19

Pasé la hora siguiente en mi habitación, paseando. Otra vez. Fuera lo que fuese lo que acababa de ocurrir entre Abby y yo, era algo que debía dejar a un lado. Ya reflexionaría sobre ello más adelante. Cuando me sintiera más capaz de analizarlo.

En ese momento teníamos que seguir adelante con el fin de semana y yo tenía que planificar la Super Bowl. Y esos planes requerían que volviera a adoptar el estado anímico adecuado.

Y lo más importante: Abby también tenía que volver a ocupar el lugar que le correspondía. Desayunar en el salón era el primer paso para conseguir ese objetivo. Había retrasado la hora del desayuno: le había pedido que lo tuviera listo a las ocho en lugar de a las siete, como era habitual. ¿Se habría dado cuenta de que quería que durmiera un poco más de lo que lo hacía normalmente? ¿Que pretendía compensar el hecho de que hubiéramos trasnochado?

Quizá debería haberle dicho algo al respecto y aclararle lo que estaba haciendo.

Probablemente le tendría que haber dicho muchas cosas.

Entonces me pregunté, y no por primera vez, cómo harían todo eso Paul y Christine. Cómo habrían pasado de ser Dominante y sumisa a ser… más. ¿Resultaría confuso? ¿Cómo conseguían compaginar ambas formas de vida?

Yo ya conocía otras parejas de Dominantes y sumisas que estaban casados, pero nunca me había preguntado cómo se organizarían.

Me dije que aquella noche no era el momento de pensar en eso. Más adelante. Pensé que tenía mucho tiempo.

Debía recuperar el estado de ánimo adecuado.

Los dos necesitábamos un recordatorio.

Teníamos que concentrarnos en la relación que teníamos en ese momento.

Antes de meterme en la cama, coloqué un cojín en el suelo y un frasco de lubricante en mi cómoda.

La mañana siguiente, Abby entró al salón con aire orgulloso y un plato con sus deliciosas tostadas francesas. Seguía queriendo servirme y complacerme.

Sonreí al pensarlo.

—Prepárate tú también un plato y hazme compañía.

Me comí un trozo de tostada cubierta de salsa, mientras esperaba a que volviera.

Estado anímico adecuado. Ése era mi objetivo.

Ahí era donde tenía que volver a llevarla.

—Lo que ocurrió ayer por la noche no cambia nada —dije en cuanto se sentó—. Yo soy tu Dominante y tú eres mi sumisa.

Adopté un tono de voz tranquilo y relajado. Yo era un maestro del control y aquello no era diferente a otras situaciones.

—Me preocupo por ti —añadí. Un total y absoluto eufemismo—. No es tan extraño. En realidad es lo que se espera de mí.

A fin de cuentas, yo siempre había cuidado de mis sumisas. Incluso me preocupé por Melanie. Pero lo que sentía por Abby era… intenso. Demasiado intenso. Y sin embargo en ese momento no se lo podía decir. Era demasiado y aún era muy pronto, demasiado abrumador y demasiado confuso.

—El sexo no es lo mismo que el amor. —¿Amor? La idea me pilló por sorpresa. ¿Era eso lo que sentía?—. Aunque supongo que hay gente que los confunde.

Tal como esperaba, ella no dijo ni una sola palabra durante el desayuno. Se limitó a comer en silencio. Yo enseguida me di cuenta de que tenía la cabeza en otra parte. Me sentí mejor al recordar el cojín que nos aguardaba en mi habitación. Lo mejor era recordarle cuál era el motivo de que estuviera allí y tenía que hacerlo cuanto antes.

La observé mientras acababa de desayunar.

—Recoge la mesa y sube a mi habitación —le indiqué—. Yo enseguida voy.

Se llevó los platos a la cocina. Cuando oí correr el agua, saqué a Apolo.

Entonces sonó mi teléfono y miré la pantalla: Kyle.

—Buenos días —saludé.

—Nathaniel —dijo la madre de Kyle—, siento molestarte, pero sólo quería decirte que Kyle lleva unos días con fiebre. No estoy segura de que los médicos lo dejen ir al partido este fin de semana.

Se me encogió el estómago. El pobre chico llevaba toda la temporada esperando la Super Bowl.

