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El teléfono de mi escritorio emitió un suave doble pitido.

Miré el reloj. Las cuatro y media. Mi secretaria tenía instrucciones explícitas de no interrumpirme a menos que llamara alguna de las dos personas que le había dicho. Como era muy pronto para que Yang Cai me llamara desde China, sólo podía ser el otro.

Apreté el botón del intercomunicador.

—Dime, Sara.

—El señor Godwin al teléfono, señor.

Excelente.

—¿Ha llegado algún sobre de su parte? —pregunté.

Oí ruido de papeles de fondo.

—Sí, señor. ¿Quiere que se lo lleve?

—No, lo cogeré después. —Corté la conexión y me puse los auriculares—. Godwin, esperaba que me llamara antes. Seis días antes para ser exactos.

Llevaba todo ese tiempo esperando el sobre.

—Lo siento, señor West. Recibió una solicitud de última hora que quería incluir en esta remesa.

Claro. Las mujeres no sabían que yo hubiera impuesto ningún plazo. Ya lo aclararía con Godwin más adelante.

—¿Cuántas hay esta vez? —pregunté.

—Cuatro. —Parecía aliviado de que hubiera aparcado el asunto del retraso—. Tres experimentadas y una sin experiencia ni referencias.

Me recliné en la silla y estiré las piernas. No deberíamos estar manteniendo esa conversación. Godwin conocía muy bien mis preferencias.

—Ya sabe lo que pienso sobre las sumisas inexpertas.

—Ya lo sé, señor —dijo y me lo imaginé limpiándose el sudor de la frente—. Pero esta es distinta. Preguntó específicamente por usted.

Estiré una pierna y después la otra. Necesitaba correr un buen rato, pero tendría que esperar hasta la noche.

—Todas preguntan por mí.

No era vanidad, sólo un hecho completamente objetivo.

—Sí, señor, pero ésta sólo quiere servirle a usted. No está interesada en nadie más.

Me incorporé.

—¿Ah, sí?

—En su solicitud ha especificado claramente que sólo quiere someterse a su voluntad.

Yo había establecido unas normas sobre la experiencia previa y las referencias, porque, para ser sincero, no tenía tiempo de entrenar a una sumisa. Prefería alguien con experiencia, una mujer que se adaptara rápido a mi forma de hacer las cosas. Alguien a quien yo pudiera descubrir igual de rápido. Y por eso siempre incluía una larga lista en la solicitud para asegurarme de que las candidatas sabían exactamente en qué se estaban metiendo.

—Supongo que habrá rellenado la lista correctamente y no habrá indicado que está dispuesta a hacer cualquier cosa.

Eso ya ocurrió en una ocasión, pero Godwin había aprendido mucho desde entonces.

—Sí, señor.

—Supongo que puedo echarle un vistazo.

—Es la última del pliego, señor.

Eso significaba que esa chica era la que lo había retrasado todo.

—Gracias, Godwin.

Colgué el teléfono y salí de mi despacho. Sara me entregó el sobre.

—¿Por qué no te vas a casa, Sara? —Me puse el sobre debajo del brazo—. Esto debería estar tranquilo el resto de la tarde.

La chica me dio las gracias, mientras yo volvía a meterme en el despacho.

Cogí una botella de agua, la dejé en el escritorio y abrí el sobre.

Leí por encima las tres primeras solicitudes. Nada fuera de lo común. Podría organizar un fin de semana de prueba con cualquiera de aquellas tres mujeres y no notaría la diferencia entre ellas.

Me froté la nuca y suspiré. Quizá llevara haciendo aquello demasiado tiempo. Quizá debiera intentar asentarme y tratar de ser «normal». Aunque esa vez tendría que intentarlo con alguien que no fuera Melanie.

El problema era que necesitaba ese estilo de vida, necesitaba ser un Dominante. Sólo quería algo especial para poder seguir.

Me tomé un buen trago de agua y miré el reloj. Las cinco en punto. Era muy poco probable que encontrara algo especial en la cuarta solicitud. Esa mujer no tenía experiencia y ni siquiera valía la pena que revisara sus documentos. Sin siquiera mirarla, cogí la solicitud y la puse encima de la pila de documentos que tenía para destruir. Las otras tres las dejé una al lado de la otra encima del escritorio y volví a leer la primera página de cada una.

Nada. No había casi nada que diferenciara a ninguna de ellas. Me limitaría a cerrar los ojos y elegir una al azar. La del medio serviría.

