qué estás cocinando?
—Pollo con miel de almendras —dije. Lo mismo que la primera vez que vino.
—Mmmm. Mi favorito.
Lo recordaba.
Abrí la puerta.
—Pasa. Ya casi está.
Comimos en la mesa del salón. Intenté no pensar en lo bien que me sentía teniéndola de nuevo en casa y en cómo ella llenaba de vida los oscuros y mortecinos espacios. Me pregunté de nuevo por los motivos por los que había decidido que dejarla marchar era lo mejor que podía hacer y agradecí en silencio su perdón.
Por supuesto, Apolo se sentó a sus pies durante la cena.
Al principio pensé que comer en aquella mesa podría incomodarnos, como si, de algún modo, el pasado pudiera robarnos lo que los dos nos habíamos esforzado tanto por construir aquellas últimas semanas. Pero no fue así. Creo que no dejamos de hablar en toda la cena; en realidad, me pareció un milagro que comiéramos algo.
Lo que resultó incluso más sorprendente fue que yo pudiera mantener una conversación después de que ella se lamiera el labio para limpiarse un poco de salsa. ¿En qué estaba pensando? Yo quería volver a atraerla lentamente hasta mi casa, hasta mis dominios, y no pasarme toda la cena pensando en sus labios.
Una película. Decidí que debíamos ver una película. Así nos podríamos sentar juntos en el sofá, quizá incluso la podría rodear con el brazo, Abby se acurrucaría contra mí…
Cuando acabamos de cenar, me apresuré a recoger la mesa.
—Deja que te ayude —se ofreció ella levantándose conmigo.
—Ya puedo yo.
—Pero no me importa.
Dejé los platos en el fregadero.
—¿Yo lavo y tú secas?
Asintió y cogió un trapo.
Mientras trabajábamos, me sorprendió pensar en lo bien que nos complementábamos. Incluso al hacer tareas tan cotidianas como era fregar los platos. Éramos un equipo. Nos pertenecíamos el uno al otro. Y estaba seguro de que Abby también lo sabía.
Pero no podía dar por hecho que ella lo supiera todo. Se lo tenía que decir.
Y, sin embargo, seguí discutiendo conmigo mismo.
«Después de la película. Si se lo dices antes, podría pensar que estás buscando sexo».
«No, es después de la película cuando pensará que buscas sexo. Díselo antes».
«Después será mucho mejor».
«Si lo dejas para después, estarás posponiendo las cosas una vez más».
Cuando le di el último plato, me tembló la mano. Abby lo secó rápidamente, lo metió en el armario y luego volvió a dejar el trapo junto al fregadero.
«Ahora, West».
Inspiré hondo.
—Abby…
—Nathaniel… —habló ella al mismo tiempo.
Nuestras miradas se cruzaron por un segundo y nos echamos a reír.
—Tú primero —dijo ella.
Le cogí la mano.
—Sólo quería darte las gracias por haber venido esta noche. Apolo llevaba mucho tiempo sin estar tan relajado.
Maldita fuera. Eso no era lo que quería decir.
—Bueno, me alegro por él. —Me estrechó la mano con suavidad—. Pero Apolo no es el único motivo por el que he venido.
«Lo sé. Gracias».
«Deja de pensar y dilo».
Le froté los nudillos y acaricié la suave piel de su mano.
—Ya lo sé.
Abby esbozó una leve sonrisa.
—Créeme. Soy una criatura bastante egoísta.
¿Egoísta? ¿Abby? ¿Cómo podía pensar eso?
Le deslicé el dedo por el contorno de la mandíbula.
—No es verdad. Eres buena, cariñosa, comprensiva y…
—Nathaniel.
Necesitaba decírselo. Tenía que decírselo. En ese preciso instante.
Le posé un dedo sobre los labios.
—Calla. Déjame acabar.
No dijo ni una palabra más.
Miré fijamente sus profundos y enormes ojos y la cogí de la cara con suavidad.
—Tú me has hecho feliz. Me has hecho sentir completo. —«Necesita escuchar las palabras. Dile las palabras»—. Te quiero, Abby.
Ella inspiró hondo.