—Siento oír eso, pero no nos precipitemos. Hemos reservado un palco y si al final puede ir, tu familia será muy bien recibida en mi jet.

—Gracias. Te mantendré informado.

—Sí, por favor, hazlo. —Le hice un gesto a Apolo y volvimos dentro—. Dile que también tengo entradas para ir a ver a los Yankees.

—Eres demasiado bueno con él, Nathaniel —comentó ella sorbiendo por la nariz—. Gracias.

Una vez dentro de casa y después de subir la escalera, dejé al perro en la puerta de la habitación. Abby me miraba arrodillada sobre el cojín.

Sí, la noche anterior había sido rara, pero seguíamos donde estábamos. Podíamos hacerlo. Ella seguía deseándolo.

El resto quizá llegara con el tiempo.

Me acerqué.

—Muy bien, Abigail. Me complace que te anticipes a mis necesidades.

Me bajé los pantalones y liberé mi erección. Ella no vaciló, se inclinó hacia delante y se la metió en la boca.

Yo enredé los dedos en su pelo y empecé a moverme dentro de su boca, muy despacio. Me tomé mi tiempo. Quería llevarnos de vuelta a donde debíamos estar.

Abby acompasó el movimiento de su cabeza al ritmo de mis embestidas, mientras yo le tiraba del pelo. Noté cómo se relajaba para que pudiera adentrarme más profundamente. Luego levantó una mano vacilante para cogerme y acariciarme los testículos.

Me daba tanto placer… Yo sabía que no la merecía. No merecía el regalo de su sumisión.

Pero era un bastardo avaricioso y pensaba aceptar su regalo de todas formas. Lo aceptaría durante todo el tiempo que ella me permitiera hacerlo.

Empecé a moverme más deprisa. Alcancé el fondo de su garganta y el placer se apoderó de mí. Me sorprendió darme cuenta de que estaba apretando los dientes.

Cuando la penetré de nuevo, su lengua rodeó mi erección. La agarré del pelo con más fuerza y aumenté la velocidad de camino hacia el clímax.

No pensaba avisarla de mi inminente liberación. Esperaría a ver cómo reaccionaba y si interpretaba bien las señales de mi cuerpo. Entonces empujé con fuerza y eyaculé en su boca.

No se le escapó ni una gota.

Le solté el pelo y suspiré. Sí, aquello iba bien. Seguíamos estando bien.

Le tendí una mano para ayudarla a levantarse, mientras me preguntaba si habría visto el frasco de lubricante al entrar en la habitación. ¿Se imaginaría lo que pensaba hacerle a continuación?

—Mírame, Abigail —dije tranquilamente, deslizando los dedos por sus brazos para cogerla de las manos—. Quiero que contestes a mis preguntas.

La ayudaría hacerlo en voz alta. La empujé hacia la cama y cogí el lubricante.

—¿Dónde estamos?

Ella se subió a la cama, mirándome con sus intensos ojos castaños. Quería confiar en mí.

—En tu habitación.

Me subí a la cama con ella.

—¿En qué parte de mi habitación?

—En tu cama.

Se sentó sobre los talones.

Yo me volví a excitar, pero ignoré mi erección. Aquello era para ella. Para relajarla. Para prepararla. Mis deseos tendrían que esperar.

—¿Y qué ocurre cuando estamos en mi cama?

Le acaricié el costado y observé cómo se le ponía la carne de gallina.

La expectativa la hizo entrecerrar los ojos.

—Placer.

—Sí.

La rodeé con los brazos y la tumbé con suavidad.

«Sí. En mi cama sólo encontrarás placer. Nada más. Jamás».

Ladeé la cabeza y empecé a mordisquearle el cuello mientras mis manos se ocupaban de sus pechos. Se los agarré por debajo con suavidad y subí las manos con delicadeza, sin apenas aplicar fricción alguna sobre sus pezones. Ella arqueó la espalda.

Luego dejé resbalar los labios por su piel hasta hacer girar la lengua por el hueco que se hundía en su garganta y la mordí con suavidad. Ella soltó un suspiro entrecortado.

—Sólo siente, Abigail —le susurré.

Le pasé la palma por el pecho y percibí los latidos de su corazón acelerado. Sí. Estaba funcionando.

Mis labios siguieron bajando hasta deslizarse entre sus pliegues: tenía que comprobar si estaba preparada.