Pero mientras repasaba su información, mis ojos se desviaron hacia la pila de papeles para destruir. La solicitud que había descartado la había rellenado una mujer que quería ser mi sumisa. Se había tomado muchas molestias en rellenar el documento y Godwin había aguardado a mandarme las solicitudes para esperar a la señorita no-tengo-experiencia-y-sólo-quiero-a-Nathaniel-West. Lo menos que podía hacer era mostrar un poco de respeto por aquella mujer y leer la información que me había adjuntado.

Cogí la solicitud que había descartado y leí su nombre.

Abigail King.

Los papeles resbalaron de entre mis manos y volaron hasta el suelo.

A los ojos del mundo yo era un triunfador.

Poseía y dirigía mi propia empresa financiera internacional. Tenía cientos de empleados. Vivía en una mansión que había salido en las páginas de las revistas más prestigiosas. Tenía una familia estupenda. El noventa y nueve por ciento del tiempo estaba muy contento con mi vida. Pero quedaba ese uno por ciento…

Ese uno por ciento no dejaba de repetirme que era un completo fracasado.

Que estaba rodeado de cientos de personas, pero pocos me conocían.

Que mi estilo de vida no era aceptable.

Que nunca encontraría a alguien a quien amar y que pudiera corresponderme.

Nunca me había arrepentido de adoptar el estilo de vida de un Dominante. Normalmente me sentía muy completo y si había algún momento en que me sentía diferente, era muy de vez en cuando.

Sólo me sentía incompleto cuando iba a la biblioteca pública y volvía a ver a Abby. Por supuesto, hasta que su solicitud apareció en mi escritorio, yo no tenía manera de saber que ella sabía siquiera que yo existía. Hasta entonces, Abby era lo que simbolizaba para mí ese uno por ciento. Nuestros mundos estaban tan separados que no podían y no debían colisionar.

Pero si Abby era una sumisa y quería ser mi sumisa…

Permití que mi mente se adentrara por caminos que me había negado durante años. Abrí las puertas de mi imaginación y dejé que las imágenes me inundaran.

Abby desnuda y atada a mi cama.

Abby de rodillas para mí.

Abby suplicándome que la azotara.

Oh, sí.

Recogí su solicitud del suelo y empecé a leer.

Nombre, dirección, número de teléfono y ocupación. Eché un vistazo por encima. Volví la página para ver su historial médico: función hepática normal y niveles normales de células en sangre, acreditaba resultados negativos para el sida, la hepatitis y la presencia de drogas en la orina. La única medicación que tomaba eran las pastillas anticonceptivas que yo indicaba.

Seguí hasta la siguiente página y leí el contenido de su lista. Godwin no mentía cuando dijo que Abby no tenía experiencia. Sólo había marcado siete cosas de la lista: sexo vaginal, masturbación, vendas para los ojos, azotes, tragar semen, magreos y privación sexual. Junto a ese punto había escrito: «Ja, ja. No estoy segura de que entendamos lo mismo por privación sexual». Sonreí. Tenía sentido del humor.

En algunos puntos había marcado la casilla de límite infranqueable. Lo respetaba; yo también tenía mis límites. Repasé la lista y me di cuenta de que algunos coincidían con los suyos. Otros no. No había nada de malo en eso, los límites cambiaban y las listas también. Si estábamos juntos el tiempo…

¿En qué estaba pensando? ¿De verdad me estaba planteando llamar a Abby para hacerle una prueba?

Pues sí. Lo estaba valorando.

Pero sabía muy bien que si esa solicitud fuera de cualquier otra mujer no la habría mirado dos veces. La hubiera destruido y me habría olvidado de su existencia. Yo no entrenaba sumisas.

Pero la solicitud era de Abby, y no quería destruirla. Quería leerla una y otra vez hasta aprendérmela de memoria. Quería hacer una lista de las cosas que indicaba que estaba dispuesta a probar y demostrarle el placer que podía sentir haciéndolas. Quería estudiar su cuerpo hasta que todas sus curvas estuvieran grabadas en mi mente de forma permanente, hasta que mis manos supieran y reconocieran cada una de sus reacciones. Quería verla rindiéndose a su verdadera naturaleza sumisa.

Quería ser su Dominante.

¿Podría hacerlo? ¿Podía olvidarme de mis pensamientos sobre ella, la fantasía que nunca podría tener, y conformarme sólo con Abigail, la sumisa?

Sí. Sí que podía.

Porque yo era Nathaniel West y Nathaniel West nunca fracasaba.

Y si Abby King dejaba de existir o podía sustituirla por Abigail King…

Cogí el teléfono y marqué el número de Godwin.

—Sí, señor West —dijo—. ¿Ya se ha decidido?

—Envíale mi lista personal a Abigail King. Si sigue interesada después de leerla, dile que llame a Sara y le pida una cita para la semana que viene.