—Nathaniel. —Apretó la mejilla contra la palma de mi mano—. Yo también te quiero.
Pensé que me iba a explotar el corazón. Abby me quería.
Me quería.
Ella.
Me.
Quería.
—Abby.
Suspiré, la estreché entre mis brazos y la besé. Era la única forma que conocía de demostrarle mis sentimientos. Abrió los labios bajo los míos.
Oh, Dios. Su sabor.
Me atrajo hacia sí y deslizó los dedos por mi pelo mientras me besaba con más fuerza y profundidad.
Ya me había olvidado de la película: la deseaba.
«Deja que sea ella quien lleve el ritmo».
Dejé de besarla y arrastré los labios hasta su oreja.
—Dime que pare, Abby. —«Por favor, no me digas que pare»—. Dime que pare y lo haré.
Y lo habría hecho. No quería hacerlo, pero lo habría hecho. Cualquier cosa que tuviera que ocurrir a partir de ese momento era decisión suya.
—No —dijo.
Mierda. Quería que parara.
—No pares —añadió.
Sí.
Le acaricié los brazos. Tenía que asegurarme de que estaba segura.
—No quiero que pienses que te he traído aquí para esto. —Degusté el sabor de la piel de su oreja; fui incapaz de contenerme—. No quiero que pienses que te estoy presionando.
Porque por muy en desacuerdo que se mostrara mi polla, me conformaría con una película y unos arrumacos en el sofá.
Abby se apartó de mí y sonrió.
—Sígueme.
Me tendió la mano.
¿Qué? ¿Que la siguiera? La seguiría a donde fuera.
Salimos de la cocina y recorrimos el pasillo hasta el vestíbulo. Yo seguía sin tener ni idea de lo que estaba haciendo.
Entonces empezó a subir la escalera.
Joder. Estaba yendo en dirección a mi habitación. Un lugar al que yo aún no había vuelto a entrar.
Me quedé allí, sorprendido, mientras me llevaba hasta los pies de la cama y se daba la vuelta.
Yo le acaricié la mejilla.
—Abby. Mi preciosa y perfecta Abby. —Bajé la mano y la besé de nuevo. Cuando noté que se le aceleraba la respiración, me retiré, le besé el cuello, y murmuré contra su piel—: Deja que te haga el amor.
Aquella noche me centraría sólo en ella y le haría el amor a cada parte de su cuerpo.
La llevé hasta la cama y la tumbé boca arriba.
—Empezaré por tu boca.
Durante todo el tiempo que habíamos pasado juntos, comenzando por el primer día que puso los pies en mi despacho, yo había estado engañándonos a ambos al no besarla. Durante los siguientes minutos me esforcé todo lo que pude para arreglarlo: provocándola, provocándonos a ambos, con suaves mordiscos y dulces besos.
Pero poco después ya no me podía seguir controlando. Le cogí la cara y la besé larga y profundamente, transmitiéndole toda la pasión que sentía.
Ella arqueó la espalda, me rozó el torso con los pechos y yo me eché hacia atrás.
—Podría besar tus labios durante horas y no cansarme nunca de su sabor. —Interioricé su imagen tendida allí, sobre mi cama—. Pero el resto de tu cuerpo es tan delicioso…
Me tomé mi tiempo para desabrocharle la camisa, porque quería que tuviera bien claro, en todo momento, lo que estaba haciendo. Quería que supiera que seguía teniendo una salida. Pero no se movió de la cama y mientras yo dejaba resbalar la camisa por sus hombros, ella no dejó de mirarme ni un instante.
—Puedo sentir los acelerados latidos de tu corazón. —Le deslicé los dedos por el brazo y le cogí la mano—. Siente el mío —le dije, posando su mano sobre mi agitado corazón.
Ella apartó la mano y me quitó la camiseta. Oí cómo suspiraba cuando me acarició el pecho y los brazos. Me encantaba sentir sus manos sobre mi piel.
Era el paraíso.
Pero yo no había hecho más que empezar. Rocé con los labios su clavícula y sus hombros.