Más. Necesitaba más.

Seguí acariciándola con los labios hasta la suave piel de su vientre. Ella empezó a mover las manos con agitación por encima de la colcha y yo le chupé el ombligo.

Era tan dulce… No había ni una sola parte de su cuerpo que no fuera dulce.

Reseguí el contorno de su abdomen y dejé resbalar los dedos para acariciar su hinchado sexo. Luego le metí un dedo muy despacio y ella se meció contra la palma de mi mano.

—Sí —dije contra su vientre—. Sólo siente.

Me coloqué entre sus piernas, le flexioné las rodillas y se las separé para que se abriera para recibirme. Ella levantó las caderas de la cama, anticipándose a lo que iba a venir.

—Espera —le dije, besándole el muslo y abriéndome camino hacia donde más me necesitaba. Ella gimió—. Espera.

Deslicé la lengua en su interior y la chupé. Luego le pasé las manos por debajo de las piernas y me coloqué de forma que sus rodillas quedaron apoyadas sobre mis hombros.

Abby gimoteó de nuevo.

Oh, sí.

Volví a chuparla y degusté la deliciosa evidencia de su excitación, mientras con el dedo describía círculos en su clítoris. Levanté la vista. Vi que había agarrado la colcha con fuerza y arqueado el cuerpo tratando de acercarse más a mí.

Entonces cogí el lubricante que había dejado detrás de nosotros. Mientras me ponía un poco en dos dedos, paseé la lengua alrededor de su clítoris.

Aquello iba a ser nuevo y ella se había mostrado incómoda cada vez que yo había sacado el tema. Quería que la experiencia le resultara lo más agradable posible y demostrarle la gran cantidad de placer que podía provocarle si confiaba en mí.

Volví a mordisquearle el sexo. Entretanto, muy lentamente, deslicé los dedos hasta la abertura de su ano, lo justo para que ella se diera cuenta de que estaban allí. La acaricié. Le di un largo lametón en el clítoris para proporcionarle por fin la fricción que tanto necesitaba, mientras al mismo tiempo le insertaba un dedo en el ano.

Ella jadeó.

—Placer, Abigail. Sólo placer —le recordé.

Empecé a mover la punta del dedo dentro y fuera muy despacio, internándome más adentro cada vez.

Acompasé el ritmo de mi dedo con el de mi lengua para darle placer por ambas partes. Luego la mordí con un poco más de fuerza y su cuerpo volvió a alcanzar cotas cercanas al clímax. Oí su respiración entrecortada y vi cómo le temblaban las piernas.

—Relájate —le susurré, porque lo que le iba a hacer a continuación le dolería un poco.

Le deslicé un segundo dedo en el ano, con delicadeza y asegurándome de no dejar de mover la lengua en ningún momento.

—Oh.

Se puso tensa.

Le pasé los dientes por encima del clítoris con suavidad y ella meció las caderas contra mí. En ese momento, mis dos dedos se movían en su interior, profundizando en su cuerpo con suavidad y dilatándola con delicadeza.

—Oh, ah —jadeó ella.

—Eso es, Abigail —la animé—. Suéltate. Déjame darte placer.

«Confía en mí».

No iba a aguantar mucho más. Se le convulsionó todo el cuerpo.

«Sólo un segundo o dos más», decidí, mientras le lamía el clítoris.

La siguiente vez que la chupé, eché los labios hacia atrás y la rocé con los dientes, al tiempo que metía los dedos lo más adentro que pude.

Abby soltó un sorprendido grito mientras alcanzaba el clímax.

Volví a dejarla sobre la cama con mucha suavidad y la observé satisfecho mientras la recorrían las réplicas del orgasmo.

Yo era el responsable de eso.

Había sido quien le había provocado ese placer.

Yo.

Entonces abrió lentamente los ojos y me miró sorprendida.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Aunque no tenía por qué preguntar; era evidente lo bien que estaba.

—Mmmm —murmuró, rodando hacia un lado.

Yo la rodeé con los brazos.

—¿Puedo interpretar eso como un sí?

Abby asintió con debilidad y apoyó la cabeza sobre mi pecho.

De repente, sentí algo que jamás había experimentado antes y la estreché contra mí con fuerza. No quería soltarla nunca.