—Aquí hay una parte del cuerpo que suele estar muy desatendida. —La cogí del brazo—. La cara interior del codo. —Le di un beso justo en ese punto—. Sería un pecado imperdonable pasar por alto esta deliciosa exquisitez.
Cuando la lamí, descubrí que estaba tan deliciosa que le di un suave mordisco.
—Oh, Dios —gimió.
Yo levanté la cabeza.
—Y sólo acabo de empezar —puntualicé, porque aún tenía que degustar muchas otras cosas, empezando por sus dulces pechos.
Fui bajando despacio hasta ellos, besándola y saboreándola por el camino. Me deshice rápidamente de su sujetador, pues estaba ansioso por sentir su piel.
Cuando me incliné hacia delante y sentí el roce de sus pezones, apenas fui capaz de reprimir el gemido que amenazó con escapar de mis labios. Le cogí un pecho con la mano.
—Tienes unos pechos perfectos. Son del tamaño ideal. Y cuando hago esto… —Cogí el pezón entre dos dedos y lo hice rodar con delicadeza—, tu cuerpo tiembla de expectación.
Abby se estremeció.
Perfecto.
—¿Ya sabes lo dulces que son tus pechos? —le pregunté, jugando conmigo tanto como con ella, de lo ansioso que estaba por volver a posar la boca sobre su piel.
—No.
—Pues es una lástima.
Me metí su pecho en la boca. Mmmm. Su sabor. Era mucho mejor de lo que recordaba. No pude contenerme y la chupé con más fuerza al tiempo que la mordía como sabía que a ella le gustaba.
Me recompensó con un gemido.
La solté y soplé sobre el otro pecho, mientras observaba cómo se le endurecía el pezón. Tenía una piel tan sensible… Me tomé mi tiempo para degustar el otro pecho, empezando por la base y subiendo poco a poco. Lo cogí con la mano y valoré su peso. Perfecto.
—Y éste —dije—. Éste es tan dulce como el otro.
Me lamí los labios y lo probé.
Ella hundió los dedos en mi pelo para apretarme contra su cuerpo, mientras yo seguía redescubriéndola centímetro a centímetro. Me sentía tan bien teniéndola debajo de mí y entre mis brazos… Me tomé mi tiempo; quería provocarle un frenesí de placer. Teníamos toda la noche por delante y yo había planeado disfrutar de cada segundo.
La urgencia de sus manos aumentó cuando las deslizó por mi espalda. Me estrechó contra su cuerpo al tiempo que me besaba con fuerza e intensidad.
Joder. Estaba seguro de que jamás me cansaría de aquella mujer.
Entonces levantó las caderas en busca de las mías.
—Espera —le pedí, dejando de basarla—, aún no he llegado a las mejores partes.
Pero le di lo que ella quería y deslicé las manos hacia abajo, metí los dedos por la cintura de sus vaqueros y se los bajé lo más despacio que pude.
—Aquí hay otra parte que suele ignorarse —dije, antes de lamerle el ombligo.
Abby jadeó y me agarró del pelo con más fuerza.
—¿Sabes cuántas terminaciones nerviosas hay aquí? —le pregunté.
Me retiré un poco y observé la respuesta de su piel cuando soplé sobre la zona que le había humedecido previamente con la lengua.
Preciosa.
Cogí el cierre de los vaqueros y se los desabroché para bajárselos muy despacio, al tiempo que deslizaba los pulgares por su piel. Me separé de ella mientras la desnudaba y dejaba al descubierto las minúsculas braguitas que llevaba. Al verlas me palpitó la polla, pero enterré mis necesidades en lo más profundo de mi mente para concentrarme en ella.
Sin embargo, Abby tenía otros planes. En cuanto tiré sus vaqueros de la cama, me tumbó boca arriba.
—Me toca.
Me desnudó. Me quitó los pantalones y los calzoncillos al mismo tiempo, mientras me acariciaba todo el cuerpo.
Me encantaba sentir sus manos sobre mi piel.
—Abby —gruñí, cuando me acarició la polla.
—Date la vuelta —dijo y yo me tumbé boca abajo.
Ella se sentó a horcajadas sobre mí, colocándose sobre mi trasero y pasándome las manos por los hombros y luego por la columna. Sus labios siguieron el mismo camino y concluyeron el recorrido en la zona inferior de mi espalda, para después volver a lamerme hacia arriba. Yo clavé los talones en la cama. Estaba desesperado.
Joder. Tenía que volver a concentrarme en ella, así que me di la vuelta, la agarré y la coloqué de nuevo debajo de mí.
—Me he olvidado de dónde estaba —dije, mirándola de arriba abajo—. Ahora tendré que empezar desde el principio.
Yo sabía que empezar desde el principio me daría el tiempo que necesitaba para relajarme, volver a llevarla al límite y aumentar su placer. La besé separándole los labios con la lengua y me perdí en su sabor.
—Ya hemos hablado de tu boca —susurré, cuando nuestra respiración se hizo más pesada—. Y de tu cuello —añadí, recreándome en su delicada piel—. De los olvidados codos y del ombligo; y tengo muy claro que a éstos los recuerdo muy bien.
Le besé los pechos al tiempo que hacía rodar ambos pezones entre mis labios y les hacía cosquillas con la punta de la lengua.
—Ah, sí —continué, cuando su cuerpo empezó a temblar debajo de mí—. Ya me acuerdo. —Había llegado el momento de volverla completamente loca, porque ella creía que sabía adónde me dirigiría a continuación. Bajé por su cuerpo—. Estábamos justo aquí —dije, colocándome entre sus piernas e, ignorando el lugar donde me necesitaba de verdad, le cogí una rodilla.
Abby levantó la cabeza y se me quedó mirando fijamente.
—La rodilla es una zona erógena para mucha gente —le expliqué.
Dejó caer la cabeza sobre la cama.
Empecé a jugar con su rodilla, besándola y acariciándola. Se la levanté con suavidad y saboreé la piel de la parte posterior antes de dedicarme a la otra pierna.
—Nathaniel, más arriba.
«Lo sé. Yo también quiero».
Pero en lugar de hacerle caso, seguí bajando un poco más: justo hasta sus pies. Cogí uno con la mano y examiné la curvatura del empeine. Luego le di un beso en la cara interior del tobillo y, con suavidad, besé la planta del uno y del otro.
Era una auténtica diosa.
Que necesitaba que la provocaran más.
—A ver —dije, levantando la cabeza—. Tengo la sensación de que me he olvidado algo. ¿Qué será?
Pero había olvidado lo traviesa que era Abby.
—Eres un hombre muy inteligente. —Flexionó las piernas, las separó y me ofreció una vista perfecta de su sexo, cubierto por la seda de sus braguitas—. Estoy segura de que enseguida te acordarás.
A mí se me escapó un gemido. Si eso era lo que quería, yo ya estaba más que preparado. Gateé hasta ella y arranqué la fina seda que se interponía entre mi meta y yo.
Luego le levanté las piernas y me deslicé entre ellas. La lamí con suavidad, recordando lo insegura que se había mostrado la primera vez que le había hecho aquello. Pero ya no se sentía así. Esa vez adelantó las caderas hacia mí y trató de acercarme más a su cuerpo.
—Éste es un punto importante —dije—. Porque esto —le deslicé la lengua por encima entre palabra y palabra— es pura Abby sin adulterar.
—Dios.
«Espera y verás, querida bruja».
—Y después de pasar horas besando tu boca —abrí sus pliegues con los dedos y me encontré con su humedad—, podría pasar horas besando, lamiendo y bebiendo de tu dulce —la penetré con la lengua— y húmedo —la chupé una vez más—, coño.
Posé la boca sobre ella y la penetré de nuevo con la lengua. Le chupé el clítoris con suavidad y deslicé la lengua un poco más adentro. Ella soltó un pequeño jadeo y sus músculos se contrajeron de golpe a mi alrededor. Cuando su orgasmo fue perdiendo intensidad, yo seguí besando y acariciando sus pliegues con la intención de mantenerla excitada, porque sabía que de esa forma lograría aumentar la intensidad de su segundo clímax.
Cuando se relajó, me incorporé y le bajé las piernas sobre la cama.
—Veamos. —Subí por su cuerpo—. Sigamos adelante.
Abby se estiró debajo de mí cuando me puse sobre ella. Le separé las piernas con las rodillas y coloqué mi polla de modo que sólo le rozara la entrada. Esa vez quería establecer una profunda conexión emocional, así que la cogí de las manos y entrelacé los dedos con los suyos.
—Abby —la llamé.
Tenía los ojos cerrados y yo quería que los abriera y me mirara. Entonces lo hizo y el amor y el asombro que vi brillar en ellos me dejó sin aliento.
—Soy yo, Nathaniel —dije y me interné un poco en ella para que supiera y sintiera la verdad de mis palabras a través de mis actos—. Y tú Abby. —Me interné un poco más—. Nada más.
Aquello no era ninguna escena. Ninguna ilusión. Ningún engaño. Sólo nosotros.
—Nathaniel —respondió ella.
Sólo amor.
La besé larga y profundamente, con nuestras manos entrelazadas por encima de su cabeza, al tiempo que me adentraba más en su interior. Abby gimió y yo balanceé las caderas para internarme hasta el final. Luego me retiré para volver a mirarla a los ojos mientras empezaba a moverme dentro de ella.
Me tomé mi tiempo sin soltarle las manos ni dejar de mirarla, moviéndonos al unísono. Adopté un ritmo lento y decidido; mi intención era que los dos sintiéramos hasta el último centímetro de la piel del otro, quería extraer todo el placer posible de nuestra unión.
Abby se arqueó hacia mí, quería más, lo quería más rápido. Mi cuerpo suplicaba exactamente lo mismo, pero yo me obligué a mantener el control y disfrutar del momento.
—Nathaniel. Por favor.
Entonces obedecí y empecé a moverme un poco más deprisa para que los dos consiguiéramos algo de lo que tanto deseábamos. Pero seguía sin ser suficiente. Abby me rodeó con brazos y piernas para acoger cada una de mis embestidas con las suyas. Pero yo mantuve mi ritmo lento y constante.
—Maldita sea, Nathaniel. Fóllame.
Me mordió el lóbulo de la oreja.
Sus palabras me hicieron arder de pies a cabeza y se me quitaron las ganas de mantener ningún control. Quería dejarme ir. Quería que fueran mi cuerpo y mi necesidad quienes tomaran las riendas. Me retiré, adopté un nuevo ritmo y empecé a arremeter más deprisa y con más profundidad.
La agarré de las caderas y tiré de ella hacia arriba para poder internarme más adentro.
—¡Nathaniel!
Joder. Sí, grita mi nombre.
Pero como ya había descubierto hacía tiempo, Abby me pertenecía a mí tanto como yo a ella. Y poder sentirla de aquella forma, debajo de mí, a mi alrededor, lo demostraba.
—¡Oh, joder, Abby!
Entonces empezó a contraerse a mi alrededor y yo deslicé la mano entre nosotros para asegurarme de que le rozaba el clítoris con cada nueva embestida.
—Me… me… me —dijo.
«Suéltate. Entrégate a mí».
Gritó mientras se corría, pero yo mantuve el ritmo; sabía que ella aún podía ofrecerme más. Un minuto después, noté cómo la recorría un nuevo espasmo y supe que ya no podía seguir conteniéndome.
Empujé de nuevo y me quedé quieto en su interior mientras me sacudía presa del orgasmo. Cuando me corrí dentro de ella, sentí cómo sus músculos se contraían a mi alrededor por tercera vez.
Rodé con ella encima de la cama hasta que estuvimos de lado; no quería aplastarla, pero tampoco quería soltarla todavía, y seguí abrazándola mientras nuestra respiración volvía lentamente a la normalidad.
Levanté la cabeza y la besé. Y mientras la estrechaba entre mis brazos, supe exactamente lo que quería. Quería que se quedara conmigo toda la noche. Tenía sentido que la primera vez que volvía a mi dormitorio lo hiciera con Abby. Lo más probable era que ella rechazara mi oferta, pero tenía que preguntárselo de todos modos.
Y aunque decidiera marcharse, no tenía por qué hacerlo enseguida. Me levanté y me acerqué a la cómoda. Saqué unas cuantas velas del cajón de arriba y las fui encendiendo por toda la habitación.
Cuando volví a la cama, Abby se puso boca arriba y yo la abracé. Nos quedamos allí abrazados durante algunos minutos, sencillamente disfrutando del momento. Le pasé la mano por los hombros y le di un beso en la frente.
—Te prometo que no había planeado nada de esto —dije. Ella levantó la cabeza y yo aproveché para darle un delicado beso en los labios—. De verdad que no.
—Pues me alegro de que haya pasado. —Suspiró y pegó la nariz a mi pecho—. Me alegro mucho.
Nos volvimos a quedar en silencio y yo pensé en lo mucho que deseaba sentir su cuerpo pegado al mío durante toda la noche.
«Pregúntaselo».
Tragué saliva.
—Abby, ya sé que no has traído ropa, pero ¿te quedarías a pasar la noche conmigo? —Me retiré un poco y la miré a los ojos—. ¿Aquí, en mi cama?
Le resbaló una lágrima por la mejilla.
—Por favor. —Le sequé la lágrima con el pulgar—. Quédate a dormir aquí. Conmigo.
Ella escapó de entre mis brazos y yo la miré confuso. No se iba a marchar, ¿verdad?
—Sí —afirmó y me besó—. Sí, me quedaré.
Y antes de que pudiera decirle lo contento que estaba, me tumbó boca arriba y se sentó a horcajadas sobre mí.
—Pero aún tenemos muchas horas hasta que no nos quede más remedio que empezar a pensar en hacer algo tan ordinario como dormir. Así que de momento… —Deslizó la yema del dedo por mis labios—. Déjame empezar con tu boca.
Me quedé dormido abrazado a ella toda la noche. Y a diferencia de la vez anterior, sólo sentí alegría y paz; me daba la impresión de que todo estaba en orden en ambos mundos. Ni siquiera me esforcé por quedarme despierto y me dormí poco después de que Abby sucumbiera al sueño.
Aunque, por supuesto, me desperté, como siempre, a las cinco y media. Pero me quedé allí disfrutando de ella: de cómo su cuerpo encajaba con el mío, de cómo su cabeza descansaba sobre mi pecho y su pelo caía en cascada sobre mi piel.
Abby empezó a desperezarse dos horas después. Se despertó y se estiró con pereza contra mí. Yo le acaricié la espalda y ella levantó la cabeza y sonrió.
—Buenos días —dije.
—Hola.
—Iría a prepararte el desayuno y un café, pero todavía no quiero levantarme de la cama.
Arqueó la espalda contra mi mano.
—El desayuno y el café pueden esperar.
No podía estar más de acuerdo.
—¿Has dormido bien?
—Mmmm. Mejor que nunca.
Le di un beso en la frente.
—Gracias por quedarte.
Significaba tanto para mí que se hubiera quedado toda la noche en mi cama… Era otro pequeño paso que confirmaba lo que teníamos, lo que podíamos ser, y que reafirmaba el futuro en común que nos aguardaba.
—Gracias por pedírmelo.
—Oh, no, el placer ha sido todo mío.
Ella se rio.
—No estoy muy segura de eso.
Yo me reí también hasta que me cogió la cara y me besó.
Luego se retiró y se sentó.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—La regla sobre no besarse, ¿era una regla que imponías a todas tus sumisas o sólo a mí?
Ésa no era exactamente la conversación que esperaba para aquella mañana, pero tenía que ser sincero.
—Sólo fue contigo, Abby —respondí, acariciándole el pelo.
—¿Sólo conmigo? ¿Por qué?
«Sinceridad. Tienes que ser sincero».
—Era una forma de distanciarme —expliqué—. Pensé que si no te besaba no sentiría tanto. —«Idiota. ¿En qué estabas pensando?»—. Creía que me costaría menos recordar que sólo era tu Dominante.
Ella se apartó un poco.
—Entonces sí besabas a tus demás sumisas —dijo en voz baja.
Joder.
—Sí —contesté.
Paul me había dicho que debía ser sincero en todo momento.
—Pero a mí no —insistió, con la mirada gacha y expresión un tanto alicaída.
¿Cómo podía arreglar aquello? ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía convencerla de que nuestro pasado había quedado atrás y que nuestro futuro sería muy distinto?
—Ya sabes lo que significa eso, ¿verdad? —me preguntó, antes de que yo pudiera decidir qué debía decirle.
—No —respondí, sin estar muy seguro de lo que se proponía.
Entonces trepó por mi cuerpo y me susurró al oído:
—Que tienes mucho trabajo pendiente.
Vale. A eso sí podía enfrentarme. Le di un beso vacilante.
—¿Mucho?
—Mmmm —exclamé y la besé de nuevo—. Con intereses.
Vaya, ya me estaba tomando el pelo otra vez. Sonreí.
—¿Con intereses?
—Muchos intereses —especificó con su voz de bruja—. Será mejor que vayas empezando.
Mi polla respondió a sus palabras.
—¡Oh, Abby! —suspiré—. Yo siempre pago mis deudas.
—Nathaniel —dijo la tarde de aquel domingo.
Estábamos sentados en el sofá de su apartamento y compartíamos el periódico. Yo dejé mi sección sobre la mesa. Parecía nerviosa.
—¿Sí? —contesté.
—Estaba pensando.
Pero no dijo nada más y yo me empecé a preocupar.
Me acerqué un poco más a ella.
—¿Ocurre algo?
Negó con la cabeza.
—No quiero dar nada por sentado. —Jugueteó con un hilillo suelto del sofá—. Es sólo que… Me estaba preguntando. —Levantó la cabeza para mirarme—. ¿Cuándo me volverás a poner el collar? Quiero decir, que lo harás, ¿no?
Yo le acerqué una mano a la cara y le acaricié la mejilla con suavidad.
—¿Es eso lo que quieres?
Abby asintió.
—Te quiero todo entero. —Le acaricié los labios con el pulgar.
—Y yo también quiero todas las facetas de ti que quieras ofrecerme.
Quería que fuera ella quien sacara el tema del collar, para estar seguro de que era lo que deseaba. Y lo cierto es que no esperaba que lo sacara tan pronto.
—Deberías saber —empecé a decir, tratando de encontrar las palabras adecuadas—, que yo he sido amante y he sido Dominante, pero nunca ambas cosas con la misma persona. —Abby había sido muy sincera y yo tenía que hacer lo mismo—. No sé cómo hacerlo. No sé cómo puedo ser ambas cosas para ti. Y tengo mucho miedo de echarlo todo a perder. —Ella fue a decir algo, pero yo la detuve—. Sé que me equivocaré, Abby. Estoy seguro.
Puso la mano encima de la mía.
—No tienes por qué ser un experto en todo.
Miré sus preciosos ojos.
—Si te hiciera daño, nunca me lo perdonaría.
—No me harás daño.
—No hablo sólo del plano físico. Si te volviera a lastimar emocionalmente…
Negué con la cabeza; era incapaz de seguir hablando.
—Lo haremos juntos. —Me rodeó el cuello con los brazos—. Tú y yo. Conseguiremos que funcione. Juntos. —Me rozó la oreja con los labios—. Te deseo. Como amante y como Amo. Podemos hacerlo.
—Pero ¿y si…?
—Ya te dije una vez que pensabas demasiado. Y sigues haciéndolo. Necesito que pares. Lo conseguiremos.
Mientras la escuchaba, me empecé a sentir más seguro y la atraje hacia mí.
—Eres una mujer muy lista, Abby King. Debería escucharte más a menudo.
Ella dejó escapar una grave y sensual carcajada con los labios a escasos centímetros de los míos.
—Ya te lo recordaré.
—Más te vale.
Me empezó a sacar la camisa de los pantalones.
—No te preocupes. Lo haré.
—Antes de hacer nada, tenemos que hablar.
—Luego —susurró, desabrochándome la camisa—. Felicia vendrá a cenar dentro de dos horas.
—Mañana por la noche —dije entre besos—. En mi casa. En la mesa de la cocina.
—Ahora mismo. En mi apartamento. En la cama.
La cogí en brazos y me la llevé por el pasillo.